Fotografía: Lorena Portero

Diego Latorre, ex-futbolista y comentarista argentino

Diego Fernando Latorre (Buenos Aires, 1969) quizás muchos no lo recuerden de corto en España, donde jugó en el Tenerife de Valdano, pero a finales de los 80 le señalaban como uno de los futbolistas argentinos a seguir en la siguiente década. Le apodaron Gambetita por su facilidad para el regate y su fútbol de potrero. Con 18 años debutó en Primera con Boca Juniors, donde en poco tiempo se convirtió en ídolo, compartiendo delantera con Gabriel Omar Batistuta. Latorre soñó con jugar un Mundial con su tocayo Maradona, pero tuvo que conformarse con vestir seis veces la camiseta de la selección y ganar una Copa América en 1991. Pero para él, éxito y fracaso son conceptos diferentes a la visión que suelen ofrecer los medios: Latorre premia el disfrute ante la victoria. Así lo explica en el canal FOX. Ya va por su tercer Mundial como analista técnico y muchos le señalan como el mejor lector de partidos de Sudamérica. Ya sea su empatía o por su amor hacia el deporte, o quizás por ambas cosas, Latorre no deja indiferente a nadie. Ayer, en Río de Janeiro y en pleno Mundial, conversó con Negratinta sobre el fútbol y la vida, sobre Maradona y Messi, Menotti y Bilardo, la pelota y la pasión. Resumiendo, sobre Argentina y los argentinos. Sin gritos, pero bien claro.

Has dicho alguna vez que te da miedo que los futbolistas pidan perdón tras una derrota. El miércoles fue lo primero que hizo Casillas después de perder contra Chile.

–Sí, lo vi. Y fue lo primero que pensé. Eso se entiende en el marco en el que pide las disculpas: es una decepción grande para toda la patria. No me gusta mezclar nacionalismo y fútbol, aunque es verdad que está por medio la ilusión de la gente. Pero uno tiene que pedir perdón cuando se equivoca voluntariamente, en un partido de fútbol me parece absurdo que los jugadores vayan disculpándose por lo que hicieron. Nadie es infalible. Es muy difícil comprenderlo desde el punto de vista del hincha. El hincha cree que el jugador durante el partido está pensando en complacerlo y el jugador solo piensa en la competencia, con todo lo que significa la competencia. Uno puede sentir algo de vergüenza, pero perder no es voluntario.

¿Eso ocurría antes? ¿Era tan normal ver a un futbolista pidiendo perdón después de una derrota?

–Supongo que alguna vez alguien lo haría, el problema es que se está convirtiendo en un hábito el pedir disculpas por todo. Los que tienen que pedirlas son los que no lo hacen. Los jugadores se equivocan como todos y tienen que resarcirse ante los demás. Me parece algo extraño. No comparto que se vuelva repetitivo.

¿Crees que la derrota no solo está proscrita en el fútbol? ¿También lo está en la vida?

–No se acepta la derrota. Nadie la acepta. En lugar de ser una posibilidad del juego, en lo deportivo se hace de ella una catástrofe exagerada. Claro que hay causas deportivas y malas decisiones que llevan a perder, pero va mucho más allá del binomio del héroe y el tipo que fracasa. Se busca todo el tiempo culpables y entras en una dinámica en la que es obvio que el que está ahí abajo te va a pedir perdón si cada vez que comete un error le vas a poner en el paredón para que el pelotón de fusilamiento lo ejecute.

¿Qué es fracasar en el fútbol entonces?

–¡La derrota no es necesariamente un fracaso! Es una palabra demasiado brusca. Fracasar es traicionarse, no saber qué es lo que uno quiere, no intentarlo, no tener coraje… Tampoco creo que exista el fracaso como tal: el fútbol se compone de seres humanos que tienen sentimientos y pensamientos alrededor de la competición. Uno los va canalizando con los años. Tienes miedo, inseguridades, debilidades. Depende del momento: el mismo jugador que hoy está débil y con dudas en tres meses estará fuerte. La garra del equipo se contagia y, solo que cambien tres o cuatro cosas, todo será diferente.

