Fotografías: Lorena Portero

Hovik Keuchkerian, comediante, escritor, poeta, actor y ex-boxeador español de origen armenio.

Es imposible no fijarse en Hovik Keuchkerian Burgui cuando pasea por las calles del madrileño barrio de Hortaleza. No solo por sus 191 centímetros de estatura y su voz profunda y rota. A Hovik, allí, parece conocerlo todo el mundo. Y él parece conocer a cada uno de los vecinos. Para ellos sigue siendo «el chico del gimnasio»; el HK, un centro deportivo que abrió hace casi 19 años. Que sus monólogos los hayan visto millones de personas por Internet, haber filmado cinco películas o haber sido nominado a los Goya como mejor actor revelación por Alacrán enamorado son historias que no le han cambiado. Eso lo corroboran las camareras de la cafetería donde suele desayunar o los hermanos Gómez, que regentan junto a su padre un restaurante cercano en el que Hovik tiene licencia para meterse tras la barra. Tuvo que pasar por el boxeo y ser dos veces campeón nacional de los pesos pesados para descubrir que el de actor es el traje que mejor le sienta. Entre medias, sufrió una adicción al alcohol que superó subiéndose a un escenario para recitar monólogos con altas dosis de poesía, otra de sus grandes pasiones. «Poesía tiene el boxeo… y los toros», avanza. Golpe de campana e inicio de una entrevista de varios asaltos. Se pretendía hablar del boxeador y su mundo, pero se acabó conversando sobre el arte de vivir. Sin perder de vista el cuadrilátero.

Te gustan la tauromaquia y el boxeo. Las fotos de un torero y de un boxeador de juerga siempre van a vender. ¿Fama injustificada?

–La del torero no la conozco tanto; sí que tengo amistad con alguno y sé que se aislan de todo para preparar la temporada y entrenan y entrenan. Flipas. Es como esos actores que se encierran en su mundo para preparar su personaje. La preparación de un boxeador no es que sea dura, para mí es la más completa –fisica, mental y emocionalmente– a la que se puede someter un deportista. ¿Que son golfos? Y te pregunto yo: ¿Es golfo el ser humano? Eso me toca mucho la polla. ¿Qué te importará lo que haga yo? ¿Qué soy? ¿Boxeador, cómico, actor…? Lo que sea: ¿de qué hora a qué hora? Esa es la parte profesional, pública. ¿Qué cojones te importará lo que haga en mi vida privada? Como si me quiero meter un puerco espín epiléptico por el culo. Cállate. ¿Soy educado? ¿me comporto correctamente con mis iguales? ¿Cumplo? ¿Hago mis doce rounds y tú has pagado y te lo pasas bien, haya ganado o haya perdido? Pues eso es. Ahora, te digo una cosa, o te vas de juerga y eres un golfo o boxeas, las dos cosas no pueden ir de la mano. Por lo menos en mi caso cuando boxeaba me dedicaba a boxear, punto. Hasta los 31 años estaba limpio de todo. Me cansa mucho ya esa fama y esa imagen del boxeador golfo. Hace mucho que pasé página en ese sentido. La mayoría de gente que opina sobre el boxeo ni conoce el boxeo [como deporte] ni conoce el mundo del boxeo. Ya no me afecta.

¿Son artes políticamente incorrectas?

–La política es políticamente incorrecta. Lo que sé es que tú ahora mismo te pegas con este señor [señala a uno de los clientes de la cafetería en la que transcurre la entrevista] y dudo que lo vean mil millones de personas en todo el mundo y generen millones y millones de dólares en pay per view. Ahora súbeme a Manny Pacquiao y a Juan Manuel Márquez por quinta vez en un ring. ¡Se para el mundo! ¡De cabo a rabo!

¿Y por qué esa mala fama?

–¿Yo qué sé? No he visto todavía ninguna película biográfica de un boxeador al que le haya ido bien. No vende un boxeador que haya sido campeón y se haya retirado… Interesan las vidas de Tyson, Chávez… vidas de cine, de película. ¿Cuántos deportistas o personajes públicos de cualquier disciplina o arte habrá que se hayan fundido su pasta en drogas, fiestas, putas y demás? Unos cuantos, ¿no? ¿Y dónde sale? En ningún sitio. Ahora bien, Poli Díaz está en una tienda de campaña pasando mierda y es portada de El Mundo. Y yo me pregunto: ¿Por qué? ¿Por qué, tronco? ¿Qué problema tenéis con el boxeo? ¡Si es el deporte más noble que existe! Hay un pibe en alguna parte del mundo que se está entrenando para hacerte daño. ¡Pero lo sabes! Sabes que te va a hacer daño porque tú le quieres hacer daño a él. En el fútbol tú vas corriendo con la pelota, viene un tío por detrás y te hace un traje. Adiós a tibia y peroné, adiós a tu carrera, eso no está en el reglamento. En el del boxeo sí que está que yo te meta una derecha y te quite la cabeza o me la quites tú a mí. Hacer daño va implícito en el boxeo. Hacer daño y que no te lo hagan. «Es que es muy violento». Es muy de verdad, como la vida. Un hombre contra otro, un hombre contra sí mismo, en definitiva.

La vida tiene un gran componente violento. Desde que naces.

–¿Qué es lo primero que haces cuando llegas al mundo?

Hacer que tu madre sangre.

–No, lo primero que haces tú, no tu madre….¡Llorar! Bienvenido a la vida, tronco. Estás flotando durante nueve meses en un lugar de paz absoluta y lo primero que haces cuando ves la luz es llorar. ¿Qué puedes esperar? Mierda. La vida, para mí, es caminar para intentar alejarte lo más posible de esa mierda. Intentar flotar como cuando estás protegido dentro de tu madre. El problema es cuando te atrae. Cuando te tira para allá el lado oscuro.

