copa-del-rey-1997-1998

No todos los días se juega la Copa del Rey a un cuarto de hora de tu casa. Otra vez. Hablo de 1998, diez años después de que Solozábal, también a orillas del Pisuerga, le quitara el título al Madrid con aquel triple histórico, al tiempo que le alegraba la Navidad a los aficionados blaugranas. Mi padre, madridista, tuvo que sufrirlo entonces mientras yo lo disfrutaba como un enano (culé). Diez años después, las cosas habían cambiado. Yo tenía 18 y ya empezaba a descubrir lo complicado que resulta combinar la ingesta nocturna de alcohol con el sonido de un despertador que suena a las ocho de la mañana para ir a jugar al baloncesto. Mi padre tenía más barriga, algunas canas y un coche nuevo. En esta ocasión se jugaba en febrero y los dos íbamos al Pisuerga abrigados con la esperanza de ver si nuestro Fórum, con Gustavo Aranzana en el banquillo, era capaz de llegar a la final, sobre todo después de cargarse al Madrid de Bodiroga en cuartos después de remontar diecisiete puntos (lo que pude gritar). Estuvimos a punto de pasar a semis, pero nos quedamos con las ganas. El responsable fue el Pamesa Valencia de Miki Vukovic e Ignacio Rodilla, que nos ganó en semifinales antes de enfrentarse por el título con el Festina Joventut de Alfred Julbe, Andre Turner y Tanoka Beard, verdugos en semis del TDK Manresa de Chichi Creus (que ganaría la liga esa temporada). Aun así, mi padre y yo disfrutamos el partido como si fueran nuestros equipos de toda la vida. Los dos íbamos con La Penya, por aquello de que mordiesen el polvo quienes nos habían dejado sin final. Pura envidia.

Los años noventa habían comenzado con el dominio del Joventut, el angolazo en los Juegos de Barcelona (eso sí, disfrutamos del mejor equipo de baloncesto de todos los tiempos con el Dream Team) y el trágico accidente que acabó con la vida de Drazen Petrovic en una carretera alemana en el verano del 93. La segunda parte de la década tuvo como protagonista colectivo al Barcelona de Aíto García Reneses, que ganó cuatro ligas, cediendo únicamente en la temporada 1997/98 ante el TDK Manresa de Creus. Pero la Copa era otra historia. Equipos como el Taugrés de Marcelo Nicola y Velimir Perasovic, el Estudiantes de Ricky Winslow y John Pinone o el propio TDK habían sido capaces de alzarse con un título. En la final del 98, tanto Festina Joventut como Pamesa Valencia querían pasar a formar parte de esa terna que había sido capaz de subirse a las barbas de los dos grandes. Cinco mil personas llenaban el Polideportivo Pisuerga aquel lunes para ver si la Penya repetía el título conseguido la temporada anterior contra el Cáceres de Manolo Flores y José Antonio Paraíso o si el Pamesa se convertía en el primer club en conseguir ganar el año de su debut en la competición. Cualquier cosa podía pasar en aquella Copa en la que los cuatro cabezas de serie habían sido eliminados a las primeras de cambio.

La final resultó ser una de las más polémicas que se recuerdan. Ya en la rueda de calentamiento se notaba la tensión entre banquillos mientras por los irónicos altavoces sonaba el Don’t speak de No Doubt. El calentamiento (el de los entrenadores) surgió de unas declaraciones de Julbe en las que decía despreciar la manera de jugar del Pamesa, “no me gusta este tipo de basket-tostón”. Para qué andarse con eufemismos. No era el único asunto sensible de aquella edición, que incluso se había visto amenazada semanas atrás por una posible huelga de los jugadores por el asunto de la reducción del número de extranjeros por equipo. Eran los años posteriores a la sentencia Bosman. Los españoles mirábamos cada noche las recién estrenadas Crónicas Marcianas de Sardà y teníamos la optimista ilusión de romper la maldición futbolera en el Mundial de Francia, mientras Titanic llenaba las salas de cine y Aznar andaba de privatizaciones.

Nacho Rodilla, admirador confeso de Juan Antonio Corbalán, llegaba a tierras castellanas como el base más en forma de la liga. Jugó casi todos los minutos de aquella Copa, como el resto de titulares, puesto que Vukovic no era muy amigo de eso que luego hemos llamado segunda unidad. Pero en aquella Copa nunca pasaba nada tal y como se esperaba. Vukovic sacó un quinteto sorprendente, en parte debido a la baja de Reggie Fox tras lesionarse en semis. Lo formaban Rodilla, Víctor Luengo, Aaron Swinson y los dos interiores suplentes, Iñaki Zubizarreta y Albert García, que el año anterior había ganado la Copa en León con el Joventut. ¿Provocación del técnico balcánico? ¿Rotación? ¿Estrategia? A los tres minutos ya estaban en pista los titulares, Timothy Perry y Sasa Radunovic. Por su parte, Julbe puso de inicio en pista a Turner (de su duelo con Rodilla dependía buena parte de la final), en las alas Andy Toolson (primo de Ryan, el ex jugador del Gran Canaria y del Unicaja, y sobrino de Danny Ainge) y Jackie Espinosa, que había jugado dos años en Valladolid a principios de la década, y como hombres altos Dani García y Tanoka Beard, aquella bestia con pañuelo en la cabeza que llegó a ganar dos MVP de la liga.