Uno de tus entrenadores de referencia es Arsène Wenger. Su Arsenal parece un superviviente en un deporte en el que ha dejado de importar cómo se arma un equipo.

–A nadie le importan los medios, se han suprimido en el fútbol actual.

Pero siguen teniendo efecto en el futuro del club.

–Sí, pero no importa que venga un millonario y que con dinero fraudulento, que no es del fútbol, compre a diez tipos y salga campeón. En la valoración del hincha eso no se juzga cuando hay éxito instantáneo. No ponemos a cada uno en el escalón en el que tiene que estar, colocamos a todos en el mismo punto de partida. Estigmatizamos enseguida. Así estamos, pero yo no quiero pertenecer a ese grupo.

¿Quién es Wenger? ¿Qué papel representa en el fútbol de 2014?

–Es un gladiador incomprendido. No encaja en los paradigmas del éxito y el fracaso. Está en el medio porque no pertenece a esa dinámica oficial. Wenger parece tibio, pero para mí es un fenómeno que muere con sus ideales y prioriza formar jugadores y captar talento a armar equipos desde el golpe de la billetera. Tiene proyecto y eso me parece fantástico. Lo hace compitiendo deslealmente contra otro grupo de equipos que desde 2001, 2002, 2003 –y no son casualidad estas fechas– tienen otra forma de hacer las cosas. Increíblemente es una forma que no se regula: cualquiera puede venir desde la otra parte del mundo y comprar un equipo por 200 millones de dólares.

Latorre se recuesta mientras reflexiona. Muchos le consideran el mejor analista del balompié sudamericano. / Lorena P. Durany

En España se mantienen en la élite clubes cargados de deudas que acaban en manos de magnates extranjeros y, en cambio, bajan por la vía deportiva equipos que mantienen sus cuentas saneadas.

–No comprendo eso. No entiendo que pase eso en el fútbol. Hablo de la FIFA, de los organismos que tienen que cuidarlo y, en algún punto fortalecerlo y hacerlo creíble y transparente. No entiendo cómo Blatter o quien esté al frente admitan que esto exista. Deberían marcar una ruptura entre este tipo de fútbol y el de los magnates, el que viene. No me cabe en la cabeza la flexibilidad que tienen estos organismos con esas prácticas.

Cuando los aficionados nos olvidamos del proceso en favor del resultado, ¿nos robaron el fútbol?

–¡Yo creo que no! Hay un grupo de aficionados que todavía… Bueno, ¿a qué te refieres  con «nos robaron»?

A que el juego se ha deshumanizado.

–Eso está claro. El juego con el que nosotros crecimos ya no es. No me importa si eso es a favor de la evolución. Pero en algunos casos, sobre todo en la psicología del hincha y en la del argentino en especial, se tiene muy metido que el fútbol es un bien científico y no mide sus reacciones. Eso lo han exacerbado las redes sociales.

¿Cuál ha sido el papel de los medios de comunicación? Ahora tú estás en el otro lado de la cancha y lo ves desde dentro.

–Todo apunta a la exageración, a llenarle al hincha la cabeza de fervor, de pasión y no de análisis. Hay muy poco análisis verdadero, profundo.

¿Mirarse al espejo?

–¡Sí! No quiero filosofar demasiado, pero antes yo creo que las conversaciones de fútbol utilizaban unas herramientas más cercanas al conocimiento. Te sentabas a hablar con cualquier hincha y había una reflexión grande. Hoy el análisis es muy liviano, muy superficial. Entras a un bar de Buenos Aires y se habla de temas mucho más frívolos y no tanto del juego. El conocimiento del hincha ha bajado, es como si todo se hubiera ido desarticulando lentamente para alejarse de la esencia del fútbol.

Sin embargo siempre hubo bandos. Sin confrontación no hay debate, pero ahora parecer ser o tú o yo, no hay término medio. Entre Menotti y Bilardo habrá terreno, ¿no?

–Exactamente. Eso pasa porque no se ha entendido la rivalidad entre los dos grandes extremos. Hay que alinearse en uno de los dos lados cuando hay muchas cosas en el medio. Soy de los que cree que Menotti es uno de los dos o tres tipos que más cosas sabe de fútbol en el mundo, pero estoy abierto a todo.

