Fotografías: Lorena Portero

Me da la dirección y me advierte: «Es un local comercial». «Ven sobre las doce», me dice por teléfono. Gabriela Wiener (Lima, 1975) es una de las voces actuales de la nueva narrativa latinoamericana. Afincada en Madrid, tras un paso de ocho años por Barcelona, esta peruana de larga cabellera negra como el tizón escribe para La República, El País o Etiqueta Negra, entre otros. Y lo hace muy, muy bien. Gabriela vive en un local comercial, atiborrado de objetos de diversa índole, pero sobre todo, repleto de libros y revistas. Letras que danzan al compás de quien las quiera leer en una casa donde la cultura supura muros adentro. Nos recibe Jaime [Rodríguez Z], su marido y responsable de la editorial Esto no es Berlín. Y poeta. Mientras ella y Ro terminan de arreglarse, Jaime me pasa tres libros de la editorial. Cuidados, bonitos. De esas ediciones que enamoran. Me los regala al tiempo que sale Gabriela, que pregunta dónde está el cargador de su Mac.

En una de las paredes, un dibujo infantil.

–Nos vamos, nos vamos… ¿Os va bien?

–Nos va perfecto, Gabriela, pero primero nos gustaría hacerte unas fotos.

Mientras Ro se termina de arreglar y Jaime y yo continuamos conversando, Gabriela se somete a las indicaciones de Lorena Portero, la fotógrafo.

Pasan pasan diez minutos y salimos de la casa (o el local). Nos subimos a un coche. Suena alguna emisora mientras nos dirigimos a Vaciador 34, un espacio de creación colectivo e independiente situado en el barrio de Carabanchel. Allí tiene lugar la entrevista. La Wiener, periodista, cronista y poeta de carácter, se pone cómoda; Jaime y Ro desaparecen y empieza el baile. Un haz de luz de mediodía reposa en esa cabellera azabache infinito. Se aparta unos mechones con la mano.

–Hablemos de tu último libro, Llamada perdida. Es un libro muy íntimo, donde te expones como persona y como escritora. ¿No te da miedo?

–Yo creo que es justamente el quid de lo que escribo. Sin exposición, sin esa parte abochornante que al final termina sonrojándome, no tendría el mismo sentido lo que hago. Muchas veces me han tachado de exhibicionista y yo siempre intento marcar la diferencia entre exhibición y exposición. Exponerse es muy distinto: un exhibicionista ostenta, pero alguien que se expone muestra cosas que no le gustan de sí mismo, se pone en un lugar incómodo, nada fácil. La pulsión que me lleva a hacer eso está conectada con las pulsiones del arte de la performance, del happening, de la acción. Vehiculizar a través de tu cuerpo ciertos contenidos. En mi caso, se trata de una experiencia catártica, de liberación. Cuando hablo de mis problemas con el espejo, no hablo solamente de mí, ya que creo que muchas mujeres nos enfrentamos a ese dolor.

Desde que somos muy pequeñas, desde niñas, nos condicionan hacia unos patrones de belleza, de saber estar, de buen gusto, de modales… que son terribles y crecemos con ese corsé, que se puede volver un trauma. En mi caso, todo eso es un disparador para la escritura. Se puede llamar trauma, experiencia, historia o lo que sea, pero a ver qué se hace con eso… En eso consiste la vida. Con todo eso sale un material peligroso, inflamable. Y a veces es necesario.

–¿Tienes diarios o confías en el recuerdo para recrear las experiencias que describes?

–No, no tengo diarios. Los tuve de adolescente, a los quince años. Escribía historias de amor de quinceañera. Tengo una escritura automática. Es verdad que en Nueve lunas empecé a tomar notas, pero eran unas notas a propósito para la escritura de un libro. Fue una escritura en paralelo a la transformación de mi cuerpo pero no lo fui publicando. Ahí sí llevé una especie de diario de embarazada que se convirtió en Nueve lunas. Lo que te decía… tengo una escritura muy inmediata. Voy, vuelvo y lo cuento. A veces pasa el tiempo y hay cosas que se pierden. De todas maneras, pienso que las notas son importantísimas. Cuando hago entrevistas, por ejemplo, grabo los sonidos del ambiente, me grabo a mí opinando de lo que en ese momento me parecen las cosas, hago descripciones de los lugares… Todo eso al final forma parte de lo que voy a escribir. También uso pasajes de libros para iluminar algún pasaje de las historias, las notas, las grabaciones, Internet…

–En las crónicas de tus libros hay mucha información.

