El señor Panahi lo ha vuelto a hacer. Irreverente y provocativo ha colocado una cámara en el salpicadero de un taxi en Teherán y ha decidido que sea su nueva película: Taxi Teherán. Entre carrera y carrera, Jafar Panahi desvela los claroscuros de la sociedad iraní, una radiografía de un país en evolución.

Creo que todo comenzó en un taxi. La primera vez que pisé Irán estaba en Bazenga, la ciudad más próxima a la frontera turca. Teherán se encontraba a diez horas en coche, seis en tren y más de quince en bus. Era viernes por la mañana y necesitábamos urgentemente alcanzar Teherán esa misma noche. Los billetes de tren estaban agotados. Sin duda no habíamos previsto que fuera Nouroz, el año nuevo del calendario persa.

120 dólares y carrera directa a la capital, ese fue el trato. Una miseria para cualquier occidental teniendo en cuenta los más de 900 kilómetros. Vaya, igualito que en Madrid. El coche era un viejo modelo. Nunca he sido muy buena para asuntos de coches pero ese taxi olía a historia. Era un taxi “vivido”. Del salpicadero colgaba un nazar, el archiconocido ojo turco, y nuestro conductor Mohammed se liaba y fumaba los cigarros como si la vida le fuera en ello.

Maku, Marand y Tabriz. Mohammed decide poner la radio. El coche se convierte en una discoteca móvil. Sólo se escucha el tecno iraní que sale por los amplificadores y que produce el retumbar del vehículo. Mohammed canta bien alto, debe ser el último hit en farsi. Hashtrood, Zanjan y Soltanieh. Está atardeciendo y Mohammed decide cambiar de emisora después de que un par de aficionados del equipo de fútbol de Tabriz nos adelanten. Ahora toca retransmisión de fútbol en directo. El locutor parece Paco González pero en versión persa. Takestan, Nazarabad y Karaj. El fútbol se ha terminado y queda poco para llegar a Teherán. Mohammed está aburrido y se pone la radionovela.

Llegamos a la capital bien entrada la noche. Más de diez horas en el taxi con Mohammed y todos aquellos locutores de radio. Un verdadero pulso de lo que le gusta a los iraníes. Si algo aprendí en esas horas es que quien diga que en un taxi no se puede conocer a la sociedad de un país, miente. Y si no, que se lo digan a Panahi.

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