Fotografías: Ismael Llopis (Momo-Mag)

Jorge Carrión Gálvez nació en Tarragona de manera accidental, hijo de dos andaluces que se buscaban la vida en la Catalunya de la Transición. Fue infante feliz y pasó las turbulencias del adolescente en Mataró y, finalmente, ha elegido Barcelona como la ciudad en la que quiere vivir y desarrollar su carrera como escritor. Doctor en Humanidades por la Pompeu Fabra, donde trabaja dando clases de escritura creativa y literatura comparada, Carrión parece tocar todos los palos e incursiona tanto en la novela de ficción como en el periodismo narrativo y el ensayo. Tantas cosas le interesan (librerías, series de televisión o geopolítica entre muchas otras) y tantas áreas cultiva que sus amigos se preguntan por la distribución de su tiempo para atender tantas pasiones, más ahora que acaba de ser padre. «El viaje [vivió en Argentina y Chicago] es lo que me permitió darme cuenta de que quiero vivir aquí, aunque he flirteado con la posibilidad del exilio voluntario», comenta un hombre en desacuerdo con la «manipulación de la historia» que practica, según él, el Govern de CiU con la consulta soberanista como trasfondo. De todo eso dice hablar en su última novela, recién publicada, Los huérfanos. Aunque la trama suceda en un búnker de Pekín tras la radioactiva Tercera Guerra Mundial y la protagonice un argentino, Carrión también dialoga veladamente con su Catalunya natal. En la terraza de la librería Laie y esquivando uno de esos chaparrones de final de verano tan propios del Mediterráneo, Negra Tinta conversó con Jorge Carrión.

–¿Si repitiéramos esta entrevista dentro de 20 años la podríamos hacer en una librería y con la excusa de que has publicado un libro en papel?

–Yo creo que sí. Creo que las librerías tienen un carácter de templo muy parecido al del café. Por eso no es casualidad que se hayan fusionado o que en realidad ya nacieran fusionadas porque muchas librerías de los siglos XVIII o XIX –o muchas editoriales o casas de editores– ya ofrecían té y café a los amigos, clientes y autores.

–En el mismo mostrador.

–O en la trastienda. O como [la librería] solía ser también la casa del editor o del librero, el salón de la vivienda era el lugar de la tertulia. Libro, café, tertulia: están unidos en la modernidad y siguen unidos. En esta dimensión ritual la librería tiene todo el sentido. Por otro lado, hemos vivido unos años de bombardeo informativo y mediático sobre el tránsito entre el libro y el e-book con muchos intereses corporativos y con un inexplicable apoyo de la prensa, incluso de la prensa en papel. De pronto parecía haber un consenso sobre que en efecto el e-book era el regalo ideal para las Navidades.

–¿Ves inexplicable ese apoyo mediático?

–Sí porque realmente no había un despliegue publicitario de Amazon o Kindle para explicar eso. Tiene que ver con la idea de lo que es noticia y de algún modo la tecnología tiene un erotismo y todo lo que es nuevo, revolucionario y transformador, aunque sea supuestamente, es erótico para los periodistas y los medios. Después de dos o tres años en lo que parecía que eso era imparable, en los últimos meses veo que se congela, se enfría y otra vez parece que el papel tiene sentido y futuro. Estamos en un momento como de dialéctica, de avance y retroceso, en el que se están definiendo muchas cosas. No creo que ese momento de duda dure menos de 30, 40 ó 50 años.

–¿Qué cuota de culpa tienen los medios de comunicación? ¿Por qué las secciones de tecnología de los periódicos solo valoran las características del nuevo aparato electrónico y no hacen un análisis crítico sobre su utilidad?

–En efecto todo este fetichismo y adoración de lo nuevo tiene que ver con esto que comentas y a veces supone un poco de corrupción del periodista. El periodista cultural recibe libros gratis o entra en el cine o en el teatro sin pagar. El periodista de la sección de tecnología recibe tableta, videojuegos, le pagan viajes a Londres o a Fráncfort para mostrarle una novedad tecnológica. Una vez has adoptado ese tipo de compromiso, ¿cómo haces una reseña negativa del aparato? Hay parte de eso y parte de esa utopía configurada por la revista Wired y [el estado de] California con objetos centrales en el imaginario, que serían los de Apple, que han hecho que mucha gente creyera que eso era el único futuro. El libro electrónico, la tableta, el MacBook, las apps, el WhatsApp.

–¿Tienes libro electrónico?

–Tengo un iPad y leo a veces en la tableta. Normalmente leo en papel.

–Si dentro de unos años tu hijo te pidiera un libro electrónico, ¿cómo le convencerías para que en vez de ese aparato pidiera cinco o seis libros en papel?

–Si mi hijo me lo pide en siete u ocho años no creo que tuviera que decirle nada. Si el precio me pareciera razonable, probablemente se lo regalara. Sin embargo creo que entre los cero y siete años tiene mayor sentido el libro en papel como experiencia sensorial: el cartón, la textura, el dibujo, etcétera. Por eso entre todas las librerías, las que están en menor peligro de extinción son las infantiles.

