Niño en Melilla. Universitario en Valencia. Estudiante becado en la República Federal Alemana. Profesor y catedrático de Derecho en Madrid, Bilbao, Oviedo o León. Militante del Partido Socialista Popular durante la Transición. Alto funcionario con el PSOE en los primeros años del felipismo. Europarlamentario de Unión Progreso y Democracia en Bruselas y Estrasburgo a lo largo de los últimos cinco años. Francisco Sosa Wagner (Alhucemas, Protectorado español de Marruecos. 1946) es un personaje polifacético que ha sabido combinar las leyes y la política con la novela y la escritura satírica. Firme partidario de la unidad europea, comparte charla con Negratinta poco antes de dar una conferencia en el Ateneo de Madrid. Su diálogo tiene la misma franqueza que él mismo demostró hace unos meses cuando se marchó del Europarlamento por discrepancias con Rosa Díez, la líder de UPyD.
–¿Cómo es su vida casi medio año después de dejar el Parlamento Europeo? ¿Hay morriña por la política activa?
–Mi vida ha cambiado mucho. He vuelto a la universidad y he recuperado mi cátedra [en León]. Estoy impartiendo un seminario sobre construcción europea. Como tengo tiempo libre estoy leyendo muchas cosas. Siempre he sido muy lector y aprovechaba los viajes para leer, pero ahora tengo más tranquilidad para hacerlo. He acabado recientemente una obra que tenía en la cabeza desde hace mucho, pero para la que no encontraba tiempo porque es muy larga, cuatro tomos. Hablo de Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, una obra clave para entender la primera mitad del s. XIX francés. También me interesa mucho toda la literatura de la extinta República Democrática Alemana. Es un mundo muy desconocido, al contrario de lo que ocurre con la literatura de la República Federal Alemana, de la que hay muchas obras traducidas al español. Tiene mucho interés saber cómo se movieron los intelectuales y escritores en la RDA: aquello era un estado totalitario y feroz. Existía una persecución hacia toda actitud crítica mediante una red de espionaje que se ha visto muy bien reflejada en la película La vida de los otros. ¿No sé si me estoy extendiendo con la RDA?
–Siga, siga.
–Acabo de leerme una especie de memorias de la hija de un conocido escritor alemán [Hans Joachim Schädlich] que se marchó de la RDA en 1977 para instalarse en la parte occidental de Berlín después de pasar por Hamburgo. Tenía un hermano historiador [Karlheinz Schädlich], medianamente conocido, que permaneció en la república comunista. En 1992, después de la caída del Muro, una de las hijas del escritor, que se había instalado en Estados Unidos, recibió una llamada de su madre. «Siéntate que te voy a contar algo muy gordo», le dice la madre a su hija, «tu tío, el historiador, nos ha estado espiando para la Stasi durante 30 años. Están todas las denuncias en las actas que tu padre ha visto». Años después de este descubrimiento, Karlheinz Schädlich, el historiador, sacó un revólver en un parque de Berlín y se pegó un tiro. Curiosamente, la palabra schädlich es el equivalente a «perjudicial» en castellano. Me parece una historia tremenda.
–¿Hasta qué punto se siente usted alemán?
–Me siento alemán por mi afición hacia esa cultura porque, aunque mi apellido materno es alemán, en mi casa no se ha hablado nunca en lengua alemana. Mi abuelo era el germano, pero ni lo conocí porque murió un año antes de que yo naciera y mi madre apenas hablaba alemán. Me interesa mucho la historia y la cultura de Alemania, incluso los aspectos más siniestros como puede ser el relato que acabo de contar. Es cierto, y se puede afirmar, que más que una dictadura que fusilara a la gente (excepto a los que intentaban saltar el muro, claro), la RDA ejercía más bien una brutal opresión psicológica a través del espionaje. Allí todos se espiaban entre ellos con un sistema muy alemán donde todo estaba perfectamente organizado. Les llegó el cambio político y la caída del Muro casi sin enterarse. Eso permitió que la Stasi no pudiera destruir los documentos derivados del espionaje: cuando se disponían a hacerlo los ciudadanos asaltaron el cuartel general de la policía secreta y lo impidieron. Cualquiera que solicite ver unas actas determinadas puede hacerlo. Están a la vista de todos y eso fue lo que hizo Hans-Joachim Schädlich, el escritor. Como aparecían datos suyos muy concretos y precisos en decenas de documentos comenzó a sospechar que el informante de la Stasi tenía que ser alguien muy cercano a él.
