Miente Raúl Plascencia cuando asegura que los “editores y colaboradores” de Reforma hemos lanzado una “campaña de desinformación y desprestigio” en su contra. Que mejor explique de dónde salieron los 20 millones para su nueva casa o enumere los organismos “afines” a los que entregó fondos de una partida de 176 millones de pesos.

El 20 de octubre Reforma publicó una investigación hecha por Ernesto Núñez sobre la nueva residencia del ombudsman. Su valor estimado es de 20 millones y está a nombre de la esposa. Al día siguiente un funcionario de la CNDH envió una carta donde en tres ocasiones habla de una “campaña de intimidación” fruto de “revanchas políticas” que ponen a Plascencia y a su familia como “blanco de la delincuencia”. Ese mismo día Plascencia lanzó ideas similares en el noticiero que conduce Óscar Mario Beteta en Radio Fórmula. Su principal protectora en la sociedad civil, Isabel Miranda de Wallace, se ha sumado a la tesis de una “campaña sistemática” de quienes ven a la CNDH como un botín.

Es una defensa con la solidez de una burbuja de jabón. En ningún momento Plascencia desmiente la información, tampoco esclarece el costo de la casa o los ingresos de su esposa, ni hace públicas sus declaraciones patrimoniales (no está obligado legalmente pero es indispensable dada la gravedad de la acusación). Plascencia imita a una larga lista de corruptos ilustres que nos regalan cubetas de saliva en lugar de evidencia documentable.

Con los ingresos conocidos de la pareja no alcanza para una residencia tan cara. Plascencia salió adelante por los esfuerzos de una madre enfermera e hizo toda su educación en escuelas públicas. Migró al Distrito Federal para inscribirse en la UNAM y empezó a trabajar como Técnico Académico Auxiliar, en el Instituto de Investigaciones Jurídicas. Luego llegó a la CNDH invitado por José Luis Soberanes. Por aquellos años conoció en Iguala, Guerrero a la que sería su esposa que tampoco tiene fortuna familiar. En síntesis, se antoja muy difícil que hubieran podido ahorrar los 20 millones. Hay otras opacidades en la gestión del actual ombudsman.

La CNDH es el organismo público de derechos humanos más rico del mundo. La partida dedicada a mantener relaciones de colaboración con “organismos afines nacionales e internacionales” ha tenido una evolución curiosa durante los cinco años que Raúl Plascencia ha sido el defensor de derechos humanos. En el quinquenio ha ejercido unos 176 millones, pero casi la mitad (85 millones) se concentran en 2013 y 2014. ¿A dónde fue el dinero?

Raúl Plascencia oscila entre la arrogancia y la inseguridad. Persigue con determinación un lugar en los presídiums del poder, pero evita situaciones en las cuales pueda ser cuestionado. Su currículum vitae de 2013 (tomado de su página en Internet) tiene 105 cuartillas de autoelogios y ambigüedades incomprensibles (no establece con precisión los años en los cuales hizo estudios). Esta personalidad explica que no se presentara personalmente a presentar su candidatura (los demás sí lo hicieron).

En su lugar fueron, como mandaderos, los presidentes de las comisiones de derechos humanos del Estado de México, Jalisco, Puebla, San Luis Potosí y Sinaloa. Llevaban 13 cajas que contenían las firmas de apoyo de 2.650 organismos, instituciones e individuos. La Comisión de Derechos Humanos del Senado todavía no sube estos textos pero valdría la pena ver cuántos de esos organismos recibieron algún subsidio de la millonaria bolsa a disposición de Plascencia. ¿Estamos acaso ante un “maiceo” derechohumanista”?

El forcejeo en el Senado es feroz y con razón dada la tragedia humanitaria que aqueja a México. Por ello, es indispensable que las y los senadores piensen sobre todo en lo que necesitan las víctimas. Raúl Plascencia ya ha demostrado ampliamente su falta de compromiso y sensibilidad. Falta saber la probidad con la cual manejó sus presupuestos. Esperemos que mañana jueves algún senador le pregunte sobre la residencia de 20 millones de pesos o sobre el porcentaje de los 176 millones que tal vez dedicó a comprar la voluntad de comisiones estatales y organismos civiles. Urge fiscalizar mejor a los organismos autónomos.

Ni Reforma, ni el que escribe, ni otros columnistas tenemos una “campaña” contra Plascencia. Hacemos, eso sí, preguntas incómodas que, al carecer de respuesta, me permiten afirmar que México tiene un ombudsman que armoniza con nuestra vida pública: huele a corrupto.

Con la colaboración de Maura Roldán Álvarez y Clementina Chávez Ballesteros

página web del autor: www.sergioaguayo.org 

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