–Me parece muy interesante la reflexión que te he escuchado sobre el papel del librero como chivo expiatorio en los procesos totalitarios que a lo largo de la historia han querido silenciar la crítica. ¿Son los reprimidos más silenciados en el ámbito literario? Siempre se habla de la censura, tortura, encarcelamiento o exilio de los escritores. ¿Crees que de los libreros se habla poco?

–Sí, eso lo comento en el capítulo Librerías fatalmente políticas de mi ensayo Librerías [Anagrama, 2013] y ahí explico en efecto que el librero al estar en el límite, la frontera, al ser el último eslabón del proceso de producción del libro es quien finalmente tiene que decidir si vende o no vende el libro prohibido. Eso hace que esté comprometido y en un lugar de peligro. Cito en ese capítulo a Héctor Yánover, el mítico librero de la librería Norte de Buenos Aires, que cuenta en sus memorias que muchos libreros que subestimaron en su momento el poder represor de la dictadura –decidieron vender libros prohibidos– también desaparecieron. ¿Por qué no hay una conciencia de los libreros desaparecidos, por qué no hay una conciencia de los libreros perseguidos por la Inquisición, por ejemplo? Es porque no hay una conciencia de los libreros como agentes culturales. Siempre ha sido más importante el escritor y el lector o el editor más recientemente. Ahora empezamos a darnos cuenta de la importancia de los libreros, de esa tradición silenciada y secreta que es importantísima para entender la configuración de la cultura tanto occidental como oriental.

–Afirmas también que no hay nada más importante para un escritor que esté publicando sus primeros trabajos que el padrinazgo de un librero. 

–Cuando un escritor comienza busca intuitivamente la lectura y la opinión de escritores que admira o compañeros y amigos. Después busca la lectura de editores porque quiere ser editado. Y solo cuando ha publicado varios libros se da cuenta de la importancia que tiene el librero porque si los libreros no apoyan la poética esa obra no va a tener posibilidad de difusión. Me importa mucho menos la venta que la capacidad de influencia. Para la venta es mucho más importante esa influencia: solo si los libreros creen en un libro ese libro puede llegar a influir.

–¿En qué momento diste tú ese paso?

–En ese sentido he sido muy ingenuo. Me di cuenta de eso con Librerías.

–¿Mientras escribías el ensayo?

–No, no… Después de publicarlo. Entonces me di cuenta de todo esto porque es un libro que los libreros han apoyado, defendido y difundido y ahí he visto el poder del librero. Siempre se habla del boca-oreja, pero el boca-oreja entre lectores es relativo aunque ahora con el mundo digital se ha multiplicado. [Esa publicidad oral] Siempre tuvo mucho que ver con la figura del librero.

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–¿Cuando te decidiste a escribir Librerías estaba el espacio en vez del librero en el centro de tu cabeza?

–El fetiche, el museo, las ruinas… Evidentemente, yo siempre había proyectado hacia las librerías, los espacios. Nunca me había fijado en el librero a excepción quizás de George Whitman, el de Shakespeare&Company, con el que no había hablado pero sí lo había observado. Fue en la escritura del libro cuando me di cuenta de que tenía que buscar la voz de los libreros y rescaté apuntes de algunas entrevistas y conversaciones con ellos y sobre todo leí memorias de libreros. Hay pocas pero son fundamentales para sumergirte hasta el fondo en el mundo editorial y de la narrativa.

–¿Hasta qué punto el espacio influye en las personas o son las personas las que animan el espacio?

–¿En las librerías o en general?

–Empieza por las librerías y luego dame tu visión general.

–En la librería el espacio es fundamental. Es muy importante encontrarse cómodo, la luz, la música, la amplitud de los pasillos. La librería tiene que invitar a hacer un viaje, a practicar el espacio como paseante. Una librería es una ciudad en miniatura, por tanto condensa un viaje posible. Hay dos modelos. Uno es el espacio más pintoresco, abigarrado y lleno de reliquias con sofás viejos y alfombras polvorientas. Eso es fácilmente reconocible por un lector especializado en el ámbito cultural, que no tiene problemas para valorarlo. Luego estaría el modelo de shopping center, que invita a pasar todavía más tiempo en las librerías porque hay más espacios donde sentarte, tipo FNAC. Ahora hace 20 años que los arquitectos –ya antes había gente así, pero ahora es más masivo– han empezado a pensar en serio los espacios de las librerías. Aquí en Barcelona, Laie y las dos de la Central, además de Altaïr, están pensadas arquitectónicamente y son reformas de fincas antiguas que se han convertido en espacios de librerías.