Hovik se protege durante la sesión de fotos posterior a la entrevista. / L. P. Durany

«La del boxeador es una vida completamente solitaria. Cuando pierde el boxeador, pierde él y cuando gana, ganan todos» / Lorena  P. Durany

 

 –¿Quién no tiene su parte oscura?

–La tenemos todos. La vida y tu conducta te llevan a instalarte en esa parte oscura. Hay gente que tiene la valentía, y digo valentia, de indagar en esa parte oscura, porque te aseguro que da miedo, y hay gente que no. De ahí nace el reprimido, el amargado, el que tiene que estar diciéndole al otro lo que tiene que hacer porque no tiene huevos de vivir como quiere. Parece ser que hay ciertas personas que tienen muy claro cómo deberían vivir los demás.

Cuando comenzaste a pelear y a actuar, ¿qué parte de ti mostrabas? ¿La blanca o la negra?

–Cuando peleaba la única que podía mostrar era la blanca porque estaba absolutamente limpio de todo: entrenaba y competía, sacaba mi gimnasio adelante, cumplía con mis horarios y con mis responsabilidades, estaba en forma, física y mentalmente. No tenía parte negra. La encontré en mi última etapa de boxeador y cuando dejé de boxear, a partir de ahí hasta la actualidad. Me fui al otro extremo, pasé de ser un deportista profesional a ser un dependiente. No me di ni cuenta, me refugié ahí.

¿Por qué?

–Pues no sé muy bien por qué, lo que sé es que era ese tipo de persona que decía: «Yo puedo con todo». «Yo puedo, yo puedo, yo puedo…». Llega un momento en el que la madre naturaleza, que es la más sabia de todas, te dice que no podías. Y estás débil y cansado, eres increíblemente vulnerable. En mi cobardía, me dejé llevar y me refugié en el alcohol, en la marihuana, en el sexo, ¡en comer con ansia! Tenía mucho encima y me fui al lado oscuro, donde más he aprendido. Ahora llevo ocho años entre la luz y la oscuridad. En ese tiempo he conocido a la gente más interesante de mi vida y he descubierto cosas en mí que nunca me habría imaginado. No estoy orgulloso de todas pero no me arrepiento de ninguna. Me conozco mucho más. Veo ahora al Hovik boxeador, con 27, y pienso que no somos la misma persona. Pero sí lo somos, sin duda, la esencia afortunadamente no ha cambiado.

En tu época de deportista en activo llevabas el pelo más corto e ibas afeitado. ¿El cambio de estética está relacionado con esos descubrimientos personales?

–No es un hecho consciente, pero está relacionado. El tema está en que cuando yo estaba bien –que estar bien o mal son conceptos muy relativos– se me veía entero, lúcido, pensaba con claridad. Cuando entré en esa nueva etapa había una parte importante de la cara que estaba tapada. Y [una parte] del cuerpo también porque cogí 30 kilos. Si encima te pones unas gafas, no se te ve. No es buscado. Pero si lo analizas es una forma de taparse, de esconderse detrás de una máscara. Un día me levanté y llevaba unas greñas que parecía Jesucristo alcoholizado, y unas barbacas que no se me veía la cara. Pero fíjate que me ven así encima de un escenario haciendo un monólogo y dicen: «¡Pero si este tío es Sandro, el que va a ir al lado de Viriato!» Una cosa lleva a la otra, nunca sabes donde empieza un nuevo camino.

Y los extras que hacían de romanos, acojonados.

–Eran de Extremadura y muy buena gente. Guardo un gran recuerdo. Con los que no eran especialistas había que tener mucho más cuidado. Con los que sí lo eran, como saben lo que tienen que hacer, eran profesionales, podías trabajar con total libertad. Era muy gracioso: me acuerdo de una escena, en la que tenía que correr 25 metros y cargarme a siete u ocho romanos. Cuando iban a decir acción, digo: «Espera, espera. ¿Yo tengo que chocarme con este de aquí, no?». Y el chaval me dijo que sí. «Vamos a ver. Tenemos seis o siete especialistas y yo soy un animal de bellota. Ponme a otro animal ahí, que no voy a controlar mis kilos, no me pongas a este hombre, ¡que le voy a hacer daño!».

¿Cuánto pesabas en ‘Hispania’?

–Pesaba 116 [kilos].

¿Y el otro?

–El otro era muy chiquitín, pero no es una cuestión de tamaño. Si fuese pequeño pero se tratase de un especialista, de un profesional, sabría cómo recibirme para no hacernos daño. El que no sabía y estaba empezando era yo. Es el especialista el que te protege a ti, no tú al especialista.

En tu carrera en el boxeo, ¿cuándo se jodió todo?

–Se fue jodiendo progresivamente. Si se te acaba la ilusion se te acaba todo y a mí se me acabó, perdí la fe en mi, me cansé. La carrera de un peso pesado en este país es muy complicada. A nivel mundial, muy cara. En España no hay pesos grandes. Es muy complicado entrenar y hay muy pocas veladas. La Federación Española no hace lo que debe y aun así salen campeones. La raza española, si se puede decir, es de fighters, de luchadores.

Los armenios también tenéis fama de peleones.

–Hay grandes luchadores y boxeadores. En todo lo que sea competir, a un armenio lo vas a tener ahí. Los armenios somos una raza de supervivientes.

Hovik Keuchkerian, comediante, escritor, poeta, actor y ex-boxeador español de origen armenio.

Manos de poeta, actor  y exboxeador / Lorena P. Durany

Juntaste las dos cosas. 

–Las debo de tener por genética. En definitiva, todo es pelear. Cuando subo a un escenario no salgo a hacer amigos. El otro día leí una entrevista a Mike Tyson y decía que subía a matar. Me encantaría ver a Tyson actuar en directo.

El que quiera comunicar y quedar bien, está fastidiado. 