–Entrevistamos hace unos meses al escritor Juan Villoro, quien durante los primeros 80 trabajó en la embajada de México en el Berlín Oriental. Contó una historia impresionante respecto al espionaje de la Stasi. Cuando regresó a su país y aún no se había disuelto la RDA, corroboró que los alemanes orientales que recibía en su casa del DF podían salir del país gracias a la promesa de que espiarían a su amigo, el antiguo diplomático. Pero Villoro alucinaba porque él no era un alto representante mexicano, «tan solo un agregado cultural».
–Es que la red de espionaje era inaudita. Extensísima. Imagínate la cara de Schädlich cuando encuentra por fin el documento firmado por su hermano en el que se compromete a espiarle. Estamos hablando [de un documento] del año 60 y algo, mucho antes de que él planeara marcharse a la RFA. La conmoción fue tremenda para ese hombre.
–¿Teme que en la Unión Europea puedan reproducirse y legitimarse algunas de estas técnicas de control de la población con la excusa de la seguridad? Los atentados de Charlie Hebdo han puesto este debate sobre la mesa.
–No lo creo. Con la perfección con la que se hizo en la RDA es impensable que ocurra hoy en día. Al menos, espero no vivirlo.
–Volviendo a Alemania, usted sabrá mejor que nadie que lo teutón no está muy de moda en el sur de Europa. ¿Cómo cree que ha sido el comportamiento del Gobierno alemán y el Bundesbank con la deuda de los países meridionales?
–Hay una afirmación de carácter general que dice que Alemania y la señora Merkel mandan mucho en la Unión Europea. Eso hay que colocarlo en su contexto. No es así de simple. Si miramos el Parlamento Europeo, de sus 751 diputados, el país que más tiene (95) es Alemania porque es el estado más poblado. No se debe a otra cosa. En segunda lugar, la actual canciller tiene un gran protagonismo: el que le dejan los demás. Si los demás no quisieran, Merkel no lo tendría. En la vida política los espacios se ocupan y quien lo ocupa lo hace porque otro se ha apartado. El espacio que Merkel ha ocupado en la UE se debe a que la Comisión Europea, principalmente durante la época de Durâo Barroso, no ha desempeñado su función. Ahora estamos viendo una reproducción de todo este asunto con la crisis de Ucrania. ¿Quiénes están llevando la voz cantante? Merkel y el presidente de la República Francesa [François Hollande]. Y uno se pregunta: ¿Dónde están los altos representantes de la UE?
–Pero esa situación de división y mutismo en la gran alianza europea no es nueva. Si seguimos hablando de política exterior, recuerde qué pasó en los meses previos a la Guerra de Iraq.
–¿Pero se podría haber aprendido de eso, no? Además, en 2003 las instituciones europeas no tenían la fuerza que se les ha transferido en los últimos años.
–¿Usted cree que, sobre el papel, las instituciones europeas son ahora más fuertes que nunca? Sufren mucho descrédito entre la ciudadanía.
–Como consecuencia de la crisis, disponen de unos poderes en el ámbito económico nunca visto. La crisis económica provoca en buena medida que los gobernantes europeos no dispongan de las armas necesarias para hacer frente a un problema tan grande. Hay que crear mecanismos de defensa y eso da un gran protagonismo al Consejo Europeo, donde se sientan los presidentes y primeros ministros de los países miembros, en detrimento de las instituciones europeas propiamente dichas como la Comisión o el Parlamento. En ese contexto Merkel ha tomado un peso específico. Dicho esto, también añado que cuando nosotros analizamos lo que ocurre en los Consejos de ministros de la UE, el órgano colegislador junto al Parlamento, sabemos que uno de los países que más votaciones pierde es precisamente Alemania. Si vamos a la letra pequeña de la UE podemos ver que Alemania pierde muchas batallas. Aún así, hay que insistir que ese país se ha revelado como una potencia muy poderosa y es lógico que mande.
–¿Existen dos europas?
–No deberían existir.
–¿Pero ocurre en la actualidad?
–No existen dos; existen muchas europas. Por eso, quienes creemos en una Europa federal insistimos mucho en reforzar las instituciones comunes: la Comisión, el Parlamento y los Consejos de ministros. No incluyo al Consejo Europeo, precisamente. En mi libro Cartas a un euroescéptico he defendido la supresión del Consejo Europeo como órgano propio de la UE. Sabemos que sus integrantes, elegidos democráticamente en sus países, tienen mucha presencia mediática. Su presencia en un órgano de la UE reduce el protagonismo que deben tener las instituciones europeas propiamente dichas. Mi tesis es la siguiente: o vive el Consejo o vive Europa; no caben las dos cosas.