Sobre el espacio en general yo diría que en los últimos tiempos ha habido un giro espacial. El hombre del Siglo XX era alguien más vinculado con el tiempo y con la diversificación de su propia vida en términos temporales, cronológicos… etapas. El hombre del Siglo XXI, a causa de lo sencillo que se ha hecho viajar y cambiar de lugar y en parte también porque puede estar viendo continuamente espacios diferentes de todo el mundo, creo que ha hecho extremadamente importante la cuestión geográfica. Entre todos los Google los segundos más importantes tras el buscador serían el Maps y el Earth. ¡Cómo ha cambiado nuestra percepción en el espacio! El GPS y toda la tecnología de la geolocalización han cambiado nuestras vidas radicalmente.

–¿Con Los huérfanos has querido viajar a la concepción antigua del tiempo?

–Con Los huérfanos ocurre que alguien –que es Marcelo, el protagonista– que creyó dominar el mundo, que se movía de aeropuerto en aeropuerto como de oca en oca, viajero empedernido que le encantaba vivir en hoteles y acostarse con mujeres de cualquier procedencia o raza o país, de pronto se ve confinado en un espacio minúsculo, en una cárcel que es el búnker. Quizás como en el búnker no tiene acceso ni a viajes, mapas ni al GPS, quizás por eso recupera los informes que hizo durante años explicando un fenómeno temporal como es la reanimación histórica. Por eso se aferra también a los recuerdos de su hija y su pasado.

–Te decía lo del tiempo porque, al estar los protagonistas confinados en el búnker a causa de la radioactividad que hace imposible la vida en la superficie, Marcelo rememora vivencias y hábitos que los reclusos fueron perdiendo durante su estancia bajo tierra. El tiempo pasa a un segundo plano en la narración, es como si le restaras importancia. «Me afeitaba durante los cinco o seis primeros años». Marcelo es incapaz de fijar la fecha exacta en la que dejó de hacerlo.

–Pero en cambio fíjate que se acuerda perfectamente de dónde dio el paseo en bicicleta con su hija, de en qué restaurante comió con ella, de a qué parque iba, de cómo era la ventana por la que espiaba a su vecina. Yo creo que la memoria de Marcelo es parcial, sobre todo es parcial, y creo que es así en la mayor parte de nosotros.

–Los sucesos que acontecieron justo antes de introducirse en el búnker están muy detallados, narrados de una forma muy viva el caos y la desesperación de la gente que no sabe dónde meterse ante la guerra nuclear que sufre el planeta, la Tercera Guerra Mundial.

–La intensidad del recuerdo y su capacidad de reconstrucción minuciosa creo que tiene que ver con el trauma. Todos aquellos momentos de su vida que son muy traumáticos él es capaz de reconstruirlos. En cambio, aquellos momentos de su vida que no tienen esa gravedad él no puede volcarlos con semejante precisión. En el fondo, tanto Los muertos [Mondadori, 2010] como Los huérfanos [Galaxia Gutenberg, 2014] y Los turistas [la tercera parte de la trilogía, aún no publicada] hablan del trauma. En el centro de toda la trilogía está el trauma, individual y colectivo.

–¿Te hacía falta un argentino para una novela en la que la voz principal está psicoanalizando su vida continuamente?

–No lo tuve en cuenta… o solo parcialmente. De hecho me planteé que Marcelo se hubiera psicoanalizado, pero lo descarté. [El psicoanálisis] Ni siquiera está en un nivel oculto o subterráneo. No está. Más bien me pareció que debía ser argentino por varios motivos: uno, a mí me interesaba que todo el proyecto no pudiese ser fácilmente catalogado como literatura española. Trabajo otro tipo de categorías que no son nacionales, ni catalana ni española. Por eso, George Carrington y Mario Alvares son norteamericanos [los personajes principales de Los muertos], Marcelo es argentino y Vincent, que es el protagonista de Los turistas, es inglés. George y Mario son de mi edad, pero Marcelo y Vincent, además, son mayores que yo, de otra generación. En los tres casos ocurren escenas y tramas en varias partes del mundo. Marcelo era una posibilidad de trabajar ese tipo de subversión de las categorías nacionales y me permitía explotar todo mi archivo personal de cuando viví en Buenos Aires y Rosario. Para mí la literatura argentina ha sido importantísima. No solo BorgesCortázar, Piglia también, Di Benedetto y tantos otros. Me parecía que era viable para mí llegar a una voz verosímil de un personaje-narrador argentino.

–El búnker parece no estar en Pekín por casualidad. ¿Qué leías en los periódicos mientras escribías la novela?

–El búnker está en Pekín porque yo estuve en ese búnker. Existen. Los construyó Mao, como explico en el libro. Fabulo algunos aspectos y genero las posibilidades de existencia de todo aquello que me interesa para mi novela. He estado en pocos búnkers en mi vida y ese es el que más me impresionó. No hay tal grado de planificación en mi proyecto para decir lo que voy a decir, pero si George Carrington y Mario Alvares son norteamericanos y yo soy europeo, tenía lógica que el futuro de la novela pasara por China.

–Y lo narra un sudamericano.

–Narrado por un sudamericano. Tenía sentido pensar que si el proyecto de las tres novelas quería ser un mapa de la geopolítica China debía tener un peso específico. Una de las partes tenía que estar ambientada allí.