–¿Qué quiere decir quedar bien? ¿Quedar bien con quién? ¿Con qué? Siempre digo que un monólogo bueno es en el que se van, por lo menos, diez. ¿Tienes 300 en el teatro y se van diez porque se han llegado a molestar? Ese es el bueno. Si se van todos eres un descerebrado porque no tienes público. A lo mejor acabas siendo un icono para dos, pero nada más. Tiene que haber una parte del público a la que no le guste lo que hagas. Eso viene por filtrar lo que te sale. Por intentar, no solo controlar lo que tú dices, sino también la consecuencia en los demás. Si nace de ti, es verdad. El guión no te puede encadenar.

¿En el escenario y en el ring, pensabas?

–Mi problema como boxeador creo que fue que pensaba demasiado, pero me di cuenta tarde. Tendría que haberme guiado más por el instinto. En el escenario no pienso. Cuando actúo, tampoco. Cuando escribo no pienso. A veces la cabeza es tu peor aliada.

¿Cómo llegó el boxeo a tu vida?

–Me vine a Madrid con 20 y el boxeo llegó después de abrir el gimnasio. Empecé a hacer kickboxing, me gustó y decidí subir al ring a probar la sensación y me enganchó. Probablemente porque me dio mucho miedo, el miedo tiene un sabor especial. Quedé campeón de España y probé con el boxeo porque me enamoré de la técnica, de lo que el boxeo es en estado puro.

Antes de ser ‘fighter’, fue camarero en Alpedrete, bajo la Sierra de Guadarrama. Allí llegaron en 1975 su padre, de etnia armenia, y su madre, navarra «y cosmopolita, de las que se iban al extranjero durante el Franquismo». Hovik tenía tres años y había nacido en Beirut, pero en el Líbano había estallado una sangrienta guerra civil. «Tenía familia armenia por parte de padre en Alepo, pero se han tenido que marchar de Siria, también por culpa de la guerra», comenta.

Abrir ahora mismo un negocio en España con 20 años sonaría a ciencia ficción.

–A no ser que tengas mucha pasta. Yo estoy muy orgulloso, [el gimnasio] es mi bebé. Me costó 48 millones de las antiguas pesetas y tenía 7 en efectivo. Fue un master. Había estado currando con mi padre en el restaurante. De camarero. Nunca he sabido lo que quería hacer pero siempre he sabido lo que no iba a hacer y sabía que no iba a estudiar una carrera. No quería que toda mi vida fuese como cuando vas al colegio. Levántate, dúchate, vete a un lugar donde te dicen lo que tienes que hacer, cómo tienes que ser, cómo has de comportarte. Parar para comer, el recreo, vuelves, te vas a casa, sigues trabajando y así hasta que te mueres.

Depende cómo lo enfoques.

–Yo no quería un profesor o un jefe y una mesa a mi lado todo el día. Lo de abrir un negocio en la actualidad siendo tan joven no sé si sonaría a ciencia ficción, lo que sé es que hubo mucha gente que confió en mi y me ayudó para poder sacar el gimnasio adelante.

¿Eres un anarquista autodidacta?

–No sé cómo definirlo, pero mi padre, que tampoco estudió porque se fue del colegio en el octavo curso de aquella época, me dijo que si no quería estudiar tendría que trabajar. Pues al restaurante. Le tengo que agradecer muchas cosas, pero una de las que más es la capacidad para relacionarme con todo el mundo. Con 17 años llevaba un traje y atendía a matrimonios y familias. Les daba de comer. «Hola, buenos días. ¿Cuántos son?». Esa barrera que puede poner la edad para tratar a alguien yo no la tengo ni para arriba ni para abajo.

¿En qué idioma hablabas con tu padre?

–En armenio. Lo intentó mantener y nos trajo un profesor para que aprendiéramos, pese a que no había muchos armenios en aquella época en Madrid. Era un amigo suyo que se llamaba Arpiar. Mis padres hablaban entre ellos en inglés: yo no lo hablo perfecto, pero lo hablo bien. Tengo el acento de mis padres, no el español. Hice cinco secuencias para Mindscape, que al final se cayeron. Hacía de camarero y era la parte que quitaron porque no querían ver a Mark Strong mamado.

Cine blando.

–[Ríe] ¡Lo que sea! Eso ya no depende de mí. Son los States, ahí ya no me meto. La hice con acento americano y el productor me dijo que la hiciera hablando mi inglés. Nadie diría que era americano, pero tampoco que era español. Fue cojonudo volver a trabajar con Jorge Dorado [el director] y fue la hostia poder trabajar con Mark Strong.

¿Qué te hizo más especial? ¿Un nombre y un apellido tan raros o el carácter de tu madre?

–No lo sé. Lo del nombre ya lo comentaba en un monólogo. Me ha criado mi madre. Mi padre se pasaba el día trabajando. Con él tenía una relación más de respeto, rozando el miedo. Me parezco mucho más a él, pero creo que estoy mas cerca de mi madre. Me gusta más el carácter navarro: mi madre es de un pueblo que se llama Villafranca, entre Tudela y Pamplona. Mi madre no es de esas a las que hay que ponerle una palangana porque empiece a babear con su hijo, nunca ha sido así. Vio Alacrán enamorado y me dijo: «Has estado perfecto». Nada más. Solo una vez. Eso me llenó. Más que suficiente. Mi madre es mi crítica más dura.

Volvemos con las famas. Los del norte tienen fama de cerrados, pero luego son muy joviales y acogedores.

–Y noblotes. Van de frente. Eso es muy grande.

El andaluz serpentea más.

–Va como en la genética. Son mediterráneos. ¡Yo tengo amigos en todos lados, pero el norte me flipa! Y luego soy de lluvia. Dame lluvia, dame gris, dame niebla, eso me inspira de una forma brutal. A mí estos días [señala a su alrededor, la luz del mayo nuevo inunda Hortaleza] me hunden. Cuando llega el verano las paso putas. No tengo arranque ni energía con el sol. Antes sí. Lo que cambia está vivo, ¿no?.

