Dice la biografía de Mariano Rajoy Brey, la oficial y pública a disposición de quien no tenga suficiente con sus comparecencias, —uy, qué digo— qué comparecencias… la ausencia de ellas cuando se requiere «en vivo» que dé las explicaciones pertinentes inherentes a su cargo. La cortesía del silencio que practicaba Borges en usted es desfachatez. Esos períodos secos de palabras, ¿dónde se refugia, presidente, en el berciano valle? ¿O se va a Galicia a ver sentado desde un peñasco de Finisterre cómo se van los jóvenes a buscarse la vida fuera de España?—. Pues como iba diciendo, pone en su biografía que nació en Santiago, la de Compostela, pero ya podía haber sido en la de Chile o en la de Cuba para que los gallegos no pasáramos el apuro de tener a un convecino que nada más alcanzar el poder se ha dedicado a rajar. Después de dos años escasos ya había desbaratado, desmantelado y desprestigiado lo hecho anteriormente con un tremendo trabajo, tanto el color rojo como el azul porque el mérito hay que compartirlo, si bien la balanza está un poco escorada. Y no sean ustedes tan niños de seguir con el «y tú más», por dios, que dan ganas de repartir collejas a la manera de nuestra recordada Amparo Baró.

El principio de inacción, el que establece la no identificación con el mundo, el principio del movimiento pasivo, es una máxima que usted implementa bárbaramente. No me atrevo a decir nada ante los medios, piensa para sí, porque voy sucio hasta las cejas, y lo locuaz que uno es sin haber ningún papel de por medio, a lo sumo un guión en letra grande para verla de refilón, se demuestra improvisando, destreza que saben ustedes que me falta. De niño debió de ser de los que tiran la piedra y esconden la mano, de los que nunca confiesan que han hecho una trastada. No señores, él jamás confesará. Prefiere por carácter propio que siempre impone, o quizás, tal vez, quién sabe si a sutil sugerencia de su fiel gabinete o por efecto de las dos corrientes alternas y para evitar que salten chispas, acogerse al derecho a no declarar como si ya estuviese sentado ante el juez que lo va a juzgar por comportamiento indigno, por cutrez, por mentir, por complicidad, sabiéndose en posesión de la verdad aunque remoloneando, como si la silla le quemara. ¿Acaso le sale urticaria por decir el nombre de Bárcenas? Lo que asombra más es que esa bravura atlántica de la que hace gala para nombrar a dedazo a quien le da la gana, pasándose el tiempo por el forro del bolsillo, se le achique cuando de cesar se trata. ¿Tiene Mariano alguna imposibilidad física que le impide despedir a gente de su partido? Rosell, Méndez y Toxo saben hacerlo a bajo coste, presidente. Pregúnteles cómo se hace y llévese con usted a su Ministra de Trabajo.

Ahondando ahora en el verbo rajar (verbo grueso a pesar de su morfología) y en sus acepciones, que son muchas y no favorecen demasiado a quien las pone en acción, como se comprueba al saberlas, «decir o contar muchas mentiras, especialmente jactándose de valiente y hazañoso» es seguro la más certera refiriéndose a usted. ¡¿Que nos ha sacado de la crisis, don Mariano?! Hombre, sea más sensato. Un presidente que no mira hacia abajo desde su altura en Ganímedes, que no huele la calle, que no se mezcla con la gente, con los ciudadanos de a pie (con sus votantes, si lo prefiere) —¿teme que le vayan a manchar el traje?— no tiene una visión completa de la realidad, no puede tenerla, y leerse informes de los datos macroeconómicos no pone a uno en situación (si alguna vez se los lee usted mismo en lugar de que se los soplen, aunque vemos que leer se le da bien). Ese despunte de la economía del que usted y De Guindos hablan hasta ser cansinos es relativo y sobre todo es lento, muy lento, ustedes lo sabe muy bien, y no llega una legislatura ni llegan dos y el tiempo aprieta, y nosotros, que tontos no somos aunque se empeñen en tratarnos como tales, también lo sabemos. Y el impacto que tiene el crecimiento del PIB sobre la población en general no se refleja inmediatamente en la vida diaria, hacen falta años para que las cosas tomen forma y se asienten y uno tenga dinero en el bolsillo para consumir más, que es de lo que se trata. Siempre se trata de lo mismo, del consumo, ya sea que España exporte más, que importe menos, que las grandes empresas contraten, que las PYMES contraten, que los autónomos puedan pagar el IVA, que los estudiantes puedan pagar sus matrículas… Ah, por cierto, ¿lo de mantener al señor Wert en su puesto es un reto personal que se ha propuesto por… agallas… o es que le debe algo y se lo paga de este modo? Hay decisiones que no se entienden, Mariano, no hay humana explicación independientemente del lado del que uno esté. Encarecer la educación y menospreciar la cultura es un pecado que les va a salir caro, ojalá.

