Esa noche loca en la que te lo bebes todo y no paras de bailar intuyes que vas a cerrar la discoteca. Tus amigos se van y solo queda el único que aguanta el ritmo. De pronto te despiertas con una resaca del copón en tu cama con la ropa puesta y los zapatos dispersos en tu cuarto. Estás tumbado boca abajo con las piernas abiertas y un brazo colgando fuera de la cama. Cuando eres consciente de donde estás sientes un dolor de cabeza brutal que te indica que ayer te pasaste un poco con las copas… Otra vez. Cada sábado ocurre la misma historia.

Tratas de recordar cómo llegaste a casa pero te es imposible. Te resulta curioso que te acuerdes de algunas escenas de la cena con los amigos pero los recuerdos más cercanos en el tiempo se van desvaneciendo de tal manera que te da miedo hacerte a la idea de cómo pudiste llegar hasta casa y además dudas de lo que ocurrió con tu coche; no sabes si te trajeron o condujiste. Rezas porque haya sido lo primero. Seguidamente compruebas si tienes el teléfono… Sí, lo tienes. ¡Bien! Buscas a ver si tienes alguna foto que te dé una pista de lo que ocurrió pero por lo visto estabas demasiado entretenido y tirando la caña a todo lo que se movía. Buscas en el muro de un colega y tampoco ha colgado ninguna foto. Por un lado, es un alivio.

Alguien ya te dirá qué ocurrió pero lo que tienes claro es que el domingo lo pasarás tranquilito en casa viendo pelis en tu sofá y con tu manta. “Qué mal me encuentro, no volveré a beber”, te llevas diciendo hace unos años, cada fin de semana. Y no sabes el porqué.

El lunes de vuelta al trabajo te vuelves a enfrentar a los demás pasajeros del tren para conseguir un asiento. Aquí se puede fraguar la única satisfacción del día. Te sientas y te duermes. Es lunes y tienes que recuperarte del fin de semana, pero haces lo mismo el martes, el miércoles, y el jueves. Hace unos días se te olvidó cargar el móvil y al salir se te apagó. Tras guardar el aparato en el bolsillo te diste cuenta de que la fachada que tanto tiempo estaba en reformas ya está terminada (de hecho lo está desde hace casi dos meses, pero no te has fijado porque siempre tienes clavada la vista en el móvil).

Hemos adquirido la habilidad de caminar sin mirar nada más que a las pantallas de nuestros aparatos inteligentes. Es como si estos tuviesen conectados permanentemente sus GPS con unas rutas marcadas para evitar que la muchedumbre se tropiece por no levantar la cabeza. Los smartphones se han convertido en el centro de nuestra atención. Antes, cuando solo valían para llamar, no era raro olvidarlo alguna vez en casa. Ahora antes de salir: cartera, llaves y móvil. Ya puedes salir. Todo esto forma parte de nuestro nuevo estado de autómatas. Si media hora después de salir de casa le preguntas a alguien en qué orden recogió llaves, cartera y móvil, seguramente no sabría responder por no haberse percatado de ello.

¿Quién no ha metido un paquete de arroz en la nevera sin darse cuenta? Aunque parece raro, estas cosas ocurren. No estamos entrenados para pensar en los dientes mientras nos cepillamos los dientes. Nuestra cabeza acostumbra a avanzarse o retrasarse en el tiempo porque no creemos que estar en el presente, frente al espejo cepillándose, sea más interesante que nuestros planes a corto plazo (coger el bus, desayunar, ir al gimnasio, etc). El futuro está más presente que el mismo presente cuando realizamos acciones rutinarias que ya conocemos de memoria. Para algunas tareas no necesitamos pensar.

The Office - Season 9

Si hay algo que diferencia a la vida real del cine es el suspense; totalmente ausente en una vida fuera de la delincuencia. Los delincuentes sienten el suspense cuando un policía anda cerca. En cambio en el cine hay suspense incluso en el desayuno de una familia típica americana. No sabemos qué nos depara el futuro pero no hace falta ser un visionario para saber que nuestras vidas no van a cambia mucho de un día para otro. El carpe diem no tiene lugar en esta época de prisas injustificadas; es tan solo un latinajo para bautizar locales de ocio.

Basta con prestar atención a los pasos de zebra cuando el semáforo está en rojo para los peatones. Es habitual que alguien cruce en condición poco ventajosa y que otra persona le siga sin darse cuenta de que vienen coches. También están los que pasan corriendo pero cuando alcanzan el otro lado de la calzada siguen caminando como quien no tiene prisa. Un dilema. Pesa más la falta de paciencia que las prisas. Muy habitual en los autómatas.

Yo mismo me asusté cuando un día trate de adivinar cuáles eran las paradas de tren por las que paso todos los días. No es que sea un prodigio de la memoria pero después de hacer ese recorrido de forma diaria debiera ser suficiente para recordarlas. Yo también soy un autómata y eso me jode. La tecnología de bolsillo nos ha proporcionado muchas cosas pero también nos ha mermado las capacidades de pensar, observar y sentir.

