Fotografía: Matías Eidelman
El barrio tiene olores y facciones caribeñas. Los restaurantes dominicanos aparecen aquí y allá. Uno se imagina a los rostros antillanos –morenos, mulatos y negros– con los que se ha ido cruzando desde que la parada de metro de Cuatro Caminos quedó atrás reunidos en domingo ante una mesa llena de arroz, frijoles y carne en salsa; cantando y bromeando para aliviar la morriña que sienten por esas Antillas que les vieron nacer. En este Little Santo Domingo trabajan los cineastas de Sintagma Films. Uno de ellos, Guillermo García López (Madrid, 1985), abre una cancela metálica de color negro, al rojo vivo por los calores del verano, y nos enseña las instalaciones de una productora que ha hecho de la modestia, ambición. «Llevamos aquí solo dos años y medio. Las paredes las hemos lijado y pintado. Poco a poco hemos ido construyendo un plató muy funcional», comenta mientras pasea por una estancia amplia y minimalista, «y el techo lo estamos insonorizando por nuestra cuenta y las mesas que veis las hemos montado con los materiales que nos cede el padre de un amigo». Sin embargo, el santo grial de la productora es un proyector «de los de antes». Su función es meramente decorativa, pero Guillermo nos enseña con devoción sus tripas y desgrana su funcionamiento: el foco, el encuadre, el juego de lámparas para proyectar las cintas de 35 mm… «Es como una cámara de Súper 8 en versión XXL», añade.
–¿Y dónde habéis encontrado esta joya?
–Era uno de los proyectores de los cines Roxy, en la calle Fuencarral.
No hace falta preguntar qué pasó con esa mítica sala. Lleva dos años cerrada. De ahí, el orgullo de Guillermo por haber rescatado una parte del viejo cine. Más si cabe, al saber que esa vieja máquina «fue la primera en proyectar la copia con la que se estrenó La guerra de las galaxias en España».
Del afán por rescatar las esencias de la cinematografía nació el primer documental de Sintagma Films, La gran desilusión [dirigida por Pedro González Kühn y nominada al Goya de su categoría en 2014], que narra los recuerdos y reflexiones de un viejo proyeccionista, profesión cuasi extinguida en nuestro país en su concepto original debido a la evolución del celuloide hacia formatos digitales. A nuestro anfitrión le fascina el aroma del séptimo arte que se desprende de películas como Cinema Paradiso. El culpable de esa fascinación por lo vintage es su socio Pedro, miembro de una familia dedicada al cine desde hace décadas. Frágil equilibrio es la producción en la que estos cineastas andan ahora mismo involucrados. Guillermo García López es su director. Con esta película de no ficción se estrena en esas lides, después de haber sido uno de los productores de La gran desilusión y haber trabajado en el departamento de dirección de títulos como Blancanieves, de Pablo Berger, Gibraltar, de Julien Leclercq, o Jappeloup, de Christian Duguay. «Parece una locura comenzar con un documental donde rodamos en Uruguay, Marruecos y Japón, además de Madrid», explica el cineasta, que ha tenido que buscar colaboradores en cada uno de los países en los que se desarrolla la cinta para poder ir avanzando con el proyecto. Ahora busca completar el presupuesto para acabar el rodaje y la postproducción a través de una campaña de crowdfunding (https://www.indiegogo.com/projects/fragil-equilibrio-delicate-balance).
En total, han sido casi dos años de trabajo inspirados por un personaje, Pepe Mujica, que le sirvió como manantial para amamantar un proyecto que narra los puntos en común en las vidas de una madre española sobre la que pesa una orden de desahucio, tres inmigrantes de Mali que quieren saltar la valla de Melilla y un japonés que vive esclavizado por el trabajo en una gran empresa. Historias, en definitiva, donde altruismo y dignidad humana chocan contra las leyes del mercado neoliberal. Así diagnostica el estado de las cosas en el planeta el ‘doctor’ Mujica. La entrevista que le hizo Guillermo al entonces presidente de la República Oriental del Uruguay en agosto de 2014 –conseguida gracias a las insistentes gestiones de su hermana Marina, residente en Montevideo desde hace unos años– sirve como hilo conductor para un documental de ambicioso fondo y formas muy cuidadas. «Mi sensación con este documental es la de estar haciendo cine, buscando metáforas visuales, puntos en común entre los protagonistas… Un zapato puede ser un elemento narrativo muy fuerte. Por ejemplo, uno de los inmigrantes que intentan entrar en Europa pierde un zapato en el salto a la valla y el japonés con el que rodamos en Tokyo se gasta un buen puñado de yenes en comprarse el último modelo de deportivas». Todo ocurre en el mismo planeta, ese lugar que se mantiene en un equilibrio tan frágil que solo puede sostener la bondad del ser humano, muchas veces soterrada por la economía convertida en ambición.