¿Antes es en la época de boxeador?

–Sí, y de joven. Era vivir en la calle, corre para aquí, corre para allá. Fue cambiando, sabes. Ahora abro la ventana y, si llueve, las gotas me dicen cosas. Es como si me hablaran. No he escrito nada bueno con sol. Nada es nada. Cero. Ahora: lluvia, gris, txiri-miri, fresquito… ¡venga!

Hovik Keuchkerian, comediante, escritor, poeta, actor y ex-boxeador español de origen armenio.

«Uno de los problemas de mi vida es saber a quién le doy mi energía, se la he regalado gratuitamente a cualquiera.» / Lorena P. Durany

Taberna, ‘txikiteo’…

–Claro.

Volviendo al boxeo. ¿Sigue el boxeo español sin encontrar el camino?

–Me la pela. Cuando corto, corto. Entreno y doy clases porque me apetece. Sigo enamorado del arte de boxear. Hasta que no convirtamos el boxeo en una industria, en una máquina de hacer dinero, como los demás deportes a nivel profesional en el mundo, no cambiará. Un profesional ha de vivir de su profesión, por eso es un profesional. Aquí es muy, muy difícil vivir del boxeo, por no decir imposible.

¿El estereotipo del boxeador surgido de la clase obrera es cierto o falso?

–Históricamente, vienen de clases sociales bajas. No sé si es una fórmula infalible, pero me resultaría complicado ver a un niño de once años de familia pudiente diciéndole a su padre «quiero aprender a boxear para subir a un ring a pegarme». Yo no lo necesitaba para vivir, quizás por eso no llegué a ser un gran boxeador. Mi carrera como boxeador me costó 15 millones de pesetas. El boxeo fue mi universidad. Me gasté el dinero en mi carrera universitaria.

¿Qué te dijeron tus padres?

–No les hacía ni puta gracia, pero mi padre acabó viniendo. Al loro con lo que me decía mi madre. «El boxeo no se merece que seas boxeador». «No se merecen que tú boxees». Me veía sufrir y eso a ninguna madre le gusta. Cuando gané el campeonato de España amateur, llamé a mi madre y se lo dije. Mi madre respondió: «¡Vaya! Con las ganas que tenía yo de que te dieran una hostia y te quitaran la tontería…». Pasé a profesional y aquí vino la mejor de mi vieja. Me noquea Thierry Ghezouli delante de 9.000 personas en la Cubierta de Leganés, en directo por Vía Digital. Mi quinta pelea como profesional y me tumbó con un directo de izquierda desde atrás. Me levanté tres veces y paró el árbitro detuvo la pelea. Me puse a llorar en el ring directamente. Cuando no existe para ti la posibilidad de que algo ocurra y ocurre, te descentra completamente. Nunca se me había pasado por la cabeza perder. Ni de coña, vamos. Ese día me hice  boxeador. Ese tío es el que más me ha enseñado en la vida, Thierry Ghezouli.

Y probablemente no lo sepa.

–Me encantaría sentarme con él ahora, después de tantos años, y decirle: «Me diste una lección de humildad…» He pensado mil veces en ese hombre. Aquel día no paré de llorar. Cuando llegué a mi casa bajé a la cabina a llamar porque no tenía móvil. Mi hermano le explicó que me habían hecho un K.O., pero que no me habían hecho daño. Mi madre me dijo: «¿Y qué querías, ganar siempre? Anda, vete a casa, date una ducha, métete en la cama y mañana vente a comer». Yo estaba… [jadea] y dejé de llorar. Llegué a mi casa, me senté en el sillón y empecé a pensar que siempre va a haber uno más rápido que tú, mejor entrenado que tú, en mejor momento que tú. Extrapola eso a todo, siempre habrá uno que interprete mejor que tú, que escriba mejor que tú, en definitiva: siempre hay alguien mejor.

Pero no por ello dejes de hacerlo.

–Hice doce peleas más y fui campeón de España dos veces. Ese día decidí irme a EE UU y a Londres. A Alemania. Empecé a entrenar como un boxeador. EE UU era un país en el que yo entraba en un gimnasio y tenía a 15 tíos, 15 negracas, que yo decía: «Me van a matar». Estaba en un gimnasio de Atlanta donde un ring era de los negros y el otro de los chicanos. Y todos querían pelear conmigo porque era el blanquito… español. Ahí empecé a entender qué era el boxeo.

¿Qué es el boxeo?

–A nivel deportivo se resume en una palabra: equilibrio. A nivel filosófico se define en muchas más cosas. Es la vida. El boxeo son desplazamientos, principalmente, en círculos y hacia delante y atrás. Te mueves en círculos, entras a por la presa, tocas y vuelves otra vez para atrás. Cuanto más grande es el círculo más tranquilo puedes estar porque estás más lejos del rival y viceversa. Y luego es anclaje al suelo. No puedes boxear si no estás bien asentado. No puedes vivir. Además tienes que estar alerta pero relajado, atento y fluido constantemente para recibir los menos golpes posibles.

Y es soledad.

–La del boxeador es una vida completamente solitaria. Cuando pierde el boxeador, pierde él y cuando gana, ganan todos. [Se levanta por enésima vez entre risas para saludar a un vecino del barrio]. No me ha cambiado la vida salir en la tele, no en mi barrio. Aquí soy Hovik, ni el actor ni el poeta, soy el chico del gimnasio. La alegría más grande que me llevé con la nominación a los Goya fue la reacción de mi barrio. Esto [el bar donde transcurre la charla] estaba petado. La peña me paraba por la calle, es muy bonito. Me emocionó.