–Usted nació un año después del fin de la II Guerra Mundial y vivió toda su juventud viendo cómo España se quedaba fuera de los tratados europeos. Tenía 40 años cuando ingresamos en la UE. ¿Cómo seduciría a una persona joven de que esta unión económica y política de países es algo importante para los españoles?
–Le recomendaría a ese joven que leyera mis Cartas a un euroescéptico, que escribí con mi mujer, Mercedes Fuertes. Quisiera contar el origen de ese libro. Una vez fuimos los dos a dar una conferencia a un determinado sitio del norte de España, precisamente sobre estos temas europeos que estamos comentando. Llegamos en coche, aparcamos algo lejos del lugar de la charla y fuimos hasta allí caminando. Tras la charla se abrió un debate y una señora que había venido al acto nos dijo: «Todo esto que ustedes cuentan está muy bien, pero en mi ciudad no veo qué influjo tiene la UE». Le contesté: «Señora, he dejado aparcado el coche a unos minutos de aquí y mientras venía he pasado por delante de un edificio en ruinas y he visto un cartel enorme que pone: ‘Palacio de los Condes de no sé qué. En reconstrucción con fondos europeos’. Ese sitio, el día de mañana será la casa de cultura de este pueblo y usted llevará a su nieta a aprender guitarra o inglés allí. Eso está construido por la UE, fíjese». Al salir, le dije a mi mujer que íbamos a hacer un libro para aclarar a merluzos como esta señora la importancia de la UE, que si la medimos en términos del dinero que hemos recibido y el bienestar que contamos en cuanto a infraestructuras no tiene precio. El AVE va a llegar a León, donde vivo, dentro de cuatro días: eso se debe al esfuerzo europeo.
Tampoco podemos olvidarnos del dinero que ha llegado de Holanda o Alemania para recuperar nuestro patrimonio histórico. Ha habido un proceso de solidaridad entre países europeos y de ello nos hemos beneficiado los españoles. Podemos hablar también del programa Erasmus: hace 20 años, mientras ejercía activamente mi cátedra, era impensable tener un alumno extranjero en clase o ver cómo una familia sin recursos podía mandar a su hijo a Bolonia, París o Múnich para que estudiara un curso entero. Ahora lo raro es no tener a un alumno de Múnich en la Universidad de León.
Estas son las ventajas materiales, pero hay otra consideración más general. Los estados europeos se han quedado pequeños para resolver los problemas que tenemos. Es imposible crecer en solitario. Un político holandés lo formuló de una manera muy simpática: «Todos los estados europeos son pequeños. Lo que pasa es que algunos no lo saben». Esta es la realidad. No hay un solo problema sanitario, económico, medioambiental o educativo que se pueda solucionar dentro de las fronteras nacionales. Si queremos tener una voz que resuene en el conjunto del planeta, la estructura que debemos utilizar es la UE. Cuando uno viaja por América Latina, la envidia que sienten sus gobernantes y ciudadanos es que Venezuela, Bolivia o Ecuador no tengan estructuras supranacionales. En su primer paso por la presidencia de Chile, Michelle Bachelet nos dijo a una serie de eurodiputados que era una desgracia para América Latina «tener dos lenguas y estar desunidos» cuando en Europa teníamos 24 e íbamos de la mano.
–Pese a que Podemos critica la manera en la que se implantó el euro en España, Juan Carlos Monedero ha asesorado a los gobiernos de los tres países que acaba de nombrar para crear una moneda común en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), un proyecto de colaboración del que forman también parte Cuba y Nicaragua.
–He estado como representante del Parlamento Europeo durante cinco años en la comisión latinoeuropea y he tenido una gran relación con América del Sur, pero sería incapaz de decir las siglas de todas las organizaciones regionales que hay en el subcontinente. Les falta una [organización] sólida y fuerte, que es la que debería haber. Europa es una realidad en la que nos hemos insertado y de la que no podemos prescindir en absoluto. Los estados actuales no son suficientemente fuertes para hacer frente a los grandes conglomerados económicos. Lo que más desean las multinacionales son estados pequeños para poder dirigirlos a su antojo. Por eso soy contrario a que Catalunya se convierta en un estado soberano; creo que sería hacerle el juego a los grandes intereses privados.