–Las historias que contáis, especialmente la de los inmigrantes, son un choque contra el muro de la desazón.
–En el primer encuentro con las historias que hemos tocado ha habido siempre desazón. Recuerdo cuando Pedro [González Kühn, su socio en Sintagma Films] y yo subimos al Monte Gurugú. Llegamos a Melilla sin saber qué nos íbamos a encontrar al otro lado de la valla. La mayoría de las opiniones que recabamos coincidían en que era casi imposible subir y que más difícil aún era hacerlo con cámaras. El Ejército marroquí tenía teóricamente acordonada la zona y los taxistas de Beni Ensar y el resto de pueblos de la frontera contaban con órdenes de llevarse a los periodistas a la comisaría en cuanto entraran en el taxi. Optamos, aconsejados por una persona de confianza, por subir al Gurugú con una cámara pequeñita. Nos equivocamos de camino en la ascensión y llegamos a pasar muy cerca de los paramilitares que se dedican a machacar a los inmigrantes a base de redadas. Íbamos asustados y, cuando llegamos al campamento, nuestra reacción fue decir «hostia». Habíamos escuchado de todo, habíamos leído de todo, la realidad palpada de cerca no tiene punto de comparación. Da igual que sepas que lo que hay allí es un desastre, vivirlo es diferente. Nos sentamos con ellos en torno a una hoguera y nos costaba sacar la cámara. Estas historias cuesta contarlas en un primer momento. Allí sucedió algo mágico: fue fácil entablar confianza con bastantes de ellos y empezaron a contarnos sus vivencias. No les importó hablar delante de la cámara y dejarse grabar mientras hacían su día a día. Contar esta historia es darle voz a su situación. Quizás no sea una ayuda tan activa como otras, pero es lo que podemos aportar.
–En la concepción de Frágil equilibrio, ¿cómo se conecta a un presidente uruguayo con un grupo de madrileños afectados por la crisis y los desahucios, unos inmigrantes que quieren saltar de África a Europa y un grupo de asalariados japoneses que viven encadenados a la gran corporación para la que trabajan?
–Por el discurso de Mujica, que actúa como leitmotiv. Él habla del «valor de la vida» frente a «los intereses del mercado». En estas historias los conflictos que viven los personajes son consecuencia muy directa de la aplicación del sistema capitalista. Realmente, el mensaje de Mujica es claro: denuncia que hemos sucumbido a la cultura de mercado y que nos estamos olvidando del resto de las cosas. Los inmigrantes africanos podrían ser los inmigrantes latinoamericanos que cruzan México en busca de la frontera estadounidense; es el poder de atracción de una potencia respecto a su patio trasero.
–¿Europa y Estados Unidos son aspiradora y embudo al mismo tiempo?
–Efectivamente. Ese efecto aspirador está generado: tiene un mecanismo previo de empobrecimiento del Tercer Mundo, que ha sido explotado por los mismos que atraen a sus inmigrantes, con la colaboración de gobernantes propios que son corruptos. Mujica, en la entrevista que le hicimos, se centra en cómo el marketing absorbe las mentalidades y deseos de muchísimas personas. Elegimos Japón porque representaba un modelo radical de la cultura del trabajo. Y, el desahucio en Madrid viene a identificar uno de los problemas más evidentes que ha causado el capitalismo en España.
–Entonces, la selección de historias la hacéis después de entrevistaros con Mujica.
–No, la selección fue previa. A Mujica le presentamos un dossier con el proyecto completo.
–¿Fue vuestro muso para construir el guión?
–Efectivamente. Escuchando discursos y entrevistas que le habían hecho construimos el cuerpo del documental. Hubo opciones muy distintas para armar el guión. Puede haber miles de historias a lo largo y ancho del mundo para representar este concepto.
–¿Los protagonistas del documental están deshumanizados? ¿Luchan por recuperar o conseguir una pizca de dignidad?