–Yo vengo de la escuela de Etiqueta Negra, una revista que siempre se ha querido medir con el New Yorker: tenía una edición importante, mucho tiempo para preparar las historias. Todas esas revistas que nacieron a inicios de la década del 2000 llevan el mismo sello: Gatopardo, el Malpensante, Soho, Etiqueta Negra… Ahora, en España, con todo el tema de la crisis, con todos los periodistas que se han quedado en la calle, la gente ha empezado a involucrarse en proyectos como el vuestro: el periodismo ha vuelto a sus raíces, ha vuelto a la literatura, a la vocación. Se cuentan las verdades que no están contando los medios mainstream, los diarios grandes. Esto hace un caldo de cultivo interesante para que salgan nuevas revistas en España, incluso en papel.

Cuando yo llegué a España en 2003, en Latinoamérica no había nada, pero aquí, ¡la de revistas que había! Los quioscos estaban repletos, la bonanza era espectacular: había dinero, pero  los proyectos editoriales no eran demasiado interesantes.

Por ejemplo, vinieron a vender Etiqueta Negra en 2003, 2004, 2005… Se intentó vender casi cada año en esa época cuando había pasta y ningún mega grupo, ninguna editorial la quiso comprar. ¿Por qué? Porque sabían que lo que les funcionaba eran las revistas del corazón. A ese nivel literario del que hablamos nunca se han querido hacer nunca grandes apuestas, y en Latinoamérica, menos. La mayoría de esas revistas son independientes, han salido de iniciativas populares, o de gente adinerada a la que has convencido pero que no formaban parte de los grandes grupos empresariales de la comunicación. En estos medios empezamos a colaborar una serie de periodistas. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano de García Márquez nos etiqueta como los nuevos cronistas latinoamericanos. Vamos a congresos, a festivales, hay talleres por todo el mundo… Eso está muy activo y reaparece la idea del mundo de la crónica.

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–Pero aquí en España todo eso está tardando en llegar. En otra entrevista, hace poco, decías: “Cuando escribo literatura se me acusa de ser demasiado periodista, pero cuando hago de periodista se me acusa de ser muy literaria”.

–Sí, siempre me he encontrado en un limbo porque para los periodistas, los que escribimos crónica o periodismo literario, no estamos haciendo periodismo, estamos haciendo cochinaditas, como si sólo se pudiese hacer periodismo desde las zonas en guerra o desde ese punto de vista del periodismo de hechos, objetivo. No creo en esas cosas.

Desde el ángulo literario, pues siempre soy demasiado periodística, porque no hago ficción. Pero bueno, eso está cambiando también. Si te pones a pensar, los libros de los que se habla ahora son libros muy atravesados por lo real. El noruego  que está haciendo novela autobiográfica, desde una crudeza y una verdad tremenda [Karl Ove Knausgard]; o Emmanuel Carrère, que hace perfiles con personajes reales que resultan un híbrido entre reportaje y ficción. O el caso de escritores jóvenes latinoamericanos o de mi generación que están en toda la movida de la autoficción. Para mí, la crónica es un género literario. Lo que yo escribo es periodismo narrativo, le puedes llamar como que te dé la gana.

Unos me dicen que soy periodista y otros me dirán que no lo soy, eres escritora, «eres literata o no llegas a serlo», pero yo lo que hago es narrar: cuento historias y me muevo dentro de la no ficción. Todo es subjetivo. Mi pacto con el lector es: yo no te voy a mentir, yo no me voy a inventar estas cosas, aunque es probable que también me esté mintiendo a mí misma, porque, al fin y al cabo, todo es una mirada. La crónica es mirada, por lo tanto, es subjetividad y no se puede medir con nada. Por eso te digo que para mí, la crónica es un género literario. Punto. En todo caso, yo lo practico de esta manera.

–Dices que este libro te ha salido sombrío porque te haces mayor. No creo que sea sombrío, todo lo contrario: es un libro muy fresco.

