Al pensar en las Maldivas, a todos nos suele venir a la cabeza un montón de islas con aguas cristalinas y playas paradisíacas; un entorno de ensueño para pasar unas vacaciones disfrutando de la playa, del sol y de la naturaleza o viendo el atardecer tomando una buena cerveza. Pero no todo es como pensamos, y seguramente lo que tú tienes en la cabeza es un resort privado de las Maldivas, pero… ¿Cómo son realmente las islas habitadas por locales y cómo viven sus habitantes? La realidad de las maldivas es otra y a veces esconde un lado no tan paradisíaco.

¿Sabías que la población de las Maldivas son en su gran mayoría pescadores, que las mujeres no pueden nadar en bikini, que el alcohol está totalmente prohibido o que en el aeropuerto te pueden quitar un souvenir solo por tener apariencia de Buda?  (está totalmente prohibida la entrada al país con símbolos religiosos que no sean islámicos). Es más, qué pensarías si te dijese que en las Maldivas no hace mucho que condenaron a cien latigazos a una niña de quince años después de ser violada por su padastro, acusada de mantener relaciones extramatrimoniales o que desde el año pasado se ha reimplantado la pena de muerte para menores. Pues eso también son las maldivas, realidad muy alejada de lo que perciben los occidentales ricos que se hospedan en resorts privados de lujo.

Las Maldivas están formadas por 1190 islas coralinas –la gran mayoría de ellas deshabitadas- agrupadas en 26 atolones. Es el país más bajo del mundo, con una altura máxima de unos 2 metros, hecho que ha creado una gran concienciación sobre el cambio climático, ya que consideran que serán el primer país en desaparecer. De hecho, el gobierno desde hace ya bastantes años está guardando cuantiosos fondos para poder comprar tierras en otro sitio cuando esto ocurra (Sri Lanka, India y Australia son candidatos) .

Las Maldivas tienen un aeropuerto sorprendente, que ocupa la totalidad de una isla larga y estrecha, y cuando aterrizas no puedes evitar pensar en si los frenos del avión van a hacerte parar a tiempo antes de caerte por el otro extremo de la isla. Cuando sales del aeropuerto lo primero que ves y que llama clamorosamente la atención es la capital: Malé. Desde lejos recuerda mucho a las típicas imágenes televisivas de Manhattan, pero en pequeño; es decir, una isla repleta de rascacielos hasta el borde de la costa y que da la impresión de que en cualquier momento va a desaparecer debajo del mar por culpa del peso de los edificios. Malé tiene una de las densidades de población más altas del mundo, y no tiene ni un palmo de tierra sin construir; las calles son de una sola dirección y de un solo carril siempre repletas de coches. La mayoría de mujeres llevan coloridos pañuelos islámicos y tiene una población muy occidentalizada, nada que ver con el resto de islas del archipiélago maldivo. La gente es muy atenta con los visitantes; las Maldivas son ricas gracias básicamente al turismo, y eso se nota en el trato con la gente de la capital. La otra industria del país y casi único sustento hasta la llegada del turismo es la pesca, industria en la que trabaja la mayoría de la población. Con todo la riqueza de las Maldivas está muy mal repartida y el 40% de la población vive con menos de un dólar al día.

Todo el transporte en las Maldivas se hace a través de ferris regulares o en barcos privados. Mención aparte merecen los hidroaviones, únicamente utilizados por el turismo de lujo para desplazarse entre islas. Un ferry cubre la ruta entre el aeropuerto y la capital Malé.

Malé

Malé

Las verdaderas Maldivas

Desde hace tan solo un par de años, se ha autorizado a la población local  abrir algunos pequeños establecimientos para alojar turistas en sus propias islas, oferta que atrae sobre todo a mochileros; antes los turistas solo podían ir a las islas resort, islas totalmente privadas, en manos de touroperadores turísticos internacionales que las compran o alquilan y sin ninguna conexión con la población local.

