Fotografías: Lorena Portero

Le digo a mi hermano gemelo que me voy, y que me llevo el coche. Le digo que he quedado con el profesor, periodista y escritor Javier Mayoral (Badajoz, 1970) en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Le digo que voy a entrevistarle. Adiós, adiós, adiós. Y avísame si se te ocurre alguna pregunta…

–Pregúntale si cree en Dios –me dice mi hermano desde lo alto de la escalera, cuando abro la puerta de casa.

–¿Qué?

–Sí. Que si cree en Dios, por ejemplo. A todo el mundo le gusta hablar de cosas así.

–¿Qué?

Y ya estoy subido al coche. Y arranco. Y me marcho.

Yo cursaba mi último año de universidad. Era el segundo semestre. El mal tiempo se esfumaba y las faldas remangadas volvían a los jardines tras sus largas migraciones. Qué largas migraciones. Recuperaba las asignaturas que me habían quedado sueltas a mi vuelta de la beca Erasmus, que se me habían escurrido de las manos como agua de mar. Iba de un lado para otro, con clases de segundo o de cuarto curso, lo mismo daba, ya sin un aula fija, y procuraba sentarme lo más atrás posible y hacía dibujitos en las mesas y escribía notas con mi número de teléfono y mi blog para alguna compañera que me gustara y que nunca después me escribía o que si me escribía ya no me gustaba. Siempre pienso que me siguen leyendo.

Tenía, de pronto, una asignatura llamada Redacción periodística: géneros de análisis y opinión. Como había estado trabajando en un periódico digital, cuando me incorporé a esa clase a mediados de abril, el curso había avanzado tanto que el profesor me permitía leerme un libro por mi cuenta y vernos directamente en el examen final de junio. Pero decidí, por si hubiera chicas guapas, pasarme un día por allí. Y por curiosidad. Y por el nombre de la asignatura. Y ya hube de quedarme hasta final de curso, y ni siquiera llegué a hablar con nadie. Me sentaba solo y escuchaba. Porque aquel profesor de la Complutense era un caso extraño. Lo mismo nos daba a leer en alguna de sus clases un artículo de Arcadi Espada que ponía un documental sobre Chaves Nogales. Abría un debate sobre algún tema de actualidad, que finalizaba una clase habiendo de escribir cada alumno una columna a modo de ejercicio que después leíamos en alto y corregíamos entre todos. Y los trabajos finales eran sobre Hemingway, García Márquez, Julio Camba, George Orwell… a elegir entre unos cuántos escritores más. Las clases se tornaron presentaciones sobre Emilia Pardo Bazán, y sobre Kapuscinski, y más, y más, y se trataban sus vidas y sus obras, y se opinaba y se debatía, y se recomendaban lecturas; y se hablaba de escribir, y seguíamos viendo cada tarde artículos de actualidad, y seguíamos escribiendo, editoriales, columnas, y seguíamos hablando de Enric González o de Francisco Umbral. ¿Cómo no iba a dejarme caer por aquellas clases si, en cuatro años de carrera de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, no me había cruzado con nada parecido?

Javier Mayoral era ese profesor de redacción periodística. Nos recibe a Lorena (la fotógrafo) y a mí en su despacho. Y vuelvo a los mismos pasillos que recorría hasta hace unos meses como alumno. Él posa para las fotos, y dice, sonriendo, que no sabe sonreír ante una cámara. Salimos a la calle. Hace frío a mitades de noviembre. ¿A dónde van las faldas remangadas en estas fechas?, pienso. Qué sé yo. Y echamos a hablar, mientras andamos. Echamos a andar, mientras hablamos. Es otoño. Las hojas se derriten de los árboles deslizándose hasta el suelo. Buscamos algún banco donde sentarnos, entre distintos marrones, naranjas, verdes y amarillos. Llevo en la mano la primera novela de Mayoral: No te fíes del cielo (Negratinta Ediciones, 2015).

–En una previsión del tiempo de la Cadena Ser –dice Javier– un día aparece esto de «no te fíes del cielo» y digo, buen título para una novela. Dándole un sentido metafórico, claro. Pero me encantó eso, me encantó como título.

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–¿Cuánto hay de ti en Marcos, el protagonista?

Pues hombre, yo creo que una parte de mí debe haber en Marcos, pero no todo. Yo empecé como becario trabajando en una televisión pública, pero no entré por enchufe ni tengo un padre que sea juez. Y hay multitud de cosas de Marcos que ni se acercan a mí, no, no, ni por aproximación. Claro, ¿cuánto de biográfico tiene un libro? Creo que siempre, incluso en los textos más peregrinos, en los que intentas disfrazarte como narrador, hay algo de ti en tu escritura. No sé si No te fíes del cielo es un libro autobiográfico, pero está claro que no es un relato antibiográfico. No va en contra de lo que yo he vivido. Hay cosas que he vivido, claro, y aparecen en el libro.

–La primera frase del libro es: “Nunca quise ser periodista”.

–Alguna vez me han dicho: “Podías haber empezado el texto de otro modo, dándole más intriga”. Pero yo no quería intriga, yo no quería de este texto hacer un texto preciosista, muy literario. No quería hacer ni una novela siquiera, pero salió, era necesaria. Vi que tenía ventajas hacer una novela. Quería un texto sencillo, que tuviera la capacidad de reflejar una determinada realidad, que tuviera una vocación de registro documental, de intentar poner por escrito cosas que había oído y visto.

–Estuviste 21 años trabajando en Telemadrid.

