Presentar a Martí Perarnau (Barcelona, 1955) en la entradilla de una entrevista es una tarea inabarcable. Por ese motivo, como aparecerá en la conversación anexa con el personaje, diremos que este catalán residente en Madrid es un hombre del Renacimiento. Ha tocado muchos palos y en casi ninguno ha desafinado. Escritor, publicista, periodista (tanto jefe de redacción de medios como TVE Catalunya como jefe de prensa de acontecimientos como Barcelona’92) y, antes que todo eso, atleta. Encontrar un hueco en la agenda de Perarnau no es sencillo. Es un hombre solicitado y amante de la batalla dialéctica. Un formador por naturaleza. Sin duda, por su infancia y juventud en el atletismo, llegando a ser olímpico en Moscú’80. Hace mucho que no practica el salto de altura, su especialidad, pero aún conserva morriña y recuerdos del tartán y la lona. Así, sin previo aviso, se arranca a reflexionar (y da inicio a la entrevista):

–La dureza de la pista un atleta la percibe con solo pisarla.

–¿Es cuestión de manías? Como cuando Rafa Nadal se empeña en dejar las botellas siempre en la misma posición sobre la tierra batida junto a su banquillo.

–No, son sensaciones reales. Haciendo la comparación entre atletismo y tenis, es como si a un tenista le cambias de raqueta. El tacto es distinto. A los atletas solo les hace falta pisar la pista para saber si está bien o si es un horror. Hay días en los que sabes, directamente, que no vas a saltar nada porque no te adaptas a la pista.

–¿Desde que te retiraste has seguido saltando?

–No. Cuando me retiré me partí los cruzados jugado a fútbol con los amigos y se acabó. Me retiré en el 85, tuve aquella lesión en los cruzados en el 90 y, aunque en el 94 volví a saltar en veteranos, no he vuelto a practicar el salto de altura. En ese breve retorno no hice más de media docena de competiciones. Tan solo era un reto personal y una manera de ver si la rodilla me aguantaba haciendo esfuerzo físico.

–El salto de altura parece una de las especialidades más difíciles del atletismo por ser, quizás, la más antinatural en cuanto a movimientos.

–Es una especialidad muy complicada. Junto al lanzamiento de martillo, una prueba infernal, y la pértiga, que es compleja, el salto de altura es técnicamente muy díficil. No sé si llamarlos antinaturales, pero sí es verdad que el salto de altura se basa en muchos y muy pequeños movimientos que te generan unas dinámicas e inercias que te permiten hacer una buena marca al saltar. Si no ajustas esos pequeños movimientos, no saltas nada. Da igual que estés en muy buena forma. La exigencia técnica convierte al salto de altura en una prueba muy perra. Cuando llega la competición del año, o se dan todas las condiciones –pista, físico…– y las combinas con buenos movimientos, o te das un tortazo tremendo en forma de resultado decepcionante.

–¿Se piensa cuando se salta?

–Hay una contradicción flagrante entre pensamiento y ejecución. Tú no puedes correr muy rápido si estás pensando en cómo correr muy rápido. Lo mismo pasa con el salto. Los pequeños movimientos tienen que salirte solos. Son los famosos automatismos, que realmente no son lo que su nombre indica. No hay nada automatizado, pero sí son movimientos previamente ensayados. Te has acostumbrado tanto a esos mecanismos que te tienen que salir de memoria, como se dice vulgarmente. Sin embargo, no nos olvidemos que, a la hora de competir, tienes que ejecutar esos mecanismos. Si lo haces mal, no hay memoria que sirva. En los dos segundos que dura un salto de altura no se debe pensar. Tienes que haber pensado previamente cómo lo vas a hacer. En caliente solo se ejecuta. Cuando le preguntan a Messi qué pensó para hacer esa jugada que ha acabado en gol y él contesta que «nada» está diciendo toda la verdad.

–¿Te sientes un poco un hombre del Renacimiento en cuestiones deportivas? Has tocado todos los palos.

–[Ríe] Me siento antiguo. Antiguo es una palabra con connotaciones muy negativas, pero yo le doy un carácter positivo. No llego a hombre del Renacimiento, pero sí he tocado varios palos y todos me han influido mucho. Evidentemente, la formación como atleta me influye mucho en mi día a día y en todo lo que analizo. No hablo de la formación del entrenamiento sino de los conceptos que me enseñaron mis maestros, empezando por el señor [NemesiPonsati, que cuando tenía diez años e iba al Estadio de Montjuïc ya empezaba a enseñarme el valor inherente del deporte.

–Nos vamos a la Barcelona de 1965. ¿Cómo acabas en Montjuïc?

–Me llevó mi padre, que llegó a ser campeón de España universitario de 400 metros vallas. Empecé a ‘hacer’ atletismo a los tres meses. Tengo fotos en una pista de atletismo con esa edad. Concretamente, en las pistas del Club Esportiu Hispano Francès, instalaciones que cerraron cuando era un niño. Entonces tuvimos que ir a Montjuïc, que quedaba a hora y media de mi casa.