En el país campeón mundial de la envidia es impresionante. ¿Te asustaste cuando te hiciste mediático?

–No y te diré por qué. He llegado hasta aquí viviendo como he vivido, tengo varios frentes abiertos y sigo aprovechando todas las experiencias que la vida me va poniendo delante. Tengo la fortuna de poder disfrutar con ellas: interpretar, escribir o esta entrevista de hoy. No tengo nada que ocultar, vivo para conocerme. ¿Soy más mediático? ¿Que mañana van a hablar? Ya hablan. No voy a permitir que el hecho de ser mediático me condicione. En mi barrio también habrá peña que no me soporte. Tengo la obligación de llevarme mal con determinadas personas. Si determinada gente, me dice: «Hovik, qué bien vas», algo estaré haciendo mal. Has de hacer las cosas bien, bajo tu punto de vista, en relación a tu sensación, a tu estómago, has de sentir, de creer que eres el mejor. Y trabajar.

¿Mejor que Alí?

–¡No! En boxeo, está claro que no. En cualquier cosa que me plantee hacer me considero el mejor. Otra cosa es que sea real que acabe siendo así. Pero tengo que tener la necesidad de creer que soy el mejor. Si me preguntas si soy mejor boxeador o actor, te diré que actor. Sin duda. Y seré mejor todavía, trabajando. He llegado a la conclusión de que, según se dieron las circunstancias, el ring no es mi hábitat natural. Nunca he estado cómodo en un ring, el primer día que me subí a un escenario o me pusieron una cámara delante, estaba como aquí [tranquilo]. ¿Por que? Ni puta idea. Todo ocurre por algo. He hablado con Poli Díaz o Maravilla Martínez y sus vidas eran el ring. Tengo cantidad de notas para un libro que quiero escribir, que hermana el boxeo con la interpretación y con la vida. Hay tal cantidad de nexos… El boxeo me ha enseñado a disciplinarme y a darlo todo.

Keuchkerian expone sus razones durante la entrevista. / L. P. Durany.

En Hortaleza. / Lorena P. Durany.

¿Si fueras ministro de Educación, meterías el boxeo en las escuelas?.

–Metería dos cosas. Que todo el mundo se preparase tres meses para subirse a un ring y tener la sensación de que alguien te va a pegar y sobrevivir. También invitaría a los alumnos a subirse al menos una vez a un escenario para desnudar sus almas en público. Eso es casi más jodido. ¿Qué ocurre? Las consecuencias son diferentes: en un ring te pueden hacer daño de verdad y en el escenario el daño es solo moral.

Pero al actor lo puede destruir el fracaso.

–El fracaso te puede destruir solo si crees en él.

¿Eras cinéfilo antes de que te surgiera la oportunidad de actuar?

–Ni lo era ni lo soy. Veo cine, sí, pero no soy un apasionado, me gusta más hacerlo, vivirlo, que verlo. Cuando me junto con actores y directores y se ponen a hablar de cine suelo permanecer en silencio y escuchar. Mi primera película de Fellini la vi hace tres semanas.

Yo tampoco he visto ninguna de Fellini.

–¡Pero no eres actor! La primera de Lars von Trier fue hace una semana. ¡Porque me la dio [Santiago] Zannou! Me dijo: «¿No has visto Anticristo?».

«¡Pues fuera del rodaje!»

–¡Noooo! ¿Por qué? ¿Por qué te voy a decir que la he visto si no le he visto? Me dicen que tengo un punto a un actor noruego y contesto que no conozco a ningún actor noruego. Veo el cine que me apetece. De BraveheartEl Padrino o Amanece que no es poco te digo los diálogos.

No escoges mal.

–¡Es que tengo buen gusto!

¿Te consideras actor?

–¡Qué pregunta, niño! [pausa] Soy actor. He hecho cinco películas, tengo otras tres firmadas, he salido en series… ¿Me considero actor? No. Me considero un conducto, un camino por el que cuentas cosas, un instrumento. Es que actores somos todos. Tengo amigos que curran nueve horas al día y hacen un papel, llevan toda la vida haciéndolo. ¿Cuántos matrimonios hay que hacen un papel los dos para que los niños no sufran? Se sienta aquí un amigo policía, te enamoras de él y resulta que es antidisturbios. Hace el jefe así [chasquea con los dedos] y se tiene que poner a pegarle palos a una vieja. Luego se sienta aquí y se pone a hablar de filosofía, de sus miedos, de sus dudas.

Por eso es tan difícil andar desnudo por la vida.

–Es arriesgado, pero es súper divertido. Cuando hablas con alguien y te muestras tal como eres, punto. Todo sería mucho mas fácil. Seríamos mucho mas felices.

¿Eres feliz?

–Estoy en ello. No necesitas nada exterior para ser feliz. Ser. Nutrirse de experiencias y de vivencias. No quiero saber quién eres, quiere saber qué eres.

¿Hablas de esto con gente del cine?

–He estado hablando con [Julio] Medem diez minutos sin saber quién era. Me parecía un tío súper majete que iba con su mujer al lado. Cuando me enteré que era Medem me seguía pareciendo un tío súper majete. No empecé a pensar: «Y si hace una peli y me llama». No. Estábamos en los Goya, habían dado los premios y nos estábamos bebiendo un gintonic. Pues encantado. Buen tipo.

Un profesor que tuve en la universidad siempre nos decía que no se podía mezclar la obra con la personalidad del artista.

