Fotografía: Lorena Portero

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Carlos Salem coge el bolígrafo y firma con garbo su nuevo poemario Con un pájaro de menos, una mezcla de poemas de amor y rabia. Poeta urbano y creador del género cerveza-ficción, se desliza entre metáforas y palabras, entre bares e historias negras llenas de erotismo y humor. Su apellido, lleno de reminiscencias mágicas, recuerda al hipnotismo de las brujas de Salem. Quizás una señal de lo que estaba por llegar.

Autor tardío, siempre ha llevado consigo la llamada de la escritura. “Sólo que cuando el poema quema, algo en mí se enciende y ya nunca se acaba”, llegó a subrayar en su obra. Un genuino contador de historias, protagonista en repetidas ocasiones de la Semana Negra de Gijón, donde en 2008 su novela Camino de Ida ganó el premio a la Mejor Primera Novela Policial. Entre su producción destacan obras como Cracovia sin ti, Un jamón calibre 45, Matar y guardar la ropa o #Follamantes. Periodista, escritor, poeta, vividor. Este argentino es camaleónico.

–Llegaste a España hace casi 30 años.

–28 exactamente [Abandonó Argentina en 1988].

–¿Cómo ha sido la evolución de Carlos Salem desde que aterrizaste aquí?

–Para mí ha sido positiva. Sigo vivo, que ya es bastante [Se ríe mientras comprueba su móvil] Supongo que mi vida no hubiera sido muy distinta si me hubiera quedado en Argentina porque hay cosas que las haces porque las tienes que hacer. España me ha permitido tener otra perspectiva. Aunque yo siempre digo que soy parte del problema y no de la solución, nunca pierdo la mirada del extranjero. Tengo dos países y, a los dos, los veo con la mirada amorosa del extranjero, lo que te permite tomar cierta distancia y ver las cosas con un poco más de perspectiva. Si eres idiota, esa mirada no te sirve para nada, como es mi caso.

¿Y por qué España?

–Me vine por un desengaño político con mi país en su momento y, además, porque tenía que moverme. En Argentina, cuando volvió la democracia, muchos peleamos por los derechos humanos y contra el olvido de los crímenes de la dictadura. Sin embargo, había una urgencia muy grande en aquel momento por olvidar. Hubo un par de episodios que no me gustaron, me cansé y me fui. Me vine por dos años, llevo 28 y ya no me voy.

¿Fueron duros los comienzos?

–No, ten en cuenta que soy argentino y de piel medio blanquita. Cuando me vine había un montón de cosas por hacer, muchas ganas, todavía no nos creíamos que íbamos a ser los grandes de Europa y España estaba contenta de dejar de ser el patio trasero. Fue antes de que nos convencieran de que éramos los mejores, los más rubios, los más altos, los más guapos y los más gilipollas, como se ha demostrado. Justo viví los tres momentos: la España que empezaba a ilusionarse –a veces en exceso– y estaba dispuesta a perder industria y un montón de conquistas en favor de ser europeos, la España que se creyó que era más que Europa y que lo que quería hacer era quedar bien con la Unión Europea, abriendo las puertas a todos los que venían de los países del este, pero no a magrebíes o sudamericanos. Hay una canción de Ana Belén que dice que España no es siempre madre pero muchas veces es madrasta. Luego he vivido esta época de la crisis en la que parece que tirar una moneda al suelo es un delito. ¡Si hemos aguantado un montón de corrupción y ya ves qué decisión electoral se ha sacado: ninguna! Cada vez me siento más en casa, cada vez se parece esto más a la Argentina que dejé, cada vez somos más inconsecuentes. Sin embargo, sigo teniendo mucha confianza en la gente.

¿Y los comienzos en la literatura?

–Los comienzos en la literatura pasan por ponerse a escribir y eso nunca es difícil, dentro de lo complejo y personal que es ese proceso. Pensar en los comienzos en publicar es absurdo. Escribir para mí siempre fue una de las cosas más importantes y lo fui haciendo durante mucho tiempo. Como periodista [ha sido director en periódicos como El periódico independiente de Ceuta, El Faro de Ceuta, El Faro de Melilla y El Telegrama de Melilla] mataba el gusanillo y cuando empecé a publicar me encontré que ya llevaba mucho tiempo escribiendo lo que quería escribir. En Europa medimos el éxito en función de castillos, ya ves que vivo en un piso compartido. Es grande y muy bonito pero no deja de ser compartido. Yo nunca he querido escribir bestsellers y, siempre lo he dicho, que si algún día escribo un libro que venda mucho será por casualidad. Será porque el mercado coincidirá conmigo porque yo no voy a escribir una basura, un Big Mac o Whopper literario que le guste a todo el mundo.