Una visita a tres de las múltiples islas que componen el atolón ya nos dejó entrever una idea clara de lo que son las Maldivas. La primera visita fue a Guraidu, una minúscula isla de pescadores, desde el centro de la cual ves el mar a los cuatro costados. En toda la isla no hay ni un solo bar o cafetería y si la visitas tendrás que hacer todas las comidas en el hostal donde te hospedes. La gente de la isla es muy desconfiada y parece querer evitar a los turistas y la mayoría de veces ni siquiera devuelve el saludo. Todas las mujeres van con el velo islámico y vestidas de negro de arriba abajo. La verdad es que desde nuestro punto de vista occidental supone un fuerte contraste en un lugar tan tropical, con calor todo el día y playas que parecen sacadas de una postal ver a sus mujeres cubiertas de negro de arriba a abajo. Aunque en esta isla solo nos bañamos en un remoto lugar, cruzando por el agua hasta un islote, donde nos habían indicado que no había restricciones sobre vestimenta, no tarda en venir un señor trajeado y con mocasines, que cruza por el agua sumergiendo sus zapatos de domingo para avisarnos que había habido quejas y que nos debíamos tapar, señalando a mi compañera que iba en bikini y a la que ni siquiera mira. Nos quedamos sorprendidísimos, ya que desde donde estábamos no se veía absolutamente a nadie, evidentemente nos vestimos y volvimos al hostal. Cuando cae la noche se puede ver a uno de las animales más sorprendentes del mundo, el murciélago gigante o zorro volador, animal que tiene una envergadura alar de más 1 metro y que por suerte sólo come fruta.  Ver pasar volando en plena noche a este magnífico animal se convierte en un espectáculo inquietante.

 Otra curiosidad de la isla es que, si bien en apariencia hay apenas un par de tiendas con algunos productos de comida y productos básicos de consumo local, la llegada de un pequeño barco lleno de turistas (una treintena como mucho) que pasa regularmente por la isla, cambia de repente una de las calles de la localidad, y ésta se ilumina y se convierte en una calle comercial; donde había lonjas oscuras ahora hay tiendas llenas de souvenires carísimos para los visitantes. La calle volvía a estar totalmente a oscuras media hora después cuando el barco se iba y ya no quedaban compradores.

Maafusi es otra de las islas locales maldivas, y en esta, aparte de haber bastantes pescadores, también existe una incipiente industria turística local con algunos restaurantes y algún que otro hotel. Hay una playa autorizada para turistas que está cubierta de un lado a otro con un biombo de madera que la cubre por completo de la vista de los locales. En el resto de playas que quedan fuera del biombo un cartel avisa de que está prohibido que las mujeres estén en bikini. Esta es una de las islas pioneras en el turismo local (el turismo de resorts de lujo es ajeno a la población local ya que los complejos están en islas privadas) y la gente es amable y simpática. El contraste entre los hombres y las mujeres de la isla es brutal, ya que si bien los hombres jóvenes visten con camisetas de Bob Marley, de grupos de rock y llevan el pelo largo y pendientes, todas las mujeres, inclusive las jóvenes, visten con túnicas negras, velos y no tienen ningún tipo de contacto con los turistas. Todos los trabajos relacionados con los visitantes son realizados por hombres y a las mujeres solo se les permite ejercer funciones relacionadas con el cuidado del hogar quedando rezagadas a un segundo plano desde el punto de vista social. Como curiosidad, en la isla también hay una prisión y un centro de menores que ocupan buena parte de esta.

Biombo

Finalmente por último visitamos Gulhi, otra islita con un par de guesthouse y una pequeña playa con biombo donde no hay más de media docena de turistas. Los habitantes locales como en las otras se dedican a la pesca y al caer la tarde descansan en sus hamacas a la sombra de las palmeras pasando el rato hablando, eso sí, por un lado los hombres y por otro las mujeres, que siempre bajan la vista indiferentes ante nuestro paso.

Las Maldivas nos dejan una sensación agridulce. Si bien es cierto que es un auténtico paraíso, con playas de agua cristalina, cocoteros y mucho sol, donde puedes nadar con enormes mantas raya y cientos de espectaculares peces tropicales, la sociedad Maldiva esconde realidades macabras y propias de otro tiempo. Es una sociedad muy cerrada y restrictiva, además de muy discriminatoria con la mujer. La sensación de control social entre la población es muy alto, con una visión del islam muy radical, que incluye la aplicación de la Sharia (ley islámica) con penas muy duras, incluida la pena de muerte, por delitos relacionados con la renuncia al islam o la homosexualidad -este pasado verano dos turistas fueron arrestados y encarcelados durante un tiempo por prácticas homosexuales dentro de su casa después de la denuncia de unos vecinos-. Incluso los niños pueden ir al corredor de la muerte después de la suspensión por parte de las autoridades del país de una moratoria de 60 años que suspendía la pena capital. Este destino paradisíaco, que se independizó del Reino Unido en 1965, tiene otra cara y es la que la convierte en uno de los estados más represivos y que más violan sistemáticamente los derechos humanos del mundo según varias ONGs.

Maldivas

 

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