La CUP ha dejado claro con estas dos votaciones que la independencia no es buena por sí misma. Como tampoco lo es la república. Lo importante son las personas que construyen esos procesos. Ir de la mano de Artur Mas y CDC hacia un Estado propio supone inmolar el 99 por ciento del ideario de la CUP. Todo quedaría relegado menos la independencia, claro. Supondría convertirse en el Partido Comunista de la Transición española desde la peor posición posible: la entrega de la legitimidad del nuevo régimen a los que hasta hace cinco minutos eran los guardianes de las esencias del antiguo régimen. Ahora corren el riesgo de la escisión. Todo depende de qué antepongan sus militantes: conciencia o bandera. El anticapitalista Antonio Baños parece haberse decidido por lo segundo.
Junts pel Sí ha dejado claro que el Procés es una pantomima desde el momento en que este gran movimiento democrático depende de una sola persona. La coalición es una patraña desde su concepción: el presidenciable va de número 4 en la lista para ocultar sus vergüenzas detrás de caras más amables para el gran público. Recuerden, hablamos de Artur Mas. Un personaje que curiosamente es el heredero político de un saqueador de arcas públicas confeso como Jordi Pujol. Y el presidente de un partido político que tiene sus sedes embargadas por los chanchullos de sus dirigentes. Los mismos políticos que no dudan en recortar servicios sociales, desahuciar familias, abandonar escuelas públicas o privatizar hospitales. Ni Junqueras, agazapado como un carroñero, ha puesto un pero al inmovilismo del Gran Líder. Debe ser sufridor el republicano, pues las encuestas ponen por primera vez desde la II República a ERC por delante de los nietos de la Lliga Regionalista.
El PP –con su silencio mariano– y el PSOE –con el odio al referéndum de sus barones– han dejado claro que Catalunya les interesa y mucho: oponerse frontalmente a una consulta por la independencia les da votos en el resto de España. La táctica del odio y el enfrentamiento sigue funcionando, que se lo digan si no a Albert Rivera y a Ciutadans. Mucho se llenan la boca estas formaciones con seguir el ejemplo de los países serios y practicar la política económica que se estila en Europa, pero ya podrían aprender de británicos y canadienses, que en este asunto ganaron a los independentistas por la vía democrática. Esta mentalidad unionista cerrada a cal y canto es tan peligrosa como el ideario de muchos independentistas de Junts pel Sí. España, mala; Catalunya, buena. España, buena; Catalunya, mala. Dadle la vuelta a los factores, que el producto no se altera: nacionalismo. Y ya sabemos que todos los nacionalismos se parecen peligrosamente. Como la corrupción del PP a la de Convergència, por ejemplo.
El gran espectro político que gira en torno a Ada Colau, a los restos de ICV y Esquerra Unida i Alternativa y a la marca catalana de Podemos han dejado claro en las Generales que son la única salida posible para desbloquear esta situación. Tras una pésima campaña electoral de cara al 27-S, le dieron la vuelta a la tortilla el 20-D. Con todos sus defectos, maniqueísmos, inconcreciones y arribistas, esta izquierda amplia y plural es la única que se está jugando la cara por la gente, CUP aparte. No es casualidad que ‘cupaires’ y votantes de En Comú Podem sean las dianas preferidas de los fans de Artur Mas cuando se ponen a píar en Twitter. La conciencia de quien no se deja arrastrar por el nacionalismo barato es su peor enemigo, destapa las miserias que se esconden con cada ataque de PP, PSOE o Ciudadanos (cada vez que un líder de estos partidos toma la palabra, aparecen cinco nuevos independentistas).
Si esos trozos de tela llamados banderas no pesaran tanto en el alma ciudadana, lo normal es que buena parte de la CUP y buena parte de esta izquierda huérfana del PSC e Iniciativa se pusieran de acuerdo para construir un proyecto catalán desde cero. Sin tolerar la corrupción, los recortes y la bota en el cuello de la Troika. Primero, las personas y las ideas. Después, la nomenclatura. Si algo así puediera crearse, a muchos nos daría igual que se tratase de una república independiente, un estado libre asociado o una región federada. Nos mudaríamos sin dudarlo mientras los nacionalistas siguen reclamando reinos, derechos feudales y títulos nobiliarios a la sombra de sus respectivos blasones. Allá ellos con su tablero de Risk. Algunos ya sabemos que la heráldica no da de comer.