Desde el primer instante, lo supimos desde el primer instante. ¿Y qué? Todo lo demás, una composición dulce y ácida. Cruda y poética. Ilusionante e ilusoria. Tempestuosa y, por tanto, efímera. Desde el primer instante eludí fingir ante ti y eso, al parecer, tiene un gravamen y, nunca me detengo a leer la letra pequeña de mi contrato con la Honestidad Brutal.

¿Qué más dará lo que significase aquella conexión inicial?
Qué puta obsesión por responder a este tipo de preguntas.

Aquel amanecer compartido fue oasis en el desierto (del vacío) existencial. Más tarde, el halo que nos envolvía en la orilla, y el posterior espejismo de tu presencia. Después, el sol de mediodía sobre la cubierta de una Nave. La intensidad recíproca de los abrazos que intercambiamos hasta la despedida en el Boulevard Sur. El dolor mientras me alejo de espaldas sin lograr apartar la vista de tu estatua, con el brillo de la sal seca en mis mejillas.

La escritura como bálsamo para reestablecer el equilibrio tras la catársis de hace unas horas, en la órbita del Deleste. Rendido y desnudo ante tus ojos.

En uno de los maravillosos –sí, maravillosos– instantes que compusieron nuestra primera cita descubrimos tener previsto, ambos, la asistencia este finde a La Rambleta. ¿Qué suponía mayor ilusión, el festival en sí, o la posibilidad de compartirlo contigo?

Mientras María Coma se expande, etérea, me adentro en el teatro y percibo una atmósfera cargada de ilusiones. O quizá sea yo, no sé.

Mucha veracidad en la transmisión de esta cantautora, sentida y sincera. No pots ser feliç… quedo envuelto por sus lánguidos gemidos. Joder, qué blandito estoy; a la vez que compungido, enérgico y con anhelos –silentes- saltando entre las sinapsis de mi sistema nervioso entérico. Así va el inicio de este festival.

El metal oscilante atruena.

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Esa especie de susurro armenio que se convierte en un loop. Floto, aromatizado por especias agridulces impregnadas de nostalgia. La voz de ella invita a levitar. Por momentos creo sentir, cegado entre los sutiles juegos de luces, melodías de Badalamenti, pero no, sólo es producto de la inmersión profunda -diez días atrás- en una marathon cuya línea de salida siempre era el cartel de “Welcome to Twin Peaks”.

Los cánticos vaporosos de mademoiselle Coma se tornan señales de humo, agitadas por Pau Vallvé, sobre una lámina danzante. Onda armónica con ritmos esenciales de algún ciclo interior. Mecido por la dulzura de una voz que imagino cómo cruza el tiempo hasta recitar, cual dama en lengua llemosina, poemes d’Ausiàs al Segle d’OrDesprés de l’hivern… Salgo al exterior abrumado por esa sacudida metálica, tan primitiva, aquí, en los confines de Valencia, han sonado los primeros compases y sólo soy capaz de pensar en el azul deleste de tus ojos.

Tras sostener las bases rítmicas de María Coma, aparece en escena con su guitarra bucólica, Pau Vallvé. Varias prospecciones de la psique después, de repente, genera enmudecimiento con La fosca avisa. En uno de sus interludios incide en la autoedición – este asunto se tornará en una constante a lo largo del festival- aunque con seny catalán se sincera
: «Em fa molt de pal vendrem així…» Pero es lo que hay que hacer, me digo, para nadar al margen de la industria establecida (y acomodaticia), para poder hacer frente al vendaval del 21%. Claro que sí, esto es lo que hay que hacer, tu propia música. Tuya, propia. Para luego hacerla extensiva, y que resulte una verdadera proyección del artista.

Fas que sigui clar tot el que era fosc…


La inspiración surgida en ese Rivendel de Catalunya al que se ha retirado Vallvé, se percibe en la tenue calma, como de manantial, impregnada en su voz. Pasa de lo traslúcido a las sombras. Como si un Lou Reed hastiado le susurrase desde el antro celestial en el que reposa desde hace un año.

Pero dins teu hi ha un llop… que de tant en tant… 
 

Presiento que puedes aparecer en el patio de butacas, y no sé que voy a decirte. Los siguientes en tocar me flipan. Los de después, a ti. La gente se agolpa en el acceso izquierdo del auditorio Ambar, veo pasar al batería de Modelo de Respuesta Polar y salgo de mi ensimismamiento, se detiene ante mí y, por un instante, me parece que podría ser el hermano pequeño de Óscar Jaenada.

Desde el exterior de La Rambleta, con un litro de badulake, voy anotando impresiones aleatorias. Esos pensamientos ígneos, que si no se anotan se tornan cenizas. Exactamente, lo que necesito, ahora mismo, es una buena sesión evocadora acompañado por la voz de Borja Mompó en los auriculares. Esto puedo haberlo pensado cualquier atardecer desde que El cariño habitó entre mi música, la diferencia es que, hoy, en vez de darle al play, sólo tengo que sentarme a disfrutar.