–Están en la búsqueda, en una fase de reivindicación. Algunos se reconocen como muertos vivientes. Otros se sienten como objetos. Simples productos.
–¿Taisuke, un japonés al que teóricamente le van bien las cosas porque tiene un buen trabajo, es el contrapunto a Beatriz, una madrileña a la que desahucian, y Mahamadou, Ibrahim y Fofana, los tres inmigrantes que intentan saltar la valla de Melilla?
–Las historias, aunque toman protagonistas en un primer momento, se vuelven colectivas según avanza el documental. Es una consecuencia lógica del rodaje. La película se transforma en un testimonio coral repartido en varios contextos geográficos. En el caso del Gurugú, son tres malienses quienes más hablan, pero podrían haber sido otras tres personas situadas cien metros más allá.
–Son cortes de vida.
–Exacto. Intentamos mostrar un fotograma de la realidad. En España, la narración de las historias que se cuentan están interconectadas gracias a las conversaciones de los protagonistas. Así se ha trazado un mapa de personajes.
–En las dos historias que transcurren en España interviene la Policía Nacional. Aparecen agentes del orden cuando los protagonistas se resisten a la deshumanización, representada por un desahucio y una valla llena de cuchillas.
–En nuestro rodaje no fue necesario recrearnos en la brutal actuación de la Policía Nacional porque ahondamos en los aspectos humanos. Queremos que sean los personajes quienes llenen la pantalla. Al tocar temas tan sensibles y debido a los tiempos con los que contábamos en la producción, preferimos explicar esas actuaciones policiales con imágenes de archivo. Afortunadamente, hay freelancers que siempre están ahí, en el momento y el lugar adecuados, para conseguir imágenes muy difíciles de captar. Hemos buscado esas situaciones, pero nos hemos dado cuenta de las limitaciones que teníamos en esos momentos. Nuestro trabajo iba más allá de reportajear esos acontecimientos. Eso no quita que hayamos estado en casas en el momento del desahucio y hayamos documentado la entrada de los antidisturbios. De ahí la colaboración con periodistas y documentalistas independientes: ellos han sido nuestra mirada para captar esos sucesos; nos hemos situado a su lado en esos momentos y hemos aprendido a mirar como ellos.
–¿El cine y el periodismo español han tratado desahucios y oleadas migratorias en su justa medida durante los últimos años?
–¿Hablamos del periodismo en general o de los medios de comunicación? Creo que hay mucha gente que está generando material y contenidos reales, objetivos y verídicos de lo que ha ocurrido y todavía está pasando. El problema es que las grandes ventanas de la comunicación están muy cerradas en estos temas. Los medios masivos manipulan muchas veces estas informaciones y, ante eso, se han abierto ventanas alternativas parar mirar lo que ocurre. Hay una corriente de periodistas independientes –muchos trabajan la fotografía y el vídeo– que se está encargando de documentar esas crudas realidades. En el cine, quizás, se esté contando menos, pero ya hay varios proyectos en marcha que abordan el problema de los desahucios.
–¿Qué porcentaje de periodismo y cuánto de cine tiene vuestro documental?
–En este documental hay una mirada muy subjetiva. No somos periodistas, somos cineastas que respetan al cien por cien la profesión periodística. Hemos intentado obtener de una manera periodística la información necesaria para empezar a grabar, utilizando técnicas propias de la comunicación. La documentación ha sido extensa para poder darle luego una visión subjetiva al asunto. Es decir, una narrativa. Está presente nuestra palabra como autores. Hemos rodado cosas que estaban sucediendo sin intervenir en ellas, pero también hemos hecho lo contrario. Eso se sale de la deontología periodística.
–¿En qué habéis intervenido?
–En la parte que está rodada en Madrid hemos ido a las casas de los protagonistas y les hemos ubicado en ellas. En el momento en el que colocas la cámara en sus casas para grabar su vida cotidiana ya les estás dirigiendo.
–¿Hasta qué punto una persona que no se dedica a la actuación puede representar su vida cotidiana con normalidad?
–Es alucinante el resultado que se consigue. En el caso de la historia japonesa y, sobre todo en España (donde influye lógicamente la facilidad para comunicarnos con los protagonistas), hemos alucinado por la verdad que había. Hay que construir un mecanismo para que eso funcione y pasa por empatizar con la persona a la que vas a grabar. En el momento en el que ella entiende lo que has venido a ver, se obra el milagro. Muchos de estos personajes están deseando que se hable de los problemas que sufren. Cuando se acepta este pacto en común –yo voy a contar tu vida y necesito que me la muestres–, el resultado sorprende por su belleza y realismo.