–La presencia de lobbies empresariales es muy fuerte en Bruselas. Lo habrá comprobado en sus años como europarlamentario.
–Ese es otro mito. Lobbies hay en todos los sitios: donde haya poder político, habrá intereses creados. Cuando el Ayuntamiento de Alcorcón, por nombrar uno cercano, quiera modificar su Plan General de Ordenación Urbana en seguida se formará el lobby de los propietarios de los posibles terrenos afectados, el lobby de los jesuitas, que tendrán un colegio por la zona, el de unos empresarios que quieran abrir negocios en la ciudad… Eso es consustancial con el ejercicio del poder. La UE tiene mil y una competencias, desde los medicamentos que se pueden usar al etiquetado que deben llevar yogures y quesos, por citar dos ejemplos. Así, mucha es la gente que quiere influir en las decisiones. ¿Lo consiguen? Pues depende de cómo jueguen sus cartas. Una cosa es que lo logren porque convenzan con sus argumentos, de forma legítima, a sus representantes y otra que se usen mecanismos ilegales. En mi despacho he recibido a mucha gente que intentaba orientar mi voto. ¿Cuándo se convierte el asunto en algo abominable? Cuando media dinero. Eso es un delito.
–¿Alguna vez le ofrecieron dinero?
–No. Pero son inevitables los grupos de presión. Hay que convivir con ellos y no son malos por naturaleza. En Bruselas hay en proporción los mismos lobbies que en Alcorcón. Por eso, soy de los que defienden que para tener un poder político independiente hay que fortalecerlo frente a los intereses privados.
–¿Un escrache se podría considerar como una actividad propia de un lobbista?
–Eso no es lobby, es ejercer una coacción intolerable sobre las personas. El lobby lo forman un grupo de señores que saben dónde están los centros de poder, donde se votarán y decidirán las cosas importantes. Allí acuden a visitar a las personas que van a tomar esas decisiones y tratan de venderles su mercancía. El escrache es una coacción física que no se puede admitir. Otro aspecto a señalar es que cuando se habla de un lobby parece que nos referimos inequívocamente a grupos torvos con intereses puramente económicos, pero nos olvidamos de los grupos de presión como aquellos que luchan para proteger a las focas. O las iglesias, que ejercen de lobby, pero no por razones económicas sino de expansión…
–… pero esa expansión le puede asegurar a una confesión religiosa cuotas de poder y beneficio económico.
–Puede estar relacionado, pero si quiere hablamos de los homosexuales, un grupo de presión enorme y con una actividad extremada. El homosexual es un lobby clásico. Y no se mueven por dinero. Su labor se trata de crear espacios de derechos para los colectivos LGTB.
–Posturas que usted mismo ha defendido en más de una ocasión en la cámaras parlamentarias de Bruselas y Estrasburgo.
–Sí, como los de la Cruz Roja. ¿Se mueve la Cruz Roja por intereses económicos? No, y cosas muy importantes ha hecho en el mundo. Es que es lógico: si se va a legislar sobre ONGs, estas organizaciones sin ánimo de lucro van a estar allí dando la tabarra.
–Le mencionaba los escraches porque creo que han representando muy bien la impotencia que ha sentido buena parte de la ciudadanía española respecto a una serie de decisiones que consideraban que los políticos habían tomado a sus espaldas.
–El ámbito nacional lo conozco menos, pero el europeo lo domino más. El señor que se quiere enterar de lo que se hace en la UE no necesita más que paciencia y conexión a internet. En la red está absolutamente todo. No hay ni un solo ciudadano de los 500 millones de habitantes que tiene la UE que pueda decir que se ha tomado una decisión a sus espaldas. La Comisión Europea desde hace muchos años abre una consulta general previa a las decisiones gordas donde cualquier ciudadano puede expresarse. Esto hay que explicarlo mejor porque mucha gente no lo sabe. ¿Qué ocurre? Como la ciudadanía de a pie no lo sabe, no acude. Pero los lobbies sí lo saben y se personan en el asunto, hacen todo tipo de alegaciones y se expresan como quieren. Sabemos que es complicado estar pendiente de todo, pero si usted no lo está, no se queje después. Desde luego, más información de la que dan las instituciones de la UE, es imposible. Nos podemos quejar, eso sí, de los idiomas que se utilizan. Con el croata son 24 las lenguas de la UE, pero cada vez se restringe más su uso. Hay documentos que solo están en inglés y eso es hacer trampa: los ciudadanos europeos tienen derecho a conocer sus asuntos en su lengua. Eso se está perdiendo y me parece grave. Nosotros tenemos un idioma potente, ¿pero qué pasa con un muchacho de Lituania? No tiene por qué saber francés, inglés o alemán.