 –Claro, para mí No te fíes del cielo es un trabajo periodístico. No considero que sea un trabajo literario, ni tenía pretensión literaria ni de hacer nada que fuera muy estético. Quería contar algo que había visto y en el fondo eso es el periodismo. En esta novela también hay mucho elemento metaperiodístico. Es un retrato sobre el trabajo de unos periodistas en una redacción, una manera de explicar cómo es su trabajo cotidiano. Y claro, yo ahí he evocado parte de lo que he visto durante los 21 años que he estado trabajando en Telemadrid, evidentemente. Desde 2004 yo iba guardando notas en mi ordenador. Para ser una novela creo que la he escrito a partir de un tocho impresionante de documentación. Esa fase de documentación la empecé muy pronto; empecé a guardar cosas, lo que no sabía era qué iba a hacer con ese material. Y finalmente, en los dos últimos años me di cuenta de que había material para hacer una novela, entendida de un determinado modo. Una novela sencilla, sin pretensiones. Una novela breve sobre una vida de periodistas. Y entre 2013 y 2014 llegó el momento de la escritura.

–Tu tesis doctoral la habías hecho sobre Francisco Umbral.

Me pasé cinco años leyendo solo sobre Umbral. En la hemeroteca municipal me pasaba los días. De Umbral me gustaba su enriquecimiento de la escritura periodística, porque rápidamente el destino me encauzó a la narrativa audiovisual, a la televisión, y yo buscaba un complemento para tener otro tipo de aprendizaje. Umbral era perfecto porque era lo menos audiovisual, lo más literario que podía encontrar en el periodismo español. A mí me gustaba mucho la capacidad de transgresión que tenía Umbral, esa capacidad para romper el idioma y recrearlo. Yo hice rápidamente una fotografía de qué tipo de trabajo quería hacer y me vino la idea: la transgresión como forma de creatividad en Umbral. Me parece que es el hombre perfecto para estudiar ese aspecto porque él rompía el idioma y al mismo tiempo lo regeneraba. Él utilizaba la literatura para hacer un periodismo mejor, más eficaz, más capaz de describir situaciones; más certero, más preciso, y la precisión no solo viene de un dato sino también de una metáfora. Esa capacidad que tenía Umbral para hacer metáforas certeras que te daban y… ¡plaf!

¿Y cómo ves el columnismo en la España de hoy?

Pues tengo la sensación de que se está revitalizando. En los últimos años se ha renovado y hay nuevas voces. Quizá es por esta sensación que hemos tenido de intemperie, de desprotección en todos los sentidos. Ya sabes que en España, cuando vivimos un momento de mucha pobreza, nos sale una generación poética o literaria… Lo que vivimos con la generación del 27 –y con la del 50– se está repitiendo. Ahora estamos viviendo una eclosión de nuevas voces, que yo creo que es de gente que ha dicho: “Vale, sí, estamos desprotegidos y a la intemperie, pero hay que hacer algo, y vamos a hacerlo con trabajo y talento”, que es una combinación perfecta. Siempre que hay trabajo y talento salen cosas. Por muy desprotegidos que estemos, por muy hechos polvo que estemos, por muy mal que nos vaya. Trabajo y talento… el gintonic perfecto.

–De estas nuevas generaciones, ¿crees que saldrán grandes escritores?

–Sí, sin duda. Estoy seguro. Mira, yo coincidí hace años con un chico que se llamaba Antonio Lucas, que era alumno de un profesor mío. Antonio Lucas es joven y es un tío con un talento impresionante. Manuel Jabois… da gusto leer los textos de Jabois. Creo que ya era hora, que está muy bien que eso suceda, porque no podemos tener ese anquilosamiento de la columna de los veteranos consagrados. La consagración de tipos como Jabois y Lucas es algo muy positivo. La voz nueva del tipo que tiene talento y tiene ganas de ver la realidad de otro modo es fundamental, sin eso el periodismo se queda necrosado.

A ti te encanta la literatura. Pero das clases de redacción periodística.

Eso es una pequeña contradicción… aunque si lo pensamos bien no es tan contradictorio. Porque yo creo que la literatura es una herramienta que también puede contar lo que sucede. No creo que lo que sucede se pueda contar solo con gráficos y con titulares, yo creo que se puede contar también con una buena escritura. De hecho, concibo la escritura no como una tarea de lucimiento personal, sino como un trabajo que facilita la comprensión de la realidad. Y para eso puedes emplear un gráfico con numeritos, pero también una buena frase.

–Hace poco reflexionabais en clase sobre una frase de Enric González: “Un periodista ha de leer como si le fuera la vida en ello, porque le va la vida en ello”. ¿Nos va la vida en ello?

Estoy convencido. La gente, cuando pasa por las aulas de esta facultad o de cualquier otra se preocupa bastante por la nota, por el currículum; pero el mejor currículum es el bagaje de lecturas que tú tengas, el bagaje intelectual que tú lleves a cualquier empresa. Si tú eres un tipo o una tipa con capacidad para comprender y para escribir, tienes muchísimo conseguido, tienes ya incorporado una parte del trabajo que tienes que aprender en el oficio diario. Y a veces no nos damos cuenta de eso, pero esa capacidad de interpretación, esa comprensión, esa facilidad para contar una historia… no hay profesor que te enseñe eso. Te pueden ayudar, estimular… pero el periodista tiene que saber leer. Si no sabe leer no va a entender nada, va a repetir lo que digan otros.

