Fotografías: Pol Jordà

Oscar Tusquets (Barcelona, 1941) es uno de los últimos artistas integrales que quedan en nuestro país. Arquitecto, diseñador, pintor y escritor, formó parte de la gauche divine barcelonesa de los sesenta, cuando el mundo de la cultura se divirtió mientras creaba obras de gran relevancia. Ahora, viviendo a un ritmo más calmado, aún sigue creando. Nos encontramos en el Umbracle del Parc de la Ciutadella, el edificio proyectado por Joan Fontseré y construido entre 1883 y 1887 por Josep Amargós. Como buen voyeur que siempre ha sido, Tusquets no cesa de observar y mencionar las maravillas del lugar antes, durante y después de la entrevista.

–Me citó en el Umbracle de la Ciutadella.

–Sí, pensé en este lugar porque hace unos años James Sterling, que entonces era considerado uno de los tres mejores arquitectos del mundo, me pidió que le llevara a un lugar que me gustara de Barcelona y lo traje aquí. Al verlo me dijo: “Es el edificio más bonito de Barcelona”. Y lo entiendo. Este edificio es mágico. Y la función para la que fue creado es maravillosa: un edificio para que llueva dentro. Es una cosa sensacional. La sensación que tenemos tú y yo ahora aquí es única en el mundo.

–Y mucha gente de Barcelona seguro que no ha estado nunca.

–Es muy accesible, pero como ha estado cerrado tantas veces y tantas otras ha estado en restauración… Pero bueno, encontramos admirables las terrazas de París y de Londres y después a las nuestras les ponemos pegas con el pretexto que la gente tiene que tener espacio para pasear. ¡Pero si hay una cantidad enorme de espacio para pasear! Es una ciudad demasiado controlada. Creo que se están equivocando en muchas cosas. Menos mal que no hicieron pasar el tranvía por en medio de la Diagonal, cosa que hubiese sido la aberración total.

–Últimamente Barcelona está recuperando el pasado con ejemplos como El Born Centre Cultural. ¿Hay interés en recuperar y conservar otras partes de la historia catalana como a la que pertenece el Umbracle?

–Sí, hay partes de la historia que hay más interés en conservar que otras. El edificio que me mencionas de El Born es del mismo arquitecto que este, aunque estoy en desacuerdo con lo que se ha hecho. Son gestos patrióticos, pero arquitectónicamente es cuestionable.

–Se define como arquitecto por formación, diseñador por adaptación, pintor por vocación y escritor por el deseo de hacer amigos.

–Sí, esto sale de una frase de un crítico napolitano de diseño que se llama Vanni Pasca, quien en un momento dado dijo eso de mí. Como frase tuvo tal éxito que ya no la he discutido. Aunque entonces aun yo no escribía. Pero a los 50 años lo empecé a hacer y añadí escritor por el deseo de hacer amigos.

–¿Ha conseguido el propósito de ganar amigos escribiendo?

–Es que lo que digo es totalmente cierto. La gente dice que escribo de una manera muy llana, que mi prosa es como ir a cenar conmigo. Pues si he escrito seis libros y de cada uno se han vendido unos  10.000 ejemplares, es como si 60.000 personas hubiesen ido a cenar conmigo. No está mal.

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–Sus temas siempre han sido provocadores.

–Sí, el primer libro se titula Más que discutible, así que ya dejo claras las intenciones [ríe].

–¿Por qué su necesidad de escribir nace a los 50 años?

–Así como dibujar es una cosa que ya me apasionaba a los doce años, escribir la memoria de un proyecto era una cosa que me daba una pereza tremenda. Todo empezó un día saliendo de una playa de Turquía repleta de turistas que se quemaban al sol. Ya en el autobús vi que, en cambio, las vacas estaban en el campo debajo de unos árboles, a la sombra. Pensé, esto me gustaría contarlo. El placer de la sombra. La sombra es civilización. Se lo enseñé a Beatriz de Moura, mi primera mujer y con la que creé Tusquets Editores, y me dijo que le gustaba mucho y lo publicó. A partir de ahí he tenido mucha suerte con los editores y han acabado siendo amigos.

–Ahora se dedica a pintar y a escribir. ¿Qué pasó con la arquitectura?

–Sí, pero eso es consecuencia del mercado. No es que a mí me haya dejado de interesar la arquitectura, es que a la arquitectura le he dejado de interesar yo.

–¿Por qué?

–Creo que se han mezclado dos cosas: una, la crisis general. La otra, que soy un arquitecto pasado de moda. Lo que me preocupa a mí, que un edificio envejezca bien, por ejemplo, no está valorado hoy en día. Aunque voy haciendo cosas, como la estación de metro de Nápoles.

–En Barcelona actualmente no tiene ningún proyecto.

–Solo un cobertizo de granja en Santa Isona. Pero no me quiero obsesionar con el tema. En diseño las ofertas también han bajado mucho. Un 50 por ciento de las empresas con las que he trabajado, tanto aquí como en Italia, han quebrado.

–¿Usted es el artista integral que se está perdiendo en la sociedad actual?

