El pueblo no habla, sino chilla. Su voz no es nítida y fina, sin embargo es un rugido a las puertas de un cambio. Un clamor capaz de unir tantas voces de tonalidades tan dispares. Encontramos un anciano con su respiración pausada, su rostro agradable tostado en el sol de un verano que llega justo a tiempo, dispuesto a reivindicar sus pensamientos y sentimientos. Una madre con su pequeño en brazos y el mayor de la mano, preocupada por la responsabilidad en sí de ser madre, pero encima con su deber moral como ciudadana para acudir a la llamada de la masa, la voz única de la muchedumbre.

En definitiva, un pueblo planteando una opción. Una Vía para reformar de modo democrático una situación social adversa. Pues, aún cuando la clase media resiste el embate sísmico que resquebraja sus cimientos, la necesidad de un cambio se declara vital, se siente en el aire. En los rostros de las personas, la excitación se postra en el rubor de sus mejillas. Si tuvieramos que definir un futuro, quizás no llegaríamos jamás a copar todas y cada una de las necesidades allí reunidas.

Ante esta perspectiva, de nuevo se abren viejas heridas, pequeños enanos que antes vasallos, ahora son repudiados por su pestilencia a corrupción. Insensatos, no se dan cuenta que echan a patadas a uno de su casa, la que permite esa putañería política, la del 3%.

Pero, eludamos todas estas perversiones y distracciones para recalar en la llamada del pueblo. Cuando una marea humana invade las calles más grandes de una ciudad, impresiona, incluso dependiendo del ángulo desde donde la veas, intimida. O eso deben pensar aquellas viejas águilas que lo observan todo desde lo alto de sus montículos, en aquel nido de aves llamado Congreso. Aún así, una masa pacífica intimida pero no muerde, no arde en la pasión de la sangre. Sin embargo, este cisne ya ha cantado por última vez, su voz se la ha tragado el silencio más ruidoso en una noche de la capital.

Un pueblo con un sólo corazón unido y en paz bajo un lema, la libertad. Libertad para votar, el principal derecho y deber de un ciudadano en la Europa democrática. Un camino que se siente caduco, ya que la respuesta a su reclamo debe llegar de dónde, ¿acaso un pueblo debe pedir permiso para ejercer su soberanía? Un pueblo ríe y festeja en su diada con anhelos de cambio, deseos de mejoría, por unos sueños. Pero, ¡ciudadanos! ¿Vuestro grito al viento espera una respuesta política? ¿Cómo un político, el peldaño más erosionado y sucio de toda la pirámide social puede ser el agente de esta respuesta? ¿Quién tiene el poder?¿Qué proyecto existe detrás de una trienio de diadas sin precedentes? Si no es la anarquía la que se apodera de nuestros corazones, ¿quiénes son aquellos que pretenden guiar esta pasión nacional? Nos convidan a un país con nuevas reglas y valores.

A pocos quilómetros de distancia, en las profundidades de un bosque mediterráneo, la noche transcurre sin alteraciones. Existe una vida paralela a la social, aún más crucial, un mundo fuera de nuestras burbujas urbanas que llora por nuestro desprecio hacia él. Llora pero no chilla, por eso hoy seguimos quemando nuestro futuro en un presente insostenible. Y algún día, tal vez, el clamor de nuestros hijos será por la propia destrucción física de la patria.

Entonces, ciudadano llora, pues el porvenir se derrumba ante tus ojos. Nuestro verdadera lucha no es el nacionalismo, la era está quemando todas las selvas del mundo y las casas del mundo se resienten. En verdad, no sólo tratamos un problema de convivencia entre hermanos.

El canto del cisne llega a su fin en el ocaso de este caluroso once de septiembre en Barcelona.

 

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