A propósito de los emigrantes sirios, las cuotas de reparto establecidas por la Unión Europea y la llegada de estas personas a España, cuando toque, me vino a la mente un pensamiento el otro día. Estaba leyendo La obsesión antiamericana, un libro muy recomendable de Jean-François Revel, cuando caí en ello. El libro, escrito en 2002, habla principalmente sobre Francia y los franceses, y sobre los traumas y complejos intelectuales que gran parte de las élites sociales, culturales, mediáticas y políticas padecen con respecto a los Estados Unidos. A pesar de ello, hallé enormes similitudes con España, y en ciertos capítulos creí ver descripciones prácticamente exactas de situaciones que, sucedidas primero en Francia, se han repetido en España con una década de diferencia, más o menos.

Anticipa Revel en este libro muchas cosas que estamos, para desgracia de los que amamos la civilización, viviendo ahora en España: la descarada deslealtad de una porción considerable de pseudointelectuales y representantes políticos neocomunistas al Estado de Derecho, el descrédito constante a la ley y la falta absoluta de respeto hacia la instituciones como zapa permanente, laboriosa, a veces sutil, casi siempre obscena, con que desde ciertas élites académicas y políticas se pretende socavar el sistema democrático liberal hoy vigente en nuestro país. Todo esto lleva mucho más tiempo pasando en Francia, aunque lo que me interesa contarles hoy es otra cosa que me llamó la atención del libro del pensador francés.

En el capítulo 5, llamado La peor sociedad que haya existido jamás, analiza las claves del derrumbe del conocido, antaño, como modelo multicultural francés. Un modelo que, según Revel, fracasó con estrépito en su objetivo nuclear, que era, naturalmente, la integración de los emigrantes procedentes del Magreb, centro de África y otras partes del mundo, en la civilización francesa. Compara el éxito de otras grandes asimilaciones de enormes masas humanas heterogéneas que Francia afrontó en el pasado reciente, tales como la emigración italiana, griega, armenia, española, portuguesa, húngara, polaca y rusa, nacionalidades que inundaron Francia entre el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, y la emigración antes citada, principalmente africana. Cita un libro, de Christian Jelen: La familia, crisol de la integración, una investigación sobre la Francia inmigrante. En este libro, Revel subraya, apoyándose en el autor, dos factores determinantes que condicionaron la asimilación de una y otra ola de emigrantes: “La autoridad de la familia sobre los hijos y la creencia sin reservas en la escuela como mecanismo indispensable para integrarse en la cultura de acogida”.

“Observamos estas características sociales y culturales tanto en los inmigrantes de antes, italianos, armenios o judíos, como en algunos inmigrantes posteriores o actuales cuya integración se ha hecho y se sigue haciendo sin choques importantes: portugueses, vietnamitas, chinos. En cambio, encontramos en general muy poco esas bazas formadoras entre los inmigrantes magrebíes y menos aún entre los que proceden del África subsahariana”. Añade Revel: “La irresponsabilidad de la familia, que se desinteresa del empleo del tiempo de sus hijos, los deja libres para que vaguen por las calles sin control, es una causa preponderante de la degradación de los barrios, de la generalización de la violencia y del paso de los jóvenes, e incluso de los niños, a la delincuencia y la criminalidad”.

Aunque los estallidos de violencia en las banlieues francesas han sido esporádicos, y en España, por fortuna, son aún un fenómeno desconocido –aunque, inquietantemente, comienzan a darse casos de actuaciones policiales interrumpidas o profusamente violentadas por la vecindad hostil en algunos núcleos suburbanos de Ceuta y Melilla mayoritariamente habitados por emigrantes magrebíes, como hemos podido comprobar últimamente con algunas detenciones de supuestos yihadistas en estas ciudades–, me interesa más, por ser crucial en el desarrollo del problema, el segundo factor. Dice Revel:

“La otra condición, la eficacia escolar, ha resultado minada también por las teorías pedagógicas, o más bien antipedagógicas, resultantes del pensamiento del 68 y que se instauraron durante el último cuarto del siglo XX. Su efecto desmovilizador en general para todas las clases de alumnos resultó, naturalmente, agravado por las dificultades particulares que debían superar los hijos de emigrantes, incluso los nacidos en Francia. Para la mayoría de ellos, fue el golpe de gracia, al que fue a sumarse el de la incomprensión de los padres magrebíes y africanos en lo tocante a la importancia de la escuela. En 1950, los padres inmigrantes estaban siempre de parte del maestro que quería hacer trabajar a sus hijos y lograr que superaran los exámenes. A partir de 1975-1980, están contra él”.

Trasladado al caso español, no podemos sino concordar con lo que Revel cita de otros autores y añade de su propia cosecha. La LOGSE, sin lugar a dudas, el perjuicio mayor que el Partido Socialista ha causado a la nación española en su centenaria historia de vida –y es difícil escoger entre uno sólo–, luce espléndida en su nulidad para recordarnos que lo que cuenta este intelectual francés ya ha ocurrido en España. La incidencia entre la población emigrante ha sido cuantitativamente menor, dado que cuando en España se estableció lo que podría llamarse la primera generación de personas venidas de África, Sudamérica o Asia, en Francia iban ya por la tercera. No obstante, personalmente he conocido casos de marroquíes menores de edad arribados a España en patera que, adivinada su edad –no poseían documentación alguna– fueron escolarizados en el nivel que por sus años le correspondía, sin tener en cuenta el absoluto desconocimiento de la lengua española o siquiera de la propia arábiga que estos chavales podían tener, o su grado de alfabetización. Las consecuencias de esta política absurda, añadidas a las que en la propia población autóctona han provocado varias décadas de ausencia de los valores elementales que guiaron la educación occidental durante 3.000 años –la enseñanza y la disciplina–condicionan del todo la adaptación de los emigrantes a la sociedad que los acoge.

Regresando al caso que nos ocupa, me gustaría saber si dentro del plan de recepción de los refugiados sirios que como país miembro de la Unión nos toca resolver, hay siquiera alguna coordenada que contemple la integración de los menores de edad que entre estos individuos hay en base a unos elementos básicos: el conocimiento obligatorio de la lengua española y el respeto a los valores democráticos y civilizatorios de nuestro sistema. Sospecho que, con las Elecciones Generales a la vuelta de la esquina, y con la proverbial diligencia de nuestros responsables públicos, el tema ni siquiera habrá sido abordado convenientemente. No pido ya –soy optimista, pero no tanto– un plan nacional, un plan de Estado, que abogue por un melting pot a la americana en favor de la cohesión nacional integradora de las riquezas culturales de los que vienen en el acerbo común. Sólo exhorto a nuestros próceres a que establezcan unas bases. Con eso será suficiente, por el momento. Porque, si no, ¿a qué escribir en una columna, en Negratinta, sino para intentar ser útil a alguien, en algún lugar?

Me gustaría terminar recogiendo el speech, breve, conciso, emocionante, que un funcionario de Inmigración y Naturalizaciones norteamericano dedicó a 68 emigrantes a quienes entregaba sus papeles en los que se les reconocía la ciudadanía americana. Lo cita Revel también, del libro Bring Home the Revolution, del británico Jonathan Freedland. “Ésta es una magnifica oportunidad para los Estados Unidos. Personas como ustedes son las que han contribuido y contribuyen a hacer de este país el más próspero de la Historia de la Humanidad. Hemos recibido extraordinarias aportaciones culturales y maravillosos beneficios intelectuales de personas como ustedes… América es ustedes”. Hay quienes se empalman al ponerle banderolas a un monigote de cartón, en una hilera humana, o al pintar una vaca con la estelada. Yo vibro con esto. A cada cual, lo suyo.

Fotografía: Forsaken Photos

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