El 22 de mayo de 1987 nacía en la antigua Yugoslavia (Belgrado) un muchacho llamado Novak Djokovic, o lo que es lo mismo, el mejor jugador de tenis serbio de todos los tiempos. Y es que ya desde joven, su padre Srdjan, jugador profesional de tenis de mesa, le transmitiría el gusto por los juegos de pelota pequeña, al igual que a sus hermanos menores, los cuales, en la actualidad, despuntan en categorías inferiores del deporte en el que el balcánico es el número 2 de la ATP. Le criaron en medio de una guerra civil y ahora hay pocos guerreros que le puedan batir sobre la pista.
Nole no tardaría mucho en mostrar su precocidad como tenista, ya que con tan solo cuatro añitos comenzó a golpear las bolas; y desde entonces no ha parado de hacerlo. Sería por aquellos tiempos cuando la yugoslava Jelena Gencic quedara prendada de su juego, señalándolo como una de las mejores promesas mundiales de este deporte. Con tan solo 12 años fue la propia Gencic, que ya había tuteado a otros grandes campeones como Monica Seles o Goran Ivanisevic, quien le aconsejó ingresar en la academia que el croata Nikola Pilic, subcampeón de Roland Garros en 1973, tenía en Alemania. Siguiendo el consejo de Pilic, dos años más tarde, el adolescente balcánico ya comenzaba a destacar en los torneos júnior, jugando partidos en toda clase de superficies alrededor del mundo.
En su debut como profesional, Djokovic se dedicaría a jugar principalmente Futures y Challengers, ganando uno de cada tres torneos que disputó entre los años 2003 y 2005. Fue esa última temporada cuando debutó en su primer gran torneo: el Abierto de Australia.
Al año siguiente conseguiría llegar hasta cuartos en Roland Garros y a la cuarta ronda en Wimbledon, firmando una más que notable actuación para acabar posicionándose como número 40 del mundo. La estrella en ciernes ya había asomado el hocico entre las mejores raquetas del planeta. Tras disputar los Grand Slam de tierra y hierba conseguiría sus dos primeros títulos ATP: Amersfoot y Metz, finalizando 2006 en el top 20.
Durante los siguientes años maduraría como tenista, apuntándose sus primeras grandes conquistas. Su creciente número de admiradores le vieron consiguiendo victorias como el Open de Australia de 2008 –este título lo revalidaría en tres ocasiones: 2011, 2012 y 2013–. Esa actitud juguetona que muestra en la pista antes, durante y después de los partidos ha sido crucial para ganarse la simpatía de todos sus fans, realizando cómicas parodias de sus principales contrincantes.
Sin embargo, durante sus años de consolidación no fue capaz de mejorar el tercer puesto del ranking ATP. Su falta de regularidad, sus constantes distracciones y momentáneos enfados provocarían que también sufriera las críticas de los aficionados más puristas del deporte de la raqueta. A finales de 2010 intentó olvidarse de esos puntos oscuros para estabilizarse psicológicamente. Ese período de reflexión le serviría para realizar las mejores temporadas de su vida.
Así fue: 2011 sería el mejor año de su carrera profesional, logrando terminar la temporada con 70 victorias por tan solo seis derrotas, o lo que es lo mismo: un 92% de triunfos. Se proclamó campeón en Australia, Wimbledon, en el Abierto de Estados Unidos, además de levantar los trofeos de los Master 1.000 de Indian Wells, Miami, Madrid, Roma y Canadá. Obtener el ATP Word Tour Finals –también conocida como la Copa de Maestros– fue la guinda a un pastel perfecto. Por primera vez en su vida acababa el año como número uno del mundo. Rafa Nadal y Roger Federer habían hincado la rodilla ante un juego sin fisuras que podía desenvolverse en cualquier tipo de superficie. Solamente Nadal, al que se mide hoy en la final de Roland Garros, el torneo que le falta para completar su colección de grandes, fue capaz de pararle en las semifinales de París.
A nivel técnico, Novak, llegando a su madurez deportiva, desarrollaría hace tres temporadas su característico drive, mejoró su profundo saque y su juego de pies. A día de hoy, pocos tenistas son capaces de resquebrajar su táctica ofensiva desde el fondo de pista. ¿La única pega de su juego? Aún pierde fuelle en la parte psicológica. Además, el físico le flaquea cuando se alargan demasiado los partidos, lo que le lleva a lanzar un sinfín de dejadas (que no suelen salirle tantas veces como le gustaría) para finiquitar los puntos.
En estos últimos tres años ha consolidado su estilo directo para intentar lograr afianzarse definitivamente en el número 1 de la ATP; un desafío que actualmente pasa, como no, por doblegar hoy nada más y nada menos que al mejor jugador de la historia en tierra batida. Rafa Nadal enfrenta su raqueta a la del gigante de Belgrado para apuntarse su novena corona en Roland Garros. Djokovic es un joyero al que le falta su última joya, la más deseada, el trofeo que se disputa sobre la tierra de París.