–¿Cuántos actores son unos fenómenos porque sacan todos sus fantasmas cuando interpretan? Viniendo de Barcelona me estuve leyendo un reportaje sobre [Phillip] Seymour Hoffman. En paz descanse. Por lo que decían sus amigos en el reportaje, la gente que lo conocía bien, era un trabajador nato, una máquina ¡Era un puto desequilibrado! ¡Un genio! Y punto y se acabó. Tendría un corazón enorme y sería un actor enorme, sin duda. Pero él mismo decía que estaba solo. Me sentía en algunas cosas identificado. Artista y arte son palabras que no me gustan. Están sobrevaloradas y quien se define como artista tiene un concepto demasiado elevado de lo que hace. Aunque sea verdad que haces algo que no hace nadie, baja vueltas, que tienes dos pies, dos manos, una cabeza y un corazón, como todo el mundo. He llegado a este mundo de rebote y todavía, en ningún rodaje, me he encontrado con ningún divo.

Quizás muchos rebajan la ‘tontuna’ contigo.

–No voy a decir nombres, pero uno me dijo: «Tienes que entender, Hovik, que algunos se comporten contigo de una forma y luego se comporten de otra». No sé si es verdad: conmigo, o delante de mí, no he visto a ninguno que vaya de divo. He trabajado con Mark Strong y tardas minuto y medio en enamorarte de él. Es educado, correcto, humilde y un crack. En el boxeo pasa igual. Tuve de sparring a Julius Francis, que hacía dos meses que había peleado contra Tyson, y era un top ten mundial sin dejar de ser una persona excelente. En el mundo del cine si se te quiere ir la pinza, se te va. Lo tienes todo. Te llevan, te traen, te ponen un micro, opinas y la gente te escucha. [Susurra] Eres actor. ¿Y?

¿Cuándo te dijo el ego: «Toc, toc, estoy aquí, Hovik»?

–No me ha pasado, que yo sepa. De diez personas que me paran por la calle, ocho me paran por Cocretas. Me siento feliz. No es ego, es orgullo bueno. Me recitan el monólogo: «¡Mi viejo no se corría, mi viejo fumigaba…!». Me hago doce fotos con esa persona. Con mi último libro [Diarios y desvaríos] ha llegado a aparecer un matrimonio de 50 años para que se lo firme. No soy Dan Brown, pero hay un pibe que se ha tomado la molestia de ir un viernes por la noche a donde estás tú para que le firmes el libro. No tienes ningún derecho a no ser correcto con él, tienes la obligación de levantarte. Si estás jodido, se lo dices. El tío dirá: «Es majete, pero ese día le cogí cruzado». A mí la gente me conoce, pero no a ese nivel de no poder moverme por la calle. Si lo fuera no iría el sábado por la mañana a comprar al supermercado si no quiero que la gente me pare. Si me conoce todo el mundo, algo de pasta habré ganado. ¡Coño, que me traigan la comida a casa! ¡Y en vacaciones, vete a Burundi! Los días en los que estoy mal, soy asocial. Me encierro en mi casa y no dejo que se me acerque nadie. El problema es cuando me pasa en un rodaje. Llego y digo: «Buenos días, equipo», y me meto para dentro a hacer mi trabajo. La gente, por lo menos conmigo, suele ser muy respetuosa.

¿Quién es tu psicólogo dentro de la profesión?

–Los compañeros te respetan porque no explicas qué te pasa, pero no ocultas nada. Mi psicólogo siempre ha sido mi papel y mi lapicero, por eso escribo, es una necesidad. Y desde hace tres años, voy a mi propio psicólogo, Javier Muñoz. Me salvó la vida porque salía de una etapa oscura. Uno de los problemas de mi vida es saber a quién le doy mi energía, se la he regalado gratuitamente a cualquiera. Aunque suene feo decirlo, no todo el mundo se la merece, hay gente que se merece un bofetón. Tengo que aprender a filtrar a quién le doy mi buen rollo.

¿Que habrías dicho si te hubieran dado el Goya?

–»Estáis todos locos, no tiene sentido. Es mi primera peli». Con Javier y Carlos Bardem, Álex González y Miguel Ángel Silvestre [en Alacrán Enamorado].  A David Trueba le habían nominado, creo, en 11 ocasiones y no se lo había llevado. Estaban Roberto Álamo, un pedazo de actor, que tampoco lo había ganado, y Javier Cámara con 6 nominaciones y ningún premio. Ellos se lo merecían [los tres se llevaron galardones]. Yo no. Si tiene que llegar llegará. Lo que me hizo ilusión fue ganar el premio de la Unión de Actores, donde votan los compañeros. Ese sí me lo dieron. Me subí al escenario y dije: «Hovik no ha podido venir a recoger el premio porque está en casa fumándose un trocolazo de marihuana así» [estira las manos]. ¡1.400 personas partiéndose! Imagínate; el presentador decía: «Premio a Antonio de la Torres, sube a recogerlo no se quién porque Antonio está rodando y no ha podido venir…». Hubo cuatro o cinco así. Como no me esperaba que me lo dieran, dije eso. Luego hablé de eso que hemos comentado, de la necesidad de subirse a un escenario por lo menos una vez en la vida. No hablé de política ni de Wert.

¿Te molesta que se hable de política en unos premios?

–Cada uno tiene derecho y libertad para hablar de lo que le salga de los cojones.

¿Te molestó que el ministro no fuera a la entrega de los Goya?

–Lo contesté en La Sexta y no lo pusieron: no pierdo el tiempo en pensar en lo que haga o deje de hacer el ministro de Cultura. No tengo la obligación de posicionarme políticamente con nadie. Para mí la política ni es roja ni es verde ni es azul. Es marrón, que es el color de la mierda. Si el futuro social, económico y político de este barrio estuviera en manos de este barrio, podría subir al último piso del edificio y pedir explicaciones al jefe y me las podría pedir él también a mí. Habría esa cercanía, ese concepto de grupo, de familia. Pero resulta que 25 señores trajeados a los que hemos votado –bueno, yo no he votado jamás– y que tienen a otros 20 tíos aún más trajeados por encima de ellos a los que no ponemos cara… ¿van a decidir mi futuro? ¿Se van a preocupar por mí? Yo no me lo creo. Todo son intereses y pasta.

