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10 de junio de 1989. Estaba a punto de llegar el verano que traía consigo el principio del fin del Muro de Berlín y de tantas cosas más. El mismo verano en el que nos empeñamos en cantar que aquí no hay playa, y en bailar la lambada, la mayoría con éxito discutible. Aquel año, los españoles vimos cómo Felipe González renovaba su mandato por tercera vez consecutiva frente a un (re)fundado Partido Popular con Aznar a la cabeza. Arantxa Sánchez Vicario tenía en ese momento 17 años y otro muro que derribar, este con forma de mujer y halo de invencible por aquel entonces.

Steffi Graff venía de ganar en el mismo año el Open de Australia, Roland Garros, Wimbledon y el Open de EE UU (el conocido como Golden Slam), además de vencer en la final olímpica de Seúl’88 a la argentina Gabriela Sabatini, convirtiéndose definitivamente en una de las mejores jugadoras de todos los tiempos. Un muro demasiado alto. Nadie se esperaba que la final terminase con victoria de Arantxa. Excepto ella. El resultado después de tres horas fue 7-6 (8-6), 3-6, 7-5. Un resultado que convertía a la tenista barcelonesa en la primera española en ganar un torneo del Grand Slam.

Fue uno de esos partidos de pijama y orinal. Steffi había vencido a Conchita Martínez y Monica Seles en cuartos de final y semifinales cediendo sólo un set. Arantxa tuvo un camino más sencillo frente a Jana Novotna (6-2, 6-2) y Mary Joe Fernández (otro doble 6-2). Se metía así en la primera final de Roland Garros de su vida. Y empezó ganando el primet set en el tie-break. La pista central no daba crédito. Steffi reaccionó y se impuso en la segunda manga. Pero Arantxa no se rendía, ni mucho menos. Se colocó 3-1 en el tercer y definitivo set. Steffi creía que estaba jugando contra tres o cuatro clones de Arantxa. Llegaba a todo. La alemana estaba desubicada. No estaba acostumbrada a perder y eso es un arma de doble filo. Por un lado generas miedo en los rivales, que comienzan ya el partido con mentalidad perdedora (no en el caso de Arantxa, de ahí parte de su éxito). Por otro lado, la sensación de creerte invencible puede terminar por causar una especie de parálisis mental cuando la posibilidad de derrota aparece en el horizonte. Y en el horizonte de la campeona alemana sólo se veía a Arantxa corriendo.

La española se puso 6-5 arriba y Steffi no sabía qué hacer. De repente, en cuanto terminó el punto que daba a Arantxa la oportunidad de sentenciar con su saque, la alemana sorprendió a todos saliendo de la pista. Se fue a los vestuarios. Arantxa esperó paciente, se secaba el sudor con la toalla, miraba al juez de silla. Steffi no tardó en salir jaleada por un público tan extrañado como ansioso por el desenlace. Luego se supo que la alemana tenía problemas de calambres. Quizás intentó quemar sus últimas naves, ganar fuera de la pista lo que no era capaz de ganar dentro. Apelar al miedo a ganar de una jovencísima Arantxa. Dejarla sola frente a su destino.

Pero Arantxa acudió a la cita. Puntual, en el momento preciso. Con la misma táctica que utilizó durante todo el partido, fue devolviendo una y otra vez los golpes de la rival. Y entonces llegó el momento. Steffi lanzó fuera un revés cruzado. Balle de match. La familia de Arantxa no dejaba de animar desde la grada, el mismo grito que ella hizo célebre: «¡Vamos!»  El público se revolvía en sus asientos, unos gritaban, otros chistaban para pedir silencio. Primer saque de Arantxa. Dentro. Resto largo de Steffi. Muchos empujamos esa bola desde casa, parecía que podía irse fuera. Pero entró. Arantxa devolvió el golpe. Y la alemana no pudo más. Revés cruzado a la red. Arantxa era campeona de Roland Garros. Muchos la recordareis lanzando la raqueta al aire y tirándose a la tierra batida que le acababa de dar la gloria.

No fue la única final que la española ganó a Steffi. Se enfrentaron en siete finales de Grand Slam, 5-2 a favor de la alemana, que nunca olvidará la figura de aquella pequeña española que corría sin parar de un lado a otro de la pista. Porque Arantxa era como un frontón. Ella era el auténtico muro. Se dedicaba a recibir y devolver los golpes una y otra vez hasta que la rival, exhausta, terminaba por cansarse y fallar. Dicen que la fortaleza mental en el tenis es esencial. Es la diferencia entre un buen jugador y uno grande. Se corre con las piernas pero se gana con la cabeza. Y ahí Arantxa siempre fue la número 1.

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