Amamos el Mediterráneo. Amamos América Latina. Perdemos el rumbo sobre los mapas cuando recorremos con la yema del índice los lugares a los que nunca fuimos. Perdemos el norte entre libros, fotogramas, capítulos, fotografías, viñetas, carteles y cuadros. Nos encanta discrepar. Nos encanta la ironía. Tratamos de mirar de lejos a las banderas. Tratamos de mirar de cerca a las personas. Nos duele el racismo. Nos duelen los supremacismos. Creemos en los grises: a menudo, la realidad no suele ser ni demasiado negra ni demasiado blanca. Creemos que, como dijo un amigo, ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos. Pensamos que con diálogo la gente que piensa diferente puede ponerse de acuerdo o, al menos, convivir en el mismo espacio sin que caigan gotas de plomo y acero. Pensamos que con música las penas son menos penas. Cantamos en el coche y cantamos en la ducha. Cantamos canciones que, a veces, ni entendemos porque nos recuerdan a Tetuán, Roma, San Francisco, Moscú, Cádiz, La Habana, Tokio, Buenos Aires, Auckland o Nueva York. Hablamos por los codos. Hablamos de casi todo. Preguntamos compulsivamente. Preguntamos incómodamente. Escuchamos boquiabiertos. Escuchamos con placer. Contamos historias como las que nos contaban nuestros abuelos cuando éramos niños. Contamos historias que a veces algunos no querrían que contáramos. Hacemos periodismo. Hacemos narrativa.
Si has llegado hasta el final, bienvenido a Negratinta.