Del mismo modo que existe esa poesía breve y condensada hasta llegar a un haiku, también existe otro liricismo más extenso, que requiere de cascadas de versos hasta generar estrofas vaporizadas. Así ocurre, también, con los formatos audiovisuales, y el mediometraje responde a la necesidad de un salto de agua, de un proceso en caída hasta las profundidades erosionadas de una poza, inmersión más allá de la zambullida efímera.

Cuando surge una idea, en ocasiones, un cineasta se halla en la encrucijada de definir la extensión del relato. Las historias breves pueden epatar por la sugerencia; las largas, a través de un ritmo y un tono; las intermedias… posibilitan la experimentación. Así, los mediometrajes encarnan el paradigma de la libertad. Y todo tiene cabida en ellos. Pero, ¿dónde poder ir a ver este tipo de creaciones? ¿En qué salas?

La fascinación por esta modalidad, que permite explayarse a la vez que condensar, es la simiente del festival La Cabina. Una iniciativa que vio la luz en Valencia, hace lustro y medio, gracias a la perseverancia de Carlos Madrid, y a las ilimitadas formas de expresión visual a partir de la media hora de duración. Un equipo de devotos por el séptimo arte, entregados a la causa, impulsan este certamen, con la ilusión de quienes no sólo se entregan a un trabajo, si no a una vocación divulgativa. Quizá el crecimiento progresivo de esta cita resida en que los del comité seleccionador no escogen una obra si no les encadila.

La séptima edición tendrá lugar entre la Filmoteca valenciana –en el Rialto– y los muros longevos de La Nau. Espacios con historia y con sabor. Lugares emblemáticos para la proyección de las piezas a concurso, los inéditos y los clásicos de cine mudo. Un festival distinto, como en su conceptualización también los es el recientemente celebrado Deleste – en Espai Rambleta-, propuestas que ponen de manifiesto lo que València Vibrant trata de expresar con sus encuentros, que esta ciudad tiene mucho que aportar y que sí es posible idear nuevas formas y espacios para compartir cultura.

Unas semanas atrás en el antiguo cine Jerusalem, reconvertido hoy en club, se presentó con sus mejores galas este festival. Luces rojas y una bonita sala circular en la que se proyectó un “medio” de la primera edición, después, un aperitivo de lo que vendrá este año y, por broche, la enajenada y locuaz demostración de los Cinemascupe, comentando sobre la marcha un bodrio ecuatoriano –indescriptible– de serie B.

El público responde cuando la oferta es interesante, cuando aporta vida, como así ocurrió el pasado viernes, frente al Antiguo Hospital, cuando la gente de La Cabina proponía regresar al cine mudo de Buster Keaton, como dictan los cánones, con música en directo. En la explanada de la Biblioteca se respiraba esa magia silenciosa cuando la interpretación de partituras se armoniza in situ con el fluir de las imágenes.

Cartel

La cabina

La ciudad de Valencia está empapelada con este finísimo cartel de Luis Demano. Los mediometrajes de este festival se podrán disfrutar desde el 6 de noviembre hasta su clausura el día 16

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