Acabas de rodar ‘Justi&Cia’. ¿De qué va?

–No hemos estrenado aún porque no tenemos distribuidor, pero es la película con mayúsculas. Te voy a hablar de ella: a un chico que se llama Ignacio Estaregui, con 34 años, le echan del trabajo y cuando va a la oficina de la productora en la que trabajaba se la encuentra cerrada. Hablamos de alguien que siempre ha querido dirigir una película, desde niño. Llega a su casa y se le ocurre una historia para hacer una película. La vida te pone preguntas delante. Debes tener los huevos para, al menos, buscar la respuesta. «¿Hago la peli? Si no la hago ahora, no la hago nunca». Y la hace. Hipoteca su casa. Estaregui tiene diez años por delante para pagar la película. Contactó con Álex Angulo y conmigo y nos flipó el guión, es mi primer título como protagonista. Bueno, junto a Álex Angulo se es coprotagonista porque ese hombre es muy grande.

Buen profesor te pusieron.

–Antes de leer el guión, cuando vi que salía Álex, pensé que solo con un plano en el que apareciéramos los dos ya teníamos peliculón. Ese hombre es un ángel de Dios, aprendí muchísimo a su lado. Justi&Cia es un Don Quijote-Sancho pasando por Arma Letal y Un Día de Furia. Aún no la he visto montada, pero me dicen que es un cañón. La película defiende que en este país sobra gente. Los personajes quieren eliminar a esa gente del tablero y empezar un nuevo sistema. Donde haya libertad y respeto. Encarno a un exminero que pierda a su padre y a su hermano porque nuestra galería se derrumba. Alguien había empezado a construir una paralela a la nuestra para pillar una subvención. Justino, el protagonista, va a juicios y a juicios, pero nunca le hacen caso. Un día empieza a ajusticiar a la peña. Un español medio o se va a sentir identificado con Justino o con Ramón [el personaje de Angulo].

¿Cuándo se verá en la gran pantalla?

–Ahora Estaregui va a las productoras y distribuidoras y les muestra la película. Está hecha y solo tienen que ponerla en los cines. ¡Y le dicen que no!

¿Porque el argumento es incómodo?

–No, porque no se apuntan ningún tanto. Si no están desde el germen, no la quieren. Imagínate que la peli peta, ¿qué mérito te llevas tú? ¿Haberla distribuido solamente?

Es una mafia entonces.

–Cualquier cosa que mueva pasta en este mundo es mafiosa. Ahora, tú me das por el culo a mí, mi hijo lleva seis meses sin comer leche ni magdalenas porque tú has subido el agua, el gas y el teléfono. Mientras, mi jefe nos ha tenido que bajar el sueldo un 25% porque si no cierra la empresa. Mi hijo no puede ir al colegio que a mí me gustaría, pero el tuyo sí. El tuyo va a un colegio en el extranjero en el que va a aprender tres idiomas. Tú mueves todo el cotarro para que tu hijo, con los hijos de tus amigos, cojan las riendas. Todos tenemos que saber dónde está nuestro lugar en el mundo y sin duda cada uno tiene el suyo: eso está bien si el de arriba no machaca al de abajo. Pero si tú utilizas tu situación de poder para actuar con violencia y tenerme subyugado y sometido no me puedes pedir que me enfrente a ti con las leyes que te has inventado tú, que has diseñado tú. Tú sabes dónde está el hueco y además tu abogado es de Cambridge. Y es mucho más listo que el mío. ¡Y, además, tú juegas al golf con ese juez! ¿Todavía tengo que ir a un juicio a que te rías en mi cara cuando todos saben que tengo la razón? Puedes fallar, pero no reírte de mí… Violencia la que utilizas tú conmigo y si es al revés, soy yo el violento.

¿La violencia no lleva a un callejón sin salida?

–Puede llevar a un reinicio, a empezar de cero. Pero aquí no va a pasar nada. Estamos en un país que sale a la calle cuando baja el Betis. Los bares están llenos los viernes y los sábados por la noche. El lunes todos a llorar cuando te has gastado 60 euros en copas. ¿Me lo puedes explicar ganando 800 pavos al mes? ¿Te pasas la semana comiendo chopped? La crisis es mentira, es la nueva forma de vivir, una manera más de tenernos cogidos por los huevos.

Ahora que mencionas el embutido. ¿Viste las últimas promociones de Campofrío de las pasadas Navidades?

–¿Pero qué parte de España se muestra? Que conste que para mí es el país para vivir. Madrid mola para vivir. Es mi ciudad. Si quieres vivir como Alemania, sé alemán. Siéntate en el ordenador de siete a tres y cómete un sandwich. No sé si estamos condenados a este destino. Pero mira, a nivel deportivo funcionamos. Con la peor planificación del mundo.

Y los directivos más chorizos.

–Y siguen ahí. ¡Pero es que yo lo haría! Robas 1.000 kilos y no te pasa nada. Me río de los que han robado 1.000 y les pillan porque roban otros 1.000. ¿Qué más quieres? Si le quito un millón de euros a alguien vivo diez vidas con ese dinero. No me creo las tertulias en las que sale gente hablando de la situación económica del país. ¿Por qué no pones a este señor de la calle?

El exboxeador tiene decoradas las pareces de su gimnasio con carteles de los púgiles más míticos. / L. P. Durany

El exboxeador tiene decoradas las paredes de su gimnasio con carteles de los púgiles más míticos. / L. P. Durany

Ríete tú de la violencia del boxeo.

–El boxeo no tiene violencia. Es un deporte que consiste en pegarse y que no te peguen. Es inteligencia, insisto; es equilibrio.

¿Nunca te llamaron para jugar a rugby? Es la misma filosofía.

–Pero en equipo. Tengo muchos amigos que juegan. Alguna vez me han llamado, pero ya no soy un hombre muy deportista [ríe].

