¿Sabrías describirme la diferencia entre calumniar y difamar?” Me preguntaron un día sin poder encontrar en mi memoria una definición satisfactoria para cada una. Como mucha gente, sabía de su tono peyorativo para desacreditar al otro pero no sabía cómo explicar la diferencia entre una y la otra. Así que, rápidamente, cogí mi móvil cual pistola y las tecleé en el diccionario de la RAE revelándome una respuesta doble similar pero con un matiz fundamental: calumniar. (Del lat. calumniāri). 1. tr. Atribuir falsa y maliciosamente a alguien palabras, actos o intenciones deshonrosas. 2. tr. Der. Imputar falsamente un delito. Difamar. (Del lat. diffamāre). 1. tr. Desacreditar a alguien, de palabra o por escrito, publicando algo contra su buena opinión y fama. 2. tr. Poner algo en bajo concepto y estima.

O sea, que calumniar es acusar a alguien con malicia de algo que se sabe que no ha hecho o dicho, mientras que difamar es destruir la reputación de alguien con acusaciones de las que se presuponen veraces. Vaya, la RAE casi me deja como antes, aunque facilita un matiz fundamental, muy útil para terminar con el (mal) intencionado uso de una y otra que ha generalizado esta confusión. Y es que, ya sea en una conversación de vecinos, ya sea arreglando el mundo a la española –es decir, con un café/caña en un bar-, ya sea en un programa sensacionalista intercambiando saliva sobre pepito o fulana, o, entre compañeros de trabajo –ésta sí que es profesional-, la calumnia y la difamación campan a sus anchas. Nadie sabe distinguir entre la rubia y la morena.

Sin embargo, y desde hace bastante tiempo, en verdad son en las tertulias televisivas de política donde más asiduamente se dejan ver como apariciones marianas, sin que nadie les ponga coto. En este tipo de género de masas no importa tanto quien tenga razón o se diga una evidencia como un templo, sino en cómo la calumnia y la difamación se follan a los invitados de forma impasible delante del espectador. Puro morbo traducido en mucho share y muchos ingresos publicitarios. Que salga Esperanza Aguirre en pleno prime time de La Sexta llamando a Pablo Iglesias para quedar a pegarse fuera del colegio, solo puede significar que los tertulianos-políticos no buscan convencer a sus oponentes con sus planteamientos sino en alcanzar otro objetivo bien distinto y sibilino: transmitir su mensaje al mayor número de espectadores, o mejor dicho, sus futuros votantes. Y aquí la tele es la varita mágica que hace realidad esta ilusión óptica. Que nadie se lleve al engaño si piensa que apretando ON en su mando a distancia asistirá en directo a una clase magistral universitaria porque la televisión no pide muchos requisitos a quien quiera formar parte de la TDT, siempre y cuando ofrezcan carne y circo. Por tanto, un tertuliano ilustrado, leído y con conocimiento de causa, pero aburrido, insípido, sin polémica ni carisma, no tendrá nada que hacer en la gran pantalla. Y de ahí la clave de la calumnia y la difamación como ingredientes necesarios para azuzar la parrilla televisiva y pagar peaje. Todo vale si es por el share. Si no, no se explica la cantidad de barbaridades que se escuchan como eructos con regusto a vómito de ciertos personajillos casposos a los que ya estamos acostumbrados y que pontifican sus aseveraciones como si hubieran sido reveladas en las tablas de Abraham. Y aquí, queridísimo lector, el personaje más indefenso es usted, yo, nosotros, el espectador. Todos nosotros tragamos con una información intoxicada, inveraz y deformada. Pero claro, ¿quién pondría en duda lo que cuenta el catedrático de tal, el experto de esto y la científica de pum? Si parecen señores muy serios y muy listos, que han ido a la universidad y todo. Pues tirando del refranero popular yo digo que el hábito no hace al monje, o al menos no le viste del todo. Simplemente, pues porque responden a ciertos intereses y la verdad se la puede retorcer hasta obtener la forma deseada sin que deje de serla. Si a esta manipulación le damos un toque de ‘autoritas’ que se le concede al catedrático, al experto o a la científica por el mero hecho de serlo, nuestra imaginación hará el resto. Esto es como cuando te compras la revista ‘Quo’ y te quedas tranquilo leyendo que la Tierra podría ser plana porque lo dice un estudio de, por ejemplo, una desconocida University of Breadfields. Podrían citar estudios de la Universidad de Cuenca pero si en inglés y de los USA suena mejor. En definitiva, lo que el estimado espectador medio ve es el trampantojo de un señor que aparentemente sabe mucho y habla muy fino, cuando no es más que una proyección verbal de una manipulación premeditada que responde a intereses muy concretos.

Y aquí no escapa nadie. Tampoco nuestro movimiento sociopolítico de moda, Podemos, porque el mismo Pablo Iglesias acepta las reglas antiéticas de este juego mediático. La televisión está encantada visto el tirón que tiene su coleta. Listo, buen orador, muy pedagogo, popular y especialmente provocador ha salido ganando, máxime cuando ha pasado de ser ese ‘profesorillo antisistema’ a líder de 1,2 millones de votantes en menos de un año. Y ahora tienen miedo. Los medios conservadores se echan las manos a la cabeza al haber contribuido con la creación de un ‘monstruo izquierdoso’ de mil cabezas. De hecho, dejaron de reírse de forma paternalista con Pablo al minuto uno de conocerse los resultados electorales de las europeas. Después, se les explotó la bilis en la boca cuando vieron que “estos frikies” -como dijo un impresentable del PP- no estaban solos y que habían llegado para quedarse, como así atestiguan muchas encuestas. Fue entonces cuando empezaron a buscar la habitación del pánico. Y claro, tiraron del ventilador para que les llegara la brisa de “chavistas”, “terroristas”, “independentistas”, “totalitarios”, o “¡corruptos!”. El problema con el que se han encontrado contertulios y demás altaneros de los partidos de la Corte es que no saben dónde ‘morder’ a un movimiento sorpresivamente creciente, pero sobre todo nuevo. Sin fundamento ni sustento intentan pasar calumnias por difamaciones pero son solo ponzoña en bocas llenas de caries. Da igual que nos alarmen con las 7 plagas de Egipto porque Podemos, al menos hasta ahora, es virgen en las hemerotecas, no tiene pasado, no tiene errores, no tiene gestión, no ha tenido responsabilidades ni nada con qué culpar a estos recién llegados a un cortijo político que debe ponerse fin.

Yo no seré el defensor de Podemos, ni tampoco su incondicional simpatizante porque no apoyo muchos de sus objetivos, ni creo en parte de su ideología. Pero independiente de que les vote o no, merecen una oportunidad. Y la merecen aunque sea porque están escribiendo parte de nuestra historia en un folio en blanco y no en uno de váter, arrugado y con manchas de excrementos donde han estado escribiendo el resto de oportunistas que ya conocemos. Hay que darles la ocasión de que se expliquen, de que representen y, por qué no, de que se equivoquen. ¿Por qué no íbamos a poder darles un voto de confianza si durante 40 años hemos extendido un cheque en blanco a quienes nos gobiernan desde entonces con los resultados que ya conocemos?

Calumnia y difamación como armas de destrucción masiva, pero qué más da, lo importante es que España se merece una segunda oportunidad. Simplemente, porque nos la merecemos todos.

 

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