¿Dónde pondrías a Bilardo en tu santoral futbolero?

–Lo tuve de entrenador y no tengo queja. Hay cosas valiosas que he sacado de él. Fue uno de los dos o tres entrenadores que realmente aportó cosas en mí. De lo que estaba hablando es de algo más profundo que ganar un Mundial, hablo de conocimiento de conceptos futbolísticos. A veces no van en consonancia con las victorias porque el fútbol es caprichoso. No siempre el que tiene el mejor equipo gana, depende de un montón de factores. Eso es lo que me ha enseñado Menotti, he aprendido mucho de él.

¿Sabella está más cerca de Menotti o de Bilardo?

–No me gusta encasillarlo. Lo escucho y a veces dice cosas interesantes. De pronto habla de la pelota y demás. Creo que se quiere alinear dentro de una categoría de técnico versátil que cae muy bien porque supuestamente es la que tiene la fórmula exacta para el momento justo en el partido determinado. Yo creo que eso es una ilusión que se vende. No por Sabella; en líneas generales el pragmatismo como fórmula para ganar es una ilusión. Otros vamos por un camino diferente y para nada es una fantasía que nos hemos hecho en la cabeza. Quien prescinda del método no tiene la llave para el resultado. No es así.

¿Hasta qué punto llega la presión que puede tener el seleccionador argentino durante esta Copa del Mundo?

–Es inherente al cargo. No se puede liderar o entrenar pensando en la presión cuando hay que pensar en el entrenamiento del equipo o en no equivocarse en la elección de jugadores. Con la presión hay que lidiar. Sabella ha mejorado el producto de la selección argentina porque le ha dado paz. Las convocatorias son mucho más estables, el jugador siente que no hay demasiado ruido en torno a la selección porque se ha dado prioridad a la formación de un grupo. Todo eso suena muy bien afuera, pero en la cancha si no se juega bien al fútbol todo eso no sirve para nada. Uno seguirá caminando por la cornisa.

¿Hay ansiedad en Argentina por volver a ser campeones del mundo?

–En el legado que ha dejado Maradona todavía nadie ha recogido esa posta. Nosotros pensamos en esos términos: fue Maradona el que hizo mucho para que Argentina saliera campeona del mundo. Además nosotros nos creemos una potencia. Eso forma parte de la idiosincrasia del argentino, de su carácter. Es un golpe al autoestima no ser los mejores y estar en un segundo plano. Por eso hay una demanda especial para que se gane el Mundial.

¿Y qué papel le corresponde a Messi en ese intento de reconquista de un Mundial que no se gana desde el 86?

–Todo. Messi viene a recoger la posta de Maradona y a continuarla. Le pedimos que gane el Mundial, algo totalmente injusto, casi imposible. Si bien el fútbol es de los jugadores, cada futbolista necesita de los demás. No creo en esta ecuación: “Soy el mejor y, por eso, no necesito de nadie”. Lo de Maradona fue tan fuerte, significó tanto… Realmente dio la sensación de que allá donde iba ganaba él, no el equipo. Eso pasó en el Nápoles, con Argentina y con compañeros muy diversos.

Pero los tuvo muy buenos: Careca, Zola, Burruchaga, Caniggia…

–Los tuvo buenos y los tuvo no tan buenos. Cuando solamente jugaban tres extranjeros en las ligas europeas tuvo algunos compañeros italianos discretitos en el Nápoles. Maradona tenía una personalidad arrolladora y daba la sensación de que ganaba él. Cada jugador es diferente. No se pueden clonar. Messi tiene su personalidad y carácter. Argentina tiene que arroparlo un poco y él participar más. Es un chico que cuando las cosas no están a favor le cuesta involucrarse.

¿El Diego era diferente?

–Era diferente, pero Messi es un monstruo y el mejor del mundo. Eso le pasa a cualquiera de los humanos, pero no le pasaba a Diego. Cualquier jugador de fútbol necesita del entorno para sentirse implicado. Es lo lógico. Lo de Maradona era ilógico: era él contra el mundo.

