No sé cuándo, pero aquí un día hubo una librería viva. Con un señor o señora que levantaba la persiana y hacía pedidos y recibía cajas de libros que abría con un cúter viejo. Es posible que también vendiera prensa y que atara con un cordel todos los periódicos, a eso de las ocho de la tarde, igual que esos fruteros que recogen la mercancía caducada: las peras, las fresas o los tomates, que son productos que merman con facilidad. Observo desde fuera Marineda e imagino cómo fue la vida ahí dentro. Ahora sólo es un local abandonado. El rótulo de la fachada es el único soporte vivo que le queda, su última memoria.

Los datos indican que en España se cierran 2,5 librerías por día. Quizá ésta sólo represente el 0,5 porque parece una librería pequeña y familiar. La librería de la señora y el señor Marineda. O igual le pusieron ese nombre por una hija. Quién sabe. Son sólo especulaciones. Lo que importa es que durante un tiempo fue suficiente para que una pareja de provincias viviera sin lujos pero con decencia, dispensando libros, periódicos, revistas y, seguramente, algunas postales y chucherías al personal.

La librería Marineda tiene un aspecto decadente pero sencillo. Verla así es constatar que ha viajado mal en el tiempo, a trompicones, sin haber sabido adaptarse a las necesidades de sus clientes y a los caprichos y fórmulas impuestas por el mercado. Es cierto que no parece que fuera un lugar cool, sino más bien una tienda que se quedó anclada en los ochenta. Pero esto son sólo imaginaciones mías, igual Marineda fue un local muy vivo, frecuentado por grandes lectores (aunque no los suficientes) y gente de la cultura. Un espacio para la palabra y el silencio que hacía de contrapunto en esta calle llena de bares.

Intento preguntarle a alguien, pero es domingo a mediodía y hay poca gente por la calle, así que decido subir hacia la Plaza Mayor y seguir caminando hasta encontrarme de frente con el mar. El espacio se abre, el sol calienta. Me siento en una terraza y pido un ribeiro. Desde aquí puedo disfrutar de las vistas del puerto. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que Marineda no es el nombre de ninguna familia, ni de ninguna niña triste de provincias, sino que es el espacio mítico que Emilia Pardo Bazán inventó, como García Márquez hizo con Macondo, para escribir novelas sobre A Coruña, su ciudad natal. Marineda, un mundo imaginario y una librería, enterrados por el tiempo.

@cercodavid

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