–Tienes razón, quizá no sea un libro sombrío, tiene bastante humor, e incluso en los momentos en los que estás medio dividido entre tus dos países [se refiere a un capítulo donde habla del hecho de ser migrante] siempre intento resolverlo con una coña. A veces recurro a la poesía precisamente por eso, para dejarlo ambiguo. Para mí, la respuesta siempre está en la poesía, en esa imagen que al final te quita la alfombra de los pies y te deja en la nada. La literatura está para nombrar esas cosas que no tienen nombre.

–¿Te has planteado volver a Perú?

–Siempre, todos los días. Depende de la temporada, ahora menos. Estoy bastante contenta. Cuando vine aquí, a finales de 2011, a Madrid, venía a realizar un súper trabajo en una revista femenina. Mariclaire. Tenía un trabajo de puta madre, de redactora jefe, con un súper sueldo, todo bien para mis estándares. Pero luego, ese Madrid que veía era el que quedaba en medio de mi casa, el metro y el polígono donde estaba ubicada la revista. Me daban cremas, regalos, algún viaje y alguna comida y algún jueguito para mi hija, pero acabas cansándote de todo eso. Entonces fue como «mira, tengo que cortar» y empecé una nueva fase de redescubrimiento de la ciudad. Me vine a este barrio [en la zona sur, alejados del centro] y estamos encantados. Además, todo está pasando ahora: está habiendo unos cambios políticos tremendos [la entrevista se hizo después de que Manuela Carmena y Ada Colau se hicieran con los Ayuntamientos de Madrid y Barcelona, respectivamente].

–¿Cómo ves estos cambios?

–Muy ilusionada y con mucha esperanza. Parece que la gente ha reaccionado sin perder de vista de dónde viene todo. Toda esta gente que nos juntamos aquí [refiriéndose a Vaciadero 34] se conoció en la acampada del 15-M y son chicos jóvenes, de menos de 30, que creo que han cambiado España.

–La investidura de Carmena fue una pasada. Había gente llorando.

–Sí, lo que ha pasado en Barcelona es igual de impresionante.

–Yo estoy muy ilusionada por la gente mayor.

–Sí, esa era la tónica de la acampada: reunir a viejitos, jóvenes… Hacer una cosa horizontal. Que los carcarmales esos se vayan: los de Valencia, los del Trias, la Barberá. Todos esos, circulando…¡Fuera! Mira qué bien los españoles, ya reaccionaron. Ya han robado lo suficiente a esta gente. A ver qué ocurre ahora.

–Por algo se empieza, ¿no?

–Para mí, que soy peruana, esa construcción mínima de institucionalidad, de cierta cultura democrática y ciudadana, me flipa. Me parece admirable ver algo así. Allí ni tenemos Estado, está todo vendido a las empresas españolas. Igual estoy exagerando, pero, ¡joder!, si se pudiese hacer algo así en Perú; defender los derechos de la gente, de la ciudadanía. Me interesa la cultura callejera, levantar la voz. En Perú está germinando, pero aquí se ha demostrado que se puede llegar lejos

–Tu padre es periodista. ¿Cuál es su influencia en tu trabajo?

–En uno de mis poemarios hay un poema sobre la deconstrucción del padre, donde cuento cómo encontré un manuscrito de poemas de su juventud y yo con ese libro de poemas, que él nunca publicó, escribí un poema entero, sacando versos de aquí y de allá. [En el momento de la entrevista, Raúl Wiener, también periodista, no había fallecido. El cronista peruano desapareció recientemente, el pasado 5 de septiembre].

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–Y de hecho comentas que no tienes que pagar derechos de autor porque es tu padre.

–[Risas]. Sí, es verdad. Al final, eso es lo que haces con un padre: ni lo destruyes, ni lo construyes, ni te lo inventas. Lo deconstruyes. Yo he cogido de él un poco de aquí, de allá, lo que me ha servido: he hecho mi propio Frankenstein, mi propio monstruo periodístico. Mi papá siempre ha hecho un periodismo político, un periodismo de vocero, de portavoz de los partidos donde ha militado, mi papá es de izquierdas. En los últimos años ya sólo se dedica al análisis político. Su última experiencia fue junto a [OllantaHumala [el actual presidente de la República del Perú] para llevarlo al poder, pero al final los traicionó y no formó parte del Gobierno, aunque lo ayudó a llegar.

