La emoción me sobrecoge. Estoy sentado en las escalinatas del Palacio del Gobernador, en la ciudad antigua de Uxmal. Mientras el sol se pone, una veintena de campesinas y campesinos mayas –más una pareja de jóvenes japoneses que visitan la Escuela de Maní– conversan sobre el Xok K’in, ese milenario arte cultivado por los pueblos originarios en el que, a través de la observación de signos diversos (lluvia, sol, viento, niebla, frutos, animales, y un largo etcétera) durante el mes de enero, intentan predecir el clima que prevalecerá durante todo el año.

La Escuela U Yits Ka’an, fiel a su vocación maya, ha acompañado desde hace dos años este proceso de observación en el que, guiados por la sabiduría de don Antonio Mukul y don Mario Euán, ancianos mayas, este grupo de campesinas y campesinos cultiva la ya casi perdida habilidad de deletrear los signos de la naturaleza, darle voz a la palabra que se enreda en el nido de la yuya o que emerge a borbotones de la alocada movilidad de las nubes o de las hormigas. “Lecturaleza”, le llama Moisés Dzul.

Entre el grupo reunido a la luz del ocaso me fijo en las mujeres: Teya, doña Tasia, Cecilia, Sandra, Lupita… mujeres mayas campesinas, departiendo en igualdad de circunstancias y aportando al consenso la sabiduría de sus finas observaciones al clima. Dicen algunos, a la cola de la historia, que la igualdad de género es una moda, el feminismo un arma del demonio y la igualdad de género una ideología perversa que persigue la destrucción de la familia. Cuestión de ópticas y de experiencias. Para mí la revolución feminista es una de las más grandes bendiciones de los siglos XX y XXI y un fácilmente reconocible signo de los tiempos, Locus theologicus. Miro a estas mujeres mayas y doy gracias a Dios por haberme concedido dedicar mi vida a este trabajo. Soy un hombre privilegiado por la vida. Desde abajo y a la izquierda comprendo mejor aquella frase que sirviera de título a las memorias de Hans Küng: “un teólogo feliz”. Rodeado de estas mujeres, y de otras muchas con quienes tengo el gusto de compartir el trabajo y la vida, también yo puedo decirlo: soy un cristiano feliz.

Una parte igualmente importante del trabajo de la Escuela U Yits Ka’an es la conservación, salvaguarda y mejoramiento de las semillas criollas. Un asunto tan relevante, que mereció ser el tema de la Primera Declaración de Maní (puede encontrarse en www.uyitskaan.org), un documento dirigido al Congreso de la Unión a través del cual cientos de hombres y mujeres mayas y aliados de otras latitudes, exigieron al gobierno la derogación de una ley de semillas que pretendía arrebatarle a los pueblos originarios el control y propiedad de sus propias semillas. No se trata, no, de un museo de semillas, sino de mantener la alimentación en manos de las familias y no de las compañías que quieren adueñarse del sistema alimentario. Es una batalla también por la identidad y por la soberanía alimentaria. Y en esa lucha el papel de las mujeres es indispensable.

Todo esto viene a cuento porque, al acercarse el 8 de marzo, Día de la Mujer, la Escuela de Maní lanza cada año un material de reflexión sobre la mujer y la agroecología. En este año, reflexionaremos las sabias palabras de Vandana Shiva, mujer, india y feminista, apasionada por el cuidado de la Madre Tierra e impulsora de la conservación de las semillas nativas, acaso, como bien sugiere el texto que ahora quiero compartirles, el último dique en contra de la privatización de la alimentación. A continuación el texto de Vandana Shiva. Feliz y combativo Día de la Mujer 2015.

La salud y la nutrición empiezan por la comida, y la comida empieza en las semillas”.

Las semillas de la justicia alimentaria residen en la creación de sistemas alimentarios en los que las semillas estén en manos de las mujeres, y en los que su conocimiento sobre la biodiversidad sea la base de la seguridad alimentaria y nutricional. Las mujeres han producido semillas durante siglos, y lo han hecho aportando más diversidad y características que todos los sistemas de producción industrial de semillas reconocidos formalmente. Ciencia y cultura confluyen en la producción de semillas llevada a cabo por las mujeres.

En la India encontramos el ejemplo más claro. He visto cómo mujeres tribales de Chhattisgarh utilizan 21 semillas para realizar una prueba de germinación, rechazando la semilla si más de tres de ellas no germinan. La ceremonia celebrada en Karnataka, en la que hacen germinar nueve semillas durante nueve días en Ugadi -el año nuevo según el calendario indígena local- también es una prueba de germinación de semillas (llamada navdanya). El almacenamiento, la selección y la producción de semillas requieren unos complejos conocimientos que las mujeres han desarrollado generación tras generación. Las semillas, que normalmente habían sido almacenadas y producidas por las mujeres, se han convertido ahora en “propiedad intelectual” de las grandes empresas químicas; en la actualidad, estas empresas también son las mayores productoras de semillas, y controlan el 73 por ciento del suministro mundial. Cuando las químicas patentan semillas, cobran derechos por esa patente, lo cual encarece el coste de las mismas. Las semillas que producen las mujeres son renovables, están al alcance de todos y se pueden compartir y almacenar libremente, mientras que las semillas patentadas no son renovables. Almacenar e intercambiar semillas se convierte en un delito contra la propiedad intelectual. Cuando siembran, las mujeres rezan para que “esta semilla sea inagotable”. Por el contrario, la filosofía de las empresas es “que se acabe esta semilla para que nuestros beneficios sean inagotables”.

Las productoras de semillas son invisibles para los regímenes de propiedad intelectual relacionados con las semillas.’

