El 1 de diciembre de 1994 me excarcelaron por primera vez.  Mi primera libertad condicional.

La cárcel es como la ballena que se tragó a Jonás para castigarle por los pecados que había cometido. Cuando estás en su interior, a oscuras, entiendes de verdad muchas cosas. Básicamente por una cuestión de perspectiva. Y te arrepientes de tus errores de una forma muy intensa, claro. En ese sentido, al igual que la ballena, la cárcel te cambia profundamente porque te enfrenta al fondo de tu alma.

Al cabo de unos días, mi primo Esteban organizó una cena en su casa. Invitó a los demás primos y a los amigos de siempre, casi todos del barrio. Mientras estás recluido hay cosas que echas de menos con auténtica ansia, pero la verdadera nostalgia la genera la ausencia de los tuyos. Una reunión como aquella, por ejemplo, con los que te quieren de verdad, las personas con las que puedes contar cuando las cosas se giran. Los que te echan siempre un cable y lo hacen de corazón.

No recuerdo exactamente cómo fue la cosa, pero cuando ya estábamos con los cafés salió el tema de las corridas de toros. Esteban siempre ha sido muy aficionado. Uno de nuestros amigos había acudido a la cena con su novia, a la que no conocíamos mucho, y la chica dijo que prefería no estar en la misma casa que una persona que defendiera la tauromaquia. Lo dijo con mucha calma y de forma muy educada. Era una chavala  joven, con personalidad. Tenía estudios y mucha fuerza en el alma.

Todos nos pusimos un poco violentos por la situación, claro. La chica se levantó y se fue, con su novio detrás. El pobre chico estaba muy avergonzado, pero Esteban le dijo que no se preocupara.  A mí me dio mucha rabia. Yo venía de estar casi cinco años en la cárcel, y era más consciente que ellos de lo valiosos que son los buenos ratos pasados entre amigos. No nos damos cuenta de esas cosas, es lógico. Intenté consolar a Esteban, pero él estaba muy tranquilo y me dijo una frase que me llamó mucho la atención. Algo así como que “esa pobre chica tiene mucho miedo de la vida, hay que entenderlo”.

A mí no me gustan los toros, pero mi padre era muy aficionado, y otras personas de mi familia también lo son, como Esteban. Buena gente todos. De lo mejor. Yo entiendo que los toros no le gusten a muchas personas, como en mi caso, y opino que nada justifica el sufrimiento de un animal. Nada en absoluto. Pero detesto la actitud de los antitaurinos que sacan las cosas de quicio y hablan de tortura y asesinato. Decir que un torero tortura a un toro es objetivamente ridículo. Un toro pesa seiscientos kilos. Un torero pesa ochenta, más o menos. Es como si dijéramos que un caniche tortura a un señor de cien kilos de peso y en plenitud de facultades. Y el torero sólo usa un capote, mientras que el toro tiene la cornamenta y la fuerza. El torero sólo cuenta con su agilidad y su arte. Bueno, y la espada. Pero sólo la empuña para entrar a matar. Y lo último que hace antes de entrar a matar es mirar al toro a los ojos. Y el corazón del torero pasa a uno o dos palmos de la punta del asta en el momento de entrar a matar. No creo que se pueda hablar de tortura. Según el diccionario, para que haya tortura el presunto torturado debe estar indefenso, y es evidente (menos para el que adopte una actitud infantil de negación sistemática) que no es el caso.

Hay razones más bien evidentes para explicar la actitud visceral que algunos antitaurinos adoptan para atacar la tauromaquia. De entrada, para ponerse delante de un toro hay que tener un valor tremendo. Un tipo de valor del que la mayoría carecemos. Y también hay que tener mucho arte. Y también de eso vamos bastante escasos, la mayoría. Y además, los toreros son ricos. La mayoría tienen la vida solucionada, la suya y la de su familia. Y además son sexualmente muy atractivos. Es lógico que a mucha gente le irrite profundamente todo eso.

Si hiciéramos una especie de mapa del sufrimiento animal resultaría que las corridas de toros originan un porcentaje muy pequeño, casi imperceptible. Un animal criado para la industria cárnica se pasa su breve vida encerrado, engordando. Muchos de ellos no llegan a ver la luz del sol, ni a tener relaciones sexuales. Yo preferiría reencarnarme en toro de lidia que en cochino o en pollo. ¿Eso justifica la tauromaquia? No, en absoluto. Pero es cierto, y por tanto se puede decir sin miedo.