¿Qué debe ver alguien para engancharse al boxeo?

–Cualquier combate actual. Si me pongo en plan purista a Alí, Ray Sugar Robinson, LaMotta, Rocky Marciano, Jack Dempsey, Jack Johnson… Te diría que de entrada te vieras a Ray Jones Jr, el amo de la historia del boxeo. Lo que pasa es que, a partir de ahí, todo te parecería corto, por debajo. Nació para boxear, era un destructor. En directo, lo que quieras. No se te olvida nunca. Todos lo que hablan mal, no han ido. Cuando uno ve una velada en directo, ve diferente el cine de boxeo. Es muy complicado que en una película se retrate el combate como realmente es. Lo que no se olvida es el ruido, el silbar de las hostias, las que llegan y las que no. Una velada, si hay un título de por medio, es catártica. Es incluso sexual. Mucho. Dos tíos en forma pegándose tortas.

¿Y si se pegan dos mujeres?

–No suelo ver mucho boxeo femenino y te aseguro que soy de todo menos machista, pero no me suele gustar ver a dos mujeres boxear y eso que hay grandísimas boxeadoras. Debo estar acostumbrado a ver a hombres. Fíjate, ellas son más sutiles que nosotros boxeando. Una mujer nunca intentará pegar una hostia muy fuerte para que se oiga mucho. Son más metódicas, más técnicas, harán justo lo que el entrenador o entrenadora les diga. En cambio, a un chaval le pones la mano. Le has explicado lo que tiene que hacer, pero se le olvidará todo. Intentará pegar lo más fuerte que pueda. Irá a destruir. Somos así.

¿Aun así te gusta el cine de boxeo?

Cinderella Man me encantó. No pegó el petardazo que debería, pero creo que refleja muy bien lo que es la vida de un boxeador de aquella época. Alí no me gustó. Will Smith salva una película que creo que está muy montada. Era el personaje, tienes que conocer muy bien la vida de Cassius Clay, saber que ha sido el deportista más grande de todos los tiempos. Toro Salvaje y Rocky me flipan. En Rocky los combates son mentira porque en el primer asalto Stallone se lleva ochocientas mil hostias. Con dos ya le hubieran tumbado. Pero mola la historia que cuentan. De Alacrán Enamorado me encanta que el boxeo sea el único reducto de paz de la película. Solo hay paz donde está Pedro [su personaje] y Pedro siempre está en el gimnasio. Es el único tipo de la película que está feliz con su vida. Ya ha superado su infierno y solo necesita su gimnasio, sus chavales y a Carlomonte [el papel que interpreta Carlos Bardem, un entrenador del gimnasio de Pedro]. Zannou y yo nos propusimos que cuando saliera Pedro la película relajase. Y lo conseguimos. Lo que no logramos es que la gente fuera al cine. Queríamos que fuera un Mesías de barba y greñas, que mostrara el camino.

¿Te inspiraste en Clint Eastwood en ‘Million Dollar Baby’?

–La he visto hace un mes. Me gustó mucho. Todo el mundo me decía que era muy dura y como tengo esa relación de amor-odio con el boxeo no quería que me dejara tocado una semana. En la manera de entender el boxeo, mi personaje tira más hacia Morgan Freeman que hacia Eastwood. Clint es el fracasado, el que no ha conseguido tener un campeón. Freeman sabe que tiene un problema con el juego y sabe que su casa es el gimnasio, se mira a la cara. Pedro está más cerca de él que de Clint Eastwood. Y Carlomonte, que también vive en el gimnasio, en cambio, está más cerca de Eastwood. En Alacrán Enamorado se cambian los papeles. Veía al personaje de Carlos Bardem y se me derretía el alma: yo he estado como él.

¿También te identificas con Carlos Bardem a nivel personal?

–Tardamos cinco minutos en hacer hermandad. Si te quedas con la imagen que da en el Twitter y en los jardines en los que se mete, entiendo que haya mucha gente que no pueda ni ver a Carlos Bardem, pero es un hombre con una cabeza y una cultura, un tesón. Tiene energía: es un hombre que cree en él y en su discurso.

Transmite sensación de ser muy libre.

–Eso en este país no te lo perdonan. Que seas libre, hagas lo que quieras y que, al final, lo digas. Eso molesta porque tú no lo haces y te molesta que venga alguien y te lo restriegue. Yo no te lo he restregado, me lo has preguntado tú. ¿Usted qué hace? Lo que me sale del nabo. Cuando sale bien lo celebro y cuando sale mal lo lloro. Pero no te molesto, así que no me molestes tú a mí. Ya no te vale con no vivir tu vida, ademas quieres que yo viva la mía de la manera que tú dices. Tu paz pasa porque yo viva como tú dices, manda cojones… Si tú utilizas tu día para ti y no para joder a los demás, verás como todo empieza a ir bien. Si sabes quién eres y estás tranquilo, podrás ayudar a los demás. No parte nada bueno de no saber quien eres. Si Carlos Bardem va de algo, va de Carlos Bardem. Yo soy Hovik, ¿qué problema hay? [Carlos] Se prepara mucho su curro. Hablad, hablad, que yo voy por mi camino. Hay dos tipos de personas, las que hablan y las que hacen: yo soy de las que hacen.

¿Has rechazado algún proyecto como actor?

–Alguno de televisón y alguno de cine. Si no me gusta algo no lo hago. Y si lo hago es porque recibo una gran compensación, es decir, pasta. Al igual que, si me apasiona [el proyecto], la pasta pasa un segundo término.

Y ya no pagan esa pasta.

–No, no lo pagan. Me embarcaré en los proyectos que me apasionen o que me paguen bien, y si no hay, pues mi gimnasio con mi gente, feliz. No se me caen los anillos. Me adapto.

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