Fotografías: Ismael Llopis (Momo-Mag)

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Lucía Baskaran, (Zarautz, 1988), lleva unos minutos esperando en el Antic Teatre de Barcelona. Imposible no verla: vestido fucsia y labios a juego. Un cigarrillo de liar manchado por la boquilla yace en el cenicero. También la taza está manchada. Baskaran desprende barra de labios, así como energía, serenidad y confianza. Hace poco que se ha mudado a Barcelona y asegura estar encantada. Parece ser que ha encontrado su lugar entre el Mediterráneo y las callejuelas del Raval. En su primera novela, finalista del Premio Herralde,  Partir, (Expediciones Polares, 2015) se pueden leer fragmentos como este:

«Con los años descubrí que leer compulsivamente no te hace más inteligente, sólo más infeliz. Pero para entonces ya era demasiado tarde: la creencia de que yo era mucho más inteligente que la media la llevaba grabada a fuego con tanta intensidad como la de la muerte; aunque no hubiese hecho nada para demostrar esa supuesta superioridad. Hice siempre lo que me dio la gana, porque sabía que mi aura de Persona Especial me protegía. Ahora que estoy a punto de morir, todo esto me parece una imbecilidad. En realidad, merezco morir por haber sido tan rematadamente estúpida«.

Partir  es una novela que cabalga, infestada de realidad y desilusiones, entre la última adolescencia y la primera madurez de Victoria, su protagonista. Una búsqueda de la identidad continua y el enfrentamiento a los problemas modernos de unas promesas no cumplidas. Pasajes dolorosos  y situaciones próximas a la juventud actual, crisis de ansiedad, contradicciones en la toma de decisiones, ilusiones que se evaporan a cada calada… Luna Miguel escribe en el prólogo que Partir es una novela generacional, pero… como dice Baskaran: «¿Qué no es generacional?».

–Has escrito un libro con el que toda una generación se puede sentir identificada. Luna Miguel ha dicho de Partir que es un libro generacional. ¿Crees que de aquí a unos años seguirá teniendo vigencia? Igual ya no existe Facebook, o la gente ya no toma MDMA.

Nunca me lo he planteado. He leído libros de hace cien años y hay cosas que compartes, cosas que no, y ésas las puedes llegar a entender a pesar de que no hayas vivido en ese momento. Respecto al término generacional… Generacional es todo lo  que una persona escriba en un momento determinado. Dostoyevski también fue generacional. El término generacional se usa siempre para la literatura escrita por gente joven.

–Claro, Vargas Llosa escribe novelas universales [Risas] Pero si la escribimos tú o yo, siempre será generacional.

Ahí voy. Lo que escribe una tía de treinta años es generacional, lo que escribe un señor de ochenta es literatura universal. Generacional: sí pero no. En el mundo hay muchas cosas generacionales.

–Hace poco leí, creo que escrito por Luna Miguel, que estaba cansada de ser considerada joven promesa. No sé si lo dijo ella o otra persona. Las personas de 20 y 30 años siempre son jóvenes promesas, aunque hayan publicado catorce libros.

Hubiese podido ser Luna Miguel, sí. La pregunta es hasta cuándo eres joven promesa y pasas a ser música, escritora o lo que sea. Este es mi primer libro, así que no voy a decir nada.. Pero claro, una tía como Luna Miguel, por ejemplo, que lleva escribiendo desde hace mogollón de tiempo… Lo de ser joven promesa es un arma de doble filo. Por un lado es algo que vende, pero por otro, te puede encasillar.

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–Partir empieza como un ejercicio de escritura de 1.000 palabras al día. Has comentado en varias ocasiones que hacía mucho tiempo que escribías, pero de manera irregular. ¿En qué momento te planteas transformar todos esos pensamientos en un libro?

Yo necesitaba demostrarme que era capaz de hacerlo. Yo a mí misma me consideraba escritora, sin ser periodista ni tener formación literaria. Este libro fue una tabla de salvación para mí, tenía que ver que era capaz de empezar un proyecto y terminarlo.

–Y decides hacer una auto ficción, un género complejo y que ahora está en boga. En este último año he entrevistado a tres autoras que hacen auto ficción: Kate Bolick, Alicia Kopf y Gabriela Wiener. ¿Cómo se toma tu entorno la aparición en tu novela?