–Uno de los mayores éxitos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca es consecuencia lógica de detener desahucios o hacer visible un problema social. Me refiero a la pérdida de vergüenza de los afectados para explicar en primera persona esa situación.
–Eso es el empoderamiento. Frágil equilibrio nos ha acercado muchísimo a estas situaciones y hemos aprendido muchas cosas inesperadas. Los desahucios son un problema con muchas sutilezas. Hay muchísima gente afectada por la crisis en nuestro país, mucha más de la que se queja. Lo que dices que ha hecho la PAH –y no solo ellos, no hay que olvidarse de otras asociaciones y colectivos que participaron en el 15-M y llevan años preocupados por la carestía de la vivienda– es básicamente eso que definen como el empoderamiento. Es decir, la gente tiene la capacidad de rebelarse ante lo injusto. En el momento en el que le dices al banco «no», por lo menos, se abre un proceso de negociación. Si te callas y te quedas quieto eso no va a suceder.
–¿El modo de vida del protagonista japonés, tremendamente influido por el consumismo, nos deja a los españoles más cerca de él que de los malienses que buscan cruzar la frontera?
–Precisamente de eso hablamos en el documental. Las historias que estamos narrando pueden llevar a la identificación con los personajes de aquí y de allá. España siempre fue un país de inmigrantes y ahora lo vuelve a ser. Con el tema del trabajo pasa igual. Esta persona que trabaja en una gran corporación tiene un problema que tenemos muchos aquí, yo el primero. Es esa dependencia por conseguir ciertos objetivos en el trabajo que tanto se da en todos los países occidentalizados. En cualquier lugar donde la industria haya crecido y se haya creado el submundo agresivo de los ejecutivos eso va a suceder. En algunas cosas nos hemos sentido muy cercanos a los japoneses, en otras, a los africanos, y también ha habido identificación con los habitantes del barrio madrileño de San Cristóbal.
–Por citar a Mujica: ¿Cómo hacemos para que «el barco» en el que navegamos todos no se hunda?
–Buena pregunta. Es la cuestión que queremos plantear en el documental. No queremos que esta película sea un panfleto político. No nos creemos capaces de definir cuáles pueden ser las soluciones. Ni siquiera el propio Mujica define su discurso como algo seguro. Sin embargo, estas dudas, al plantearse, establecen una posibilidad: en el momento que tenemos esperanza pueden cambiar las cosas. En el momento en el que me puse a rodar el documental sentía una incertidumbre que generó la acción. En primer lugar, hay que darse cuenta de que estamos en un barco todos juntos y que hay que tirar para adelante. Después, hay que pulir la felicidad propia.
–Darte cuenta de que vas en un barco es algo tan complicado como importante. Me gusta esa metáfora porque el barco es una estructura sólida que navega sobre un elemento tan frágil como el agua, que en caso de fuga no va a sostener a la nave. El hundimiento es inevitable si se hacen las cosas mal.
–Es importante la conciencia de estar. En el momento en el que sentimos que estamos haciendo algo en común es más fácil que empatice contigo y con el de al lado.
–¿Involuntariamente vuestro documental tiene un discurso anticapitalista?
–Involuntariamente y no involuntariamente. Estamos explicando una serie de problemas generados por el capital. Evidentemente, no conocemos cuál es la solución. No tengo ni idea cuál es la alternativa, por eso me decido a poner una lupa sobre el problema y tirar del hilo hasta llegar al origen. Si bien el capitalismo ha generado un desarrollo tremendo, por otra parte, como dice Mujica, ha sido negativo porque «por varios flancos todavía hace aguas» y está generando efectos colaterales de mucha envergadura. En Frágil equilibrio hay una llamada de atención sobre esos efectos colaterales del capitalismo.
–Hasta hace unos años, para la mayoría del planeta Pepe Mujica era un total desconocido. Durante los últimos años de su presidencia en Uruguay se han multiplicado las entrevistas, reportajes y perfiles sobre su figura. Vuestro documental no es el único que aborda el fenómeno de ese alto dirigente que se comportaba como un ciudadano de a pie.