–¿Los bestsellers son basura?

–Todos no. Yo creo que no son basura los bestseller que han vendido mucho sin querer. Es decir, no es que sean basura sino que no están concebidos exclusivamente para vender. Me preocupa que los libros más vendidos en España y en el mundo sean thrillers que parecen telefilmes malos de Antena 3, de esos que te duermes a la mitad de la peli porque no pasa nada. Me preocupa, pero yo creo que la literatura es mucho más fuerte y la gente mucho más lista. La prueba está en un montón de gente joven que se está empezando a interesar por la poesía y a buscar sus poetas. Que siempre va a vender más las Sombras de Grey o la bazofia de algún periodista de telebasura, puede ser… pero es que eso no es literatura.

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–¿Cómo descubriste la escritura?

–Descubrí la lectura. Hay dos actitudes cuando te gusta leer. A veces quieres leer más porque lo que lees te gustaría escribirlo a ti. Hay gente que, en el fondo, tiene más ganas que talento, más empeño que condiciones pero no escriben una mierda. Con diez años decidí que quería ser escritor y, luego, tardé un montón en publicar y, especialmente, en escribir algo que me gustara [comenzó a publicar a los 47 años]. Realmente no veo el sentido en publicar por publicar.

Has trabajado como director en periódicos de Ceuta y Melilla ¿Qué diferencia hay entre periodismo y narrativa?

–Mucha, lo que pasa es que el periodismo tiene una gimnasia interesante. Con el periodismo no puedes hacer el cuentito de “¡ay!, hoy no puedo escribir porque me he peleado con mi novia”. Tienes que escribir por cojones y, además, tienes la responsabilidad de transmitir algo que has visto. Eres el intermediario entre la realidad y la gente. Yo no conozco ningún buen periodista que no tenga el orgullo o el ego de querer, además, escribirlo de puta madre, de manera que digan “¡coño, es un artículo de este!” Yo creo que el periodismo te da frescura para escribir. Obviamente tienes que leer mucho y no todo buen periodista puede ser buen escritor, ni todo buen escritor puede ser buen periodista. Te da soltura, contacto con la vida, estás contando algo que has visto y que, a lo mejor, es muy duro. Yo creo que la carrera de escritor no existe aunque, si existiera, debería incluir un tiempo en el que hubiera que trabajar como periodista. Por lo menos para aprender cómo contar la realidad aquí y ahora, contarla bien, con exactitud y no dormirse en el espejo de la contemplación, en el deseo de querer hacer el párrafo perfecto. Hazlo perfecto pero hazlo ya, cabrón.

¿Y el mito de que el periodista es un escritor frustrado?

–Eso es una gilipollez. Lo habrá dicho algún frustrado.También hay presidentes frustrados que nos gobiernan. Yo estudié Periodismo porque era lo más parecido a escribir. Era noble ser periodista y poder contar la realidad. Si no podía publicar mis cuentos o novelas, pues ya las publicaría más adelante; pero sí que quería escribir y el periodismo me lo permitía.

¿Cómo decidiste dar el salto del periodismo a la narrativa?

–Eso no lo decidí yo, eso lo decide la vida por ti. Yo me vine a Madrid para trabajar en un proyecto muy interesante que luego no salió. Seguí colaborando con revistas y, claro, seguí escribiendo porque mi objetivo era ser escritor. Justamente yo volví a Madrid después de dirigir periódicos para estar más cerca del objetivo de publicar libros. Cuando encontré que tenía tanta experiencia y tanto currículum que no me contrataba nadie, seguí trabajando de freelance y, cuando llegó el momento de publicar, lo hice y me fue bien. Prácticamente no hay ningún libro mío que esté descatalogado del todo, siempre se siguen reeditando. Tuve que viajar mucho a Francia y, cuando me empezaron a traducir, me encontré que no tenía ni condiciones de hacer un trabajo porque no tenía horarios posibles y, al mismo tiempo, no me querían contratar dignamente como periodista porque daba miedo. ¡Un tío con 40 años y que había dirigido siete u ocho periódicos! Había gente que pensaba: ¿cómo van a contratar a este tipo como redactor, si en seis meses me va a quitar el trabajo?