–Había tranvías en aquella Barcelona.

–Por supuesto. Y no había autobús desde Plaça Espanya hasta Montjuïc. Llegabas en transporte público hasta la falda de la montaña y tenías que subir caminando. Nosotros vivíamos en Pare Claret, cerca de Maragall. Salías de casa, cogías el tranvía y no podías viajar en chándal en el vagón. Estaba muy mal visto: no era decoroso. Tenías que cambiarte antes de empezar un entrenamiento en el que acababas sucísimo por culpa de la pista de ceniza que aún tenía Montjuïc. Las duchas que te dabas luego eran de agua fría.

El señor Ponsati era toda una institución: nos enseñaba atletismo, sí, pero hacía hincapié en todo lo que rodeaba al deporte. Me forjó como persona. Él seleccionaba a un grupo de pequeños atletas y nos daba, durante el verano, trabajo en su farmacia. Íbamos a entrenar por las mañanas y a la farmacia por las tardes. Él vendía tapones para los oídos. Nosotros se los fabricábamos. Cortábamos las tiras de cera y hacíamos pequeñas bolitas que después empaquetábamos. Con lo que nos pagaba –que a mí me parecía mucho dinero– nos dábamos los caprichos que podía darse un niño de trece años en la Barcelona de finales de los 60.

–¿Eres de los que piensas que la crisis actual es más aguda a nivel de valores que a nivel económico?

–Es moral, absolutamente. Obviamente, también ha afectado a nivel económico, se ve a diario, pero la falta de valores ha quedado al descubierto. Muchos problemas económicos se deben a la ruindad moral que nos ha avasallado por completo.

–Cuando dirigías la información deportiva en TVE Catalunya fuiste uno de los creadores de Estadio 2, que se mantuvo en antena de 1984 a 2007. ¿Podría resurgir un programa polideportivo y formativo como aquel espacio en la televisión actual?

–No creo que nadie apostara por ese formato. Estuve con Olga Viza recientemente y estuvimos hablando sobre ese tema, precisamente. Solo me lo imagino en Canal Plus, pero en abierto me cuesta muchísimo.

–A veces, uno piensa que si España fuese un país civilizado un programa como Informe Robinson debería emitirse en la televisión pública. Y en prime time.

–Si hicieran eso, no tendría éxito.

–La calidad de los guiones y la realización de Informe Robinson es enorme. ¿Ni aguantando el programa en parrilla se podría convencer al público? Ciertos formatos requieren de tiempo.

–Las sociedades nos acostumbramos… A ver qué palabra encuentro. Los factores que construyen nuestras sociedades van cambiando y no siempre nos dirigimos a lugares positivos. Creo que ahora estamos en una regresión muy clara. Bueno, esto viene de lejos. Políticamente, desde la Transición y, en otros conceptos puramente sociales, desde hace unos quince años. Hacia el cambio de siglo, van desapareciendo en los medios de comunicación –y en otros ámbitos, ya que la historia es parecida– personas acostumbradas a contar la realidad de una manera cuidada y rigurosa. Hablo de las personas que vivieron a caballo profesionalmente entre la Dictatura y la Transición. Tenían un bagaje formativo muy claro y actuaron para acabar con la falta de libertad de expresión. Vitalmente, esa gente ha ido desapareciendo. En el periodismo español los pilares fundamentales han ido cambiando.

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–Pero esa desaparición no ha sido totalmente natural. Muchos periodistas de tu generación, que empezaron a trabajar precisamente en la Transición, han sido apartados de sus puestos mediante EREs o relegados al ostracismo dentro de los medios.

–El patrón oro marca las conductas en este país desde hace 20 años. El patrón cuantitativo se impone como única vara de medir. Agárralo por donde quieras: en el sector o la faceta que analices verás que prima lo cuantitativo. Procedo de una forma de hacer televisión y periodismo donde un programa como Estadio 2 no se analizaba bajo criterios cuantitativos. La realidad, claro, era diferente. En aquel momento [1984] solamente había dos cadenas públicas y alguna televisión autonómica, como TV3. En aquel momento se evaluaba la calidad de los programas. Por ejemplo, La clave era un programa [de análisis y tertulia política] que no veían grandes cantidades de espectadores, pero el grado de satisfacción de sus fieles era muy alto. Y con eso bastaba.

–Ahora los formatos televisivos se venden como buenos porque los ha visto mucha gente. También ocurre con los libros.

–Los publicistas, que son los que valoran aún un poco lo cualitativo, han perdido la batalla contra lo cuantitativo. Solo importan los impactos publicitarios que tendrá un spot. Punto. La calidad del formato da igual. Es el tanto tienes, tanto vales. ¿Cuántos coches tienes? ¿Cuántas casas? ¿Cuántas empresas del IBEX te has podido comprar con el dinero que has sacado de aquella OPA? Y etcétera. La cantidad es lo único que medimos, nuestro único parámetro.