El elevado coste de las semillas supone deudas. Desde que se establecieron los monopolios de semillas con la introducción del algodón Bt, se han suicidado 250.000 agricultores en la India debido a las deudas que habían contraído, principalmente en la zona algodonera. Y cada agricultor que se suicida deja a una mujer viuda.

En todo el mundo, las mujeres han producido por selección y mejoramiento más de 7.000 especies de cultivos, por sus propiedades en cuanto al sabor, la nutrición y la resistencia a plagas, sequías, inundaciones o a la salinidad. Sólo en la India, las mujeres han desarrollado 200.000 variedades de arroz. Navdanya, una red de personas dedicadas a la conservación de semillas y a la producción ecológica que está presente en 16 estados de India, valora esta biodiversidad y hasta el momento ha logrado conservar más de 5.000 variedades de cultivos.

Esto es conocimiento.

Por el contrario, las empresas que reclaman las patentes de las semillas producidas con ingeniería genética sólo han ofrecido cuatro cultivos: maíz, soja, colza y algodón. Estos cultivos sólo tienen dos características (la resistencia a los herbicidas y la presencia de la toxina Bt) pero, en lugar de servir para controlar las plagas y la maleza, contribuyen al desarrollo de plagas y maleza súper-resistentes. ¡Nuestras semillas y cultivos estarían más seguros en manos de las mujeres!

Las mujeres no solo han protegido las semillas como un bien de dominio público; en términos de salud y propiedades nutritivas por hectárea, las pequeñas propiedades agrícolas de gran diversidad biológica que dirigen las mujeres utilizando conocimientos y semillas indígenas producen más alimentos. El estudio de Navdanya titulado Health Per Acre (Salud por Hectárea) revela que las pequeñas explotaciones agrícolas ecológicas pueden producir el doble, en términos de propiedades nutritivas, que las explotaciones agrícolas de monocultivos que utilizan insumos químicos.

Para justificar los derechos de propiedad intelectual sobre las semillas, se argumenta un supuesto aumento de la producción de alimentos debido a semillas de fabricación industrial. Sin embargo, en lugar de tomar en cuenta la biodiversidad de los productos de un sistema agrícola, se mide el rendimiento de uno sólo de los muchos alimentos producidos en la explotación. Las falsas categorías de “rendimiento” y “productividad” crean la ilusión de inevitabilidad, excedentes y éxito. Sin embargo, el aumento de mercancía procedente de unos pocos cultivos en los mercados mundiales no llega a las personas que necesitan comida, en especial mujeres y niños.

¡Nuestras semillas y cultivos estarían más seguros en manos de las mujeres!

La razón que se alega para actuar de esta manera es alimentar a las personas y reducir el hambre. Sin embargo, mil millones de personas pasan hambre, y otros dos mil millones padecen enfermedades relacionadas con la alimentación. El hambre no se reduce, porque es el hambre de beneficios la que configura el sistema alimentario, desde las semillas hasta la mesa. Al contrario, su objetivo es obtener beneficios, a través de una doble estrategia: vender cada vez más productos químicos y semillas patentadas no renovables a los agricultores y agricultoras, incluso si esto se traduce en deudas y suicidios; y al mismo tiempo comprarles, como productores de materias primas, productos básicos baratos.

Necesitamos un cambio de paradigma porque el antiguo no nos funciona. Tenemos que pasar de los monocultivos a la diversidad, de los sistemas mundiales y centralizados a sistemas locales y descentralizados, de la intensificación de los productos químicos y el capital a la intensificación de la producción ecológica y la biodiversidad.

‘El modelo industrial de producción de alimentos y el modelo de distribución globalizado no promueven la justicia alimentaria porque la justicia nunca fue su objetivo’

Cuando hice mi estudio sobre la revolución verde en el Punjab en 1984, el feticidio femenino acababa de empezar. A día de hoy, se ha impedido el nacimiento de más de 35 millones de niñas en la India. Cuando se destruye el papel productor y creador de las mujeres en la agricultura y en el sistema alimentario, las mujeres se convierten en prescindibles. Situar el conocimiento de las mujeres sobre semillas y biodiversidad en el núcleo de la justicia alimentaria, además de reportar otros muchos beneficios, podría servir también para abordar la violencia y la injusticia de género.
Para sembrar las semillas de la justicia alimentaria y de género, habría que seguir los siguientes pasos:

• La agricultura tiene que reconocer los conocimientos de las mujeres en cuanto a la
selección y mejoramiento de semillas.

• Los sistemas agrícolas tienen que basarse en los conocimientos de las mujeres sobre diversidad para así conseguir incrementar la producción en términos nutritivos, fortalecer la capacidad de hacer frente al cambio climático y reducir el uso de tierra, agua y capital.

• Debería crearse bancos de semillas comunitarios, y la selección y mejoramiento de semillas que llevan a cabo las mujeres de manera participativa debería convertirse en la piedra angular de la seguridad alimentaria.

• Las leyes que rigen la propiedad intelectual deben modificarse. El Acuerdo sobre Aspectos de la Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), de la Organización Mundial del Comercio, contiene un artículo que impone las patentes y los derechos de propiedad intelectual sobre las semillas y otras formas de vida. Esta cláusula iba a revisarse en 1999. La mayoría de los países ha solicitado el cierre de las patentes sobre seres vivos, entre las que se incluyen las semillas. Debería llevarse a cabo esta revisión de carácter obligatorio y así conseguir que las semillas dejen de ser patentables; las semillas no son una invención, y por lo tanto no constituyen una materia patentable.

• Las leyes relativas a las semillas, que intentan ilegalizar las semillas indígenas de polinización abierta, tienen que derogarse. En su lugar, habría que elaborar otras leyes que reconozcan los derechos a las semillas como derechos de las mujeres, y que mantengan las semillas como un bien común de dominio público.”

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