Ilustración: Mario Ayala
Diego Godín soltó una carcajada. Dijo: “Se te pasan tantas cosas por la cabeza… pero bueno, la verdad es que siempre duele perder, ya nadie le gusta que lo carguen. Algunos jugadores muestran la alegría de cierta manera y no cae bien, obvio que te molesta, pero tampoco me gusta ser polémico. El fútbol, igual, siempre da revancha”. Diego Borinsky le acababa de preguntar por la celebración de Cristiano Ronaldo al marcar el penalti que ponía el 4-1 en la final de Champions de 2014. “Cuando metió el penal en el minuto 120, se sacó la camiseta y posó para los flashes, ¿no te dieron ganas de ir a cagarlo a trompadas?”, sugirió el periodista.
El defensa respondió parecido cuando le preguntaron por su favorito para ganar la final de la Copa América:
–Quiero que pierdan los dos. Si gana Argentina nos iguala [Uruguay es la selección que más veces ha ganado el campeonato, quince] y no queríamos que ganara Chile por la pica que teníamos con ellos. Pero esto es fútbol.
Y de igual manera contesta cuando se le pregunta por los marcajes a Messi en España (“Se sacan fotos con él antes de jugar. Es una broma, pero en el fondo es así”), por un supuesto temor a enfrentarse con Buffon (“Igual Buffon está preocupado por enfrentarse a mí. No, está claro: la Juventus está mostrando solidez atrás”) o por la supuesta violencia del Atlético (“Violencia hay en Iraq, donde se cagan a tiros. Nosotros jugamos al fútbol, y al que no le gusta el contacto, que juegue al ajedrez. No pueden decir que somos violentos cuando ganamos la Liga y llegamos a la final de Champions. No se gana una Liga a las patadas”).
En cada respuesta de Diego Godín Leal (Rosario, Uruguay, 1986) se oye el eco de la voz de su padre, preocupado. Como si le hubieran repetido millones de veces “¡Diego, así no se habla!” O que no es bueno calentarse tanto, que hay que predicar con el ejemplo y ser humilde. Godín comienza a hablar con el puño apretado y termina moviendo las manos, como pidiendo mesura. En el transcurso de una frase, el defensa pasa de ser Frank Begbie gritando “¡¡sííííííííí!!” cuando un tío le grita “¿tú quién cojones eres?” en un bar a Joe Bonham explicándole a su hijo qué es la democracia.
O la responsabilidad. La responsabilidad del chico que con quince años ya había batido todos los récords nacionales de natación juvenil y dejado su pequeña ciudad –10.000 habitantes– por Montevideo. En la capital probó en las categorías inferiores de Defensor Sporting. La cosa no fue bien. En 2003, Diego Godín se quedó sin equipo. Tenía 17 años y le faltaban pocos meses para acabar los estudios. Dice que fue el peor momento, que pensó en dejarlo. Pero allí estaba su padre. Luis Godín, mecánico, tenía un amigo que era hincha del Club Atlético Cerro. Le pidió que intentara colocar a su hijo en el equipo unos meses, para que le diera tiempo, al menos, de terminar sus estudios. Algún directivo que quizá tuviera mejor corazón que ojo firmó la mejor inversión de la historia del club: Cerro pagó a Defensor 840 pesos –unos 27 euros– por un delantero que acabaría siendo uno de los mejores centrales del mundo. Lo explica él: “A mí me cambió William Lemos, en la Quinta [categoría juvenil] de Cerro. Yo había llegado como volante, pero un día faltaron compañeros en defensa, tuve que ir atrás a dar una mano y me fue bien. Lemos me decía que me veía condiciones de defensor, yo no quería saber nada, me gustaba jugar más arriba, meter goles, como a todos los pibes. Me vio Gerardo Pelusso, que era el técnico de la Primera, y me subió a practicar con los grandes de zaguero y ahí quedé”. Lo de quedar es un decir, claro.
Ganar con la nariz rota
Uruguay, un país que no llega a los 3,5 millones de habitantes, que tiene tres veces menos futbolistas federados que Alemania y donde los equipos más importantes rondan los 15 millones anuales de presupuesto, lleva toda la vida mirando a los ojos a las grandes potencias. En el último lustro, los charrúas han llegado a las semifinales de un Mundial y han ganado otra Copa América. Dice el periodista Diego Tabárez: “El fútbol es el lugar donde te puedes emparejar con las dos potencias que te dominan [refiriéndose a Argentina y Brasil]. Somos como el hermano pequeño continuamente golpeado por los mayores, que al final aprende y se convierte en algo tremendo”. Quique Sánchez Flores definió al jugador uruguayo como “aguerrido, fuerte y sabio”. Godín, capitán y cuarto jugador con más partidos en la historia de la celeste, dice que el jugador uruguayo “está acostumbrado a pelearla desde chiquito”, y que esa nobleza se aprecia mucho en Europa. Nadie lo sabe mejor que él: “A mí no me sobra nada, si no doy el máximo de mí y no me entreno al máximo todos los días…es muy difícil competir a alto nivel”. Si ser uruguayo va de revolverte contra el (más) grande, hay pocas cosas más uruguayas en el fútbol que jugar en el Atlético de Madrid.