–Enlacemos esa falta de interés hacia lo europeo con la actualidad política que estamos viviendo en España. Usted vivió activamente la Transición, período que siempre se ha relacionado con un mayor interés ciudadano hacia los acontecimientos políticos. ¿Hemos estado dormidos los españoles?
–Creo que en España siempre ha habido un interés grande por la vida política. Dependiendo del momento histórico, esa atención ha ido adoptando formas diferentes. Ahora hay una mayor presencia de las masas porque las redes sociales permiten que la gente se pronuncie de forma más activa. En el mundo de la prensa escrita, la radio o la televisión la Transición se vivió con especial interés porque los españoles estábamos ante acontecimientos muy relevantes. Después de una dictadura tan larga llegó un cambio político muy grande que desembocó en las primeras elecciones libres y el referéndum que aprobó la Constitución del 78. Entonces, además de la docencia universitaria, yo militaba en el Partido Socialista Popular de Tierno Galván. Pero mi interés por la política no era excepcional: la gente estaba puesta en lo que ocurría. Ahora, con sus diferencias, sigue pasando prácticamente lo mismo.
–¿Y la gente joven?
–Lo que sí debo decir –pero contraponiendo dictadura y democracia– es que el estudiante universitario estaba más politizado con Franco vivo, época en la que yo estudié. En democracia he sido profesor y catedrático en Bilbao, Madrid u Oviedo. Durante la dictadura había más afición y vida política a pesar de que los partidos y la militancia estaban prohibidos. Como docente he advertido una mayor atonía en ese asunto.
–El Partido Socialista Popular y Podemos tienen algo en común…
–… no, no no.
–Me refería a que les une el hecho de que sus promotores sean docentes universitarios. ¿Ahí se acaban sus parecidos?
–Vamos a ver: el PSP estaba impulsado por un señor llamado Enrique Tierno Galván que no era un profesor cualquiera. Era un catedrático de Derecho Constitucional y Derecho Político con una obra muy importante escrita que no tiene nada que ver con las trayectorias de [Pablo] Iglesias o [Juan Carlos] Monedero. Distingamos entre la obra de Tierno de la de [Íñigo] Errejón, por favor.
–¿Cómo fue su convivencia durante sus últimos seis meses en el Parlamento Europeo con los eurodiputados de Podemos?
–No he tenido prácticamente relación con ellos. Si hubiera seguido, sin duda la hubiera tenido como me ha pasado con los diputados de otras fuerzas en la legislatura anterior.
–¿Cómo calibra la influencia de este partido en la política española?
–Ya veremos si se confirma lo que las encuestas dicen. Lo que advierto en Podemos es una indefinición política absoluta. Para llegar al Gobierno hay que tocar muchas teclas. Hay que contarle a la ciudadanía qué es lo que se quiere hacer con la organización territorial, algo que a todos nos aflige y preocupa. Ahí hay que dar matices, no usar la palabrería y declararse federal o confederal. Cuando se aspira a tener una representación parlamentaria amplia uno tiene que explicar qué va a hacer con las cuotas lácteas, los montes y bosques o la pesca. Entrar en materia. Al ir a Europa se aprende que la política son los grandes temas y luego está la letra pequeña. Hay que saber la política que se quiere seguir con la pesca del besugo y el jurel. ¡Hay que pronunciarse hasta por la prohibición o no de pescar atún rojo, las ruedas de los coches o la cosecha de la remolacha! Es verdad que Podemos es una organización reciente, pero como parece que sus líderes van a tener respaldo popular me sorprende que no concreten un poco su ideario, al menos, en términos generales: ordenación territorial, agricultura, industria… Eso es lo que yo quiero oír de los líderes de Podemos y lo que me gustaría que la ciudadanía exigiera a los políticos. A todos.
–¿Qué le lleva a alejarse del PSOE y adscribirse a proyectos como Ciudadanos o Unión Progreso y Democracia?