Y así ocurre.

En alguna parte leí que este es un festival gourmet… pues dentro de la carta, la degustación correspondiente a la Respuesta Polar, es de las que no puede deleitar a todos los paladares. Hay bocados selectos. Ay, estados de ánimo. Desde lo más íntimo se derrama esta banda ante la gente de su ciudad. Cada tres estrofas apareces tú, en el resto, surgen otras. Profunda conexión con este lirismo y su grácil fragilidad. Por momentos, de nuevo en los aledaños ajardinados del recinto, musito entre tragos de cerveza, y con renovados matices, los versos de En adelante. Horas más tarde, entenderé este momento de cambio de percepción. Sacudida premonitoria.

Y así, no seré yo, quien mire hacia otro sitio, quien deje esto de lado […]
Oí… de fondo, la razón…
Ha venido demasiado fuerte, ha venido demasiado fuerte… que me asusta

Conforme regreso a la caverna de butacas, ZA!, en toda la cara. Me lo paso en grande jugando con metáforas mientras paladeo la demencia rítmica –por momentos, genial– de este par de cabrones inclasificables. Para descifrar esta enajenación hay que verlos en vivo. El caos no se intenta comprender, el caos, se experimenta.

A partir del ‘momento trompeta’, me tienen en el bolsillo.

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Una morena de ojos glaucos, deslumbrante –de las que cualquier noche desearías que se te acercaran–, se aproxima con la sutileza seductora que sólo algunas mujeres sois capaces de ejecutar. Sondea mis abismos con la excusa de conocer qué opino sobre lo que ocurre ante nosotros. Sondeo su intelecto con: “Me gusta que sus ritmos sean inextricables”. La expresión de su rostro, cariacontecido, habla sin decir nada. Se recompone como puede con un: “Sí, son raros”. “Van más allá”, incido, al tiempo que le dedico la más casta y pura de mis sonrisas. Descuadrada por mi gelidez insiste, más curiosa, incluso, que atraída. Qué me ocurre. Se muestra sugerente y sólo soy capaz de pensar en el azul deleste de tus ojos.

Salgo de la sala.

Y de repente, atenazado por un miedo insólito, te veo a lo lejos, paso junto a ti y soy incapaz de saludarte… Y si me has visto, porque seguro que me has visto, ¿por qué no me has cogido del brazo… resquebrajándome con la suavidad de tus dedos? Jamás querría fingir contigo, y acabo de hacerlo.

Salgo de La Rambleta.

Necesito aire, necesito humo, necesito que aparezcas aquí mientras (te) escribo. Si alzo la vista, si apareces y te miro, me verás sin máscara alguna, y lo sabrás todo sin que llegue a pronunciar palabra. Se me quiebra el aliento. Ansío envolvernos mutuamente. Demasiada cinematofilia como para que nuestro encuentro haya sido un vistazo futil. ¿Por qué no te he alzado entre mis brazos hasta suspendernos ingrávidos?

Me escribes desde la primera fila del concierto de los Pony Bravo. Sigo las marcas del sendero para llegar a ti en la multitud.

Ahí estás. Todo se detiene.

Al instante, el sismógrafo registra una actividad inusitada. Un grieta honda y oscura de vibraciones nefastas. Menos de una semana después de sentirme tan pleno bailando contigo, me invade el absurdo. Qué coño hago a tu lado. Brincando entre chirridos corpóreos y la extinción de nuestro flow ¿mutuo?

Mientras los Pony Bravo cierran con «este es el lado de la raya que más te conviene…» me siento en la antesala del derrumbe.

Salimos. Fingimos, alternamos, bebemos, reímos y en un interludio, a solas, me dices que si recuerdo aquella frase –entrando en nuestra efímera cápsula de desnudez– cuando susurraste, casi inaudible: «Lo de esta noche, que en esta noche quede». Entonces, ¿por qué unos días después, en un encuentro inesperado, nos… me abrazas, durante cien segundos? Dejamos de estar a solas, y seguimos fingiendo, alternando y bebiendo, ya sin risas. A la puerta del Deleste anuncio mi retirada. Me retienes. Me llevas a la oscuridad. Vuelves a ser tú quien me besa. En esta ocasión el abrazo dura una eternidad incontable.

Así, entrelazados, los presagios funestos implosionan en mí cuando, en voz muy bajita me haces saber que existe alguien más.

Habrá sido la ilusión de no renunciar a él, lo que ahora te da valor para no escucharme. Y si ahora te sienta bien el hecho de pasear con algo en el corazón […] Y verme retroceder. Y hacer que no siga aquí.

(Continuará)

Fotos: Deleste

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