Antes de empezar, la bocina anunciaba estruendosa el comienzo del minuto de silencio en memoria de Alberto Jiménez Becerril y Asunción García Ortiz, asesinados por ETA el fin de semana anterior en Sevilla. El secuestro de Ortega Lara y la ejecución de Miguel Ángel Blanco aún permanecían en la retina política de todo el país. Nunca antes había escuchado un silencio así. Ni un solo murmullo. Los jugadores de los dos equipos en fila, casi todos mirando al suelo, algunos no podían evitar el balanceo provocado por la adrenalina. Yo miraba a las cabinas de prensa, los periodistas también estaban de pie, y vigilaba de reojo a mi padre para ver si se emocionaba. Entonces volvió a sonar la bocina. Sólo habían pasado 35 segundos.

La final comienza con un inconsciente homenaje de Tanoka Beard a Nat King Cole: salto de inicio a destiempo –demasiado pronto– que regala la primera posesión al Pamesa. ¿Ansiedad? Los valencianos lo aprovechan: primera canasta de Swinson para arrancar el partido. Sube entonces el balón Turner, primer ataque badalonés. Marca jugada, pero sólo es un señuelo: sus compañeros saben que se va a tirar la primera, y saben que será un triple (siempre lo hacía). Y entonces sucede. Lanza el estadounidense y anota en la cara de Rodilla. El duelo está servido.

Al principio todos los balones del Pamesa van a parar a Swinson, que consigue los cinco primeros puntos de su equipo. En el otro bando, al triple de Turner le sigue un 2+1 del propio Espinosa. Llega entonces la boutade de Julbe. Tras el adicional, el técnico verdinegro ordena a Toolson que no baje a defender. Se queda en campo contrario mientras Rodilla sube el balón. El Pisuerga murmulla. Swinson advierte a sus compañeros: hay un tipo solo en el otro lado. Pero no hay tiempo para dudas. El balón llega al propio Swinson, que anota en suspensión. “¿Qué ha sido eso?”, me pregunta mi padre, que al fin y al cabo, era más de fútbol. Julbe lo explicaría después: quería demostrar que a equipos como el Pamesa se les puede defender con cuatro. A vueltas con el basket-tostón.

Los primeros minutos transcurren sin alardes, con igualdad en el marcador, hasta que dos mates consecutivos de Swinson tras robo de balón lanzan al Pamesa (el estadounidense ha metido hasta ahora la mitad de puntos de su equipo). 30-19 con un parcial de 13-2. Tanoka no está cómodo en la pista (falta técnica incluida) gracias a la defensa de Radulovic, no parece la noche de Turner y Espinosa no puede con Swinson, que suma ya trece puntos. El problema es que suma también cuatro faltas en el minuto doce. El Joventut, espoleado por la ausencia temporal del verdugo, reacciona y termina la primera parte devolviendo el parcial liderados por un espectacular Iván Corrales (años después jugaría en Valladolid). 42-41 al descanso para el Pamesa. Suena el Wannabe de las Spice Girls. Y mi padre y yo sacamos el bocadillo.

En la reanudación, Tanoka ajusta el timing y gana el balón para su equipo en el salto inicial de la segunda parte. Los primeros instantes suceden con alternancia en el marcador. El Joventut se coloca en zona. Cada canasta empieza a costar un mundo. Turner coloca un triple, Rodilla le responde con otro. Dos puntos de Espinosa y un mate en contrataque del joven César Sanmartín dejan el partido en empate a 52. Swinson sigue en el banquillo, pero aun así el Pamesa logra una pequeña renta que puede empezar a poner nervioso a los verdinegros, favoritos en teoría, aunque eso no significase nada en aquella Copa. Una canasta de Berni Álvarez pone el 67-58 y obliga a Julbe a parar el partido. Tras el tiempo muerto, vuelve Swinson en el Pamesa y el Joventut se pone con dos bases, Turner y Corrales. No había tiempo que perder. Dos palmeos de Espinosa y Dani García recortan distancias, pero en el campo hay un tipo que está decidido a dar la sorpresa. No parecen pesarle los minutos acumulados ni el peso de la responsabilidad ni tener en frente a Turner: Rodilla ha decido que es su momento. Otro triple más (cada uno de los cuatro que metió fue un puñal decisivo) y un continuo acaparamiento del balón marcando el ritmo que necesitaba el equipo terminan por sentenciar la final.

La afición valenciana empieza a corear el «¡Illa, illa, illa, Rodilla maravilla!”, banda sonora oficial de aquella Copa. Gallina en piel, que diría Cruyff. Mi padre ya está preocupado por cómo vamos a sacar el coche al terminar, “teníamos que haber venido andando”. La final estaba sentenciada. Pero todavía faltaba una última polémica. A falta de 28 segundos, Vukovic pide tiempo muerto con 85-75 en el marcador. Mi padre no lo entiende. Julbe tampoco. El entrenador bosnio explicaría en rueda de prensa que pidió el tiempo para poder sentar a un exhausto Rodilla. En cualquier caso, el Pamesa había respondido a las críticas de Julbe metiendo 89 puntos en la final. Y con aquel primer título de su historia, los valencianos sembraban la semilla que hoy, casi veinte años después, sigue dando frutos en forma de naranjas invencibles que, tras una primera vuelta de la liga perfecta, amenazan con torpedear el perenne dominio de Barcelona y Madrid. Los pucelanos hubiésemos preferido que la sembraran otro año, para así haber podido paladear una final. Pero lo cierto es que nadie se acordaba de eso cuando se anunció el MVP para Rodilla. Sólo quedaba aplaudir al Pamesa y quitarse el sombrero. Y volvérselo a poner, que afuera hacía frío. Menos mal que estábamos cerca de casa.

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