Rosa Ribas podría haber sido la representante meridional del cosy crime escandinavo al estilo de Camilla Läckberg: sus protagonistas femeninas son mujeres de aspecto impecable y conducta irreprochable, que han recibido una educación primorosa y tienen ese saber estar que tanto luce en una dama. Por suerte para los lectores, estos personajes también comparten con su autora un humor negro soterrado, una rebeldía sutil pero contundente y sobre todo la voluntad de no dejarse enterrar bajo etiqueta alguna. Las novelas de Rosa Ribas han sido durante mucho tiempo un secreto a voces entre los cada vez más numerosos fans de sus obras, con la reedición de sus libros anteriores en formato de bolsillo y la publicación de la serie de Ana Martí en colaboración con Sabine Hofmann por la Editorial Siruela, estas obras están ahora al alcance de todos los amantes de la buena novela negra.

Tras Don de lenguas, El gran frío es la segunda entrega de la serie sobre la periodista Ana Martí ambientada en la Barcelona de los años 50. Aunque en esta ocasión la protagonista cambiará rápidamente de aires para acudir a un pueblo perdido del Maestrazgo aragonés a investigar un caso de estigmas religiosos en una niña del lugar. Esta ambientación rural y la confrontación de la ignorancia supersticiosa de los aldeanos con el escepticismo ilustrado del cacique local me ha recordado mucho a Los Santos Inocentes de Delibes: pero ahí se termina todo el paralelismo entre ambas obras. Aquí el factor determinante de todos los hechos que se narran es el doble aislamiento, goegráfico e ideológico, de un pueblo sin apenas comunicación con el exterior, con gente sin estudios y dominada por las fuerzas vivas del lugar que son quienes les dictan lo que tienen que hacer, pensar y creer. Lo que no significa que se retrate a los lugareños como una masa amorfa y pasiva, uno de los grandes triunfos de la novela es cómo ha logrado la autora poner nombre, rostro e historia a tanta gente anónima de la postguerra que tuvo que sufrir en los pueblos perdidos del interior una vida predestinada al fracaso sin vía de escape alguna. Hay un párrafo hacia la mitad de la novela que ilustra perfectamente el ambiente que encontró Ana Martí en ese pueblo:

Al contrario que la ampulosa retórica oficial del Régimen, cargada de palabras rimbombantes como «imperio», «cruzada», «grandeza», las aspiraciones de la gente en el país eran pequeñas, mezquinas hijas de la mera necesidad de supervivencia. El sueño del alcalde era tener un barcito en un pueblo de mala muerte. Si las ambiciones de la gente en Barcelona eran pequeñas, aquí eran minúsculas.

El gran frío es una novela detectivesca, histórica y social, pero es, sobre todo, una gran novela. Todas las demás etiquetas que podamos ponerle servirán para describir al libro pero no para calificarlo. Rosa Ribas podría haber sido la reina del cosy crime meridional, pero es demasiado buena escritora para limitarse a escribir libros de fórmula. Y sospecho que sus personajes tampoco se lo permitirían.

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Rosa Ribas by Negra Tinta. Ilustración de Jorge Berenguer para «Actos de lectura». © Negra Tinta 2014

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