¿Se puede vivir de escribir?

–Yo creo que es un error, sobre todo hablando de la poesía. Cuando alguien me pregunta si puede vivir de la poesía, yo le digo que es un canalla. Es como decir: “Voy a vivir de contar mis mierdas”. Vale, pero para eso vete a la puta prensa del corazón. No es que no se pueda, yo “sobremalvivo” desde hace unos seis o siete años. Si me administrara mejor, viviría mejor pero también es que produzco mucho, trabajo mucho, escribo mucho y publico mucho. Quien es lector mío, por lo general en prosa, quiere como mínimo un libro al año. Yo creo que no tiene que ser esa la preocupación. Escribir puede escribir cualquier persona porque, por suerte, es el arte más democrático (y la poesía todavía más). Otra cosa es pretender que sea un oficio. Jamás verás mi nombre en una tarjeta que ponga “poeta”. Con la novela, sin embargo, como uno le pone tantas horas, tantos días y tanto empeño, realmente es cierto que sería ideal poder decir: «Escribo buenas novelas y vivo de ello».

¿La literatura es juego?

–Claro, siempre. El día en que sea un trabajo lo dejo.

–¿Y una terapia?

–Cada vez menos porque yo creo que cuanto más te acercas a contar lo que quieres contar es menos terapéutica. Es cierto que siempre hay un poquito de terapia aunque no demasiada. Creo que la gente que hace terapia con la poesía merece todos mis respetos como persona, pero nunca van a escribir poesía en el sentido artístico, ya que no van a salir de su propio ombligo, de sus propias bragas, de sus propias sábanas, de su propia pena. Eso no quiere decir que esté mal, quiere decir que hay otro mundo más allá. Considero que los poetas, de golpe, vemos otras cosas y las contamos.

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¿Qué ha supuesto para ti el Bukowski Club? ¿Cómo surgió ese club de poetas? Me recuerda un poco al ambiente de la generación beat.

–En realidad, el Bukowski fue un bar que abrí con Irene Padilla, mi pareja en aquel momento. Yo no quería abrirlo porque si teníamos un bar, nos lo íbamos a beber. Lo pusimos en Malasaña y queríamos que la gente no sólo se emborrachara. Queríamos que hubiera algo más y decidimos colocar un escenario pequeño con la idea de que los miércoles cualquier persona viniera a cantar tres canciones, hacer un monólogo, leer tres poemas, etc. Queríamos abrir un espacio a cualquier expresión y sólo hacía falta apuntarse en la lista unos minutos antes. Como votáis lo que votáis ese sueño no se pudo cumplir y lo único que nos dejaban organizar eran recitales de poesía porque para ellos [los políticos municipales] la poesía no era espectáculo. Todos los miércoles había vía libre para la poesía: tres personas y tres poemas por persona. Poemas propios y libertad total. Eso empezó a prender tanto que se fue extendiendo dentro del barrio y, para mí, fue el reencuentro con la poesía porque yo hacía tiempo que no escribía. Nunca había tenido intención de publicar poesía de una manera continuada, sí novelas. Desempolvé algunos poemas viejos y, como no encontraba casi, empecé a escribir nuevos.

¿Y en lo personal?

–En lo personal significó conocer a un montón de gente como Escandar Algeet, Batania Neorrabios@, Gsús Bonilla, Dani Orviz, David González, etc. Hay mucha gente que ya estaba trabajando en la poesía y otra que salió de allí.

¿Se creó una generación de poetas?

–No, yo tengo una gran diferencia de edad con la mayoría. Antes no había dónde reunirnos y, cuando lo hubo, nos juntamos todos los que queríamos hacer poesía [los bares de Lavapiés Artépolis y Amargord donde se realizaban jam sessions habían echado el cierre]. Eso marcó un poco el camino; por eso, puedes ir ahora a una jam de Aleatorio o Vergüenza Ajena y encontrar a gente de todas las edades. Suma eso a las redes sociales y súmalo, últimamente, a YouTube y a Twitter. En los últimos años han aparecido cantautores que querían escribir poesía como es el caso de Marwan o de Diego Ojeda, gente que, primero, se han reinventado y, segundo, han estudiado poesía. Dijeron: mis canciones son mis canciones y mis poemas son mis poemas. Han tenido la ventaja de contar con un público propio pero esto no es un coto cerrado. Nosotros somos la expresión de muchísima gente que quiere escribir y leer poesía.