 –Cada vez nos cuesta más leer, escuchar, atender en clase…

–Mira, yo concibo la clase primero como un acontecimiento, a mí me gusta que las clases sean lo más importante del mundo. No me parece que en la vida universitaria haya algo más importante que una clase, porque vas a estar hora y media dedicado a escuchar a los demás, a comentar libros, a entender qué han escrito otros sobre una determinada materia… No hay nada más importante que eso. Entonces, si concibes ese acontecimiento como un rollo de dictado de apuntes, pues la gente se va a aburrir. Creo que la clase es un acontecimiento teatral, porque tú tienes que poner en escena una dramaturgia para que la gente que está acostumbrada a cambiar de actividad cada cinco o diez minutos no se aburra. Y eso yo sé que no siempre lo consigo, pero siempre lo intento. Tenemos que estar con cierta solemnidad, con seriedad, porque una clase es una cosa importante, pero tienes que hacer ver a la gente que aquello que estamos tratando es divertido, y que se lo puede pasar bien. Estamos debatiendo. Los alumnos tienen la oportunidad de pensar y de reflexionar con compañeros, y con un profesor que han puesto ahí para que se dedique a trabajar exclusivamente en eso. Esto es una oportunidad única, no va a volver. Pero cada día es más difícil, porque cada vez nos cuesta más mantener la atención. Eso es un problema de la lectura. Cada quince minutos hay que cambiar, aunque luego tengas que volver al principio, cada quince minutos cambias; si no, no te siguen.

–¿En ese sentido nos han afectado las redes sociales?

–Vivimos bajo un bombardeo de estímulos. Todo el tiempo. Es muy difícil mantener la capacidad de concentración de la gran novela decimonónica, la que tenía un ritmo de escritura y de lectura pues que ahora… Ya no… Hace poco volví a leer a Proust. Y pensé, “qué rollazo me está pareciendo, se me está haciendo más lento ahora que nunca”. Y es porque el tipo de escritura, de lectura, de ritmo que tenemos, ahora es mucho más ágil. Y yo no digo que sea malo, si a mí Proust me gusta, ¿pero quién editaría hoy a Proust? Dirían: “No se puede publicar nada de esto porque la gente no lo va a leer”.

–¿Y cómo preparas tus clases?

Tengo una parte preparada de año en año porque vas acumulando material que pueda ser interesante. Pero yo creo que no puedes llegar con materiales viejos porque eso no interesa, tienes que actualizar y tienes que acercar lo máximo posible, y mucho más en una clase de periodismo, los contenidos al día de clase. Y yo tengo unos materiales de los que voy tirando, pero el día de la clase o el día anterior, si son dos horas de clase, me dedico todo el día a prepararla. A buscar, a relacionar, a ver cómo organizas, qué vas a hacer, si vas a leer un texto primero o vas a comenzar de otra manera. Luego la clase te puede llevar por otro lado, pero se nota mucho el día que no vas preparado.

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 –¿Has visto alguna evolución en los últimos años en tus alumnos?

Sí. Sí. Yo noto mucho en general una especie de menor maduración, como si fueran menos responsables ahora. Hoy, por ejemplo, me han preguntado si pueden llevar un material concreto a la revista de prensa. La revista de prensa es libre, no hace falta que yo te diga qué es lo que puedes llevar o no, tú atrévete; pero no se atreven, les falta madurez para decidir. Cuando yo pido un trabajo, tema libre, doy unas pautas, y siempre me piden permiso para ver si está bien o está mal. Y una cosa es hacer una pregunta sobre una duda y otra es que yo apruebe el trabajo. Me piden la aprobación. Es como si estuviéramos todavía en el colegio, como si les diera miedo decidir, pero un periodista tiene que decidir, tiene que tomar decisiones, y esas decisiones tienen que empezar ya, no pueden esperar, así que yo los obligo a elegir. Y a veces les contesto: “Tú mismo”, y se lo toman un poco mal, porque dicen: “Este tío no se interesa por mí”. Pero yo creo que lo tienen que elegir ellos, no me pueden pedir permiso para ver qué van a contar en clase, eso no puede ser. Y otra cosa que he notado es que ha habido una evolución. De la época más dura de la crisis económica salió una generación estigmatizada: venían de tenerlo todo, todo les era fácil; lo que necesitaban, antes de necesitarlo, ya lo tenían. Y de repente estalló la crisis y [esa generación] se quedó paralizada, así, sin saber qué hacer, porque habían pasado de tenerlo todo al alcance de la mano a que les dijeran: “Chico, hagas lo que hagas no vas a tener nada, estás abocado al paro”. Y hubo un momento en las clases, que casi había que pegar patadas al suelo para que se movieran y fueran a una rueda de prensa y participaran de la asignatura. Era una pasividad preocupante. Eso ha empezado a cambiar, ya se ve una actitud diferente. Ya los dos o tres últimos años he notado otra actitud, como una reacción. Bueno, no sabemos qué nos vamos a encontrar, pero vamos a ver…

–Y tú, como profesor de redacción periodística, cuando pasa algo como lo de París…

Yo tengo una asignatura que es Géneros de análisis y opinión, y la próxima práctica irá de esto, evidentemente, y comentaremos qué ha pasado, comentaremos qué se ha hecho, comentaremos cuál ha sido el debate en las redes y cuál es el debate en los medios. A mí no me importaría dedicar la clase del próximo miércoles solo a esto, al contrario. Pero a veces uno de estos temas muy importantes provoca el efecto contrario. Cuando llega la clase la gente ya está hasta las narices de ese asunto, pero creo que en el periodismo tenemos que amoldarnos a la actualidad. Me parece que se han planteado debates muy pintorescos a propósito de una realidad que admite pocos debates en ese sentido. A mí me parece que lo que está sucediendo en las redes, que se debata si es oportuno o no el término rezar o la bandera de Facebook… No sé, cuando hay 140 muertos…

–Escribes en Twitter: “Ante determinados hechos, algunos debates ya no son menores ni ridículos, sino más bien de una frivolidad insultante”.

