“¿Qué es más digno para el espíritu?, sufrir los golpes” de nuestos partidos o tomar “armas contra [los] océanos de calamidades”. Así comienza el Hamlet de Shakespeare, así me siento cuando pienso en el 7 de junio. ¿Votar por el “menos malo”, abstenerse, boicotear, anular? He ahí el dilema.

El 14 de enero el presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova nos informó que el multimillonario “financiamiento del estado a los partidos, representa la confianza… que como sociedad les hemos otorgado a estas organizaciones”; en ese mismo acto el consejero Ciro Murayama Rendón les prendió otra varita de incienso al decir que el dinero público “permite a los partidos desempeñarse con total probidad política”. Afortunadamente, sólo 22% de la población adulta piensa como estos consejeros y confía algo o mucho en los partidos (Reforma, 13 de diciembre de 2014).

El otro 76% de la población (los desertores de la institucionalidad democrática que creemos “poco o nada” en los partidos y que no comulgamos con los azucarados spots del INE) deambulamos, como Hamlet, por los laberintos de la indecisión. ¿Qué hacer el primer domingo de junio?

La confusión es natural porque tenemos cinco caminos alternativos: 1) Sacarnos la lotería y tener la certidumbre de que tal aspirante es honesto y eficaz, sea independiente o de partido; 2) abstenerse y desairar con un silencio estoico al INE y a los partidos; 3) lanzar –como propone el poeta Javier Sicilia– un “verdadero boicot electoral” como etapa previa para “rehacer a la nación” por medio de un nuevo constituyente; 4) ir a la urna y anular el voto –con un mensaje o rompiéndolo en pedacitos– para dejar constancia del rechazo; o, 5) irse a Guerrero a quemar oficinas del INE y corretear a funcionarios electorales.

Me encantaría tener la opción 1 (encontrar manzanas sanas) pero me temo que en la mayoría de los cargos optaré por la alternativa 4 y anularé mis boletas. Cuando expreso mi intención de anular el voto me llueven los regaños y los chantajes, sobre todo de los “morenos” y las “morenas”: estás ayudando al “régimen de injusticia y desigualdad que nos oprime”, “le estás haciendo el juego al PRI”, “¿para quién trabajas?”.

La afirmación de que el voto nulo favorece al PRI carece de fundamento. No hay estudio que lo demuestre. Uno de los principales conocedores del tema, el profesor del CIDE, José Antonio Crespo, me aclara que hay encuestas de salida de 2009 demostrando que la anulación del voto afectó a todos los partidos en una proporción similar a la intención de voto a su favor. Suena lógico porque el desencanto no reconoce siglas.

Me detengo en esta ocasión en el partido Morena por ser el único que combate abiertamente el boicot, la abstención y la anulación. Ellos quieren que vayamos a las urnas a votar por ellos porque, según insistió su presidente, Martí Batres, durante su prolongado debate con Sicilia en las páginas de Proceso, es una “falsedad que todos los partidos políticos son iguales”. Martí nos dice que Morena es diferente y nos traslada la responsabilidad de creerle pero, ¿puede el observador discernir si Morena es diferente?

Sí y no. Lo es cuando pienso en Martha Pérez Bejarano, la candidata morena a delegada de Álvaro Obregón; la conozco desde hace 25 años y doy fe de su honestidad y eficiencia. La sonrisa se convierte en mueca cuando pienso en el moreno Rabindranath Salazar; él es un senador por Morelos y lo he visto proteger a depredadores urbanos y a funcionarios corruptos.

Ignoro cómo andará el censo de las Marthas y los Rabines al interior de Morena. Creo que ni ellos mismos lo saben. De seguro lo constataremos cuando los veamos gobernar y legislar después de las elecciones de junio de 2015; entonces sabremos si pueden limpiar la mugre corruptora o terminarán siendo convencidos de las propiedades medicinales del “moche” y la cuota.

Con todo, felicito a los ciudadanos, líderes políticos y consejeros electorales que creen en los partidos. Bienaventurados sean los que tengan el don de la fe. En mi caso confío en las virtudes de la evidencia y la razón y por ello seguiré militando en la hermandad de los descreídos. Hamlet no pudo resolver el dilema de resignarse o luchar; yo lo he resuelto porque el domingo 7 de junio anularé mis boletas para que sean contabilizadas como un rechazo consciente a los partidos corruptos, ineptos y cínicos; sólo votaré a favor del candidato(a) de mi jurisdicción cuya biografía me convenza.

Comentarios: www.sergioaguayo.org

Colaboró Maura Roldán Álvarez

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