Es muy distinto lo que hago yo [risas]. Aunque sí es cierto que hay algún símil. Cuando yo era muy niña, iba a los periódicos donde mi padre trabajaba: me acuerdo de El Observador, ese olor a tinta, me acuerdo de la oficina. Ese periódico fue un mito: expropiaron al dueño y los trabajadores al final terminaron dirigiendo el periódico. Como no les pagaban, ellos decidieron continuar gestionándolo. Aunque es muy interesante todo eso, es un poco complicado.

Gracias a mi padre, pude entrar en algunos medios como becaria porque él tenía amigos periodistas en todos lados. Yo nunca estudié Periodismo, estudié Literatura en la Universidad Católica de Perú. No me imaginaba estudiando periodismo, hacer una carrera humanística me sirvió bastante más. Pronto empecé a meterme en medios, sobre todo en la prensa cultural. Hice mucho periodismo cultural al principio hasta que pasé a trabajar en una plantilla como redactora.

–Hay un pasaje que desmitifica bastante la profesión en tu último libro. En uno hablas de las tareas domésticas, dices que los escritores también tenéis que hacer la compra y rompes con la imagen bucólica del escritor frente al mar con un cuaderno. En otro momento, reflexionas sobre las cosas que te hacen bien y las que te hacen mal. Me ha sorprendido que sepas exactamente qué te hace bien y qué te hace mal. ¿Cómo encuentras el equilibrio entre estos dos extremos? Pones el ejemplo de Perú, que te hace bien y te hace mal.

–Sí, de Lima. Bueno, no hay un equilibrio realmente, hay un desequilibrio total y constante. Yo no soy una persona de hacer listas. Solamente una vez, en casa de un psicólogo que me estaba tratando por temas de drogas, tuve que escribir supuestos que aún no asumo y no reconozco. Era un tipo malísimo, nunca logró que lo admitiera. Tenía, cada día, que escribir una lista con mensajes positivos…

–Sí, yo también he ido al psicólogo… Sé de lo que me hablas.

–Era rollo, Gabriela, eres guapa. Gabriela, eres una buena chica. Gabriela, eres generosa, eres inteligente. Cada día me tenía que inventar diez frases buenas sobre mí, ¡era dificilísimo! [ríe]. La segunda vez que hice listas fue en este retiro semi espiritual para reconciliarse con el tema de la muerte, de la agonía. Se me encomendó eso. Me hizo mucha gracia descubrir que había algunas cosas, la mayoría de ellas, que quedaban en las dos listas. Contradictorio y desequilibrado.

Pues todo en exceso es muy jodido y yo tengo una sensación muy excesiva de un lado, de otro. Sobre todo, de Lima. Tengo la nostalgia enorme de cosas que me pierdo: la familia, la primera de ellas. El tiempo sigue pasando, las deudas que tienes sobre todo lo que no estás haciendo allí por cambiar las cosas, por construirlas. A veces me dicen: «Ahora que tienes más incidencia deberías estar allí». Todas esas culpas que tengo me azotan. En cambio, también recuerdo por qué me fui, lo que me pesaba de esa ciudad. Cuando voy ahí me acuerdo y es jodido, se me refresca. La falta de educación y de sensibilidad hacia las mujeres, el machismo. Entonces, todas esas mierdas que me expulsaron vuelven. Aunque ahora tenga más dinero, o sea más valorada, o la comida sea maravillosa, aunque la marca Perú esté en alza, lo básico, lo profundo continúa igual.

Entonces vuelves, y vuelves a pensar ¡pero coño, si yo estuviera ahí…! Pero nada, si yo estuviera ahí, haría mi gueto, como aquí. Al final te rodeas de lo que a ti te parece un mundo agradable y bonito. Y en Lima se vive mucho así. Además, una ciudad tan cruda, tan cruel en la cuestión pedestre, en la cuestión del espacio público… Es todo tan complicado… La relación con la naturaleza es tan trágica, hay tanta destrucción. Eso solo lo puede entender alguna gente en algunos barrios al lado de la playa, y punto. Y el resto de gente, como siempre, está jodida. En un transporte público que te machaca, con unas distancias terribles, un tiempo tremendo para llegar de un sitio a otro hay un montón de cosas que no cambian en el fondo y terminas encerrándote en tu propio mundo para huir de eso.