La gente en clase, en general, hace comentarios despectivos de Twitter. Twitter puede ser una herramienta periodística estupenda, ¿por qué no? Yo recuerdo un día el curso pasado, tú no estabas, porque fue al principio, que íbamos a hacer una práctica sobre Twitter, y los alumnos empezaban a decir “¿Twitter? Pero si Twitter es lo que uso para pasarlo bien”. Ya, pero Twitter puede ser también una herramienta periodística, aprendamos a utilizarla. Y en Twitter pueden caber muchas ideas. No cabe todo, no vas a hacer un debate a profundidad en Twitter, claro que no, pero yo creo que un periodista debe saber sintetizar, condensar, y no decir bobadas en esa red social.

–He estado echando un vistazo a tu Twitter y también a tu blog. 

A mí me gusta mucho Josep Pla, y el otro día estuvimos en clase hablando de él. Porque es un tipo que, sin la solemnidad de la gente ésta que se dedica a hacer sentencias, escribe muy condensado y muy directo, y muy observador, parte de la observación siempre…

El cuaderno gris me encantó…

El cuaderno gris, sí. Es extraordinario. Y siempre escribía un poco de ese modo. En clase llevo a Pla y digo que es un tipo de escritura muy propia de un blog. Hoy Pla tendría un blog. Porque es una escritura de “aquí voy pasando y voy comentando lo que voy viendo de mi propia vida en relación con gente más o menos importante o acontecimientos importantes, pero voy anotando”, y eso es estupendo.

[Le digo a Javier que me sujete un segundo la grabadora. Quiero sacar otra frase suya de Twitter que he anotado].

–Hay cosas del libro que están en Twitter. Y viceversa [ríe].

–¿Sí?

–Sí.

–Escribes: “Pasear junto al mar. Cierta música. Sexo. Libros. Más libros. Café. Luego ya, adelantar ciclistas mientras corres por la Casa de Campo”. Parece alta literatura.

Pues, [ríe] esa es una sensación de placer. A mí me gusta mucho correr, y es una observación, según iba corriendo por la Casa de Campo era lo que pensaba en ese momento. Adelantas a un ciclista y dices «coño, le he comido la moral a este tío”. Me gusta, sí.

—Y dice el protagonista de tu novela: “Sentí por primera vez –y comprendí para siempre– qué es en realidad la escritura: ese milagro estadístico que te vincula a un lector. Hipotéticamente, al menos. Si se consuma el prodigio, si cristaliza el milagro, ese improbable lector quizá descubra en tus textos algo esencial sobre su propia vida”. Ahí sí te reconozco claramente a ti.

Sí, eso es verdad que lo pienso yo. Aunque sean el narrador y escritor dos cosas diferentes. Yo no me considero escritor. Pero como los periodistas escriben, y sí me considero más bien periodista, pues soy escritor de rebote. Hay una diferencia entre el narrador y el escritor, el narrador es el que está contando una historia y tú eres tú, que vives en tu casa con tus hijos y tal, pero hay cosas del escritor que pasan al narrador. Esta es una de ellas, claramente. Yo considero eso de la lectura, me parece que es un milagro en todos los sentidos. Es un milagro que se te ocurra una historia. Es un milagro que te pongas a escribirla y que la termines. Es un milagro que algún loco se decida a publicarlo. Es un milagro que llegue otro loco y se plantee comprar el libro, y que luego ya decida leerlo, porque una cosa es comprarlo y otra cosa es leerlo. Y que luego ya se produzca el milagro de los milagros, que es esa especie de identificación emocional o intelectual entre la persona que ha escrito y la persona que está leyendo. Eso no tiene nombre. Habría que inventarlo.

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–Te veo como un gran lector.

Yo he sido un mal lector. No soy un buen lector. Soy poco disciplinado y muy caprichoso. Y muy injusto en las valoraciones, muy particular. Te he contado lo de Proust, que me ha resultado lento. Hace poco estaba leyendo a Kafka, que merece juicio generalizado de qué gran maestro; pues a mí Kafka me aburre, me parece un poco plasta a veces. Sí tengo cierta habilidad para separar al buen escritor del mal escritor, aunque no comulgue con él.

–¿Cómo se separan?

Yo creo que, generalmente, acudiendo a la sensación personal de si tiene un mundo propio o si no tiene un mundo propio. Faulkner, por ejemplo. A mí me parece que Faulkner es muy bueno. Y sin embargo, no me parece que sea un tipo de escritor con el que yo me identifique. Por su forma de escribir, por la complicación que tiene, pero sí veo un mundo propio en Faulkner. Después de leer un libro suyo que no me ha apasionado, digo: “Jo, pero es que tiene un mundo detrás…” Yo he cambiado de vida leyendo ese libro, estaba cambiando de vida, estaba cambiándome a su vida. Pero yo no soy un gran lector al estilo de esa gente que devora literatura. Intento leer todo lo que puedo, pero no voy a presumir de lector. Leo todo lo que puedo, es cierto, pero hay gente que lee infinitamente más que yo. Yo aprovecho bien lo que leo. Y no creo que sea bueno presumir de todo lo que sabes, automáticamente eres más tonto si lo haces.

–¿Cuándo descubres el placer de leer?