¿Esa rebeldía del ’10’ se acabó convirtiendo en una caricatura? ¿El argentino de a pie aceptó las derrotas de Maradona?

–Sí que las aceptó. Es un mito nacional y mundial. Lo que dejó dentro de la cancha fue algo, creo yo, casi insuperable. Nos corresponde juzgarlo como jugador, lo demás no es asunto mío ni de nadie. Solo suyo. Que su fama haya hecho que todo lo demás tenga repercusiones, es otra historia. Yo no soy nadie para juzgarlo por otras actitudes o episodios de valor.

El excusador cree que en su época el futbolista tenía más sentido de pertenencia con el club y su hinchada.La generación de Maradona, no solo él, no tenía tantos pelos en la lengua para mostrar sus ideas políticas o sus vínculos con otros ámbitos como la cultura. Tenían más carácter, en definitiva. Ahora muchos futbolistas de élite parecen clones. Hasta dan las mismas respuestas en la sala de prensa.

–Es cierto. Antes el jugador –no solamente por pertenecer a este gremio, también hay connotaciones sociales– estaba más comprometido. Tenía un sentido más tribal de la cosa y sabía para qué jugaba. Tenía conciencia de ser parte de algo, se volcaba más. Hoy la sociedad nos ha individualizado a todos. Esta jungla nos ha hecho mucho más egoístas. Pero ojo con este término: si uno no es egoísta no puede servir a los demás. Para ser altruista hay que ser egoísta primero porque si no uno acaba siendo altruista por necesidad de paliar deficiencias personales. Uno debe tener un rumbo en la vida, quererse y querer lo mejor para sí mismo y, así, dar lo mejor para los demás. Si no, das como carencia y no es un acto generoso. En realidad, la generosidad es con vos, no con los demás.

Esa rebeldía del jugador con carácter suelen relacionarla los que creen que hay un fútbol de izquierdas y otro de derechas con la visión más roja de la política, pero hasta finales de los 90 hubo futbolistas que se declararon abiertamente conservadores o, incluso de extrema derecha. Paolo di Canio es un buen ejemplo. ¿El futbolista de derechas también se ha perdido? ¿Todo es políticamente correcto?

–Eso es tal vez por el miedo a que te etiqueten. Hay mucho miedo a los archivos: te enrolas en algo y ya no puedes salir de ahí porque está grabado y te lo van a sacar. Cada vez que uno declara ya está pensando en el archivo. Hay miedo a meter la pata porque todo se toma con pinzas y se analiza cada declaración. Están esperando a la palabra que pusiste de más para llenar un montón de programas de televisión. Queda en la memoria y hay miles de medios para reproducirlo.

Brasil vive un momento contradictorio en lo social y político durante la celebración de la Copa del Mundo, pero sus internacionales no dicen ni mu al respecto. ¿Es impensable que se diera de nuevo un fenómeno como la Democracia Corinthiana o una figura como Sócrates?

–En el fútbol las utopías están penalizadas. Se llega a un nivel en el que pensamiento y deportista no van por los mismos carriles. La culpa la tienen los medios, las autoridades, la gente y los propios jugadores. Estorba el que piensa porque se le tiene miedo. Quien piensa cuestiona y se pregunta cosas, por eso se le tilda como filósofo, como si quisiera venderte una cierta superioridad intelectual mientras juega al fútbol. La gente le desprecia por envidia o porque no quiere pensar al estar acostumbrada a no pensar. No puedo entenderlo, pero a mí me pasa. Cuando hilvano tres palabras me dicen: “Eeeh, vos pensás”. Y sin embargo no es ese mi propósito, es solo analizar el juego, pensar alrededor del juego sin ánimo de ofensa contra nadie, solo proponiendo y absorbiendo de los demás. Me encanta escuchar y aprender.

¿Quién fue el tipo más interesante que se cruzó en tu carrera como jugador?

