Mata las horas en una silla blanca de plástico que quedó arrinconada en el balcón por falta de espacio, lleno de bicicletas, pelotas, triciclos, motos y plantas amarillentas. Sale con la excusa de no fumar delante de los niños. Ahora vuelvo que voy fuera. Se enciende un cigarrillo y lo absorbe con rabia. Detesta su vida. Lo sabe todo el mundo aunque nadie lo diga.

Mira a los niños desde fuera. La niña molesta al grande, que toquetea el portátil de su padre mientras le dice al más pequeño que se calle de una vez que él no puede tocar eso porqué es un mocoso de mierda y el pequeño se cabrea y coge el móvil de la madre para ver si le da envidia al grande. Piensa como hubiera sido si no hubiera tenido al pequeño. Como hubiera sido si no hubiera tenido la niña. Como hubiera sido si no hubiera tenido hijos. Piensa como hubiera sido la vida si no se hubiera casado con un hombre que lo más excitante que ha hecho en los últimos seis meses es bajar a comprar Coca-Cola de madrugada al paquistaní.

El problema no es ahora. Enciende otro cigarrillo y absorbe todavía más fuerte. El problema no es ahora porqué ahora le basta con la silla. Cuando se cansa de oír gritos y de oler a puré de calabacín abre la puerta, sale, cierra la puerta y el mundo cambia. Desde fuera sigue oyendo gritos y al padre, que sólo sabe decir haced el favor que vendrá vuestra madre y os reñirá, pero se ve todo desde otra perspectiva. Como si esos no fueran sus hijos y aquello no fuera su casa. Como cuando vas a la panadería y un niño monta un espectáculo porqué quiere galletas antes de comer y se tira por el suelo y grita y da patadas y las demás madres pasan vergüenza sólo de pensar que lo hiciera su hijo. Incluso si se esfuerza un poco más es capaz de cerrar los ojos y de hacer ver que no les oye, que no están, que no existen.

El problema no es ahora, sino más tarde. Cuando no tenga suficiente con la silla, cuando los niños crezcan, cuando se vayan. No le apetece quedarse a compartir la casa con un extraño. Quizás entonces se largará. Quizás mejor que no. Quizás podría largarse ahora mismo, de hecho, mientras el padre se pelea con ellos para que le devuelvan el ordenador y el móvil y es que no hay manera de que hagáis nada bien.

Apaga el segundo cigarrillo, abre la puerta y entra. Intenta sonreír para que los niños estén contentos y para que el ambiente no empeore todavía más. Si lo piensa, quizás todo no es tan triste. El grande mira a la madre, y como quién escupe, sentencia:

—Me da asco esa peste que echas.

 Ilustración: Carme Mateo
Publicado por primera vez en catalán en la revista Catorze.cat [marzo de 2015]: http://catorze.naciodigital.cat/noticia/848/familia
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