–Cuéntanos alguna anécdota acaecida en este bar

–Han pasado miles…

–La que más te haya llamado la atención

–Una vez vino un señor muy mayor y muy elegante llamado Fermín al que le dijimos que tenía que venir un miércoles a leer. Él nos contestaba que la residencia cerraba temprano pero nosotros le decíamos que no se preocupara, que le llevábamos de vuelta. El día de la jam, abrimos el local y estaba Fermín en la puerta totalmente maqueado y con un clavel. Pasaba el tiempo y no venía su gente: ni sus familiares, ni sus amigos, ni nadie de la residencia. Él nos estuvo contando que esos sonetos que él iba a leer –le permitimos leer nueve– eran sobre una chica que conoció en unas vacaciones de la cual se enamoró, tuvieron una relación tormentosa pero muy sexual y maravillosa. Cuando ella volvió a Madrid, tenía que casarse. Él le escribió tres poemas durante esa historia, le escribió otros tres poemas mientras ella se volvía para reconquistarla y, una vez que ella se casó, le escribió otros tres de adiós. Él, viejo, sin que nadie supiera lo que nosotros sabíamos, leyó los nueve poemas y la gente se quedó súper emocionada con la historia. Quedó en volver el miércoles siguiente pero no volvió nunca más. Puede que después de eso igual se muriera pero, en todo caso, murió feliz. ¡Es que aquellos versos los había escrito tantos años antes!

–¿Cuánto hay de autobiografía y cuánto de ficción en tu obra?

–Eso sólo lo diré ante un juez. Depende, en poesía si yo digo que hice tal cosa o me pasó tal cosa, obviamente me pasó a mí. En las novelas uno se esconde detrás de los personajes, sólo hay un libro que se llama Rayos X que son todos cuentos muy autobiográficos, sin embargo llamo Nicolás al chico porque sé que hay crímenes que igual no han prescrito.

–Replanteando la pregunta: ¿qué te inspira?

–El absurdo de la vida y las pequeñas grandezas de la gente. La miseria y la mezquindad me dan rabia, ganas de quemar cosas pero luego me doy cuenta de que lo mejor que puedes hacer para combatirlas es levantarte cada día y tratar de hacer algo bonito. Lo bonito puede ser solidario, que alguien se preocupe por otra persona. Lo bonito son un montón de pequeñas cosas que hacen lo grande. Sonará moñas pero es así.

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¿Qué haces ante un bloqueo mental?

–Siempre tengo ganas de escribir. Yo siempre he dicho que escribir es casi mejor que el sexo. Habrá días que a uno le apetezca más o menos, pero a todo el mundo le apetece porque el deseo es una pulsión primaria. Para mí, escribir también es una pulsión primaria; entonces, aunque no escriba siempre hay una parte de mí que está trabajando en ideas. Lo que pasa es que ahora estoy en muchos proyectos y me jode un poco. Me quita obsesiones pero me tiene estresado. Es como si tuviera diez novias a la vez.

¿Qué papel han jugado las redes sociales e Internet en darte a conocer?

–Internet y las redes sociales son una herramienta maravillosa. Últimamente las están utilizando un montón de tira-mierdas para lanzar su basura a la red. Son unos haters y pierden el tiempo odiando. Pero también hay un montón de maravillas. Posiblemente si no estuvieran las redes sociales, no conoceríamos a Irene X, que es una de las grandes poetas que actualmente hay en España; es un animal literario maravilloso. Yo ya tenía mi camino y mis libros que, a lo mejor, se conocerían de otra manera, pero las redes sociales me han permitido llegar a mucha gente joven que ha hecho suyas mis palabras, que le han valido mis mismas dudas, mis certezas, mis deseos. Eso es glorioso porque este asunto no se trata solamente de cuántos seguidores tengo.

¿Estamos asistiendo a una desolación cultural? 

–No, porque la gente está salvando a la cultura. ¿Desolación dices tú?

Sí, crisis.