–Fui secretario general técnico del Ministerio de Administraciones Públicas de 1982 a 1987. No recuerdo en qué año exacto abandoné la militancia socialista, pero recuerdo que fue por discrepancias con las políticas de Felipe González en su época tardía como presidente. Antes había sido muy afín, más si cabe porque trabajé directamente como alto cargo de un ministerio. Pero antes de que saliera toda la corrupción del Gobierno ya se habían tomado una serie de medidas con las que no estaba de acuerdo y decidí abandonar la militancia sin hacer mucho ruido. Sin aspavientos. Simplemente, mandé una carta al secretario general de Asturias, federación donde militaba, y permanecí en la vida privada hasta que en buen día vino Rosa Díez, a la que no conocía personalmente, y me ofreció encabezar la candidatura a las Europeas de 2009. Fernando Savater estaba de acuerdo y me dieron unos meses para pensármelo. Les di el sí, como bien sabe.
–¿Cuándo se dio cuenta de que UPyD se dirigía con «prácticas autoritarias», como denunció a su salida del partido?
–Vamos a ver: he tenido una relación magnífica con la dirección del partido durante mis cinco años en Bruselas. Ha sido después de las elecciones del 25 de mayo cuando empiezan a surgir los roces que culminan con el asunto de la elección de Juncker como presidente de la Comisión. Después de unas negociaciones muy grandes, UPyD –y Ciudadanos, por cierto– habíamos conseguido entrar en el Grupo Liberal Europeo, cosa que no fue fácil porque contábamos con la oposición desde dentro de los nacionalistas vascos y catalanes. Cuando uno entra en un grupo de esta naturaleza –y eso fue lo que la dirección y Rosa Díez no entendieron–, pierde soberanía como partido. Es lo mismo que le pasó a España cuando entró en la UE. Ahora Tsipras está reclamando soberanía. ¡Que no siga por ahí: como se la den está arreglado! En la primera legislatura, decía, como único parlamentario de UPyD había estado en el grupo de los no adscritos, algo que no te da ninguna responsabilidad colectiva.
Para el Grupo Liberal era muy importante la votación de Juncker porque quería estar en el gobierno junto a populares y socialistas, teniendo en cuenta el peligro que suponían los antieuropeos: comunistas y extrema derecha. Por eso, el presidente de los liberales, el belga Verhofstadt, nos consultó si le dábamos apoyo porque, al contrario de lo que Rosa cree, no nos podía imponer nada. Estaba claro que el candidato a la Comisión Europea debía ser el candidato de la lista más votada, en este caso Juncker, por un pacto alcanzado en la legislatura anterior, pero el día de la votación una serie de jefes de gobierno (el británico, el húngaro, además de Alemania o Francia) empiezan a poner en duda el asunto. El Parlamento se pone de uñas y recuerda el pacto: el único candidato para el que hay que pedir el voto es Juncker. Asistimos a una batalla política importante y nosotros, como UPyD, vivimos una pequeña batalla interna. Yo tenía claro que el voto debía ser para Juncker. Los compañeros de Ciudadanos, igual. Desde la dirección del partido se me manda un correo electrónico sin consulta previa donde me exigen que me abstenga en la votación. Les dije que ni hablar.
–El divorcio no se consumó hasta octubre. ¿Cómo pasó el verano?
–Entre medias escribí un artículo en El Mundo donde señalaba una cosa elemental: nuestra unión con Ciudadanos era una cosa elemental. Estábamos trabajando mano a mano en el Parlamento Europeo. Se demostraba que los dos partidos debían confluir.
–¿Albert Rivera y Rosa Díez no han fusionado sus formaciones en un solo partido o en una federación por diferencias personales?
–La razón por la cual no se han puesto de acuerdo no me interesa; lo que sí digo es que es una desgracia para España que no hayan confluido. Si en estos momentos, UPyD y Ciudadanos estuvieran juntos, estarían más presentes en los medios informativos y contarían con un arrastre electoral importante que se vería reflejado en las encuestas. Ese partido actuaría como sordina del efecto Podemos. Es una desgracia muy grande para este país que Rosa haya impedido esa unión. Así lo creo y así lo dije en unos términos extremadamente educados. Si se relee, la mitad del texto publicado en El Mundo eran flores y elogios hacia UPyD y su portavoz, pero ella reaccionó de una manera virulenta. Ordenó a una diputada del Congreso que me insultara en un periódico diciendo unas barbaridades tremendas. La cosa se va apagando hasta que un día me entero por los periódicos que me han quitado la responsabilidad de representar al grupo de europarlamentarios, una atribución simbólica, sin remuneración y casi vacía de poder. Lo curioso es que esa condición la tenía porque me la había ganado al ser elegido cabeza de lista en las elecciones primarias que celebró el partido para ello.