–Varios. Tuve a Ángel Cappa, Jorge Valdano, Fernando Redondo, Juan Pablo Sorín, con el que me cruzo a veces… Son tipos que reflexionan sobre el fútbol. También aprendo mucho de muchos periodistas. Confieso que cuando juega al fútbol uno está metido en una cápsula. No es sencillo asimilar lo que te pasa como jugador y encima tener el tiempo, las ganas y la intención de pensar en lo que pasa. A veces te conviertes en un autómata que solo se preocupa por tener que rendir porque si estás en un equipo bueno habrá un compañero esperando para quitarte el puesto. Tu espíritu competitivo te bloquea a irte demasiado por las ramas. Eso influye a la hora de que el deportista muchas veces no reflexione.

Riquelme da la impresión de ser hombre introvertido, difícil de conocer. ¿Para dar esos pases hace falta inteligencia?

–Para jugar hace falta un tipo de inteligencia, no la inteligencia en general. Igual que para cada trabajo hay una clase de inteligencia, para el fútbol también. Román es un tipo que fuera de la cancha sabe lo que quiere y eso lo aplica al fútbol.

¿Qué le faltó en su carrera para haber sido una estrella en un gran club europeo?

–Él tiene una personalidad única. Chocó con un Van Gaal inflexible en su momento en el Barcelona, que le cerró la puerta en el momento en el que se la tenían que abrir. Después estuvo en el Villarreal y le condujo a momentos históricos. Estuvo al borde de jugar una final de Champions tras aquel recordado partido con el Arsenal. Aquel penal… [medita unos segundos, como reviviendo aquel penalti fallado por Riquelme en las semifinales de la Copa de Europa de la temporada 2005/2006]. También le recuerdo partidos memorables contra el Real Madrid, como la final de la Intercontinental que ganó con Boca Juniors [en diciembre de 2000]. Por su carácter y su forma de relacionarse con los demás no es un tipo intransigente. Siempre trata con los demás si tiene inconvenientes con entrenador o compañero, enseguida lo manifiesta.

¿Te sentiste incomprendido en la Fiorentina en tu salto a Europa? Solo te alinearon en un par de partidos en media temporada.

–No. Ocurrió que estaba desprotegido. Tuve tres entrenadores en aquella campaña [92/93], pero cuando ingresas por la ventana y no por la puerta todo va cuesta arriba. Al llegar a la Fiore mi representante estaba preso. Fui para allá porque él tenía relaciones con la directiva y muchos jugadores argentinos se movían para Italia. Yo caí ahí y luego me rescató Valdano para el Tenerife.

Al año siguiente la Fiore fichó a Claudio Ranieri como técnico y el equipo encadenó un ciclo muy bueno. Vestido de ‘viola’, Batistuta se consolidó como uno de los mejores delanteros centros de Europa. Ranieri después en el Valencia apostó por un delantero pequeño como el Piojo López. ¿Crees que perdiste la oportunidad de triunfar en el Calcio y ser fijo en la selección?

–No. Fue un ciclo cerrado. No se dio en ese momento y lo pasé bárbaro en Tenerife. Hay que transportarse a aquella época. No existían las comunicaciones de hoy en día, íbamos a lo desconocido. Había pocos argentinos fuera e incluso Florencia fue un sitio por descubrir. Ahora un jugador prende la computadora y está conectado con todo el mundo. Para nosotros ir a Europa suponía un desafío emotivo. Había que resistir. Cuando llegué a Tenerife sabía que estaban Valdano y Cappa y quería una revancha tras el medio año en la Fiore. Pasaron meses hasta que pude jugar y luego estuve muy bien. Fueron tres años fantásticos y eso que tuve que adaptarme a la isla. No me imaginaba que Tenerife estuviera tan lejos de Madrid, por ejemplo. Todo eso lo hice sin saber cuánto iba a durar el equipo de fútbol en Primera. No era un equipo con la historia de los grandes, que sabes que siempre volverán a lo más alto si tienen un año malo. A los pequeños estas historias suelen durarles un ratito, otros ocupan su lugar. Al Tenerife le pasó y llegó la debacle años después. Tenía pánico de no pisar una plataforma firme, pero el tiempo en la isla fue fantástico.

En Salamanca pasarías más frío. Además, el equipo bajó a Segunda.

