El mundo es lo que es, así que si usted está inconforme, pase por la taquilla a ver si alguien le devuelve su dinero. Mientras tanto le recomiendo que deje el asombro para cosas más interesantes, no para sorprenderse porque ninguno de los líderes que hemos elegido, o que por alguna otra razón nos gobiernan, ha estado a la altura de las expectativas. Repito, si no le gusta diríjase a la caja a ver si alguien atiende su reclamo.
Barack Obama ganó un premio Nobel e inmediatamente se transformó en una enorme decepción; François Hollande, pobre, no llegó a ser ni azúcar ni sal, y seguramente será olvidado en menos de veinte años. En España nadie es lo que dice ser –mucho menos el oportunista que lleva el templo por apellido–, y en México, el estado se cansó, o por lo menos así lo manifiesta su Procurador, quien con su ingenio y agotamiento han ayudado en la redacción de esta columna. Tampoco se puede recurrir a propuestas como la venezolana o la argentina, caracterizadas por ser verdaderas batallas –con el cuchillo entre los dientes estilo Diego Simeone– en las que oposición y gobierno se sienten enemigos antes que socios en la construcción de una nación para sus connacionales.
Pero el problema somos nosotros, y ya basta de culpar a otros o de buscar soluciones en la anti política, caldo de cultivo del que aún nada bueno ha salido.
Hay una frase que no por cierta deja de ser desagradable: «el cambio somos nosotros». Uno debe preguntarse si ese “nosotros” es un ente extraño y disociado de la sociedad, o quien sabe si ese «nosotros» se refiere a un conglomerado de ciudadanos, especialmente elegidos al nacer y rápidamente apartados del colectivo al que pertenecen, para ser formados en el difícil arte de solucionarle la vida a una especie que se entrega a la divinidad antes que al raciocinio. Como no creo que exista ese pequeño grupo de hombres y mujeres, me declaro entonces pesimista. Y lo soy a partir de aceptar que este mundo convulsionado y amargado no es obra de nadie más que de ese colectivo denominado “nosotros”.
El hombre se ha caracterizado por ser su mayor enemigo; en función de las metas de turno ha ido en contra del planeta y de su propia subsistencia –no meto a la naturaleza en todo esto porque esa sí que es enemiga de la humanidad y no hay cómo vencerla. Si admitimos que cada uno de los integrantes de nuestra especie ha pasado por las mismas escuelas, las mismas universidades y hasta las mismas normas sociales que usted y yo, no es difícil comprender ya no mi escepticismo sino mi hermosa desesperanza.
Además de ser cómplice de este pandemónium, el hombre ha aprehendido sin cuestionar aquello de que se debe actuar correctamente porque hay alguien más allá que nos está vigilando y que está dispuesto a castigarnos en caso de que violentemos unas normas que ese ente diseñó, aún cuando debió valerse de uno de «nosotros» para comunicarlas. ¿Se entiende semejante incoherencia?
El ser humano en su mayoría es capaz de ordenar su vida no ya para vivir de una forma más higiénica y productiva sino para cumplir con los encargos de un ser superior e invisible. Esto no es más que desechar la reflexión y las leyes de la naturaleza en favor de unas ilusiones que, como la historia nos enseña, hacen más daño que bien. El detective Rust Cohle, personaje ficticio de la serie True Detective e interpretado por Matthew McConaughey, daba en el blanco con aquello de que “si lo único capaz de mantener la decencia en un ser humano es la expectativa de una recompensa divina, hermano, esa persona es una basura”.
Así podría estar un rato más, pero creo que usted es mucho más inteligente que yo y no necesita que le siga justificando mi pesimismo. Lo que si debo aclarar es que ni Obama, ni Chávez ni Merkel podrían solucionar los problemas de una especie que elige funcionarios para que estos luego nos desprecien. Por ello es que el cambio es cada uno de nosotros, aunque para ser «nosotros» debemos juntarnos en torno a un objetivo en común, y me parece que eso aún no lo hemos podido lograr.
Si no está de acuerdo, ya sabe, pase por la taquilla de devoluciones. Mucha suerte con eso, por acá seguiremos algunos, cansados, pero con el afán de seguir protestando.
Ignacio Benedetti (Caracas, 1977) es conductor del espacio radiofónico de temática deportiva ‘Balón en juego’ en Radio Deportiva 1.300 am de Venezuela. En España colabora desde hace meses con Perarnau Magazine. Posee experiencia como analista político y musical.