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–¿Qué te asusta de la geopolítica actual?

–[Piensa].

–¿O te asustan cosas más a ras de suelo?

–Me asusta que no me asuste. Me asusta que si Kafka escribió en su diario algo así como «ha estallado la I Guerra Mundial, me he ido a nadar», que no aprendamos de eso y que nos sigamos yendo a nadar en nuestra vida cotidiana mientras ocurre lo que ocurre ahora en Ucrania, mientras Obama decide volver a la guerra en Iraq y Siria, mientras circulan vídeos de decapitaciones de periodistas, mientras en Venezuela se extrema el gobierno hasta quedarse cerca de la dictadura. Me asusta que no aprendamos de los errores. Que muchos de los judíos no se fueran de Alemania no nos enseña que a veces hay que emigrar, pero la gente se sigue quedando y siendo masacrada. Eso es lo que me alucina. Por ejemplo, en el caso de Catalunya. Yo creo que no va a haber un referéndum y que si lo hay va a ser más una consulta que otra cosa. Creo que finalmente se va a pactar porque España va a plantear una solución razonable. Lo creo y lo quiero creer, pero si uno mira la historia tendría que plantearse la posibilidad del exilio y la migración con lo que está pasando.

–¿Cómo ve el hijo de un granadino y una cordobesa que «nacieron preparándose para emigrar» que en Barcelona y su área metropolitana se estén creando plataformas de ciudadanos con unas coordenadas sociales y genealógicas parecidas a las tuyas que apoyan abiertamente la independencia?

–A mí parece muy bien. Yo no estoy a favor de la independencia, pero sí a favor de la consulta. Me gustaría que esa consulta fuera legal. Lo que quiero es un modelo federal para España. Una república federal permitiría esa radiografía de saber qué quiere cada una de las regiones que configuran la región mayor. Pero insisto, teniendo en cuenta la historia de la Humanidad, yo me tendría que estar planteando la posibilidad más o menos remota del exilio, la emigración o del activismo político. Y no me estoy planteando nada de eso. Eso es lo que me asusta. De algún modo, por mucho que hayas vivido y estudiado el pasado, cuando la Historia te asalta todo ese material de lectura puede ser inútil y quedar congelado. Aquellos como Arcadi Espada o Ignacio Vidal-Folch que sí que han tratado el tema son tratados como locos cuando en realidad lo único que hacen es algo muy razonable que es traducir sus lecturas en palabras y acciones.

–¿En qué momento Barcelona dejó de ser la ciudad que envidiaba el mundo cuando vivieron aquí García Marquez o Vargas Llosa entre otros?

–Barcelona sigue siendo cosmopolita. No me gusta el discurso tan propio del periodismo y de la literatura de idealizar el pasado, que siempre es idealizar tu juventud. Barcelona era más auténtica cuando el que lo dice era joven; y el amor era más auténtico cuando el que lo dice era joven, con todo pasa. Todas las generaciones creen que la experiencia vital e intelectual de su juventud era más interesante e intensa que la de los jóvenes del momento en el que están hablando. En la época de García Márquez y Vargas Llosa –y eso se ve muy bien en el excelente libro de Xavi AyénAquellos años del boom– Barcelona era bastante paleta y provinciana porque estábamos en el franquismo. Barcelona empezó a conectarse de un modo más sistemático con Europa en las décadas siguientes, los años 80 y 90. Evidentemente había un vínculo con París que no tenía Madrid por una cuestión de cercanía. Vemos como escritores como Juan Goytisolo y Juan Marsé iban a París o a la frontera y podían comprar libros, revistas, diarios que aquí no existían, pero después de García Márquez y Vargas Llosa, Donoso se quedó y fueron viniendo escritores latinoamericanos. Vivieron aquí Marcelo CohenOsvaldo LamborghiniRoberto BolañoMoreno Durán –el colombiano–, más tarde, Juan VilloroRodrigo Fresán etcétera, etcétera, etcétera. Cristina Peri Rossi se quedó. No creo que haya habido una ruptura, hay una cadena que se ha ido reactualizando hasta ahora. Lo que sí ha podido ocurrir en los últimos años con el horizonte de la consulta más definido es que ha habido más presupuesto politicocultural para este fantasmagórico tricentenario [de la diada del Onze de Setembre] que para exposiciones o productos de carácter internacional o cosmopolita.

–Ese es el principal argumento que utilizan los políticos del ámbito estatal, no solo del PP sino también del PSOE, para tachar a Barcelona y Catalunya de ese provincianismo del que tú dices que salió en los 70, durante el tardofranquismo y la Transición. Sin embargo, el nacionalismo catalán tiene como mantra la idea de que Catalunya es la zona más europea de la Península Ibérica y por eso ha sido el motor que ha empujado a España hacia Europa, siendo España la que no quiere ser europea.