En la época del instituto; yo creo que eso fue una suerte. No me parece que sea muy bueno empezar por obligación antes de los trece o catorce años. A mis hijas, por ejemplo, que tienen ahora once y ocho años, les imponen unas lecturas. Creo que es mejor que lean lo que les apetezca, pero que no lean grandes obras ahora, porque no puede ser que a una niña de trece años le impongan un Quijote o una barbaridad de este tipo, que lo lea cuando llegue el momento.

–Cuentas en tu blog cómo, desayunando con tu hija Candela, le preguntas qué hace falta para escribir y te responde: “Hay que pensar antes de escribir, pensar qué quieres escribir”.

Qué inteligente, ¿no? Es otro tipo de lectura. Hay que leer la vida también, no solo libros. Y la gente que te rodea es la gente más difícil de descifrar a veces. Le prestamos poca atención a la gente más inmediata, valoramos poco lo inmediato. Y eso creo que es algo que tenemos que aprender a hacer, a darle valor a aquello que está más cerca de nosotros, no porque esté más cerca en una actitud un poco fácil y comodona, no, pero que seamos justos con la gente que tenemos alrededor, cerca, y que veamos el talento que hay cerca. Yo lo veo en Candela. E intento en la medida de lo posible verlo también en mis alumnos, en mis compañeros; es una tarea que me impongo, me parece que es necesario. No quedarse solamente con el valor del fichaje, como los equipos de fútbol, que fichan a un noruego y ya por ser noruego va a ser la repera… Pues hay que apreciar también lo que tienes más cerca. Eso es difícil.

–¿Intentas que tus hijas se interesen por la lectura?

No, nada. Nada [ríe]. Mira, mis hijas están ahora en la edad esa de negación del padre. Sobre todo la mayor, que tiene once años. Hoy, cuando venía a la facultad, digo: “Oye, vamos a presentar mi libro el jueves [en la librería Molar, a las 19 horas], que digo que vosotras no os apetece ir para allá, ¿no?”, y dice la mayor: “Pero si eso es un rollazo tremendo, ¿qué hacéis ahí?», y digo: “Pues nada, hablar del libro, de la cosa sobre la que va el libro, sobre el periodismo”. Y dice ella: “Nada, nada, qué tontería, eso es un rollazo”. No, no me gusta imponerle nada. Al contrario. Si yo intentara que estuviera leyendo iba a ser peor. Yo creo que ella tiene que descubrir la lectura por su cuenta, y que tiene que disfrutar.

–Además de Periodismo estudiaste Filología Hispánica. ¿Por qué te dio por ahí?

Yo tenía claro que me gustaba escribir. Bueno, realmente lo que me gustaba era estar solo y luego escribir. Y me gustaba leer, también. Y tenía claro que quería estudiar Periodismo, Filosofía y Filología. No sé en qué medida y por qué decidí estudiar primero Periodismo y luego Filología, y me quedó ahí pendiente Filosofía. Pero tenía claro que lo filosófico estaba dedicado más al pensamiento, a la argumentación; lo filológico, a la escritura, y lo periodístico a la comunicación. Periodismo quizá fue la elección más sencilla como forma de vida.

Yo creo que la gente tampoco se lo plantea demasiado cuando entra en la universidad. Piensas en qué te apetece, en qué te va pidiendo el cuerpo. Estudié Periodismo porque pensaba que me iba a permitir contar historias. Y eso es una cosa muy gratificante. Cuando lo estudiaba pensaba que no me iba a gustar mucho ejercerlo. Y sin embargo, cuando trabajé como periodista era fenomenal contar las historias de los demás. Te olvidas de ti mismo, te olvidas de lo importante que eres tú por un momento y te centras en las historias de los demás, y cuentas una historia bien contada… Que alguien te diga: “Oye, has contado bien mi historia”: yo creo que no hay cosa tan gratificante como esa porque te has acercado y has comprendido. El periodista suele toparse con situaciones duras, incluso dramáticas, y debe comprender a una persona que está viviendo una situación extrema –para bien o para mal–. Comprender lo que pasa por la cabeza de esa persona es muy gratificante.

–Y de tanto contar historias has acabado escribiendo una novela. ¿Ha sido difícil pasar de la realidad a la ficción?

Mira, si yo fuera lector de esta novela, diría: “Me sobran personajes. Y me gustaría que cada uno de ellos estuviera más desarrollado psicológicamente”. Pero yo entendía que una redacción de televisión es tal cual como aparece en No te fíes del cielo. En una redacción no hay cuatro personajes, como en las series de ficción, que entre ellos manejan la trama, no. Una redacción es una cosa muy coral, y aunque añada complejidad, yo pensaba que debía ser así, que era lo justo. Quizás facilita la lectura el darle un poco más de suspense, el darle a unos personajes una intriga. Bueno, ya hice algunas concesiones para que el libro se pudiera leer, pero quería mantener ese grado de complejidad, simplemente en el sentido de que hay muchos personajes que aparecen y desaparecen, que entran y salen. También son importantes las historias que yo quería contar relacionadas con la elaboración de las noticias. Eso añade dificultad, pero asumo el reto.

–¿Tenías claro lo que querías contar?

Sí, pero no cómo contarlo. Yo tenía claro qué quería contar por las experiencias vividas en Telemadrid. Tenía elaborada la tarea documental de saber cómo se habían deformado una serie de noticias. Lo que quería contar era ese juego entre la verdad y la mentira que atenaza a muchos periodistas. El momento en el que me doy cuenta que debo contar todo lo que estoy viviendo en Telemadrid es cuando descubro que en lugar de usar una tercera persona tradicional omnisciente, podía usar una primera persona muy particular, de un personaje narrador que pudiera recorrer los diferentes espacios de la redacción. Ahí es cuando me di cuenta de cómo lo podía hacer: hubo muchos intentos que acabaron en el cajón porque yo no me lo creía. Y el cambio de esta tercera persona a una primera persona con la voz de Marcos, es decir, una persona que llega del lado de los malos y está en esa frontera indecisa buscando su sitio entre los malos y los buenos…

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–Es tu primera novela. Pero ya has publicado dos libros de poemas.