–Mujica dice que le llaman «raro», pero responde diciendo «que los raros son ellos». Es un hombre que causa sorpresa. En España hemos tenido una clase política nada consecuente, en mi opinión, con la situación actual. Debería ser sorprendente, pero ver corrupción política y abusos de poder es lo normal. Por eso, la figura de Mujica tiene tanto impacto. Aunque no debería ser así, su comportamiento es extraño. Sobre todo para los políticos del mundo entero.
–Los que habéis visitado su rancho os habéis dado cuenta de que no es un presidente pobre. Solo vive como una persona normal.
–Nosotros nunca quisimos ahondar en los aspectos de pobreza que se le pueden sonsacar a la casa en la que vive. Cerramos el cuadro para normalizar el asunto. Nunca tuve sensación de pobreza. Al revés. ¿Es pobreza por comparación con otros? Pues no, porque él no necesita nada más. Elige cómo quiere vivir. Quizás por tener muy trabajado cada rincón de la casa por lo que había visto en otras entrevistas para ver donde ubicábamos la cámara, no tuve sensación de sorpresa al llegar allí. La sensación fue de normalidad pese a la tensión del rodaje.
–¿Cómo es el Uruguay más allá de Mujica? Al ser un país tan pequeño, más aún al estar entre Argentina y Brasil, da la sensación de ser el laboratorio perfecto para aplicar políticas y leyes como las llevadas a cabo por el Frente Amplio.
–En un país más grande y amplio quizás hubiera sido imposible. Mujica ha reconocido que Uruguay es un territorio manejable, un país donde estas cosas podían suceder. Si alguien como él goza de tanta popularidad entre sus conciudadanos es por el tema de la representación. Los graves problemas que han empujado a muchos a pedir cambio en España y en otros países del sur de Europa es porque la gente no se ha sentido representada por sus políticos. El espíritu generalizado aquí cuando se habla en un bar de política es rajar del político. La primera vez que fui a Uruguay [verano de 2013] me sorprendía que no fuera así. No hacía falta más que comparar a Mujica con el famoso «cup of café con leche» [frase que pronunció Ana Botella en aquellos días al otro lado del Río de la Plata, en Buenos Aires, durante la elección de la sede de los Juegos Olímpicos de 2020]. Mujica no tiene aristas porque hace lo que dice.
–Pero qué frágil es la política que se preocupa por las personas antes que por los mercados.
–Sí. Intentamos abordar a Mujica desde un punto de vista humano. Su teoría política se centra en el ser humano. Se basa en el futuro del ser humano. Frágil equilibrio quiere tocar esos aspectos.
–Analizando la historia vital de Mujica se ven bastantes paralelismos con la de Nelson Mandela. Los dos fueron guerrilleros, estuvieron presos, fueron torturados y salieron de la cárcel para acabar presidiendo sus países en un momento de crisis. Mujica se ha encontrado con la crisis neoliberal igual que Mandela llegó al poder tras la caída del bloque comunista. ¿Pero tras ellos, qué? ¿Se diluirá en Uruguay el discurso de Mujica igual que se ha emborronado el talante que dejó Mandela en Sudáfrica?
–Siempre se corre el riesgo de que el legado se disgregue. Mandela y Mujica son personas que pasan por la Historia y son faros de libertad. Son la otra cara de la moneda de aquellos que pasan a la Historia por causar horror entre los seres humanos. Si hubiera muchos como ellos podríamos desequilibrar la balanza hacia el lado positivo. Ellos hablan del perdón. Salen de la cárcel y dejan de lado el rencor. Eso es muy complicado. Yo no creo que fuera capaz de hacerlo. Son iconos. El mensaje del perdón debe permanecer, debe ir dentro de nuestras mochilas porque no es una herramienta más. Igual que somos capaces para soportar los mensajes del horror, deberíamos ser capaces de comprender las ideas positivas. Para aplicarlas bastaría con que las lleváramos a cabo en las cositas pequeñas del día a día. El mensaje de Mujica y Mandela es aplicable a muchas escalas distintas.
–El problema es que los libros de Historia y los periódicos suelen olvidarse de aquellos que fueron capaces de anteponer la vida humana a su ideología (de la que nadie carece).
–Como seres humanos, ya somos frágiles en nuestra estructura. La naturaleza humana ya es contradictoria en sí misma: hoy estamos hablando de una situación que mañana puede ser diferente. Muchas veces somos capaces de pasar el límite: y nos cargamos la vida porque no respetamos su fragilidad.