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Pero volviendo a la economía, —por cierto, ¿se duerme usted con el mantra «economía, economía, economía»?, ya que parece que la adora y así lo demuestra hablando de ella constantemente como si fuera su propia sangre que regala para dar vida al país entero—, dese una vuelta por su tierra, por Ferrol por ejemplo, a ver si consigue que un empresario le diga que allí ya no hay crisis, o que un camarero le jure que llega a fin de mes, o que un abogado le niegue que ya no tiene casos de divorcio porque a los cónyuges no les salen las cuentas y que llama a sus clientes cada mes para que le paguen lo que le deben, o que un diseñador gráfico con veinte años de experiencia no se deprime porque lleva cuatro en paro, o que las enfermeras del ambulatorio más próximo al Congreso, en el que usted tanto alardea en su cómodo escaño de que las cosas van bien mientras Celia echa una partidita (nadie se ha creído que estaba viendo noticias), le expliquen que los recortes que el gobierno que usted preside les tasa los guantes de látex, por decir una nimiedad que ni siquiera lo es. Y yo no diré como dijo usted alguna vez: «Igual que le digo una cosa le digo la otra». Ese tipismo atribuido a los gallegos y que tanta gracia nos hace en otro contexto no es serio que lo diga el Presidente del Gobierno. No, señor Rajoy, es una burla. Fíjese que ni hasta sus barones le creen cuando habla usted que tiene que arengarlos para que interioricen el mensaje.

Aunque bueno, esta actitud altanera no la ha fabricado recientemente. Ser registrador de la propiedad debe de ser un trabajo que demanda para algunos una dosis alta de soberbia, y ya sé que generalizar no es bueno, qué culpa tendrá el resto, pero en su caso concreto fue el registrador más joven de España y esa condición la aportaba de sobra, como si ya por entonces pensara para sus adentros: «Un día seré Presidente del Gobierno y ostentaré el récord de desahucios y de pisos vacíos». Tanto es así que lo ha conseguido, y hasta hoy mismo ese dudoso atributo que lleva de serie no se le ha consumido en su trayectoria hacia la cumbre a la que le hemos visto llegar con su andar presto —ayudándose figuradamente de dos bastones de peregrino, codos atrás—, sino que más parece que la hubiese ido cebando a medida que ascendía, con la fundada sospecha de que la iba a necesitar para ocasiones y circunstancias que ya se olía en la cocina de su sede en Génova, en su despacho de la séptima, a donde el tufo a caca llega en vaharadas procedentes de despachos muy próximos.

Apreciativamente está usted desgastado, señor Presidente, herido de muerte. El anclaje que quiere mantener a toda costa en la Moncloa de su idealizado Júpiter no resiste más tirones, y para un ser extraterrestre que se niega a regresar a la tierra ni para echar un vistazo, la «Esperanza» de vida se la están marcando otros a la desesperada. Ya queda poco para despejar las dudas sobre su futuro inmediato en el que, entérese, no basta con hablar de economía, y entonces veremos si la táctica que está siguiendo ciegamente le reporta algún beneficio (mire lo que pasó en Andalucía) o si su nave se va a desintegrar en contacto con la atmósfera. Agárrese los machos porque los votantes deciden.

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