La palma de la mano de Amparo Baró acercándose a la calva de Javier Cámara. No hace falta más. Ese simple gesto es icono de la ficción española. La creadora de estas benditas collejas, una señora de 77 años que se comía las tablas del escenario cada vez que saltaba al ruedo, ya no volverá a repartir ninguna más. Murió hace unas horas víctima de un cáncer que la había apartado en los últimos años de su oficio, de su vida, de su pasión, de la interpretación pura y dura que llevaba practicando desde que era una jovencita que abandonó la carrera de Filosofía y Letras para sentar cátedra por los teatros de España.

Reconozcámoslo. Para muchos –por cuestiones de edad, obviamente– entre Amparo Baró y Soledad Huete (viuda de Gimeno) no hay ninguna diferencia. Se entrecruzan hasta confundirse en la misma persona. La Baró era la Sole y la Sole era la Baró. «Vaya collejas que suelta la Sole de 7 vidas«, se solía escuchar al día siguiente de emitirse un capítulo de la ficción creada por Nacho García Velilla. Como si nos las pegara nuestra madre o nuestra abuela. Podría parecer injusto relacionar con un único papel a una actriz que ha compartido escenario con Marsillach, Ferrandis, López Vázquez o su tocaya Amparo Soler Leal. Pero es que Soledad Huete no fue solamente el personaje más mediático de cuantos interpretó Amparo Baró, Goya a mejor actriz de reparto en 2007 por Siete mesas de billar francés. Curiosa la relación con el siete de esta mujer, barcelonesa y charnega, nacida durante la Guerra, en el 37, y fallecida con 77 años. Curiosa la relación porque a Baró no se la podría entender sin su paso por 7 vidas. La viuda del panadero Francisco Gimeno supone un párrafo aparte dentro de las series que se han producido en España. La serie en su conjunto y, sobre todo, su personaje representan un antes y un después. A esta ficción llegó Baró en 1999 para encarnar a la madre del amigo del protagonista y cuando en 2006 la serie se despidió con más de 204 capítulos a cuestas ella era la única representante del elenco original que seguía al pie del cañón.

Quince temporadas grabando delante de público para modelar una sitcom en toda regla que tuvo su punto álgido de riesgo y talento durante el episodio número 200, que se emitió en directo con la presencia de la mayoría de actores y actrices que habían aparecido en 7 vidas durante las catorce temporadas anteriores. Todos acudían al piso de Madrid en el que habíamos visto despertar de un coma, enamorarse, desenamorarse, cambiar de trabajo y meterse en mil follones a David, Carlota, Paquito, Laura, Gonzalo, Richard, el Frutero, Diana o Aída, todos bajo el manto de Soledad Huete / Amparo Baró. El motivo del retorno era obligado: a Sole la iba a desahuciar el banco y tenía que abandonar una casa que ya era la casa de los millones de españoles que no faltaban a su cita semanal con la serie de Velilla, una comedia inteligente que alcanzó el 42 por ciento de share en la mejor de sus campañas. El libreto del capítulo 200 –y la fantástica interpretación de Baró– muestra a la perfección en qué se convirtieron los guiones de 7 vidas: eran chistes y salidas ingeniosas que, de una manera u otra, acababan orbitando en torno a la menuda actriz catalana. Y ella daba el do de pecho con creces.

La madre del amigo del protagonista se había transformado en la reina de la serie gracias a una incorrección política que destilaba una acidez cuasi divina. Sin embargo, conviene recordar que el perfil político de la señora Huete fue exacerbándose con el paso de las temporadas. Si uno revisa los primeros capítulos de 7 vidas podrá encontrar algunas perlas lanzadas por Baró (con sus correspondientes collejas), pero no dará con la yayaflauta en la que se convirtió Soledad. Curiosamente, Baró confesó en una de sus últimas entrevistas que en 2011 había votado a Mariano Rajoy, de lo cual se arrepentía por los recortes y por el maltrato a la cultura a base de impuestos indirectos. No podía haber elegido mejor forma de ‘matar’ a su personaje más célebre. Más de uno se llevó una decepción. ¿Por qué? ¿Acaso no puede ser conservador un actor? ¿Acaso aquello que interpreta un actor no es precisamente lo que no es el actor en la vida real? Ella se reía de los «de la zeja«, del servilismo de ciertos compañeros de profesión hacia un partido determinado. Alfredo Landa, que no era precisamente un tipo progresista, encarnó como nadie el papel de oficial republicano en La vaquilla y Baró, con su papel más famoso, no le anduvo a la zaga.

