Jorge Fernández Díaz se ha pasado toda la legislatura exhibiéndose como un franquista orgulloso. Su visión política, religiosa y social de España y Europa es puramente franquista. El ministro de Interior es de los que creen en contubernios judeomasónicos y bolcheviques para acabar con las esencias de la nación pura y casta en la que vivimos. Es fácil imaginárselo en la cama, vestido con un pijama de rayitas azules y sudoroso como animal a las puertas del matadero, mientras Pablo Iglesias se cuela en sus peores pesadillas para sentarse en el trono de Rajoy. A buen seguro que tiene un crucifijo o un brazo incorrupto de Santa Teresa a mano para semejantes trances. Para Fernández Díaz cualquier tiempo pasado fue mejor. Hablo de esas épocas en las que a la derecha no le hacía falta colgarse la etiqueta de liberal (¡pero si el liberalismo es el mal de las naciones!, debe pensar el buen ministro) para parecer honrada. Rendir cuentas a comisiones, parlamentos y medios de comunicación debe ser muy tedioso para el mejor seguidor del gran consejo que le dejó Franco a sus compatriotas: «Haz como yo y no te metas en política».
Las intrigas de palacio, para los cobardes; este ministro es un hombre de acción. Solo hace falta repasar su lista de servicios prestados en estos cuatro años y medio, cuando por fin se le recompensó con un ministerio después de tanto tiempo de fidelidad a la obra del PP. Para un político prehistórico como él, lidiar durante décadas con los nacionalistas catalanes en el Parlament sin poderlos encerrar en el castillo de Montjuïc por alta traición debía ser tan desagradable como desatascar el váter de una discoteca. Pero Fernández Díaz es de los que piensan que un patriota no puede permitirse el lujo de tomarse días libres, puentes ni vacaciones. Nos ha protegido de los comunistas bolivarianos que rodearon las Cortes con peligrosas pancartas y camisetas. Nos ha protegido de los terroristas que quieren asaltar nuestras fronteras disfrazados como refugiados. Ahora nos protege de los independentistas que quieren descuartizar la piel de toro en la que hemos tenido la suerte que nacer utilizando todo el poder de su ministerio para inventarse delitos contra los pérfidos separatistas. Ese esfuerzo es minúsculo con lo que le debe suponer a este señor hablar en catalán cada vez que le llama un periodista de TV3. Con qué gusto la ilegalizaría. Un par de tanques por la Diagonal y fin del problema.