Es otra hora del día, otra faceta, otra forma de escritura. Lo de la poesía es más incontrolable. Aunque yo escribo con regularidad, hay días en los que aparece poesía y otros en los que no. Escribo muy poco porque el proceso es lento, aunque se repita diariamente. En el último poemario [Si por azar] aparece mucho el mar. Para mí, la mejor poética la escribe el mar, la mejor forma de contar cómo tenemos que escribir la escribe el mar, esa ida y vuelta continua: ida y vuelta, ida y vuelta, ida y vuelta. Eso que hace el mar es la mejor metáfora de la escritura, es una clase de poética en realidad. En un ir y venir me muevo constantemente. Es decir, no escribo grandes extensiones de texto, pero puedo escribir dos frases que quedan anotadas, vuelvo sobre esas dos frases, vuelvo otra vez, sobre todo en la poesía, como si fueran olas, hasta que la piedra se desgasta y sale algo. Y el 80 por ciento se queda en nada, claro.

–¿Tiene cabida la poesía en el periodismo actual?

Sí, sí. Hay una compañera de facultad que hizo una tesis excelente sobre Saint-Exupéry: su tesis fundamental es que la poesía es una herramienta que sirve para contar allí donde no llegan otros elementos. Eso al periodismo le puede servir. La poesía es una herramienta periodística extraordinaria y, además, produce una cierta sensibilidad; la poesía permite entender, comprender e incluso gozar del sonido de las palabras; alguien que tiene sensibilidad poética lo transmite escribiendo un artículo. Yo, de todos modos, creo que hago una poesía muy periodística en realidad, es una poesía aparentemente sencilla para lo que hace la gente.

–Hay ahora mucha gente joven escribiendo y publicando poesía.

Sí. Yo creo que tiene que ver con una efervescencia de la escritura. Creo que la poesía no vive ajena a ese fenómeno. Creo que, como ya hemos comentado con los articulistas, también en el campo poético hay una búsqueda de nuevas voces para contar nuevas cosas. Yo no soy un experto en poesía ni muchísimo menos, pero sé que hay gente con 30 años que tiene muchísimo talento, gente con 20 que ya despunta muy claramente, y gente con 40 que está consagrada. El mismo Antonio Lucas, del que hemos hablado, tiene una poesía portentosa.

–Leí hace poco Los desengaños.

Los desengaños es un libro extraordinario. Un libro extraordinario que, por cierto, además tiene un punto de menos narcisismo. A mí me cae un poco mal el narcisismo de los poetas en general, no me refiero a Antonio, ni mucho menos. Los poetas viven muy endiosados en su mundo, en su yo, en su pequeño territorio de la lírica, de lo que yo siento, y creo que este libro de Antonio, que sale de una crisis personal, se ha sabido proyectar sobre otras crisis personales. Lo extraordinario es esa capacidad que tiene el poeta para contar algo que le ocurre en sus entrañas pero que también está ocurriendo fuera, a otras personas.

–Incluso parece que se vendan ahora más libros de poesía que novelas.

Porque la poesía es algo fragmentario. Y estamos cambiando muy rápidamente de hábitos. También de hábitos de lectura, en la gestión de nuestro tiempo, y en la forma de pensar. Y en la forma de sentir, también. Yo estoy seguro de que incluso algo tan cotidiano como es un telediario de hoy, si se lo pusiéramos a alguien que lleva 20 años sin ver información audiovisual, se asustaría. El otro día en clase hicimos un ejercicio parecido, pero jugando con el supuesto contrario. Llevé telediarios de hace 20, 30 y 40 años, y, claro, el choque era tremendo, porque era un tipo de narración completamente diferente. Hemos cambiado muy rápidamente y no nos damos cuenta.

–Marcos, el protagonista de tu novela, vive una fase en la que parece sentir lástima de lo fácil que se esfuma el trabajo de un telediario. 

Sí. Eso es un problema de la televisión en particular y de los medios de comunicación en general. El trabajo periodístico se va por un desagüe, no hay capacidad de retención y las noticias se olvidan al momento de publicarlas. Estaría bien que el trabajo del informador dejara poso. Ahora, con los medios digitales, la información no dura nada y, así, no te haces a la idea de lo que ha pasado durante el día. Si no veo el digital en las últimas seis horas no me entero de lo que ha pasado durante la tarde. Una cuestión que reflejo en el libro, porque es algo que me ha preocupado siempre cuando he analizado el trabajo periodístico en televisión, es el reconocimiento del mérito que tienen personas que se han atrevido a protestar, a resistirse, a no dejarse llevar por la corriente de la manipulación. La manipulación es algo tan sencillo como que llegues a cualquier redacción y te digan: “La noticia que tienes que hacer la vas a contar así”. Bueno, es que yo he visto otra cosa que ha pasado y no es así. “Bueno, pero tú lo vas a contar así”. Qué fácil es dejarse llevar y decir: “Bueno, vale, va, lo cuento así como tú quieres”.

–Y qué difícil es lo contrario.