–¿Barcelona o Madrid?

–[Se ríe] Es como si me preguntas, ¿Lima o Madrid? Viví ocho años en Barcelona, por el trabajo. Era una cosa que yo había estado buscando; [el traslado] lo deseaba mucho y cuando desea mucho algo –yo soy un poco mística en eso– algo empieza a movilizarse dentro de ti. Haces cosas que al final tienen consecuencias. En Madrid se movían mucho más las cosas, sobre todo para el que escribe en castellano. En Barcelona hay sucursales pequeñas de medios, aunque la verdad es que ahora mismo podría estar en cualquier lado, por suerte. Por la suerte que tengo, y porque he trabajado un montón y puedo escribir para sitios desde cualquier parte. Da un poco igual dónde estás, pero en ese momento yo aún tenía ese chip de: tengo que estar en una redacción, tengo que tener un trabajo, tengo que mantener a mi familia etc.

Yo ahí en Barcelona tenía un trabajo bueno. Aunque la revista era porno, Primera Línea. No es porno en sí, pero tiene una tía en pelotas en la portada, y yo era redactora jefe de allí. Era un trabajo muy tranquilo, todo el rato inventándome perfiles de actrices porno, haciendo el horóscopo sexual y editando la revista en general. Una revista que tiene muy buenas firmas y que, al fin y al cabo, es más feminista que Marie Claire. Me gustaba. Pero sí, buscaba algo que me hiciera sentir mejor, que pudiese decir: mira, yo trabajo en este sitio, y estoy contenta. Al final Marie Claire terminó siendo un poco lo mismo: no me gustaba y no me sentía satisfecha. Yo tenía que hacer algo de lo mío, yo sola…

–Bueno, esto está cambiando en el periodismo. Antes yo misma tenía la idea de trabajar en una redacción, en un medio. Ahora esa idea ha cambiado en casi todos los periodistas jóvenes.

–El mundo digital es criminal. Pagan poquísimo y hay que trabajar muchísimo. Ahora lo que mola es estar en periódicos militantes, como Diagonal. En estos días se hace un periodismo militante, que se hace por amor al arte. Por amor a la revolución [ríe]. Yo publico una columna todos los viernes en mi país, en La República y después intento militar en varias causas, en varias cosas y ser jodida, meter el dedo en la llaga. Pero bueno, es un poco lo que te decía antes, la sensación esa de culpa por no hacer nada por tu país. A veces me consuela tener ese espacio para opinar.

–¿Hacia dónde crees que va el periodismo, tal y como lo conocemos en España? ¿Crees que vamos hacia algo más personalista? ¿Triunfarán los microproyectos?

–A ver, hay casos que funcionan con el apoyo de una empresa privada, o incluso subvenciones. La Marea o Diagonal tienen ese espíritu que sale del 15-M, colectivista, asambleario. Parten de la asociación del colectivo. Son un grupo de gente que dice: mira, entre todos, vamos a sacar este periódico porque alguien tiene que contar estas historias que no se están contando. Invierten su vida, su sangre, hasta que supongo que tiene hijos, lo dejan, viene el relevo y otra gente empieza a hacer lo mismo. En esa medida, todo esto puedo seguir existiendo.

Después hay otro modelo, el de eldiario.es y los socios, que dan un dinero. Pero bueno, el diario.es funciona en paralelo a un empresario con dinero, ya tiene negocios, publicidad. Yo creo que se está consiguiendo un cambio de modelo, aunque es complejo, y conlleva mucho sufrimiento. Pero la búsqueda está clara, el camino está claro: se tiene que salir de los conglomerados, porque esta gente ya sabemos a qué se dedica. Cuando todas las portadas de los periódicos salen con la publicidad del Santander entonces sabes lo que está pasando en tu país.

En este punto, empiezo a tocar la grabadora mientras Gabriela habla de Günter Wallraff. Pierdo un momento el hilo y me reincorporo al instante. Gabriela adora a este periodista alemán.

