Fotografía: Wikimedia Commons 

Elke Wetzig – Own work

Swetlana_Alexijewitsch_2013

Si el miércoles me hubiera ido a uno de los bares más bizarros del Borne, un zumo, una tónica o una cerveza me hubiera costado tres euros. Es el precio de la modernidad. Pero vivir en Barcelona también tiene sus cosas buenas y, por el precio de un zumo de licuadora, el miércoles podías escuchar en directo a la ganadora del Premio Nobel de Literatura de este año, Svetlana Aleksiévich, en el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona).

Entradas anticipadas agotadas desde hace semanas y aun así hay cola por si alguien se descuelga en el último momento y deja algún asiento libre para ver la conversación entre Svetlana Aleksiévich y el escritor catalán Francesc Serés, buen conocedor de su obra, y encargado de conducir el acto en el vestíbulo principal del museo. La escritora bielorrusa ha aportado a la literatura contemporánea temas que quizás no estaba en el orden del día, pero como bien comenta Serés, la literatura es así y a veces ocurren cosas inesperadas, cosas fuera del magma literario y editorial que se pretende. Prácticamente, Aleksiévich ha creado su propio género –la novela de voces–, mediante el cual explica la historia de la Unión Soviética y de los estados que formaron parte de ella desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días.

Hay varios pilares sobre los que Svetlana Aleksiévich se basa para escribir y no tiene ningún reparo en revelarlos mientras conversa con Francesc Serés. Quizás pueda sorprender a alguien que uno de ellos sea precisamente la sencillez. Explica que proviene de un mundo rural, tranquilo, sencillo en su esencia, y que eso la ha marcado. Hay que escribir sobre temas eternos, que son las pequeñas cosas, porque la vida no consiste  en cosas grandes e incluso si es así, las grandes se forman de muchas otras pequeñas. Para Aleksiévich esa es la perspectiva: la vida cotidiana, los ojos de la gente común, los detalles, las historias que le ha contado a viva voce la gente mayor que vivió la guerra, la microhistoria.

En ese sentido, explica que durante un tiempo dejó de leer porqué le interesaba más lo que le contaban las mujeres de su tierra. Ha escuchado muchísimos testimonios y afirma que nunca visita a la gente como periodista, sino como amiga, porque quiere conocer la letra pequeña de la guerra. Que una señora le contara como se había gastado el último salario antes de la guerra en caramelos para llenar una maleta que se llevaba al frente o como caía muerto un pájaro sin saber por qué. En toda guerra hay una verdad oficial y una verdad de las personas. Las novelas de Aleksiévich están hechas de la segunda y precisamente por eso algunas personas se enfadaron con ella, porque no querían que se publicaran esas voces ni esas verdades. A la ganadora del Nobel no le importa eso, ya que afirma que no quiere censurar ni censurarse. A lo único que le tiene miedo es a la censura o al desconocimiento porque si escribes con miedo, el texto lo nota.

Francesc Serés se interesa por el gran nombre de citaciones de otros escritores que aparecen en sus libros. Aleksiévich explica que su país es palabro-centrista, al menos antaño, porque en los tiempos soviéticos la literatura era la única fuente. Duda de si de ahora en adelante seguirá siendo así, Internet y la información han cambiado nuestra sociedad y la gente ya no sabe leer como es debido. ¿Cómo afectará eso a la literatura?

Cuando llega el turno del público, le preguntan por el tiempo que estuvo exiliada. Aleksiévich afirma que se fue en señal de protesta porque cuando estás en una barricada no ves personas delante de ti, sino dianas, y eso era muy difícil para ella. Así que se marchó para recuperar su visión y abandonar esa perspectiva. Fue acogida por el ICORN (International Cities Of Refuge Network) entre 2006 y 2008 en Gothenburg. Una chica pregunta si su vida ha cambiado mucho desde que le dieron el Nobel. Svetlana mira al suelo, sonríe y explica que le cuesta mucho llegar hasta el escritorio y estar sola, siempre viajando, entrevistándose, conversando. Dice que echa de menos estar un rato en soledad. Acaba el turno de preguntas, aplausos y un ramo de flores para la Nobel de la Literatura, que agradece su tiempo a los presentes, baja sin prisa del escenario y se va decidida, quizás en busca de su escritorio.

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