–Yo comprendo también que incluso amigos míos, incluso personas cercanas, gente que conozco y demás, comprendo que hayan aceptado ese juego porque me parece muy humano. Y admiro profundamente a la gente que se ha resistido y a la gente que ha luchado por mantener la dignidad de la profesión, que es algo muy importante. Porque esta profesión está muy poco dignificada. No hemos puesto un dique, una barrera a partir de la cual no haya discusión posible. La discusión ha llegado hasta el final, hasta qué es verdad y qué es mentira. “Yo voy a decidir de antemano, desde un salón, desde un despacho qué es lo que tienes que decir, y da igual lo que tú hayas visto en la noticia que tienes que cubrir”. Y nos hemos plegado, en general, nos hemos plegado ante eso, no hemos puesto una frontera de “no, mire, esto tiene unas normas y por ahí no paso”. Ahí está la pérdida de credibilidad del periodismo. Que haya gente que se resista a eso yo creo que tiene mucho mérito. Bueno, hay de todo en todos sitios, hay gente admirable en cualquier medio. Pero reconozco, y fue uno de los motivos por los que quise escribir esta historia, el mérito de la gente que se resistió y se negó. Pongo un ejemplo: “Me tocan una entradilla y me dicen que tengo que contar tal cosa que no es verdad o que no está comprobada y me niego”, como hace un presentador en el libro; y monto en cólera y me resisto aunque sé que eso me va a traer consecuencias, problemas. Y eso es muy reconfortante, ver que ha habido gente que se ha resistido, más o menos, pero se ha resistido.

La experiencia de Telemadrid es muy dolorosa para todo el mundo. Que 861 personas (96 por ciento de la plantilla) sean despedidas es muy doloroso. Para mí también, aunque no estuve en la parte más dolorosa, yo conseguí una plaza aquí en la universidad poco antes del ERE. Eso no tiene nada que ver para que yo viviera de lejos y de otro modo el dolor que sentían los compañeros que fueron expulsados, claro. A mí me nombran Telemadrid y me da mucha pena. He vivido de todo allí dentro. En Telemadrid nunca existió el paraíso. Jamás fue un sitio perfecto donde no había ningún tipo de llamada de atención, nunca. Yo he visto problemas siempre. Pero es cierto que hubo una etapa de libertad e independencia, y luego una etapa de sometimiento. Y es muy claro el momento en el que eso sucede, y no fue debido a un cambio de partido en el poder. Con el Partido Popular he vivido las dos caras de la moneda.

–Imagino que las reacciones ante la manipulación que te impone el Gobierno autonómico también supondrían roces entre los compañeros. En esa plantilla había amigos, parejas; incluso, familiares…

–Hombre, yo he intentado no perder ni el contacto ni la amistad de los compañeros, estuvieran del lado que estuvieran. He intentado, en lo personal, que eso afectara lo menos posible a las relaciones que estaban consolidadas. Algún comportamiento concreto me ha parecido poco admirable pero lo he respetado. Intentaba encontrar los motivos de alguien que decide contar la noticia como se la impone la redacción. Quién soy yo para juzgar, quién soy yo para decidir si eso es lo que hay que hacer o no hay que hacer… Pero es verdad que en algún caso he perdido amigos. Espero que la novela no me cueste ningún otro. Desde el punto de vista de la escritura, yo tenía presente la idea de que, aunque estuviera más o menos clara la simpatía y la tendencia del narrador, no hubiera una división radical entre buenos y malos. Es decir, que este planteamiento fronterizo del protagonista permitiera conocer las razones de los que manipulan. Qué pasa por la cabeza de los que manipulan. Eso es muy difícil. Qué tipo de cobertura ética se da a sí mismo quien manipula. Cómo piensa. He intentado que se pudiera comprender incluso esa actitud, que no es respetable, pero quería tratar qué tipo de argumentos y explicaciones da el que manipula en relación con la gente que se resiste a ser manipulada.

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–¿Y crees que se puede dignificar el periodismo?

Sí, pero depende fundamentalmente de los periodistas. Conviene echar la vista atrás para no llorar demasiado. El periodismo no puede presumir de lo que ha pasado en los últimos años porque ha estado muy pegado al poder. Y estoy hablando de los últimos 35 años. Desde la Transición para acá. Antes no existía periodismo como tal, la información se trabajaba con muchas limitaciones por parte de la dictadura. Primer elemento para relativizar: en el pasado no éramos excelentes. Se puede regenerar, claro que se puede. Yo creo que lo fundamental para conseguir eso es que haya algún tipo de movimiento coordinado, de unión. Por eso creo que son importantes organizaciones como las asociaciones de prensa, o los colegios profesionales, que establezcan criterios muy claros de qué es lo que se puede y qué es lo que no se puede hacer. Bueno, pues ese tipo de cosas yo creo que es muy importante porque en el momento en que tú vayas a escribir una cosa que sabes que no es verdad, siempre vas a tener el peso de una mirada censora de alguien que te está reclamando un comportamiento ético. Y eso es muy importante, que en la profesión no valga todo. La libertad no ampara la capacidad para mentir. Si tú has mentido y se demuestra que has mentido, algún tipo de reproche se te puede hacer. Creo que los periodistas debemos ser exigentes en eso, debemos ser autocríticos y exigentes. Y si alguien se ha equivocado, que reconozca que se ha equivocado. Y si alguien ha mentido, que caiga el reproche de que ha mentido.

–¿Es el periodismo una carrera para gente con vocación? ¿Se puede enseñar la ética periodística?