Yo descubrí la auto ficción de la mano de Henry Miller, cuando leí Sexus. Fue entonces cuando me dije: tienes que hacer esto, esto es lo que te va. Los personajes que aparecen en Partir son mezclas de personas que forman parte de mi vida. No hay nadie que se pueda sentir reflejado al cien por cien. De todas maneras, si alguien me dijese algo… Pues lo que le dije a mi ex: no folles con una escritora, querido.

–Partir está lleno de pasajes donde la protagonista se masturba, folla, queda con tíos…

Sí, mi madre no se lo  ha podido leer, por ejemplo. Cuando empezó a leer sobre sexo, cerró el libro. Yo cuando escribo intento quitarme todo tipo de juicios, luego, si acaso, edito y veo qué hago con todo lo que he escrito. Intento no pensar en nadie cuando escribo. Mira, mi madre no se terminó el libro y a mi padre,que tiene 72 años y es de derechas, le encantó. Le pareció todo estupendo, me sorprendió.

–En España, hasta hace poco, ha habido poca tradición de auto ficción. Además, continuamos cargando con la losa de los prejuicios y un tradicionalismo enquistado, herencia del franquismo. En Estados Unidos llevan haciendo auto ficción desde hace más tiempo, hay más tendencia a escribir para uno mismo, sin pensar en nada.

Estados Unidos tiene unas auto ficciones brutales. Aquí en España no estamos acostumbrados, hasta ahora, hemos sido más de ficción. Tercera persona, introducción, nudo y desenlace. A mí me aburre soberanamente.

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–Partir no sigue ningún orden cronológico, vamos descubriendo a su protagonista, Victoria, de manera desordenada, con saltos en el tiempo que resultan muy efectivos. ¿Decides y escoges el orden para la presentación del personaje o improvisas?

Yo empecé a escribir los dos primeros capítulos sin saber qué iba a pasar. Después me di cuenta de que mezclando el pasado y el presente de Victoria se aligeraba mucho la lectura de la novela. Para mí era importante ir dando pinceladas del pasado del personaje para que se entendiese su psicología, su lenguaje, su comportamiento. No lo tenía planeado, pero a medida que vas escribiendo, sí te vas replanteando el orden. Nunca tuve un plan inicial.

–Tu novela queda abierta. No se sabe qué pasa con ese personaje de múltiples facetas: Victoria la actriz, Victoria la chica violada. No hay ninguna trama cerrada…¿En qué momento decides dejar de escribir? Nos hemos quedado con ganas de saber qué pasa…

En ese momento, tuve la sensación de que no tenía nada más que contar. ¡Igual hay una segunda parte! A ver, a mí como lectora y como espectadora de cine, no me suele gustar que me den finales cerrados. Es algo personal, por eso decidí hacerlo así. No quería un final feliz, lo tenía claro. La idea de “el amor triunfa sobre todo” ni me la planteé. Me daba pereza y va en contra de lo que yo pienso.

–¿Cerrarás las tramas en el segundo libro?

La trama de la Victoria adolescente, para mí está cerrada: se va a Madrid a triunfar como actriz, no le va bien y vuelve a casa. La que voy a reabrir será la historia de Victoria en presente.

–Tu personaje avanza a través del libro siempre con algo en común: la búsqueda constante de su propia identidad. Esto, en mi opinión, sí que es algo generacional, y de hecho, creo que es una de las grandes virtudes del libro: saber transmitir este problema tan común entre los jóvenes de hoy en día. Hemos hecho lo que se nos pedía y ¿nos ha servido para algo? Los millennials andamos un poco perdidos, ¿no crees?

Yo creo que nuestros padres lo hicieron lo mejor que supieron y de verdad se creyeron la historia de que nosotros, sus hijos y hijas, podríamos ser lo que quisiéramos. También nosotros nos lo creímos. En realidad era una patraña.Vivimos en un sistema podrido, capitalista y neoliberal que nos vende que la meritocracia es el camino. El “si te esfuerzas vas a llegar donde tú quieras” es una patraña. A muchos de nosotros, nuestros padres nos pagaron una universidad pensando que eso nos iba a dar un trabajo. Y luego…¿qué? Todo funciona con contactos. Cárcel y universidad me parecen dos instituciones a abolir. Y cada vez vamos a peor, con las empresas metiendo mano en la educación.