Desde el año pasado, Godín es el capitán del Altético del Cholo Simeone. Un tipo que ha conseguido, a través de una dialéctica bélica, que el equipo colchonero pasara de la intrascendencia a acariciar una Copa de Europa que le robó un James Howlett andaluz; como si el verbo acariciar fuera tan ajeno al vocabulario atlético que un ángel aburrido no pudiera permitir semejante hazaña. Dice Godín que con su entrenador comparte “la pasión con que vive el fútbol y cómo competir. Es la sangre rioplatense, esas ganas de ganar”. Simeone ha conseguido que suenen rutinarias frases como “en las eliminatorias tengo la tranquilidad de que mi equipo jugará bien. Porque son a morir. Y, a morir, los míos mueren”. En esa atmósfera, no existe mejor capitán posible que el tipo al que en Uruguay apodan El Faraón. El tipo que se rompió la nariz a los siete minutos del Atlético-Real Madrid de la pasada liga por un codazo de Khedira. “Vi que sangraba mucho, me toqué la nariz y la sentí desviada. Ahí entró el doctor y me dijo que la tenía rota. Le pedí que me la colocara en su sitio, me apretó y me pusieron las mechas para cortar la hemorragia. Me sentía un poco mareado y dolorido, pero no lo suficiente para salir. Con la adrenalina y las ganas del partido, obviamente me tendrían que haber sacado en camilla”, explica. Entonces, como si esas palabras rodaran, el equipo se mantuvo firme y ganó por cuatro goles a cero al eterno rival.
Al día siguiente, Rafa Cotelo visitó a Godín en su casa de Boadilla del Monte. Después de picarse con el periodista uruguayo en una pachanga –“Se trataba del gol más lindo y ninguno fue lindo, no me toqués”, le dijo entre risas– el defensa le contó que echa de menos Uruguay: “Lo extraño todo: el día a día, la carne… pero lo más parecido a estar en Uruguay es estar acá en Madrid. Cuando se fue al Inter, Diego Forlán me dijo: ‘Mirá, Diego, el mejor lugar para estar es Madrid’”. Godín suele visitar su Rosario natal en vacaciones. Desconecta. Pesca y ayuda a su padre en la finca que le compró al poco de ser una estrella. Agricultura y unas 400 cabezas de ganado, principalmente. Cuando no puede viajar a Uruguay, se trae Uruguay a casa. Diego Forlán, José María Giménez, el Cacique Medina o su familia. Da igual. Godín compra carne y prepara un asado.
Catorce reses en el corazón del área
Doce años después de la historia con el hincha de Cerro, Luis Godín sigue ayudando a su hijo. El central vive en Boadilla desde hace un año. Al ver que la casa nueva no tenía parrillero, Luis le dijo a Diego: “Si me conseguís acá un tipo con una eléctrica, yo te lo hago”. Al poco, Godín conoció a Fabrizio, un herrero uruguayo. “Le mandé el dibujo con las medidas que hice con mi padre. La hizo espectacular. Es un parrillero portátil”, reconoce, “pero parrillero”. Y entonces comen asado. Y disfrutan. No como el 24 de junio del año pasado.