Sí, creo que es para gente con vocación. Si no te gusta el periodismo es mejor dedicarte a otra cosa, no vas a ganas mucho dinero y lo vas a pasar fatal. Y a la gente se le puede reclamar una cierta sensibilidad en lo ético, claro que sí. Hace un par de semanas en clase hablábamos de manipulación. Y yo les pregunté: «Cuando tú llegues a una redacción y un jefe te diga ‘tienes que contar esto así y no como tú lo has visto’, ¿qué vas a hacer, tú qué harías?». Porque es algo que te va a pasar. Yo creo que hay que pensarlo ya. Yo a los alumnos no les voy a exigir una respuesta. Pero sí les pido que, por favor, lo piensen; que esa situación va a llegar. Es fundamental prepararse con antelación. Hay que armarse de talento, de la mayor cantidad de armas posibles para poder discutir de forma racional y que no abusen de ti porque al final, si eres simplemente dócil y no tienes talento, en el momento que dejes de ser dócil dejas de ser útil, pero si tienes talento y eres un poco crítico, si tienes talento igual siguen contando contigo. Por eso yo creo que es fundamental el trabajo y el talento, las dos cosas. Y el talento se trabaja. El talento no es solo una cosa innata que tienes ahí, no, el talento es trabajo.

–¿De qué modo consideras importante el periodismo en la vida?

Yo tengo una cierta tendencia al aislamiento. Si no llega a ser por el periodismo, yo hubiera hablado poco, soy tímido, introvertido, y hubiera conocido muy poco, porque no hubiera tenido la oportunidad de hablar con mucha gente con la que he hablado. El periodismo te permite el lujo de contar historias de los demás, que afectan a los demás. Te permite la oportunidad de comprender a los demás, yo creo que eso es una maravilla. Acuérdate de Kapuscinski, cuando hablaba de ponerte en el lugar del otro, de entender al otro, que el periodista no puede ser cínico, porque el cínico no tiene esa capacidad, piensa en sí mismo y se olvida de los demás. El buen periodista cuenta la realidad, pero para contar la realidad tiene que hablar con la gente, acercarse a la gente, conocer a la gente, comprender qué es lo que pasa por su cabeza…

–¿Cómo ves el futuro del periodismo?

Hay tendencias opuestas en marcha. Pero, para empezar, he visto que hay nuevos medios que están intentando combatir lo peor del periodismo: la superficialidad, el relato prefabricado, la visión estereotipada de cualquier realidad. Y creo que hay nuevos medios, muchos nuevos periodismos, todo está muy atomizado. No espero que salga ningún gran medio que sustituya a un periódico de referencia que esté en crisis; no creo que ocurra eso, pero desde esa atomización se está regenerando el periodismo porque se están contando historias de otro modo, porque se están contando historias con más profundidad, con más detalle, atendiendo a la gente. Podemos decir que las redes sociales tienen el inconveniente de que generan un periodismo de consumo fácil, de debate fácil, pero tienen al mismo tiempo otros aspectos positivos, como que tenemos que tener en cuenta al lector, que no solo es lector sino ciudadano y es usuario de un medio de comunicación y también aporta cosas. Eso me parece que también es positivo. Y yo estoy viendo nuevas formas de contar. En el columnismo se aprecia claramente con el fenómeno de los nuevos columnistas que ya hemos comentado. Los alumnos leen y disfrutan mucho con Jabois, por ejemplo, y eso está muy bien porque antes había un cierto estancamiento.

–¿La crisis ha generado el dejar de hacer las cosas bien en favor de la mera supervivencia?

Recuerdo un artículo de un columnista de El País que murió hace poco, Joan Barril. Venía a decir, muy gráficamente, que antes éramos el cuarto poder y ahora somos el cuarto de estar. Y es una definición muy gráfica de la transición del periodismo, que ha pasado de ser un contrapoder y de un elemento de control, y de crítica, a un entretenimiento. Entretenimiento es consumo. Que la gente nos pinche. Y los periódicos en lugar de contar noticias se han convertido en lugares de paso donde la gente tiene que pinchar, un poco como los peces pican el anzuelo, atraídos por grandes imágenes, o por titulares más o menos llamativos, pues esa es una tendencia del periodismo, por qué lo vamos a negar. El periodismo del corazón se ha convertido en una parte sustancial del periodismo serio. Se ha convertido en un negocio en el que no se busca la rentabilidad con lectores más o menos exigentes, sino con gente que pase por ahí. Pasó antes con los medios audiovisuales y se está trasladando a los medios digitales.

 –¿Y crees que prosperará el periodismo bien hecho ante semejante competencia?

–Tendrá un hueco. Lo que hay que saber es buscar el nicho de lectores que busquen el periodismo bien hecho. Dependerá de la evolución de la propia sociedad. Y ahí es fundamental la escuela. La escuela debe enseñar a utilizar los medios de comunicación. En la ESO deberíamos tener una asignatura en la que se aprendiera a manejar las claves de cómo se hace una noticia, qué sentido tiene, qué utilidad puede tener una noticia para cualquier ciudadano, que se aprenda a identificar las fuentes que se usan en una noticia, la proyección pública o social de los temas que aparecen. Que se debata esto en la escuela es esencial para que se generen lectores con capacidad crítica. Porque si no, la relación entre las audiencias y los productores de los mensajes va a ser viciosa, muy viciosa, vamos a producir mensajes cada vez más fáciles de digerir y más atractivos, pero menos sustanciales. Y las audiencias cada vez van a pedir más eso. Si buscamos audiencias de ese modo, las audiencias se van a acostumbrar a mensajes sencillos y esto no va a tener fin. Lo que hay que intentar enseñar es para qué sirven los medios de comunicación, qué importancia tienen. Hay una vieja teoría que dice que los medios de comunicación deben ser una especie de mapa de la realidad, deben guiarte, y esa vieja teoría yo creo que, en lo esencial, sigue siendo válida.

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