La orquesta cubana hace unas de sus últimas paradas en Barcelona para decir adiós a su gira mundial de despedida

La gente empieza a llegar, algunos vestidos de uniforme de trabajo. Se apuran los últimos cigarros frente al mar, en el Auditori Forum de Barcelona. Unas cervezas antes de entrar, una bolsa de frutos secos. Los que han venido directamente del trabajo piden un bocadillo. Se percibe una extraña sensación en el ambiente, todo el mundo parece saber estar asistiendo a un evento histórico. Se huele la melancolía de la última vez.

Ya en el palco, expectación. Se hacen las nueve y cinco, las nueve y cuarto, las nueve y veinticinco. El público se impacienta y empieza a aplaudir. Son las nueve y media cuando suenan los primeros acordes. Abre el concierto Rolando Luna al piano y al fondo, en el proyector, se suceden unas imágenes de Rubén González (1919-2003), el panista original de la formación. El público aplaude y empieza el espectáculo. Aparece la orquesta casi al completo y se empiezan a entonar los primeros ritmos cubanos, son y ron que nos transportan a la Habana Vieja, calles empedradas y Malecón. Las congas, los bongos y los timbales empiezan a hablar mientras recordamos el contrabajo de Cachaíto (1933-2009).

Se distingue a Guajiro Mirabal, al mando de las trompetas, a Barbarito Torres, maestro incuestionable del laúd, a Jesús Aguaje Ramos y su trombón y a Papi Oviedo al tres. Las imágenes de Ibrahim Ferrer (1927-2005) se posan sobre el Auditori y tras unos segundos de silencio, se empiezan a oír los primeros aplausos. El disfrute está servido. De pronto, el público enmudece. Es ella. La diva hace entrada en escena, con su porte, con su magia. Es Omara Portuondo, única. El auditorio se pone en pie y la vitorea. Se siente el respeto, la euforia. Tocado, chanclas y una sonrisa que encandila. Le brillan los ojos.

Barbarito Torres hizo de las suyas, y demostró, una vez más, su virtuosismo en el laúd mientras se entonaba el mítico Cuarto de Tula. Mientras, Omara Portuondo, la diva, se preparaba entre bambalinas para despedirse de la capital catalana con Dos Gardenias

Omara canta Veinte años, Quizás, quizás, quizás, entre otras, y se marca unos bailes imposibles con Papi Oviedo, vestido con uno de sus particulares trajes a cuadros. Se vive la apoteosis y la diva da lo mejor de sí misma, su voz, sus golpes de cadera. Momento cumbre del concierto cuando se oyen los primeros acordes de Chan Chan y y se entona El cuarto de Tula. Babarito hace de las suyas y demuestra, una vez más, su virtuosismo con el laúd. El público se levanta de sus asientos y baila. Barcelona se rinde a los pies de la orquesta cubana.

Se continuó recordando a los que ya no están, entre ellos al inigualable Compay Segundo (1907-2003), a Manuel Galbán (1931-2011), a Pío Leyva (1927-2006) o a Puntillita (1927-2000). Después de casi dos horas de concierto, se despedía la diva con Dos gardenias y con el sabor de un beso, acompañada por Carlitos Colunga. Vibraba Barcelona pensando que quizás, aquella fuese la última vez que contemplaba semejante espectáculo, que tenía frente a sí a leyendas vivas de la canción cubana. Aquellas que devolvieron la música popular de Cuba al lugar que le pertenecía: los escenarios.

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