–Habría que ponerse primero de acuerdo con qué es provincianismo. Porque no hay nada más provinciano que, sin saber por qué, encargarle un puente colgante a Calatrava, construir un museo de arte contemporáneo de un arquitecto norteamericano o inglés o crear una línea de AVE cuando no hay público para una línea de AVE. Eso sí que es de palurdos y catetos, creer que eso es cosmopolitismo o modernidad.

–Hay prácticamente una ciudad de las artes en cada capital autonómica. 

–En España hay museos de artes contemporáneo espectaculares en la ciudad más remota. Ahí te encuentras un museo de arte contemporáneo sin una colección previa, sin un programa cultural previo. Habría que ver primero qué es provincianismo y qué tiene que ver eso con el progreso cultural colectivo, pero en el otro extremo yo creo que en Barcelona, a menudo, ciertos proyectos culturales que se pueden leer desde una perspectiva cosmopolita, innovadora y moderna al final eran simplemente esnobs. Es muy difícil decidir cuándo hay innovación o esnobismo. Tú puedes traer a un comisario francés, australiano o mexicano a hacer un proyecto en un museo de aquí, pero lo que importa es el proyecto. En cambio, lo que más llama la atención mediáticamente o en términos de gestión cultural es el nombre del comisario, el artista o el que sea. Eso ha ocurrido en Barcelona: grandes proyectos muy mediáticos, caros y que podían haber sido dirigidos igualmente bien por un comisario local. Si se hubiese hecho así se habría ahorrado mucho dinero en aviones, dietas y dispensas de ese tipo.

–Cambiando de disciplina me viene a la cabeza el proyecto de reforma del Camp Nou, encargado a Norman Foster y que se tuvo que dejar a un lado por su alto coste. 

–Sí, pero en cambio ese proyecto sí me parece más razonable. Me parece más lógico gastarse mucho dinero en un estadio que sea un referente arquitectónico internacional y quede en la ciudad que gastárselo en Neymar. Me parece más lógico gastárselo en Foster, además teniendo en cuenta que el del Camp Nou es el museo más visitado de la ciudad. Pero ahí hay otros temas que tienen que ver con cómo el Barcelona y el Real Madrid y otros equipos han especulado urbanísticamente.  Hay una corrupción intrínseca a lo que en España conocemos como club de fútbol.

–Para no perdernos por el camino del fútbol quería preguntarte si crees que hay puentes en la Barcelona actual entre la prosa que se escribe en castellano y la que se escribe en catalán. 

–Hay escritores que no tienen ningún tipo de vínculo, tanto de uno como de otro ámbito, y después hay escritores que sí que estamos relacionados con la literatura en lengua catalana. Creo que no tiene que ver tanto con la política como con la educación sentimental. Es decir, si tú, en la universidad, en la adolescencia, en la revista donde has colaborado has entrado en contacto con autores de la otra lengua eso queda de algún modo. Después, si estás en algún proyecto cultural o periodístico donde se produzca ese tipo de diálogo, queda. Durante muchos años, con el gestor cultural Manel Guerrero, que es de Mataró como yo, hicimos un ciclo que se llamaba ‘Narradores contemporáneos / Narradors contemporanis’, en la librería Robafaves de nuestra ciudad. Era un ciclo totalmente bilingüe: invitábamos a escritores de América Latina, España y Catalunya, en catalán y castellano. Ahí tuve una visión en conjunto de todo el fenómeno. Javier Calvo también está en contacto con escritores de ambas lenguas, yo hablo en catalán con Robert Juan-Cantavella, pero él escribe en castellano, de modo que no veo una división tan grande cuando en tu vida personal ha habido ese tipo de relación. En cambio, si te fijas en la cuestión institucional y te obsesionas con que aquí no hay ayudas para escribir libros en castellano, eso aún te aleja más del otro grupo de escritores.

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–¿Prefieres no preocuparte entonces de instituciones y subvenciones?

–Yo creo que lo que importa y tiene que consumir tu tiempo y obsesión es lo que escribes. Evidentemente después hay que vivir y alimentar a tu familia y, a veces, algún proyecto que tú quieres llevar a cabo precisa de algún tipo de apoyo institucional. Hace dos años pedí una subvención a la Generalitat para un proyecto sobre Barcelona en el que estoy trabajando y me la dieron. Es en castellano; de hecho, nunca me preguntaron en qué idioma era y creo recordar que la muestra que adjunté era de texto en castellano. De modo que no es cierto que haya una persecución de la literatura en castellano, la mayor parte de las grandes editoriales españolas –Tusquets, Anagrama, Mondadori, Planeta– y de las independientes –Galaxia Gutenberg, Candaya, Asteroide, Alpha Decay, Blackie Books– están aquí y editan en castellano.

–Es la ciudad de la edición y siempre lo fue.

–Lo que no hay, y creo que es un error político brutal por parte de la Generalitat de Catalunya, es un plan para apoyar dos realidades que son patrimonio cultural de Barcelona. Por un lado la historia de esa edición –es absurdo que Balcells venda su archivo a Madrid, debería haber aquí un archivo de la edición con todo ese material– y, por otro lado, la memoria de esa tradición latinoamericana que comentábamos. La Generalitat debería apoyar más rotundamente la Casa América, que finalmente no ha cambiado de sede, pese a las promesas, con la excusa de la crisis económica.