–Eso lo recalcó usted bastante.
–Claro, porque a Rosa se le llena la boca, además, de hablar de la democracia interna de su partido y de las elecciones primarias que se celebran en UPyD. Somos muy demócratas hasta que el elegido no dice lo que digo yo. Entonces te fulmino. Como yo tengo un oficio que, además, me gusta mucho le dije: «Ahí te quedas».
–Fue uno de los constructores del Estado de las Autonomías y ha acabado militando y simpatizando con dos partidos políticos que critican fuertemente ese sistema de ordenación territorial.
–Creo que hay un momento en el que el proceso autonómico desvaría: el gobierno de Zapatero. Ya desde el primer momento cuando se compromete a aprobar el nuevo Estatut de Catalunya, la construcción de las autonomías pierde su rumbo.
–¿Se olvidó Zapatero de su tesina de licenciatura? Usted la calificó con excelente.
–La tesina de José Luis era sobre el Estatuto de Castilla y León, su constitución y todo eso. Como gobernante, su política autonómica toma un rumbo que me parecía un dislate porque rompía toda la tradición anterior: el consenso. Hay dos momentos clave. En 1981-1982 se firman la mayoría de pactos autonómicos y en 1992, ya estando yo fuera del ministerio, se equiparan las competencias de todas las regiones. Esos cambios siempre se habían logrado con acuerdos entre los dos grupos mayoritarios en el Parlamento, ya fueran UCD y PSOE o AP-PP y los socialistas. Cuando llega Zapatero al poder ese equilibrio se quiebra y vienen todas las cosas que han ocurrido después. El punto capital es el Estatut de Catalunya.
–No querría finalizar la entrevista sin citar a uno de sus grandes referentes: Ramón Gómez de la Serna. ¿Se identifica mucho con él porque se siente quizás en medio a la hora de pensar y opinar en un país tan polarizado como España?
–Desde luego. Y estoy muy contento de haber recuperado mi libertad.
–¿Haber recuperado su libertad?
–Sí. De haber recuperado mi libertad total en el sentido político, aunque debo añadir que nunca la he sentido coartada estando en UPyD salvo los dos últimos meses, cuando me quisieron imponer cuestiones que no estaba en absoluto dispuesto a aceptar. Vincularse como plebeyo a la autoridad no es la manera en que se debe integrar un partido político. Eso no va conmigo, tienen que elegir a otro tipo de perfil, como se dice ahora.
–El escritor Sergi Bellver nos dijo cuando le entrevistamos que las greguerías de Gómez de la Serna serían un fenómeno social en Twitter.
–Seguro. Yo sigo escribiéndolas, pero no manejo Twitter. No me gusta entrar en debates por la red. Escribo mucho y me gusta razonar lo que redacto. Las cuelgo en mi página y quien quiera leerlas, que lo haga. Me encantan ese tipo de pensamientos cortos.
–Me ha gustado uno que escribió hace poco, sobre todo porque viene de un jurista: «Las leyes son los arañazos que le damos a la libertad».
–[Ríe] Sí, ese es reciente.
–¿Cuando escribe novela se pasa por el forro las leyes que rigen la vida real?
–Totalmente. Es lo bueno de escribir ficción. He escrito novela, aunque ahora no cultivo ese género. Pero sigo escribiendo un género, al que llamo soserías, que se publica en La Nueva España y donde cuento cosas de costumbres, bien humoradas, que nada tienen que ver con la política o el derecho y me permiten olvidarme de todos mis compromisos sin tener que buscar si lo que afirmo está refutado por una ley. Acabo de hacer un artículo sobre esa manía que le ha entrado a algunos: están buscando los huesos de Cervantes. ¿Para qué coño hay que hacerlo? Cervantes es un señor inmortal, no nos interesa para nada saber si ese hueso de allí era su fémur o su tibia.
–Guillermo Fesser nos comentó que en este país no habíamos entendido la figura del Quijote. Quizás fuera mejor invertir esfuerzos en entender esa obra antes que perseguir el osario del autor.
–Buscar los huesos de Cervantes es tan inútil como buscar los huesos de una estatua. Eso es una greguería y con ella acabo.