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–Vayámonos a las redes sociales. ¿Cómo te relacionas con ellas y con los haters? Eres bastante activa en Twitter, que te da visibilidad pero que también aporta, en general, una cantidad de trolls considerables. Además, tú escribes sobre feminismo en Diagonal, un tema que genera reacciones de todo tipo. ¿Cómo lo llevas?

Las redes sociales tienen cosas muy positivas, como la promoción de tu trabajo y la posibilidad de conocer a gente de tu ámbito y hacer contactos. Yo he conocido a gente maravillosa a través de las redes sociales, pero también me he encontrado con gente odiosa. Es el peligro de exponerse. El otro día leía una entrevista a Isa Calderón en la que decía que en las redes sociales te tienes que poner un impermeable y pasar de todo. Si no, te vuelves loca. La verdad es que cuando estás detrás de una pantalla te das unos permisos que de otra manera no te darías, yo también he pecado de eso.  El otro día, por ejemplo, tuve un rifirrafe con un imbécil en Twitter, un tío de esos influencers, con decenas de personas que le comen el culo. El tipo es un misógino, un homófobo y un asqueroso. Básicamente se metía con mi físico. Entonces es cuando la peña te dice que no contestes, que no te pongas a su altura. ¿Y qué hago? ¿Este tío me está insultando y yo me tengo que callar? Tendré derecho a estar cabreada y a decirle a este imbécil que es un imbécil, ¿no? Esto de poner la otra mejilla cuando te acaban de dar una hostia, me parece algo judeocristiano espantoso y creo que hay que defenderse. A mí me toca los cojones que cuando te atacan directamente no puedas contestar. Para mí una de las bases del feminismo es la autodefensa. Una mujer que expresa sus opiniones aún molesta.

–Bueno, ahí está Ana Pastor. Te puede gustar más o te puede gustar menos, yo en eso no entro. Ella interrumpe, no deja hablar. Los mismo hace Ferreras, pero él es incisivo. En el mismo entorno, la misma cadena.

Pues habrá que seguir molestando.

–Volvamos a la literatura, que sube la temperatura. ¿Cuáles son tus referencias a la hora de escribir? Escritores, escritoras de cabecera…

Yo creo que es importante rodearte de aquellos escritores y escritoras con los que te encuentres más cómoda, y una vez allí, buscar tu propia voz y estilo. En mi caso, me fijo mucho en Virginie Despentes, en Heny Miller o Caitlin Moran, que me introdujo en el feminismo a través del humor. En España me fijo en Aixa De La Cruz, que tiene mi edad. Ganó el premio de relatos de la Revista Eñe y estuvo en la fundación de jóvenes  creadores de Antonio Gala. Danele Sarriugarte también me gusta mucho, pero se la conoce menos porque sólo escribe en euskera.

–¿Escribimos más que leemos? Con la proliferación de editoriales pequeñas hay muchísima más gente que escribe. Eso es un arma de doble filo. ¿Estamos perdiendo en calidad? Parece que hoy en día publicar un libro es de lo más sencillo…

Lo bueno de Internet es que todo se democratiza, ya no dependemos de ninguna mega editorial para publicar un libro. Te puedes hacer tú misma la promoción, abrirte un blog y darte a conocer…Puedes hacer mil cosas. En ese sentido, está de puta madre porque cualquiera puede tener acceso a eso, sin embargo, también necesitas inventiva porque hoy en día todo el mundo hace de todo. La competencia es feroz. También hay un tema ahí…. Internet ha creado una división: los que tienen acceso a todos esos recursos y los que no. Internet no deja de ser una herramienta democrática, pero sólo del primer mundo.

–Para los que estamos dentro del círculo. Eres una escritora joven. ¿Qué dirías a aquellos que están como tú hace dos años, con un montón de diarios y no se atreven a mostrarlos?

Que hagan lo que quieran. La gente debe hacer lo que le gusta, sin tener en cuenta el beneficio económico. Escribir y publicar son cosas distintas. ¿Qué puede aportar una persona? Su mismidad.

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