–Situarse en el medio de esta dicotomía es como pelear sin coraza.

–Creo mucho en el escritor, intelectual o gestor cultural como alguien que genera puentes y redes. No me interesa cerrar puertas, intento abrirlas siempre. Creo que eso me enriquece como persona y también como lector porque nunca sabes de donde va a venir la idea o la lectura o el modelo que estás esperando. No me siento incómodo con esta situación. Durante unos años flirteé con la idea de vivir en Argentina o de dedicarme a la academia norteamericana y decidí vivir en Barcelona. Pienso seguir aquí y seguir viajando desde aquí, es una cuidad muy bien conectada para utilizarla como base de operaciones para viajes. Voy periódicamente a Madrid y París. Me siento muy bien y cómodo en este contexto. Creo que Zapatero tendría que haber facilitado el nuevo Estatut, con un nuevo Estatut no habría pasado lo que ha pasado. Hay que recordar que el nacionalismo catalán es tan de derechas, corrupto y católico, tan obtuso como el español. Lo que hay aquí es una lucha de dos nacionalismos que no atienden a razones. Cuando parecía que como gobernaba la izquierda [en Madrid] y aquí estaba el PSC podría haber habido un diálogo, descubrimos que también el PSOE era nacionalista español, parece ser que no tan católico, pero sí igual de corrupto. Fue una oportunidad perdida.

–El jueves tuve un paseo interesante por el Born, visitando el mercado reconvertido en centro cultural y dedicado a conmemorar los 300 años de la caída de Barcelona a manos de las tropas borbónicas. Estuve hojeando un par de libros para adolescentes en los que se repite constantemente la idea de que el constitucionalismo europeo nació en el Condado de Barcelona, que Catalunya era un motor protodemocrático en las edades Media y Moderna. Al salir del mercado, lo que vi en los balcones fueron pancartas que se quejaban y denunciaban los recortes sociales que lleva aplicando el Govern de Artur Mas desde 2010. Como telón de fondo, el caso Pujol.

–Y en el Born, las manifestaciones contra el ruido de los turistas.

–¿No te dan ganas de escribir una novela ambientada en la Barcelona actual con todos estos ingredientes?

–En Los huérfanos hablo en parte de todo eso. Hablo de lo que en la novela llamo «la era de la crisis», que es la regresión económica, y también de la manipulación de la memoria que tú estás comentando. Es interesante como para el tricentenario, no sé si te has fijado, que por toda la ciudad hay plafones que explican [lo que pasó] en cómic. Han recurrido al cómic para esa pedagogía de la historia en la cual evidentemente hay un alto grado de distorsión. En el Born es fácil encontrar eso de lo que hablábamos antes al respecto del espacio. Primero, sí ha habido dinero para esa remodelación e intervención. Han convertido el mercado en un templo de culto al pasado y de manipulación del discurso histórico. Es, al mismo tiempo, un lugar interesante en términos de distribución del espacio cultural, que incluye una librería, y paradigmático porque Barcelona siempre ha hecho lo mismo. Un área x tiene que ser remodelada e intervenida urbanísticamente: con la coartada cultural remodelamos la zona y el mercado se ha convertido en el centro de atracción de turistas para todos los restaurantes que hay alrededor. Han convertido eso en un patio de comidas muy parecido al patio de comidas del Maremagnum o de cualquier gran centro comercial: en el centro está el multicines de 16 salas y alrededor los restaurantes. Hay una total confusión entre economía, urbanismo y política en Barcelona y Catalunya.

–Si tu admirado Orwell fuera contemporáneo nuestro y viniera a Catalunya nuevamente, ¿le daría a Jordi Pujol el cargo de Gran Hermano?

–[Ríe] Yo creo que Jordi Pujol Felipe González

González acaba de defender a Pujol, ¿lo has leído?

–Sí, sí. Son figuras paralelas porque su identificación con Catalunya y España fue tal que llegó un momento en el que confundimos o confundieron nuestros padres donde acababa uno y empezaba otro. El caso de Jordi Pujol, haya pasado lo que haya pasado, me parece muy significativo en esta confusión que te he comentado en la que no se sabe nunca qué es una maniobra de distracción, qué una cortina de humo, qué es real y qué es ficción. No puedes saber en ningún momento hasta qué punto el Caso Palau, entre tantos otros, empujó todo el proceso de la consulta. La corrupción económica y política no se puede saber hasta qué punto es responsable de transformaciones políticas y sociales.

–Es decir, si no he entendido mal, el Caso Palau y el resto de tramas corruptas en las que estaba involucrada principalmente CiU era basura que había que esconder debajo de una gran alfombra como el referéndum por la independencia.

