Enemigos en la década del 20, rifeños y africanistas unirían fuerzas durante el período republicano. Ambos odiaban al nuevo orden por motivos diferentes.
Antes de la proclamación de la II República, la izquierda rechazaba cualquier posesión española de ultramar, así como la continuación del Protectorado –eufemismo de colonia– español en el norte de Marruecos. Sin embargo, una vez en el poder, proclamada ya la II República en 1931, el Gobierno de Manuel Azaña se desdijo y se apresuró a dejar todo tal y como estaba. Los avances en los derechos laborales de los españoles, entre otras regalías, no tuvieron réplica en las condiciones de trabajo de los marroquíes, lo que produjo diversos levantamientos que llevaron al general Sanjurjo a proclamar el estado de guerra para “pacificar” las revueltas. Esto calmó a las potencias europeas que veían con recelo un gobierno de izquierdas con políticas de izquierdas para las colonias.
La República no trajo igualdad entre colonos y nativos en ningún aspecto, sobre todo en el jurídico. En cambio, a los judíos marroquíes se les otorgó la igualdad, la nacionalidad española, protección y privilegios. Los hebreos beneficiados eran sefardíes, expulsados de España en 1492 y asentados en el norte de África. Después de la batalla de Tetuán de 1860, recreada en un cuadro por Mariano Fortuny, las tropas españolas se quedaron sorprendidas al ver que en la ciudad había una comunidad judía que hablaba ladino, el castellano de los sefardíes, y que había guardado sus costumbres durante casi 500 años de exilio tras la expulsión decretada por los Reyes Católicos.
Los marroquíes musulmanes vieron con mucho recelo este trato de favor hacia los seguidores de la religión hebraica. Tener menos derechos que los colonos y que los judíos, cuando supuestamente el gobierno era de izquierdas, hizo mella en las esperanzas y el optimismo respecto al Estado Español. En ese momento se plantó también en el Protectorado la semilla del fantasma de la rara conspiración judeo-comunista-atea que habría de servir como base ideológica a las fuerzas militares y civiles que se alzaron contra la legalidad republicana en julio de 1936. Fue precisamente Marruecos la lanzadera de las columnas de legionarios y soldados musulmanes que conquistaron todo el suroeste español durante el verano del 36, quedándose a las puertas de Madrid.
Los nativos rifeños siguieron sin derechos entre 1931 y 1936, pero los sefardíés de la zona recuperaron la nacionalidad española, perdida en 1492. El recelo musulmán a lo hebreo se multiplicó
Con la llegada del Bienio Negro (1933-1935), no solo no se mejoró la situación de los nativos, sino que además se colonizó la región atlántica de Ifni. Las políticas republicanas no eran pragmáticas, los resultados tardaban demasiado en llegar y los proyectos en realizarse. Se recortó en ejército. Eso fue un duro golpe no solo para el ejército en sí, sino también para lo nativos. El Protectorado era una zona muy militarizada y la economía local se sustentaba básicamente con el día a día de aquellos militares. Se crearon hospitales, pero no había médicos civiles y en las zonas donde se contaba con facultativos militares, que se encargaban también de la población, solo se veían hospitales vacíos.
En aquellos años, la onda expansiva del crack del 29 estaba en todo su apogeo. Había miseria en el Protectorado. Los funcionarios de la República no conocían los usos ni las costumbres locales; tampoco el idioma. A todo esto había que sumarle las propias desavenencias entre la izquierda: los izquierdistas más radicales no entendían que existiera una política colonial igual a la que pusieron en práctica Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera, a parte de no ver mejora en el rendimiento del Protectorado. Los anarquistas denunciaban que la zona estaba abandonada. Pero sobre todas estas cosas, fue el bombardeo a Tetuán lo que acentuó el descontento: Un día después del alzamiento militar en Melilla, el gobierno republicano bombardeó el Alto Comisionado de Tetuán, capital del protectorado español, alcanzando la medina antigua, destrozando viviendas, la mezquita de la medina, matando a decenas de civiles y dejando una amplia gama de heridos. Ese abandono, ese caldo de cultivo, de descontento, de miseria, de recelo, de muerte, fue una mecha preparada para que alguien le prendiese fuego a la bomba: el general Francisco Franco.
Franco supo prender fue a la mecha del descontento con la República. Un clima afín a los rebeldes reinaba en el Protectorado, pese a las guerras que nativos y africanistas libraron diez años antes
Pese a lo que pueda parecer, después de años de duras y sádicas batallas entre nativos y colonos para formar el Protectorado, los nativos veían con mejores ojos a los nacionales –pese a las revueltas esporádicas– que a los republicanos. Los militares conocían perfectamente sus costumbres; muchos, hasta el idioma. Habían crecido ahí, habían luchado ahí contra las huestes de Abd El-Krim. Eran los llamados africanistas y, como dijera el propio Franco: “Sin África yo apenas puedo explicarme a mí mismo”. Los oficiales de alta graduación y ánimo golpista eran cristianos y toleraban el Islam, cosa que ocurría a la inversa con los líderes de las tribus nativas. Rápidamente, ambos grupos de poder vieron un enemigo común: los comunistas-ateos (más la amenaza oculta del judaísmo). La cruzada antirreligiosa de la República debía tener contrarréplica. Tanto nativos como militares estaban curtidos en aquellas áridas tierras. Los africanistas eran los únicos que tenían experiencia militar amplia. Marcada a fuego.