–Siento impotencia. Cuando estoy pintando pienso que tendría que estar escribiendo; cuando estoy escribiendo pienso que tendría que estar pintando. No me puedo especializar. Los arquitectos americanos me preguntan en qué estoy especializado, si en hoteles, en centros comerciales… y yo les respondo que estoy especializado en proyectos muy difíciles.

–¿Barcelona tiene buenos arquitectos hoy en día?

–Yo creo que cada vez tiene menos sentido hablar de una escuela local. La información va a tal velocidad y tantos arquitectos de aquí están enseñando en Suiza o China, que no tiene sentido. La Escuela de Arquitectura de Barcelona es buena, de las mejores del mundo. Hay buenos arquitectos, lo que pasa es que en España no tienen trabajo. Tienen que irse. Todos tienen oficina fuera o ganan concursos internacionales.

–¿Le es más cómodo hacer proyectos para Barcelona que para otras ciudades como Nápoles?

–Bueno, el caso concreto de la estación de Nápoles es excepcional en el mundo. Una ciudad que no recoge las basuras y que tiene esos problemas brutales, ahora decide tener el metro más fantástico del mundo. Para mí trabajar en Italia no es trabajar fuera. Yo como diseñador he trabajado más allí que en España. Trabajar en Japón sí que es diferente. Allí me encontré como el protagonista de Lost in Translation. Fue interesante pero duro. Trabajar fuera tiene sentido si tienes más libertad que aquí, sino yo trabajaría siempre en Barcelona. Tiene un clima confortabilísimo que hace que nos cueste mucho irnos.

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–Cambiamos de registro. ¿Qué paso con esa gauche divine barcelonesa que relataba Juan Marsé en Noches de Bocaccio? Parece que las siguientes generaciones no seguimos los pasos de la suya.

–Ya soy muy mayor y la nostalgia es inevitable. Yo creo que en la vida he tenido mucha suerte. Siempre comento con Lluís Clotet que la nuestra es la primera generación europea que no ha tenido que ir a ninguna guerra en milenios. Viví los sesenta, los setenta, los Beatles, los Rolling, Woodstock. Era un momento apasionante también en Barcelona. Los mejores escritores americanos vivían en la ciudad y los veíamos. Esas conversaciones con Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Gabriel Ferrater… fue una época muy buena. Ahora todo esto o no existe o no lo sé ver. A mí, como Salvador Dalí, me encanta estar rodeado de gente joven, y no lo veo. Pero las cosas duran lo que duran. En cultura las cosas son muy efímeras, por eso el Estado tendría que intervenir lo mínimo en cultura, no tendría que haber un ministerio que se encargara. Pero sí, Barcelona está más aburrida. Aunque ahora Barcelona tiene un aspecto de carácter potentísimo, y que a diferencia de mi amigo Quim Monzó, yo encuentro buenísimo: el turismo. Antes, en los sesenta, que hubiera este turismo en Barcelona era inimaginable. La contribución económica de Gaudí es incalculable, dejando de lado si es o no el mejor arquitecto de la historia. A mí me gusta que Barcelona esté llena de turistas. Me gusta ver japoneses, chinos y africanos en el Passeig de Gràcia. Aunque también me agrada que cobren por entrar en el Park Güell y, lo mismo pensaré, si acaban cobrando por entrar en el Laberint d’Horta. Hay que conservar estos sitios.

–Pero existe el peligro de que acabemos construyendo una Barcelona para los turistas y no para los que vivimos aquí.

–No creo que pase eso. Ahora que no tenemos el sector del textil que puso el dinero para construir las maravillas actuales de Barcelona, no tenemos otro remedio. Si en este momento nos fallara el turismo… Otra cosa es que lo controlemos e intentemos hacer las cosas mejor.

–Para usted es muy importante el mar.

–Yo adoro el mar. La montaña, el campo… qué depresión. De pequeño cuando iba a La Molina y a las cinco el sol ya se iba, en fin. Poder ir a bañarte al mar en metro es un privilegio impresionante. Se puede hacer en Río de Janeiro, aquí, y en pocos sitios más.

–Aunque en su libro Contra la desnudez critica los cuerpos semidesnudos que abundan en nuestras playas.

–Deprimente total. De campo de concentración. Como esas fotografías que se ven de los judíos haciendo cola en Auschwitz. Antes, cuando iba a Ibiza, en ses Salines había unas chicas, unas sílfides desnudas de una belleza… pero eso duró lo que duró. Las gordas, las feas y tal se dieron cuenta rápido de que querían tener el mismo derecho que las otras a desnudarse.

–La primera que se desnudó fue Gala, la mujer de su amigo Dalí.

–Sí, claro, pero Gala era bonita. Gala tenía conciencia de que era atractiva. Y lo hacía públicamente cuando era joven.

–Escribió un libro que se titula Todo es comparable. ¿Con qué es comparable Barcelona?

–Barcelona no sabe si quiere ser Nápoles o Ginebra. El problema es que sea tan coercitiva como Ginebra y tan sucia como Nápoles.

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