U2016

Situemos el contexto histórico de 7 vidas. Estamos en el inicio de la segunda legislatura de Aznar, la de la mayoría absoluta y el rodillo del Partido Popular. Con Urdaci y José Luis Moreno impartiendo lecciones de cómo hacer de la televisión de todos la televisión del poder y con Antena 3 en manos de la privatizada Telefónica, Telecinco (sí, han leído bien) se erigió como el último reducto del humor y la crítica. Vasile y Berlusconi debieron ver en ese nicho de progres sin tele en abierto un filón que explotar y vaya si lo aprovecharon. Así permitieron la aparición de las primeras temporadas de Crónicas Marcianas, el Caiga Quien Caiga original, El Informal y la propia 7 vidas, buenos productos que complementaban a los noticieros presentados por Juan Ramón Lucas, Àngels Barceló o Juan Pedro Valentín. Sobraba la calidad tanto en las ficciones como en los servicios informativos, mucho más cerca del rigor crítico que del sensacionalismo sin freno en el que se ha instalado la cadena de Fuencarral en los últimos años. Y eso que en aquel principio de siglo XXI no era nada fácil criticar al poder establecido. Eran los años de la plenitud «del milagro económico español», cuando el paro rondaba el 10 por ciento y el más torpe de la cuadrilla de albañiles pilotaba un BMW.

En ese contexto, la menuda Soledad Huete se alzó como una giganta de la dramaturgia. ¿Os imagináis en la actualidad a un personaje que se defina como comunista y haga propaganda de Izquierda Unida, pese a Llamazares, capítulo tras capítulo? Las collejas de la Sole iban dirigidas por igual a los guiñoles de Aznar o Zapatero, en uno de los momentos más recordados de la serie. Cuando se le aparecen en un sueño, a José Mari le golpea porque el político conservador le recomienda «que no tenga conciencia». «La conciencia es como las manifestaciones; basta con ignorarla». ¡Zas! A ZP le calienta la nuca «por precaución». «Aún no has hecho nada –le advierte Sole al nuevo presidente socialista–, pero ya lo harás». Amparo Baró, certera pitonisa. «Estos socialistas no reconocerían la izquierda ni aunque les mordieran el culo», escupió en otro episodio una mujer a la que la nostalgia franquista del Frutero (Santi Rodríguez) sacaba de quicio casi tanto como sus patosos y divertidos hijos (Florentino Fernández relevó a Cámara, haciendo de su hermano, cuando el riojano dejó la serie para triunfar en el cine). No en vano, el Frutero es realmente el origen de Mauricio Colmenero, uno de los personajes de Aída, la hija legítima de 7 vidas.

Cuando 7 vidas abandonó la parrilla, el resto de programas de la época dorada de Telecinco habían degenerado en telebasura o habían desaparecido de la programación. La cadena poco tenía que ver con lo que en su día fue. Amparo Baró era la última superviviente de una manera de hacer humor, muy berlanguiana, de pura y rabiosa actualidad. Justo lo que nos falla tanto en las series como en la mayoría de programas que dicen ser cómicos y que se emiten hoy en la tele española. Amparo Baró dignificó la comedia para llevarla hasta sus cotas más altas. Nadie podía frenar a su Soledad Huete. El primer día que llegó a los ensayos de 7 vidas escuchó a Velilla, que venía de Estados Unidos, donde había aprendido de los guionistas de Seinfield y otras sitcoms de éxito para transplantar el modelo yanqui a España, ese en el que ocho guionistas trabajan codo con codo para trufar de buenos gags el texto. Baró le soltó al director sin un ápice de vergüenza: «Oye, eso de actuar con público se ha hecho mucho aquí. Eso es muy viejo. Es hacer teatro y yo ya he hecho muchos Estudio 1 en TVE». Todos se rieron de ella. Todos pensaron que era un carcamal. Todos se equivocaron a la larga y (casi) todos sus compañeros de reparto han acabado cosechando sus mayores éxitos en el teatro, como el propio Cámara o Blanca Portillo.

Porque la Sole siempre tenía razón. Gracias a ella se pudo condensar lo mejor de la comedia americana con las esencias de la comedia española. Ese es el legado que nos deja Amparo Baró, una señora actriz a la que un 29 de enero de 2015 se le apagó su séptima vida para dejarnos sin sus benditos y sonoros collejones.

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