Entre el contingente que mandaban estos oficiales se contaba con los «regulares», marroquíes que luchaban bajo bandera española, un cuerpo creado durante las Guerras del Rif y que luego fueron enviados a Asturias para «pacificar» las revueltas mineras. Representaban el papel de los afrancesados españoles que se unieron a Napoleón Bonaparte cuando quiso invadir España algo más de un siglo antes. Algunos de ellos ascendían dentro del ejercito español, como es el caso de Mohamed Ben Mizzian, que se convirtió en el brazo derecho de Franco. Tal fue así que llego a ser teniente general del ejército español. Dirigió la primera división de Navarra, en su mayoría formada por militares cristianos, durante la guerra; y fue Capitán General de Galicia durante el Franquismo.
El 17 de julio de 1936, una vez llegó Franco a Tetuán desde las Canarias a bordo de la aeronave ‘Dragón Rapide’, empezó a reclutar nativos. Miles y miles se alistaron. Unos para salir de la miseria; otros por auténtica devoción a lo que consideraban una yihad contra el monstruo ateo-comunista; otros por venganza, para hacerle a los españoles lo mismo que les habían hecho a ellos. Para muchos solo importaba matar, violar y mutilar a españoles, da igual de qué bando fuesen, tal y como los españoles habían hecho con ellos. Otros fueron engañados e intentaban escapar a la primera de cambio. En ocasiones también habían motines durante los reclutamientos de gente que no quería ir y era forzada a alistarse. El valor, la bestialidad, aunque no exclusiva, y la locura, eran bien conocidos por todos, sobre todo entre los republicanos, que escuchaban la palabra “moro” y daban la impresión de haber visto al diablo en persona. Entraban a fuego y sangre en las ciudades: «Con el aliento de la venganza de Dios sobre las puntas de sus machetes persiguen, destrozan, matan y embriagados con la sangre la columna avanza». Así describe el jesuita Alberto Risco, en su libro La epopeya del Alcázar de Toledo.
Peregrinaciones a La Meca para la «punta de lanza»
Los moros de Franco eran usados como punta de lanza, como carne de cañón. Parecía que ni a los soldados españoles que siguieron al posterior Generalísimo en la campaña de Andalucía y Extremadura, ni a ellos mismos, los musulmanes, les importara su vida. La mayoría nunca retrocedía en situaciones complicadas. Por eso, a día de hoy, los regulares, formados básicamente por nativos, siguen siendo, pese a su juventud, la sección del ejército más laureada y condecorada de las tropas españolas. Como recompensa por sus incuestionables servicios bélicos, Franco, ya como jefe de Estado, les dio una paga vitalicia al finalizar la guerra, aunque nimia. Otorgó privilegios al Protectorado: fueron los años de oro de esta región hasta la independencia de Marruecos en 1956. Incluso los marroquíes tenían regalías con las que no contaba el resto de España: era legal organizarse en partidos políticos. A muchos les pagó el viaje de peregrinación a La Meca. Y lo que más puede sorprender a cualquiera a día de hoy es que en el año 1972 Franco planteó extirpar la catedral gótico-renacentista del interior de la Mezquita de Córdoba con tal de purificar la mezquita y dejarla como obsequio a los musulmanes por los servicios prestados.
El dictador de El Ferrol prometió a sus moros que volverían a su patria «con bastones de oro». Esto se materializó en el beneplácito de los altos mandos para que los regulares cobrasen su recompensa por cuenta propia a través del saqueo. Muchos fueron a la Guerra Civil a sabiendas que nunca más volverían, sólo para que sus familias tuviesen para comer. Cuando acabó la contienda, la gran mayoría volvió a Marruecos. Eran duros, valientes y casi salvajes. Es lo que les habían enseñado los españoles durante las disputas del Rif, en la década del 20. Esa era la forma de vida de los africanistas y de los nativos.
El valor y afecto que les daban los militares y los falangistas eran casi divinos. “Guarden otros pueblos el oro, nosotros el moro”, decía Ernesto Jimenez Caballero, miembro destacado de Falange. “Con la ayuda de mis valientes moros, que si bien ayer me destrozaron el cuerpo, hoy merecen la gratitud de mi alma por combatir a los malos españoles, porque dan la vida por la sagrada religión de España, escoltan al caudillo, prenden medallas y Sagrados Corazones en sus albornoces…”, llegó a afirmar Millán Astray, fundador de la Legión. El propio Franco era escoltado, orgulloso, con su flamante guardia mora. En cambio en el bando republicano las palabras eran de temor y desprecio. Es curioso cómo ha evolucionado todo. Las tornas han cambiado: la derecha no quiere saber nada de los marroquíes a los que un día se encomendaron para ganar la guerra y entre la izquierda existe cierta tolerancia y ayuda.