Aquella tarde, ante lo que parecía otra tediosa interrupción publicitaria -sacrílega, en medio de un disco de Nick Cave-, una garganta distinta emitía una suerte de trenza susurrada, en la que al concepto «enlace peptídico» le sucedía «ricino y cinzano». Qué demonios es esto. De un salto de ratón accedí al banner mientras aún sonaba, alcanzando a leer «Camino ácido». Ángel Stanich.

Flechazo instantáneo.

Inicio de una de esas fases de escuchar un artista de forma voraz, fagocitando su música veinticuatro/siete. Audición compulsiva. Cualquier instante era apropiado.

El sol se filtraba como un cuchillo resplandeciente por una rendija entre los cortinajes. Las volutas de humo de sendos cigarrillos fornicaban en el aire de la buhardilla. Acaricié la pantalla táctil y comenzó a sonar «El outsider». Ese rasgueo suave, el dulce falsete, la armonía de esa voz con la historia que narra, sus coletazos en forma de quejidos…

– Ay, me recuerda a Shakira- dijo ella, al tiempo que lanzaba un pozal de agua a las brasas de los recientes orgasmos. Circunspecto, guardé silencio, ella dudó en si añadir algo más, y lo hizo. – Sí, su forma de hacer gemiditos. Así, como la Shaki.

Olé, sigue arreglándolo, estuve a punto de decir, pero logré permanecer mudo. A ver cómo se lo explico… o mejor, no.

– ¿Qué pasa?

– Nada. Nada, en absoluto. Días más tarde, quiso la fortuna concederme ocasión en otra compañía, y fui tan osado de volver a acariciar la pantalla encima del álbum de Stanich. El resultado perceptivo ante el mismo estímulo estuvo en las antípodas del anterior. El espectro entre ambas muestras acicateó mi curiosidad. Al tiempo, en otra cita, se terció seguir recopilando datos. En este caso, lo más llamativo fue que, de inicio, pareció adentrarse en la ola Stanich hasta que apostilló: «Me encanta su rollito». Sclonch.

Así las cosas, opté por enfocar el Test de Stanich, como criba sistemática, con un segundo filtro para desenmascarar casos de postureo hueco. O precisamente, lo contrario, descubrir especímenes asombrosos. Anoche mismo, sin ir más lejos, en una de esas reuniones en terraza para brindar por lo divino y lo humano, después de mucho departir entre humo, sonrisas y cervezas, surgió un cierre con una amiga con Stanich como fondo sonoro. Qué gozada compartir el universo de este llanero solitario, de este modo, estableciendo un nuevo epígrafe en los resultados del experimento.

El jodido ángel caído del blues, denso, indescifrable por momentos. La voz del desierto. Qué útil resulta. Qué asociaciones combina. Qué hijo de puta tan brillante. Tímido en su íntima reserva. Genuino y genial.

Hagan la prueba, disfrútenlo o detéstenlo, pero dense un paseo por el «Camino ácido». Y si les complace, lleven a cabo la experimentación propuesta. La Conexión o la Disyuntiva quedará de manifiesto.

Test de Stanich (Prueba de detección de esnobismo)

Material:

Álbum «Camino ácido»

Altavoces Cable de minijack

Dos packs de Desperados

Cinco gramos de hierba

Tabaco y papel

Diván

Individu@ a estudio

Investigador

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