–Estuve seis meses. Llegó Heynckes al Tenerife y le costó sacarme del equipo. No sé qué pasó, pero no me eligió. Trajo a otros jugadores que eran más de su gusto, como Jokanovic. Relegó a los sudamericanos, menos a Pizzi. Durante los primeros seis meses no pudo sacarme porque era uno de los ídolos y la presión de la gente era muy fuerte. Era referente de un equipo que hoy lo siguen recordando en la isla. Dejamos al Madrid sin una Liga, jugamos la UEFA, entre otras cosas. Pasé de titular a suplente y me equivoqué al ir a Salamanca buscando un relanzamiento. Tenía que haber aguantando un año más en Tenerife pese a estar en el banco de suplentes.

Vayamos a finales de los ochenta, cuando jugabas aún en Argentina. ¿Qué suponía para un chaval de 20 años ser la estrella de Boca Juniors?

–Si bien yo era la promesa en ascenso, dentro del equipo había ocho o diez jugadores que eran líderes. El plantel tenía trayectoria. Hoy la trayectoria no existe en el fútbol argentino. Antes, por más que fueses ya una estrella, los mismos compañeros te iban guiando. Vos mismo ibas ocupando un lugar en el plantel, subiendo piso a piso. Yo tenía presión, pero no era el salvador de nada, solo un jugador que apuntaba bien.

¿Cómo era la relación con el hincha?

–Muy diferente a la actual. No se buscaban responsables en la derrota y menos empezando por el chico de la casa. En el jugador no se depositaban tantas esperanzas, más bien era tomado como un bien del club. Por lo menos era lo que pasaba en Argentina. Éramos patrimonio del club. Hoy el hincha lo toma como alguien de paso, como si tuviera las valijas [maletas] en la esquina, sabiendo que en seis, diez, doce partidos se marcha sin importarle nada. Se ha perdido esa pertenencia porque el futbolista quiere hacerse millonario y solo ve el equipo como un trampolín y el hincha no encuentra símbolos en el club para aferrarse. El dirigente solo ve al jugador como una mercadería y los grupos empresariales lo mueven para tapar deudas y responsabilidades de directivas. Nadie es de nada y no se sabe para qué juegas.

¿El potrero cambió o no cambiará nunca?

–Las señas del jugador argentino no se perderán nunca, pero hoy hay menos espacios para jugar. Hay más inseguridad. Si bien hay más espacios verdes, ya no hay esa libertad con la que se jugaba antes en la calle. Los abuelos sacaban la silla a la puerta de la casa y te veían jugar con la pelota. Se perdió la libertad para crear y hoy el molde del jugador es otro. Es un ser más preocupado y con más miedos.

¿Dónde jugaste de chico?

–En la calle, en la vereda.

¿De qué fútbol te empapabas?

–¡Había otra concepción del fútbol! No nos planteábamos tantas cosas sobre la táctica, que no es realmente una evolución real. [El progreso táctico] es un avance ficticio.

¿Ahora dejas que tu hijo juegue en la calle?

–No. La gente se ha ido encerrando, además, en apartamentos custodiados. Muchos se han ido a barrios privados a las afueras de Buenos Aires y viven protegidos. Estamos en la época de las comunicaciones e Internet y los chicos se volvieron más sedentarios. Solo se mueven para ir a los clubes, donde hay formadores que solo quieren inculcarles los conceptos de ganar y ganar. El proceso de enseñanza se ha acortado.

¿Te sientes más cerca de tu padre que de tu hijo?

–Sí. Ocurre que con mi hijo fui viendo que pasaría esto desde que nació, así que lo fui conociendo y acompañando. Eso me hace ir ajustándome a los tiempos sin perder los valores. Con mi padre sí que veo que, con respecto al nieto, hay una brecha enorme entre sus generaciones. Y yo estoy en el miedo.

¿Eres de la quinta que vio el Mundial’78, como escribió Calamaro, o de los que quedaron marcados por la victoria en México’86?