24 de junio de 2014. Último partido de la fase de grupos del mundial de Brasil. Uruguay se jugaba contra Italia, subcampeona de Europa, el segundo puesto del grupo de la muerte. Inglaterra ya estaba eliminada y la sorprendente Costa Rica se paseaba, descarada, en el primer puesto. En el minuto 35 de la segunda parte, después de que Luis Suárez catara el hombro de Giorgio Chiellini, Gastón Ramírez trotó a la esquina situada a la izquierda de la portería de Gianluigi Buffon. Colocó el balón y levantó la vista. Oteó el área como el capitán Ahab oteaba el océano. Dio unos pasos atrás. Levantó el dedo pulgar de la mano derecha e inició ese sprint de pasos milimétricos que algunos futbolistas emplean antes de chutar. Ramírez golpeó el balón con el interior de su bota izquierda. Mientras la pelota avanzaba hacia el corazón del área, un total de catorce jugadores luchaban con cintura, codos y tobillos por ganar una posición. De entre ellos emergió El Faraón, como si algún compañero loco se hubiera tumbado en el suelo para poner en práctica la versión uruguaya de la catapulta infernal. El capitán charrúa cerró los ojos y golpeó el balón hacia abajo con la cabeza. El balón botó y se coló en el fondo de la portería del viejo guardián engominado. Diez minutos más tarde, la victoria se consumó: Uruguay había salido viva del grupo de la muerte. Ese día, la mujer de un empleado de la finca de los Godín se puso de parto. Mientras Iris Leal, madre de Diego, sufría frente al televisor, Luis Godín se marchó a cuidar su ganado. No soportaba la tensión. Aunque Uruguay cayó contra la insolente Colombia en octavos de final, Diego Godín ya era un héroe nacional. Su partido frente a Italia y su brillante temporada como capitán del Atlético de Madrid llamaron la atención de varios gigantes europeos. De entre ellos, sonó con más fuerza que ninguno el Chelsea de Mourinho. Pero Godín estaba a otra cosa. Dijo: “Yo me he hecho hincha de este club [del Atlético de Madrid]. Cuando has vivido cosas malas y buenas y la gente se identifica contigo, eso te llega. Yo soy un loco que, cuando estoy comprometido con algo, solo voy hacia adelante”.
La hija del ‘Pepe’ Herrera y la gloria de Ghiggia
Las amigas de Sofía querían ver el fútbol. Acababan de terminar el liceo y viajaban por Europa. Era 2013. Estaban en Barcelona, y ese día había un Barça-Atlético de Madrid en el Camp Nou. Sofía le pidió unas entradas a su padre, el ex jugador de Peñarol y Cagliari, José Óscar El Pepe Herrera. Cuando Sofía fue al hotel del Atlético a recogerlas, conoció a Godín. Algo tocó en la armadura del guerrero que, un año más tarde, ya eran novios. «El amor influye mucho, es muy importante. Siempre lo dije. Sentirse bien en la vida personal y tener una vida ordenada es fundamental para cualquiera y más para un jugador», dice el defensa. Entonces dirá, como para que no se le note muy blando, que sus películas favoritas son las de acción. Y te dirá que mires las estadísticas y las mirarás y comprobarás que, en los últimos cinco años, Diego Godín es un habitual entre los 20 jugadores que más balones roban en la Liga española y que nunca ha aparecido entre los que más faltas cometen o los que ven más tarjetas amarillas. Después dirá que hay que luchar, luchar y luchar para ganar, ganar y ganar.
Como cuando lo del partido contra el Barça. Cuando el Atlético podía proclamarse campeón de Liga 18 años después si ganaba en el Camp Nou.
A los 32 minutos de partido, Messi recibió un balón de Cesc y le cantó una nana. Lo durmió. Alexis Sánchez pasaba por allí y decidió que aquel no era un momento onírico. Le pegó con tanta fuerza que, más que despertarlo, casi lo descose. El balón entró por la escuadra izquierda de la portería de Courtois. Diego Costa y Arda lesionados y 1-0 a favor en su campo. El Barça era David Sumner con las gafas rotas y el rifle cargado: todo estaba bajo control.
Un año después, al Cholo Simeone se le ponen ojos de loco cuando le recuerdan el partido. “Estábamos jugando mejor que ellos. El empate nos valía, y sabíamos que, si marcábamos, se acababa el partido”, explica. A los cuatro minutos del segundo tiempo, fue Gabi quien trotó hacia la esquina izquierda de Pinto, quien, de nuevo, oteó el área como Ahab oteaba el océano y quien puso el balón en el corazón del área, donde trece jugadores peleaban por el metro cuadrado apropiado. Lo que pasó cuando el balón llegó al área es lo mismo que pasaría meses después en Natal. “En parte pude sentir lo mismo que Ghiggia en el Maracanazo, al silenciar todo un estadio”, dice Godín.
Luego le preguntan cómo se las arregla para marcar en los partidos en los que la mayoría de jugadores padecen atrofia muscular y responde, quitándose hierro, quizá acordándose de aquellas charlas sobre la humildad y el ejemplo: “Y…un poco de todo. Primero, tenés que desearlo. Son momentos que soñás. Si no, es imposible. Luego, estar convencido de tu potencial y de tus condiciones. A mí me han caído rebotes, sí, pero metí goles de ímpetu, porque lo deseaba como nadie”.
Y entonces hablas con ese colega tuyo que vive una crisis existencial. Le cuentas la historia de este tipo y él te dice que joder, que así quién te va a parar en la vida.