El mundo virtual y el real son indivisibles porque estar en uno no te excluye del otro, pero es cierto que nos hemos vueltos más fríos en las distancias cortas. Tenemos el ejemplo de los mensajes enviados por What’sApp. La cantidad de veces que se utiliza el “TQ” es infinitamente superior que en una conversación cara a cara. Vemos cómo hay personas que son capaces de mantener conversaciones (por llamarlo de alguna manera) mediante mensajes durante horas, y en cambio son incapaces de mantener una conversación decente durante 25 minutos sin sacar el tema del tiempo. El excesivo uso de la mensajería corta está provocando que los adolescentes tengan problemas para entender textos largos. A su vez, hay que sumarle que en España es uno de los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) con una comprensión lectora más baja.

Los autómatas más entusiastas son aquellos que publican en sus muros de Facebook que “¡¡por fin es viernes!!”. Solo han pasado siete días desde el último viernes, no creo que sea para tanto. Algo muy malo debe pasar de lunes a jueves para esperar al viernes con tanta ilusión: que trabajan. Curiosamente, tenemos a seis millones de personas que desearían trabajar, a ellos no los imagino celebrando que ya es viernes. Lo que ocurre el quinto día es una euforia efímera que dura desde el jueves noche hasta el domingo después de comer. Es de todos sabido que los domingos por la tarde tienen algo especial cuando eres un friday lover: ves en el horizonte al lunes. Esto hace que mucha gente se angustie y casi elimine el domingo tarde como día de descanso y se convierte en día de pre trabajo. Una forma de lidiar con este espacio de tiempo tan tormentoso es aficionarse al sofá más manta más peli. Me parece una costumbre un poco depresiva que no ayuda si se convierte en habitual.

Hemos tenido que salir a correr en masa para luchar contra el sedentarismo físico pero no veo que se ponga tanto ímpetu en combatir el sedentarismo mental debido al aluvión de información y ocio que nos llega ya masticado y listo para digerir. Los expertos ya se han encargado de que nos comamos sus productos, noticias e ideas sin cuestionar nada. Ellos marcan las pautas de lo que nos va a gustar, lo que nos ha de preocupar o de lo que tenemos a hablar.

Gangnam-Style

No puedo olvidar a los autómatas musicales. Son los que encumbran una canción durante un determinado tiempo para olvidarla de por vida. El ejemplo más claro es la popularidad de las canciones del verano. Caducan la primera semana de septiembre. A esta gente le gusta la música, pero solo la que sale en TV. Se aficionan a una canción a base de repetición forzada; luego ocurre lo que ocurre, después de masacrarnos con Happy, a Pharell Williams se le ocurrió venir a dar un concierto en septiembre y tuvo que suspenderlo porque no conocía la psicología de los autómatas españoles. Si hubiese organizado el concierto en verano hubiese llenado el Palau Sant Jordi todas las veces que hubiese querido a base de cantar la misma canción.

Para terminar quiero hacer una especial mención a los autómatas que viajan en metro cada día, los que prefieren apelotonarse en las escaleras mecánicas en lugar de mover las piernas y subir por donde casi no hay gente. La desesperanza me sobrevuela cuando veo que los jóvenes universitarios son incapaces de subir las escaleras propulsados por su propio esfuerzo. Además son los que más corren para sentarse en los vagones cuando van y cuando vuelven de la universidad. Cualquiera diría que dan las clases de pie. Nos están formando a una pandilla de flojos que serán moldeados hasta convertirse en robots que solo comen, duermen y trabajan: como los burros.

Allí donde hay mucha gente es fácil entrar en una dinámica autómata porque los grupos de individuos tienden a pensar como uno solo. Tenemos el ejemplo de las bandadas de pájaros que siguen la misma dirección. A diferencia de las aves, que no se sabe exactamente cómo consiguen sincronizarse, las personas somos entrenadas en la escuela para ser unos autómatas. El sistema educativo está diseñado para formar ciudadanos ejemplares que no den la nota y se preocupen por encajar en la sociedad. Se trata de hacer que todos los niños sean iguales para que cuando lleguen a la edad adulta sean parte de una sociedad homogénea en la que los que piensan diferente a la mayoría sean tratados como conspiranoicos o frikis. Si a un tipo le gusta hablar de la sociología del fútbol, la estructura de los clubes, el marketing o el tejido de las camisetas, se le llamará friki; pero no se le llama friki a un tipo que va con bufanda de su equipo, la cara pintada, una trompeta y grita como un energúmeno. A este se le respetará porque hay otros muchos a su alrededor haciendo lo que se supone que debe hacer una persona aficionada al fútbol. Lo socialmente correcto.

Tenemos la estúpida creencia de aceptar lo que decide la mayoría como lo correcto. Por eso cuando nos venden un producto nos muestran testimonios de otras personas que lo han comprado antes. Power Balance. No hay nada más que decir.

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