–Soy de las dos quintas. Tengo recuerdos vagos del 78: tenía ocho años, pero fui a algunos partidos. Vi a Argentina contra Francia y Hungría, los dos primeros. Fue una emoción tremenda ir a la cancha con mi viejo y un grupo grande de gente ilusionada. Esos momentos no se olvidan más. Significan mucho para un chico. En el 86 ya estaba a punto de debutar en Primera, tenía el sueño de jugar con ellos, en la selección, algún día. Compartir equipo con Maradona [lo hizo cuando volvió a Boca en 1996]… Ya me pasaban otras cosas por la cabeza.

El comentarista es tajante: el Mundial'78 se festejó en Argentina pero no tapó los crímenes de la dictadura.

–No. Mi viejo trataba de que no me enterase de nada. No pude percibirlo, no recuerdo nada de eso. La victoria en el Mundial no sirvió para que los argentinos se olvidaran realmente del clima en el que vivían. Nada de lo que se hiciera deportivamente podía remediar o tapar en un mes lo macabro del asunto. Política y deporte van de la mano y se utiliza al deporte como una herramienta para dar popularidad y visibilidad a los políticos. Ganar aquel Mundial no palió nada. Los argentinos somos muy efusivos con el fútbol y lo ponemos en un lugar principal de la escala de valores, a veces por delante de la familia. Dramatizamos mucho. Eso describe algo. No puede ser. Entiendo lo que significa esta pasión, pero hay que darle el lugar que corresponde. En ese momento, ante unos hechos tan aberrantes, la vista estaba puesta en otro lado, pero no se olvidaba lo que sucedía. Me parece macabro lo que ocurrió [durante los gobiernos militares], no puedo entenderlo.

¿Por qué ese amor del argentino hacia la pelota?

–Porque es lo primero que nos enseñan. El fútbol está arraigado en el pueblo, desde las clases bajas. Nosotros somos así, tenemos esa melancolía, ese sentimiento por las cosas. Se juega mucho en los barrios carenciados: hasta en los lugares más marginados hay una canchita. La pelota junta, es un elemento que sociabiliza y nos da un lugar en el mundo.

Es una de las pocas cosas que los pobres le pudieron quitar a los ricos en Argentina. La bola la trajeron los ingleses cuando construyeron el ferrocarril.

–La gente de a pie, los inmigrantes que llegaban de Europa, se la quedaron en pertenencia. Saben que nunca se la van a quitar. Para jugar al fútbol no hace falta ni calzado, se puede jugar descalzo. Esos chicos emplean toda su creatividad, su rabia e impotencia la canalizan en el juego. Generalmente esos chicos tienen más imaginación: sobrevivieron a momentos de mayor dificultad y tienen un carácter muy especial.

Messi ya vivía en Europa, pero Agüero, Mascherano, Higuaín o Di María eran adolescentes cuando estalló el corralito en Argentina. ¿Eso cómo les marca?

–El argentino si es especial en algún punto es en el de adaptarse a las cosas. Las crisis nosotros no las vemos como algo tremendo y abrumador. Las sabemos sortear, tenemos el cuerpo curtido. Hasta cierto punto las estamos esperando [sonríe ampliamente]. Eso nos ha hecho tener un temperamento casi único.

¿Qué partido te gustaría ver en la final del Mundial?

–Argentina… contra Brasil. A lo grande.

Para acabar. Recomiéndanos un libro y una película sobre fútbol.

–Libro, Fiebre en las gradas, de Hornby. Me gustó mucho también el de Segurola, Héroes de nuestro tiempo. Hay otro que se llama El silencio del héroe, de Talese. ¿Lo leíste?

No.

–¡Espectacular! Uno de los mejores que leí en mi vida. Habla mucho del deporte y de la vida. El silencio del héroe, una cosa impresionante. Habla de la valentía y la cobardía. De película no recuerdo ninguna…

¿Es la gran asignatura pendiente en la relación entre cultura y fútbol?

–No recuerdo una buena sobre este deporte. Es difícil hacerla. Encontrar un actor y pasar de ese plano ficticio, que sea creíble con lo que realmente ocurre dentro de este mundo. El papel te acerca mucho más a esa realidad. ¿The Damned United? No es un mal reflejo. Además ilustra una época del fútbol inglés [los setenta] en la que ocurrían cosas casi inaceptables. Me gusto, sí, pero la obra maestra está por hacerse.

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