Ya sabemos quiénes son los dueños de todo. A ti te paga el ABC, pero, ¿quién paga el ABC? Te cuentan cuentos que al final se tragan todos, porque es El Mundo, porque es El País. No hay otra alternativa: si queremos hacer un periodismo ciudadano, que denuncie las cosas, no queda otra que ese tipo de iniciativas, entre todos. Eso se puede hacer al nivel de eldiario.es o a nivel más micro.

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–Sí, hay muchos proyectos.

–Hoy en día puedes implicar a mucha gente. En América Latina se ve. En Perú, por ejemplo, existe Reporteros, en Chile está Mónica González y su Centro de Investigación Periodística. Se pueden sacar fondos de las ONG, de la cooperación… Esos medios son los que están imponiendo la agenda de debate público porque llegan donde nadie más llega y sacan la denuncia, sacan casos importantes, y a los demás medios no les queda más que replicar.

–Sí…

Gabriela grita «¡O Wikileaks!» y continúa…

En América Latina, en el ámbito del periodismo narrativo hay un par de experiencias interesantes, como la de Radio Ambulante: un proyecto del escritor peruano Daniel Alarcón, juntamente con su pareja colombiana, también periodista. Él lleva mucho tiempo escribiendo ficción, con muchísimo éxito. Tiene un acceso al mundo de los medios que otros no tienen. Hacen un proyecto de crónicas de radio sonoras. Consiguen dinero de aquí, dinero de allá… la Fundación del Nuevo Periodismo lo premia, ya tiene prestigio, tiene contactos con escritores y con gente que puede hacer buenas historias, los convoca, y así va creciendo su historia. O tienes el proyecto Amphibia, parido a través de la universidad. Es una revista que no es políticamente independiente pero tiene una calidad de periodismo de crónica y narrativo impresionante. Creo que todo eso te da la ida de que la cosa no va a morir. Sí es verdad que cada vez es más complicado publicar una revista en papel. Es utópico, jodido, romántico.

–Pero mira Jot Down…Nacen en 2011, cuando se estila lo breve, el titular, las cincoW, el tweet. Vienen ellos con sus entrevistas de siete páginas y generan un tráfico tremendo y, ¡zas!, el milagro. Sacan en papel cada tres meses y funciona.

–Sí, además tienen una estética muy clara. Todo en blanco y negro. Al final, estos son los medios que se asientan, encuentran un público muy claro. Lo estudian, lo conocen, se relacionan con él, están en diálogo permanente a través de las redes y siguen dando lo que les pides.

En este punto, perdemos el hilo de la entrevista hablando de los compañeros y compañeras de Jot Down. Elogiamos el proyecto. Hablamos de 5W, una apuesta de reputados periodistas españoles para ofrecer periodismo internacional con sello independiente. De lo brutal de su campaña en Verkami. Hablamos de Mongolia. Y así se nos van cinco minutos. O diez.

–Gabriela, terminamos con una batería de preguntas. En tu libro dices que sólo les pasan cosas a la gente que quiere que les pasen cosas. Explícame algo que te haya pasado esta semana.

–Nada [ríe, duda]. A ver, a ver… básicamente regresé de Bogotá, que estuve allí como diez días. Me reencontré con mi casa, con la comida casera, con el estar en familia.

–Un miedo que tengas…

–Al mar, a las olas. Y al avión. Las turbulencias en el avión me aterran. Me dan un miedo espantoso. Y lo típico, a morir.

–¿Te consideras una persona solitaria?

–No, para nada.  No puedo estar sola, en mi vida he vivido sola. Pasé de casa de mis padres a vivir con mi marido. Además continuo ampliando la familia, ahora tengo esposa y marido [ríe].

Gabriela me cuenta un secreto: de momento no sé si puedo hacer público. Y empezamos a hablar de la Feria del Libro de Madrid y nos vamos por las ramas. Me pregunta por el origen de mi nombre. Dice que le suena a mexicano. Le comento cómo me gusta la edición de su libro, editado por Malpaso, dentro de la colección Lo real. Volvemos a la sala principal de Vaciador 34, donde están Ro y Jaime. Nos despedimos y me invitan a una fiesta. Lástima que mi AVE hacia Barcelona salga esa misma tarde. 

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