Si una civilización extraterrestre llegara a la tierra y nos esclavizara, y nos diera la opción de elegir el destino de nuestros hijos, todos preferiríamos que los niños pasaran su infancia y su adolescencia como pasan los toros de lidia; viviendo en libertad en una dehesa, y bien cuidados. Y después morir a manos de un individuo que los respeta y que los abate en una lucha de tú a tú y mirándolos a los ojos. Nadie querría que sus hijos estuvieran unos meses encerrados en un cajón, engordando a toda la velocidad posible, y que después los cortaran en porciones, las colocaran en bandejas y las expusieran a la venta en un supermercado con hilo musical. Todo el mundo elegiría lo primero. ¿Eso justifica que existan las corridas de toros? No, claro que no. Pero es cierto, y negarlo sería una hipocresía.

La excusa es que los animales nos sirven para alimentarnos. Pero eso no justifica las condiciones en las que se crían. De hecho, tampoco justifica su crianza, porque a día de hoy podríamos subsistir obteniendo las proteínas por otros medios. Pero defender a un pollo no es tan bonito como defender a un toro de lidia, ni está de moda. Hay mucha hipocresía, seamos sinceros. Mucho postureo.

Otro de los argumentos para afirmar que la tauromaquia es una barbarie es que se hace un espectáculo con su sufrimiento. Pero los aficionados no disfrutan del sufrimiento del toro. Si fuera por eso cogerían a cualquier otro animal más barato de criar y le calarían fuego. Son argumentos fraudulentos. Y repito que no justifico las corridas de toros, que nada puede justificar el sufrimiento gratuito de un ser vivo. Pero defendamos nuestros argumentos sin falsedades y sin histerias. No hacerlo es convertirnos en mentirosos. Mintiéndonos a nosotros mismos, que es la peor mentira y que a la larga siempre es un mal negocio. Es mejor, a largo plazo, tener el valor de ser sinceros.

De todas maneras, y según mi modesta opinión, toda esa reacción visceral antitaurina tiene un origen más hondo. Yo lo veo así:

El toro es un animal muy noble. Embiste siempre de frente. Y es doloroso ser testigos de su impotencia y de su desconcierto. Y nos identificamos con él, claro, porque a todos nos han vencido alguna vez. Gente menos noble que nosotros, más lista, mejor preparada, con mejores estrategias, o más valiente. Y es muy doloroso, terrible. Esa gente seguirá existiendo. Nuestros hijos también se toparán con ellos y conocerán el miedo, el dolor y la derrota. Y es terrible porque nos recuerda que no existe la justicia. Nos enfrentaremos, también, a situaciones horribles sobre las que no tenemos ningún control. Sufriremos, y nadie podrá ayudarnos ni habrá justicia por el hecho de ser nobles o buenas personas. La vida es así, y mucha gente, sencillamente, no lo soporta. Como la chica que se fue de casa de Esteban. Y la frase de Esteban, la de que «hay que entender que tiene miedo de la vida», encaja perfectamente. Yo recomiendo que tengáis la grandeza de ser objetivos, en la medida de lo posible.

En Gran Bretaña prohibieron la caza del zorro. Estupendo, porque era una crueldad. Pero los zorros empezaron a proliferar, porque carecen casi por completo de depredadores. Y ahora, los granjeros los envenenan. Un animal envenenado puede tardar varios días en morir, y sufre de una forma horrenda. Hemorragias internas y demás. Pero eso ya no es noticia.

También se han dado casos de liberación masiva de animales destinados a la industria peletera. Visones americanos, por ejemplo. Los animales acaban muriendo de hambre en un ecosistema que les resulta ajeno. Pero antes de eso provocan auténticos desastres medioambientales. Se alimentan de lo que pueden, como es lógico. Nidos de pájaros autóctonos, etc.

No es bueno erigirnos en dioses y decidir lo que es bueno y lo que es malo, porque lo normal es que nos equivoquemos. Y es normal porque estamos lejos de ser dioses. Si queréis reducir el sufrimiento de los animales hay que informarse antes de las consecuencias de vuestros actos. Y, sobre todo, tener la grandeza de admitir que en muchas ocasiones sólo estáis acallando vuestra conciencia y generando más sufrimiento del que pretendéis, honestamente, evitar.

Y no insultéis a las personas aficionadas a los toros. No son todos iguales, y es una injusticia intrínseca, como lo son todas las generalizaciones. Muchos de ellos son mejores personas que vosotros, os lo aseguro. Y eso no es malo. Si de verdad queréis ayudar, llevad a cabo acciones concretas dentro de vuestras posibilidades. Os sentiréis mejor que engañando a vuestra conciencia para aplacar vuestro miedo a la vida.

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Manolete, uno de los toreros más valientes que han existido.

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