Casi puedo olerlas, sentir su tacto en los dedos. Hablo de las Pump, aquellas botas de baloncesto que a mediados de los noventa empujaron los sueños de muchos a base de apretar una pequeña pelota naranja que llevaban en la lengüeta y transportaba aire hasta una cámara trasera. Eso sí que era un asalto a los cielos. De pronto, uno podía llegar donde sólo llegaban los grandes a cambio de unos pocos billetes. El encargado de promocionarlas fue Dee Brown, jugador de los Boston Celtics (aquí el anuncio en el All Star de Charlotte de 1991). Recuerdo cómo el aire iba rellenando la cámara, lo notabas en los tobillos y el talón. Te sentías más alto, te sentías mejor. Jodida publicidad.

En aquella época la Copa del Rey aún no había descubierto su exitoso formato actual. Se jugaba a lo largo de varios meses, sin prisa. Aquella temporada, la 93/94, se disputaron entre regalos y turrones tres rondas previas de eliminatorias para decidir qué cuatro equipos jugarían en marzo junto al Madrid, el Barcelona, el Estudiantes y el Joventut, cabezas de serie. Partidos de ida y vuelta, un formato similar al que hoy mantiene el fútbol, aunque más reducido. Los afortunados fueron el Coren Orense de Andre Turner y Chandler Thompson, el Unicaja Polti de Nacho Rodríguez y Alfonso Reyes, el Taugrés Baskonia de Pablo Laso y Velimir Perasovic (hoy entrenador vitoriano), que llegaría a la final contra el Barcelona, y el OAR Ferrol del gran Anicet Lavodrama.

La fase final se disputó en dos ciudades: los cuartos en Córdoba, en el pabellón de Vista Alegre, y las semis y la final en el pabellón San Pablo de Sevilla. A la capital andaluza llegaron los cabezas de serie, con la excepción del Taugrés, que eliminó al 7UP Joventut. Los baskonistas se enfrentaron en semifinales con el Estudiantes. Muchos recordarán el susto que dio Marcelo Nicola en aquel partido (uno de mis jugadores predilectos de aquellos tiempos, tres años después ficharía por el Barcelona). Fue en un mate en contraataque, iba solo, sin oposición, pero se desequilibró en el último momento. La caída congeló el ánimo del pabellón. Nicola fue traslado de urgencia al hospital. El propio Manel Comas, entrenador del Taugrés, tranquilizaba a los aficionados antes de empezar la final: “Nicola está como una moto”. Hubo suerte. Pero la baja era sensible. El Taugrés tenía además un ojo puesto en la final de la Recopa, que ganarían diez días después en Lausana frente al Olimpia de Liubliana. Pero primero esperaba el Barcelona de Aíto, que en semis se había deshecho del Madrid de Arvidas Sabonis y Joe Arlauckas gracias a una gran actuación de José Antonio Montero Tony Massenburg. 

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La final fue el domingo 6 de marzo. El Pabellón San Pablo iba a presenciar, sin saberlo, el último trago copero de uno de los más grandes: Juan Antonio San Epifanio. Al año siguiente viajaría a la Copa de Granada, pero no saltó a la pista en los cuartos de final, donde el equipo cayó ante el Anway de Zaragoza, precisamente la ciudad natal desde la que Epi, 20 antes, había viajado a Barcelona para jugar en el club culé. Los del Palau Blaugrana querían hacerse con los servicios de su hermano mayor, Herminio, que puso entonces como condición para fichar por el Barça que contratasen también al pequeño de la familia. Empezó jugando en el Colegio Alpe, enseguida fue llamado por la selección española juvenil. En 1979 pasó a formar parte de la primera plantilla. Era el principio de una trayectoria en la que Epi ganó siete ligas, diez copas del Rey (diez), dos recopas y una copa Korac. Le faltó una Copa de Europa.