–No es tan fácil porque no hay nunca un factor y aparte de eso hay personas que llevan toda la vida –desde hace varias generaciones– deseando la independencia. En el caso de Convergència i Unió, el catolicismo: personas muy católicas y corruptas al mismo tiempo. Eso parecería incompatible pero evidentemente la Historia demuestra que no lo es. ¡Estaríamos otra vez en el principio, no aprendemos de los errores del pasado!

–Imagínate que Catalunya fuera mañana independiente. ¿Qué crees que le vendría mejor? ¿Una serie de televisión que hablara de los charnegos y de toda la emigración que recibió este país en varias oleadas desde el Siglo XIX o una que retratara la caída de Barcelona a manos de Felipe V?

–Lo que interesa es machacar ese discurso de la supuesta caída de Catalunya. En el caso de que se consiguiera la independencia hay varias cuestiones en juego. ¿Qué ocurre con la economía? Si es un desastre será todo muy problemático, pero si por alguna circunstancia se consiguiera que hubiese bonanza económica incluso los hijos de charnegos abrazarían la independencia como algo positivo. Siempre se privilegia el bienestar personal a otro tipo de cuestiones. Al menos yo, seguiría trabajando en la memoria de todos los que llegamos de todas partes de España a Catalunya. Desde el poder, si tenemos en cuenta lo que ha hecho TV3 durante décadas seguramente ese tipo de producción, de serie que tú comentas, no sería posible. Siempre ha habido y siempre habrá personajes charnegos en las series de televisión porque interesa que el público se reconozca e identifique. Esa identificación la promueven también TVE, Antena 3 y Telecinco en sus series en España.

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–¿En qué momento te diste cuenta de que algo se estaba cociendo en la ficción norteamericana?

–En el epílogo de Teleshakespeare [Errata Naturae, 2011] digo que seguramente fue con 24, que empecé a ver en el 2005, cuando vivía en Chicago, y algunos capítulos de CSI. Al volver vi Los Soprano y ahí me di cuenta de que había visto una obra maestra. Evidentemente, cambió mi mirada sobre la televisión. Poco después, viendo Dexter escribí mi primer artículo sobre series para la revista literaria Letras Libres y ahí me di cuenta de que podía producir discurso crítico y no he dejado de hacerlo hasta ahora.

–La crítica que estas series de la nueva generación transmiten hacia el American way of life, ¿es profunda o de cara a la galería? ¿Diferenciarías entre una serie y otra?

–Hay creadores que realmente llevan a cabo una crítica, que son autores comprometidos con lo que aquí llamaríamos izquierda –allí es más complicado. Pienso sobre todo en David Simon. En todas sus obras [The WireTremeHomicide] hay una crítica social, profunda y, además, basada en casos reales. Crítica a tal alcalde o a tal circunstancia concreta y real, ya sea en Baltimore, en Nueva Orleans o donde fuere. En el caso de Aaron Sorkin [El ala oeste de la Casa Blanca] la crítica es menos concreta pero también es punzante. Siempre hay elementos críticos pero en efecto nunca sabes hasta qué punto hay una voluntad de sacudir conciencias o solo una necesidad de encontrar elementos de conflictos para la narrativa. Si en Sons of Anarchy el policía no puede pagarse el tratamiento de cáncer, tiene que vender la casa para tratarse y vivir en una autocaravana no sabes si eso ocurre y los guionistas quieren denunciarlo o si eso es una forma de construir historias. Lo que sí es cierto es que el sueño americano ha sido retratado en su brutal decadencia en las series de televisión. Todas coinciden en un diagnóstico negativo del American way of life. Pienso en Friday Night Lights: es una serie devastadora con el modo de vivir de Estados Unidos aunque también haya momentos de épica y optimismo. La mirada retrospectiva hace que la industria, en el modo en que proyecta el origen de la nación en Deadwood o Boardwalk Empire, ya es un origen en el que no hubo realmente la posibilidad de la utopía. Ahí hubo una película clave que es la de Martin ScorseseGangs of New York. El origen de Nueva York fue el lodo y la violencia urbana.

–¿Que los protagonistas de las series estadounidenses de la última década y media sean tipos como Al Swearengen, el personaje más carismático de Deadwood, o Tony Soprano, unos cabrones adorados por el espectador, es una forma de decir: «EE UU es así, pero así nos quieren»?

–No lo creo. Realmente el fenómeno, la tercera edad de oro, nace con dos series corales: A dos metros bajo tierra y El lado oeste… Las dos son un éxito y en ninguna de las dos hay protagonistas turbios o villanos. Justo después de eso, que prepara el terreno, llegan Los Soprano donde sí hay un protagonista oscuro que se convierte en tan central e importante para la serie y su éxito que crea problemas: cuando Gandolfini negocia su contrato es complicado renovar cada temporada. Después de Tony Soprano, que es seminal, encontramos a DexterHouseWalter WhiteJax Teller y a todos esos personajes oscuros hasta House of Cards. Yo diría que es más una cuestión comercial.

–Tony Soprano es para ti el vientre de donde nace el antihéroe protagónico.

