Seguro que alguna vez habréis visto una pelea entre dos machos de cualquier especie. Osos, morsas, leones, etc. O humanos, aunque las connotaciones son distintas. En los documentales de la 2 de TVE, por ejemplo. Son impresionantes por lo intenso. Están saturados de testosterona y de adrenalina, completamente colocados y dispuestos a todo, sin pensar en absoluto en el futuro más allá de media hora.

El espectador podría llegar a la conclusión de que los animales deben luchar a menudo. Para mantener su territorio de caza o para perpetuar su genoma seduciendo a la hembra en celo. De hecho, ese es nuestro software fundamental. Estamos diseñados básicamente para eso, para alimentarnos y mantenernos con vida hasta que logramos perpetuar nuestro genoma. Hay machos de algunas especies de insectos que apenas viven un par de horas. Lo justo para aparearse una vez, si tienen suerte o logran imponerse a otros machos. Eso sí es presión.

Pero bueno, a lo que iba; en realidad, los animales no luchan a menudo, ni mucho menos. La gran mayoría de las veces, los enfrentamientos se resuelven sin que llegue a haber violencia física. Un oso joven, por ejemplo, se separa de su madre y empieza a buscar su lugar en el mundo. Se topa con un oso veterano y más grande, el dueño del territorio. Y éste se levanta sobre las patas traseras y suelta un berrido profundo. Y en la gran mayoría de los casos, el joven sentirá que sus genitales se retraen y que el miedo le invade como una oleada, y saldrá corriendo. Ya os dije que el miedo sirve para facilitar la huida. Nadie corre tanto como cuando está realmente asustado, es una cuestión biológica, de riego sanguíneo y química cerebral.

En muchos casos, los machos no llegan a verse. El oso, o el alce, olisquea a un intruso en su territorio y suela un berrido. Cuanto más potente y grave mejor, porque eso da la idea del grosor de su tráquea, que es indicativo de su tamaño.

Mi primo Eric era un macho alfa puro. Tenía un año más que yo, y era toda una leyenda en la familia, como su madre. En realidad éramos primos segundos. Su madre se casó con un holandés, cuando era muy joven. Era hippie e impulsiva. Una artista. El marido era un capullo y la abandonó cuando se quedó embarazada. Eric se crió como un un animal, sin supervisión y falto de cariño. Rezumaba agresividad, pero es que había tenido una vida muy perra. El primer verano que apareció en la urbanización fue toda una hecatombe. Todos los demás primos nos quedamos paralizados por su presencia. Era robusto y afilado. Daba la sensación de que si le dabas un golpecito sonaría a metal. Se convirtió en el líder, por supuesto. A mí me imponía tanto que hasta tartamudeaba cuando me miraba a los ojos. La verdad es que también era bastante cobarde. Disfrutaba intimidando a los demás, y le gustaba ridiculizar a la gente en público. Solía llevar pantalones de cuero, porque fue el año que se estrenó Grease y el tío era un travoltilla.

A mí me fascinó el tipo de miedo que me inspiraba. Era una emoción muy honda, atávica. Fluía de lo más íntimo de mi hipotálamo. Totalmente irracional. Pura intimidación biológica.

Lo peor de todo fue que Eric se llevó a Bea. Bea era una chica del pueblo. Estaba siempre en la tienda de su padre, una especie de supermercado en el que podías encontrar de todo. Bea era preciosa y alegre, y tenía la mirada muy limpia. Era como un ángel, aunque tenía los pechos más bonitos que he visto en mi vida. La conocíamos desde hacía muchos años, y era casi como una más de los primos. Yo estaba muy enamorado de ella, desde el primer día que la vi. Estaba enamorado de verdad. Me preocupaba por ella, quería que estuviera bien. Hubiera hecho cualquier cosa con tal de verla feliz. Yo sabía que no tenía nada que hacer, claro. Me sacaba casi un palmo, aunque teníamos la misma edad, y estaba muy desarrollada. Y era muy madura. La verdad es que me trataba casi como a un hermano pequeño, pero lo hacía con mucho afecto.

En fin, el caso es que no pudo resistirse a Eric. Fue demasiado para ella. La pilló en un momento de efervescencia hormonal, y se volvió loca por él. Él hizo lo que quiso con ella y luego se cansó. Y aquello me cambió mucho como ser humano, y cambió mi relación con mis miedos. Ya os lo contaré, que me he pasado de extensión.

La receta:

Ferrán Adrià es un genio, eso no se lo niega nadie. Pero todo el mundo puede deconstruir platos. ¿No os atrevéis a empezar? Es fácil. partir de lo básico, de lo que ya funciona, y cambiarle un poco la cara sin traicionar la esencia. Por ejemplo; la tortilla. En lugar de hacer una tortilla de patatas con cebolla, hacéis una tortilla francesa, pasáis los aros de cebolla por la plancha a vuestro gusto y las patatas las hacéis fritas o al horno. Y, ya en plan chulo, añadís unos espárragos  o unas rodajas de zanahoria al horno. Cada cosa en su plato o bandeja. No quiero daros más instrucciones, sólo espero que seáis creativos pero a vuestra manera. Dejaros llevar!

canibal 66

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