Geronto

Tengo una edad en la que definirme como joven –incluso de espíritu- sería un atrevimiento estúpido, pero llamarme viejo sería un poco prematuro, aunque reconozca que la palabra no me molesta. Estoy en esa edad en que los targets publicitarios nos califican como “maduros” para recomendarnos cubrecanas, viagras, fijadores de dentadura o segundas hipotecas. Y me hizo hecho gracia que, a raíz de conocerse el perfil de los votantes ingleses que han favorecido el brexit, algunos amigos FB menores de 35 llamen «gerontocracia» –así, en general- al hecho de que la generación de los baby boomers sigamos, por ejemplo, queriendo cobrar nuestras pensiones cuando nos toque siendo conscientes, además, de que el estado nos ha venido estafando desde hace años.

¿Qué pasa?:¿deberían quitarnos el derecho al voto?, ¿hacernos trabajar hasta los 75 años?, ¿darnos eutanasia activa?… Trato de ser empático con los problemas de esa generación entera que sobrevuela por arriba o por debajo los 30 años pero me da que echándonos la culpa a nosotros o a gente “mayor” -por muy conservadora que sea, que no lo somos en todos los casos tampoco- no están enfocando el origen de esta indignación, este descontento y esta estafa. Y, por cierto, se ponen un poco en sintonía con lo que Felipe González -el gran oráculo viejuno, el gran jarrón chino que siempre está en medio, el gran señor de la puerta giratoria- hacía ver este mismo viernes del brexit diciendo que «en Gran Bretaña los jóvenes han votado por su futuro en Europa y han perdido; han perdido por la decisión de los mayores. Gran paradoja interna: el futuro lo deciden lo que no lo tienen». La paradoja es, en realidad, Felipe, que con la edad y ese cuajo torero que tienes tú, a ti las gónadas sí que te deben colgar ya por debajo de las rodillas

Creo que yo a los 20 años ya lo sabía. Y no estudié exactas, ni políticas ni económicas, pero las cifras cantaban. Ni el pacto de Toledo, ni los inmigrantes legales cotizando, ni engendrar como opusdeistas iba a ser suficiente, incluso con bonanza económica: la pirámide poblacional en España se había convertido en campana desde la crisis del 73 y, durante décadas, fuimos el país con el menor número de hijos por pareja del mundo. Que la Seguridad Social iba a petar se sabía con crisis, con Obama, con Zapatero, con Aznar, con neoliberalismo, con González y hasta con Suárez y la transición. Lo mejor del asunto es que ya un estudiante de primero de economía sabe que la cadena de la Virgen del Carmen es un timo piramidal.

Antes incluso de que se reconocieran las burbujas, los rescates, la crisis, los grexits y los brexits, los papeles de Panamá o el desmontaje del estado del bienestar, una señora llamada Maria Teresa Fernández de la Vega -luego lo corroboraron varios corruptos y grullas desde el FMI- ya avisaba que los de los años 60 tendriamos que seguir currando hasta los 70 años -¡2040!- por lo menos si querríamos tener una jubilación digna, o una jubilación, que de la dignidad de las pensiones habría que hablar otro rato. Y ya entonces esto no era un acaso, sino un marronazo que a algún gobierno –del PP o del PSOE, previsiblemente- le tenía que estallar en las manos como una patata caliente entre 2010 y 2020, como ha ocurrido.

Y es que si pocos cotizaban para que muchos tuvieran prestaciones, no había fórmula matemática que lo resistiera. ¿La clave?; los nacidos en los años 60. A nosotros nos tocaron aulas masificadas –400 en primero de carrera- en la Universidad, la primera hornada de contratos basura y de becarismo eterno, el crecimiento del precio de los pisos hasta en un 500%, las hipotecas a 50 años para dejar en herencia y encima, esos hijos que no se marchan de casa hasta los 30 a costa de estudiar másters y postgrados de Bolonia. Sí: tuvimos que abrir brecha en frentes que parecían nada en comparación con los que vivieron a Franco y la dura posguerra de las pelis españolas de Garci. A nosotros, que -nos decían- éramos los privilegiados, nos tocó ir pasando cuellos de botella sucesivos aunque fuéramos los JASP, la primera generación universitaria democrática, los niños de la transición, los votantes más jóvenes de la Constitución, la divertida generación de la movida. Bah. Todo agua de borrajas.

Eso si: ahora te ofrecen fondos de pensiones privados después de haber cotizado religiosamente –es decir, por cojones- durante más de 25 años, por si se agota tontamente la hucha de las pensiones. No es que fuera un imprevisto: lo tenían todo previsto. ¿Alguien se siente engañado como un chino?. Pues no habría por qué, pero yo sí. Sí porque, aunque lo supiera, no me dejaron otra opción que cotizar para pagar la pensión de mi padre, y porque los que han ido llegando detrás no cotizan suficiente para pagar la mía y la de la parte gorda de la campana poblacional. ¿Currar hasta los 70…? Por lo menos. Excepto toda esa panda – la casta, la llaman aquí, no sé como la llamarán los viejos ingleses- se jubilarán cuando les salga de la bola y no tendrán que tener preocupación por la base de los últimos años cotizados.

Esto es medieval pero muy demócrata, con los incombustibles Pactos de Toledo –aquella vaca sagrada- por medio. Pues nada. Que para cobrar la miseria que nos quedará, si tenemos la ínfima probabilidad de currar con nómina entre los 60 y los 70 años, igual tenemos que ir después con la artitis y el alzheimer a regular el tráfico a la puerta de los colegios para hacer un servicio social solidario que compense nuestro coste, el de una generación tan grande que -¡mecachis!- no nos morimos ni de coña. Ya te avanzan las ventajas de la hipoteca inversa y te cuentan que los americanos dejan a sus hijos la deuda de la Visa de herencia o lo interesante que es un centro de mayores a 3.000 el mes –porque dentro de 20 años, las esperanzas de turno habrán acabado con lo público-. Lo del descreimiento de los viejos ingleses parece que a alguien le ha llegado de sopetón pero… deja que nos llegue el momento al resto de los viejos europeos… La revolución de los viejos está por llegar.

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