–Sí. Y es un mafioso y un gestor de residuos, pero yo diría que es una cuestión más comercial que filosófica o irónica, como tú insinúas.

–¿Este tipo de ficción está ya en una etapa madura o seguirá creciendo?

–Hace ya unos meses se empezó a hablar de la decadencia del fenómeno. Las últimas temporadas de Mad Men no son tan buenas como la tercera o la cuarta, acabó Breaking BadJuego de Tronos es buena, pero… ya no hay tantas series a la vez tan buenas. Pero de golpe aparecieron True Detective y Fargo, además de House of Cards, el experimento Orange is the new Black con el cruce de géneros comedia-drama, Hannibal, que es la más experimental de todas tanto argumentalmente como en términos de música o de puesta en escena, decorados, estética. De pronto, siempre que parece que la cosa se está acabando, llega una nueva serie. Ahora hay tanto dinero, tantos canales, tantas productoras que es difícil que aparezca una serie buena periódicamente. Ha empezado a producir también Amazon, además de Netflix. De modo que creo que hay fenómeno para rato.

–Para acabar me gustaría que nos dijeras que te sugieren estos nombres. Más una sensación que una definición del personaje. Ya que has nombrado a Juego de Tronos, empecemos por George R. R. Martin

George Martin ha hecho algo épico que es superar a Tolkien, algo que parecía imposible y más aún después de la trilogía fílmica de El Señor de los Anillos y con la trilogía de El Hobbit en marcha.

–Es que la serie de televisión se ha estrenado paralelamente a El Hobbit.

–En el momento en el que parecía que Tolkien se convertía en el gran autor canónico y comercial, insuperable, en el momento en el que las películas barren récords de taquilla aparece Juego de Tronos como serie… ¡Además es muy interesante! Tolkien en cine como si fuera lo antiguo, y George R. R. Martin en series como si fuera lo nuevo. Esa competencia es muy interesante, pero todavía lo es más que esas novelas que hay detrás de la serie hayan conseguido como mínimo igualar, tal vez superar o al menos actualizar el legado de Tolkien.

–¿Rafael Chirbes qué te parece?

–A mí el realismo clásico me cuesta. He intentado leer Crematorio, que es una novela de corte modernista, y En la orilla y en ambos casos no he concluido la lectura.

–¿Y la serie?

–Creo que Crematorio, ¿Qué fue de Jorge Sanz? y otras anteriores como La mujer de mi vida son intentos notables de producción serial española de calidad pero no hay continuidad. Cada vez que hay un experimento como no es exitoso se cancela la investigación. Si no hay I+D nunca habrá un gran producto español.

–¿Tú serías el caso contrario a gente como Gay Talese? ¿Haces periodismo a través de la ficción mientras que periodistas como Talese convierten crónicas largas en novelas periodísticas?

–Tengo libros de ensayo que parten de investigaciones periodísticas. Mi libro Australia, un viaje [Berenice, 2008] es una investigación de dos meses en Australia sobre la emigración española, por lo tanto es un libro como los de Gay Talese. En mi antología Mejor que ficción. Crónicas ejemplares [Anagrama, 2012] recopilé 21 crónicas de autores hispanoamericanos que serían como hijos o nietos de Talese. Sí que a veces, ahora estoy trabajando con el dibujante Sagar Forniés en un cómic de no ficción sobre la crisis en Barcelona, siento que la prosa de no ficción en clave de narrativa periodística no es suficiente. Con Librerías vi claramente que había que mezclar la crónica con el ensayo. Al menos a partes iguales, incluso más ensayo que crónica. En Crónica de viaje [Aristas Martínez, 2009], lo que hice fue diseñar un libro que es como un ordenador portátil, es como la búsqueda en Google porque para contar la historia del viaje de mis abuelos creía que la palabra era insuficiente. A veces, lo que me ocurre simplemente es que para hablar del trauma, la memoria o la ética de la ficción, era mejor hacerlo en clave de novela que de crónica.

–Vamos a acabar con un paisano tuyo: Juan Goytisolo.

–Lo siento como el escritor español más cercano, lo más parecido a un referente. Lo admiro mucho, le he dedicado Los huérfanos, he aprendido mucho de él, pero es cierto que tanto él como Sebald, como Julio Cortázar antes, que los tres eran viajeros, cuando yo era más joven no quería solo leerlos sino también imitarlos y viajar. Creo que eso es muy habitual en un escritor joven, pero ahora ya he aprendido lo que ellos podían enseñarme. Ahora simplemente los leo, ya no los imito. Si yo flirteé con la idea del exilio o la emigración en parte fue porque Cortázar, Sebald y Goytisolo emigraron o se exiliaron voluntariamente. Se convirtieron no solo en modelos literarios sino también en modelos vitales. Ahora que soy una persona más asentada, me doy cuenta de que mi deseo de esa posible emigración era más literaria que real.

–Una metáfora.

–Impostada. Realmente, el viaje me permitió decir que quiero vivir aquí.

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