Manel Comas puso en pista a Laso, Perasovic, Santi Abad, el puertorriqueño Ramón Rivas y Ken Animal Bannister, una mezcla explosiva entre Schorchianitis y Hervelle. Por el Barcelona, Aíto García Reneses puso para empezar a Salva DíezCorey Crowder, el carmonense Andrés Jiménez (se retiraría al final de esa temporada), Fred Roberts y Massenburg. Laso era prácticamente el único base con el que contaba el Taugrés, era de esperar que el Barcelona, con la dupla Montero-Díez (no jugó Galilea) forzase al hoy entrenador del Madrid para desgastarlo lo máximo posible. La final, tras empezar con retraso por problemas con uno de los aros, arranca con aroma a cuadrilatero. El Barcelona se queda en el primer minuto sin su máximo anotador en la semifinal frente al Madrid. Tras una falta desmedida de Rivas, Massenburg se levanta del suelo y sin pensarlo lanza un jab que impacta en la barbilla del puertorriqueño. Salva Díez trata de convencer al árbitro de que La Tierra es cuadrada, pero Massenburg termina expulsado. Abad se encara con él, pero Jiménez le echa narices para poner paz. Las siguientes jugadas transcurren entre una buena defensa del Barsa y continuas jugadas trabadas. Llega entonces el minuto 9, y Bannister parece haber quedado también para cenar. Se borra de la final con un puñetazo a Andreu. Empate a expulsados. Y faltaba un tercer round: el propio Andreu le pone el codo en la boca a Abad. Siete puntos de sutura como única consecuencia: los dos continúan el partido. Había batalla por delante.

La primera parte es para el Barcelona gracias al dominio en las dos zonas, a un 62% de tiros de campo y a una defensa que deja por ahora al Taugrés en 32 puntos. 40-32 para los culés. La segunda parte empieza con los baskonistas tratando de recortar, pero entre Andreu y Jiménez, uno de los mejores hasta el momento, consiguen mantener la distancia. Apenas hay transiciones, el ritmo es lento. Laso consigue romperlo con un par de transiciones rápidas que colocan a su equipo a cuatro. La grada, del lado del más débil, se viene arriba. Hay partido. Anota Jiménez, contesta Perasovic de tres. Aíto coloca una zona 2-3 y el BarÇa vuelve a escaparse con dos mates consecutivos de Crowder. A falta de doce minutos, los culés vencen 57-48. El Taugrés parece cansado, su rotación es más corta y empieza a notarlo. Llevan todo el partido a remolque en el marcador, aunque el Barcelona no termina de marcharse (Comas lo llamaba la táctica del conejo: perseguir a la presa a cierta distancia, no alertarlo hasta el último momento, para que la víctima no tenga ya tiempo de reaccionar). Perasovic sigue a lo suyo, 19 puntos para mantener a seis puntos a los suyos. Andreu machaca, lleva 16. Llegan los últimos cinco minutos con canasta de San Epifanio, 69-61. Bannister y Massenburg contemplan el final desde la bocana de vestuarios. Canasta de Andreu y 2+1 de Epi. Nueve arriba. La presa parece escaparse, pero dos canastas consecutivas de Perasovic (25 puntos en la final, MVP del torneo) y una de Abad (gran partido) entonan el resistiré. El Taugrés se pone a tres puntos. Faltan tres minutos. Jiménez silencia al público tirando de veteranía. El Taugrés pierde el balón, pero Roberts falla en el siguiente ataque. Rebote para Laso, que corre el contraataque, no hay tiempo. Pero pierde el balón. Trata de recuperarlo presionando a Montero, que bota y bota hasta encontrar a Roberts en la zona. Dentro-fuera con el propio Montero, que mete un triple que sentencia al Taugrés. Comas pide tiempo muerto para rumiar la derrota. En el último minuto sólo quedaba esperar que la final más accidentada de la Historia no añadiese más sorpresas al guion. El Barcelona volvía a conseguir un título nacional después de algunos años de sequía. Y Epi podía levantar la décima. Su última copa.

Aquella temporada el Madrid ganaría la Liga y el Joventut de Obradovic se impondría al Olympiakos en la final de la entonces llamada Liga Europea, que sumada a la Recopa del Tau, cerraría un año redondo a nivel de clubes para el baloncesto español, atemperado por un décimo puesto de la selección en el Mundial de Canadá. Los Juniors de oro aún lo veían por televisión, pero ya faltaba menos para empezar a disfrutar.

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