–No, porque a pesar de que se ha subido el IVA, siendo el más caro de Europa, se siguen sacando libros y seguimos vendiendo libros. Han recortado todo tipo de subvenciones y apoyos y, sin embargo, la gente sigue haciendo cosas. La desolación la tienen ellos porque la cultura es algo que va contra su naturaleza, es como un enemigo. La cultura para ellos es cosa de rojos. Antes te dejaban hacer el loquito y te daban subvenciones. Ahora no hay y las cosas salen igual. La gente se rasca el bolsillo y hace crowfundings para sacar libros y discos. La gente está por encima de quienes nos gobiernan.

Hay unos versos de un poema tuyo que dicen: “Somos estúpidos y estupendamente humanos”. ¿Puede ser la mejor manera de resumir lo que está ocurriendo en nuestro país a nivel político?

–Decía Gandhi que si un país está representado por idiotas, entonces es que su pueblo está bien representado. Es inevitable que a veces hagamos el idiota pero no se puede ser idiota todo el tiempo. Si hubieran podido, habrían prohibido la cultura ya.

¿Existe al amor? Alguna vez has dicho que “está hecho de destiempos”

–A veces, el amor está hecho de destiempos. En ocasiones te encuentras con gente en el momento en que tú o esa persona no estáis, o incluso tú puedes estar en una relación y esa persona también aunque sea alguien con quien sabes que vibras en la misma frecuencia. Justamente, el amor es difícil porque hay tantos posibles destiempos que cuando se coincide de verdad –no estando uno obligado a coincidir– es glorioso. Tienen que darse un montón de factores casuales para que coincidamos en tiempo y lugar, superando un montón de trabas e historias, además de la propia estupidez humana.

¿Existe el amor a primer verso?

–Yo creo que no. Vamos a ver, el entusiasmo y el enamoramiento es una cosa y el amor es otra. Si tú conoces a alguien que te cae de puta madre, con quien coincides en un montón de cosas, que te atrae físicamente, te vas a la cama y echas los mejores polvos de tu vida, pues posiblemente te levantes diciendo que estás enamorada, pero eso no quiere decir que no sea cierto. Puede ser que en tu caso sea el mejor de los comienzos. El amor se irá viendo si se vencen un montón de esos destiempos. Otra cosa es que alguien te seduzca. Seduce la voz que te dice lo que quieres oír, lo que nosotros mismos decimos o nos gustaría decir. Ese es el mecanismo.

Entonces se puede hablar del enamoramiento a primer verso.

–Sí, y posiblemente del amor también, pero no será un amor real. En un verso no sabes cómo es una persona. Es cierto que puedes encontrar una sintonía y la sintonía empieza siempre por una frase o un verso. Con las personas puede pasar lo mismo.

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¿Qué significa tu tatuaje, ese en el que se lee “Aller simple”?

–Es el título de mi primera novela, que se llama Camino de ida. La vida es un viaje de ida, no hay vuelta. Cada camino que eliges, cada decisión, te lleva a otro sitio.

–Siempre hacia delante.

–Sí, aunque si vas hacia atrás también es un camino de ida. No hay un solo camino, el de vuelta también es otro camino.

–¿Por qué el pañuelo? A lo bucanero.

–Tengo un poema que dice que estoy hasta los huevos de que me pregunten eso. Aquí tengo tatuada una fecha que me dijo una gitana, y si me quito el pañuelo, verás el día, el año y la fecha de tu muerte. ¿Quieres que me lo quite? [Seriamente hace un amago por desenrollárselo] ¡No, coño! Es que se me empezó a caer el pelo y me afeité la cabeza. Vi que ligaba igual, que me gustaba igual y ya está. Luego me vine a vivir a Madrid y me empecé a morir de frío. Me puse mil gorros, unos pañuelos que compré en el rastro, me molaron, me lo empecé a hacer yo y no me he acostumbrado a estar sin ello. De hecho, en cuanto os vayáis seguramente me lo quite. Para mí estar sin el pañuelo es como ir con la bragueta abierta o descalzo por la ciudad. En muy rara ocasión me lo quito. No me he acostumbrado a no tener pelo, supongo.

–Pues ya está.

–¿Esa es la última pregunta qué me haces? Vaya mierda de pregunta. Todo el mundo me pregunta lo mismo. Hay otra leyenda que dice que soy calvo [Se ríe con fuerza y vuelve a comprobar todas las notificaciones del móvil que le han llegado a lo largo de la entrevista].

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