No acuso a los demás: estoy metido en la misma sociedad y me afecta la misma problemática. Es inevitable que me pregunten cuántos libros he vendido. En ese momento, hago el esfuerzo de decir que no me importa demasiado la cantidad de libros vendidos. Mi editor seguro que se cabrea cuando digo esto. ¡Pero es que no me importa! Mi satisfacción es encontrarme de uno en uno a los lectores y que me digan qué les ha gustado y qué no. Eso es ir a contracorriente del patrón oro, que se ha llevado por delante cualquier condición moral.

John Müller defendió que es casi imposible romper una burbuja cuando uno está dentro de ella porque es muy difícil percatarse de que se forma parte de una corriente de especulación. ¿Tú te diste cuenta durante los 90 de que el periodismo se estaba ajando en España?

–No tengo ese momento marcado a fuego porque no vivo del periodismo desde 1988. En ese momento empecé a trabajar en la organización de los Juegos Olímpicos [de Barcelona] y, en 1992, me vine a Madrid, trabajé en una tele y poco después monté mi productora y mi agencia de publicidad. Hace 25 años que no piso de forma diaria la redacción de un periódico. Me limito a hacer colaboraciones. Toda la crisis la he vivido desde el exterior. No he percibido las señales con mucha intensidad. Como observador externo, no me fue ajeno que en el último lustro de los años 90 se produjeran una serie de formatos televisivos que marcarían por dónde iban a ir las cosas. Empiezan a surgir programas de mucho morbo y se desata una batalla feroz por las audiencias. Ahí más de uno se dio cuenta de que le tele se iba a pique y que no había posibilidad de dar marcha atrás.

–En Herr Pep no hay ni pizca de morbo.

–Voluntariamente. Me parece que, por decirlo con toda nobleza, si Pep [Guardiola] y Tito [Vilanova] discutieron, esa discusión les pertenece a ellos. Los demás no somos nadie para meternos. Todos esos periódicos, televisiones y periodistas, mayoritariamente de Barcelona, que durante los últimos años han alimentado este morbo con informaciones falsas o medioversionistas, me parecen vomitivos. Por tanto, voluntariamente, me dije que no contribuiría a hacer crecer este tema. No hay una coma sobre ese asunto en las páginas del libro.

–El gran mérito de tu último libro, en mi opinión, es que te extiendes por más de 400 páginas hablando casi exclusivamente de fútbol y no te repites ni caes en lugares comunes. Es el reverso de lo que ha pasado en la información deportiva que vemos en televisión. Las secciones deportivas de los telediarios han adquirido duración de informativo, pero la información y la pluralidad brillan por su ausencia. 

–Creo que hay algunas páginas donde sí me repito. Soy muy crítico con el libro. Debo serlo porque he cometido errores fruto de no usar la metodología correcta para prepararlo. No es un libro planificado. Surge de un impulso: cuando nombran a Pep entrenador, llamo a Estiarte, que es amigo, le felicito y le digo que sería cojonudo poder pasar un año en Múnich y ver, desde el exterior, la primera temporada de Guardiola en el Bayern. Mi mujer me animó y decidí ir para allá. No pasé el año entero en Baviera: iba una semana, recopilaba información y regresaba a la semana siguiente para escribirla. La editorial que compró los derechos y empezó a venderlos en el extranjero exigía unos plazos de entrega que había que cumplir. Hice 28 viajes entre Madrid y Múnich.

–Otro dato que pinta la cara al periodismo deportivo que se hace en España: insistes en remarcar que el único periodista español o catalán que sigue durante todo el año al Bayern es Isaac Lluch, del ARA. En cambio, vemos cómo periodistas de los diarios deportivos o de las televisiones generalistas acompañan a Messi y Cristiano Ronaldo hasta en sus viajes promocionales.

–Ese es el reflejo de una realidad. Una de las cosas que más me chocaron del año que pasé yendo y viniendo de Madrid a Múnich [de septiembre de 2013 a junio de 2014] es cuando me enteré que Isaac Lluch había propuesto voluntariamente a su periódico trasladarse de Berlín a Munich para cubrir los pasos de Guardiola en el Bayern. Desde Múnich podría seguir la política y economía alemanas. No había problemas para seguir escribiendo sobre Merkel. Para mí, esa propuesta que le aceptan en el ARA tiene todo el sentido del mundo. Tienes a un entrenador catalán que va a entrenar al mejor equipo de Alemania y uno de los más potentes del mundo… y tú eres un periódico catalán. El sentido es absoluto. Isaac y yo aún nos hacemos cruces del día en el que nos encontramos a una periodista japonesa en la puerta del Allianz Arena que nos dijo: «Hemos venido muy pocos periodistas de Japón a cubrir este partido. Solo somos cuatro». Isaac y yo nos mirábamos diciéndonos: «Este es el reflejo de nuestro periodismo». Allí solo estábamos él y yo.

–Entras en el ámbito personal y profesional de Pep Guardiola para contarlo en un libro. ¿Cómo lo conseguiste? ¿Fue solo mérito de Estiarte?

–Entrar en el ámbito personal de Pep fue su decisión. No se limitó con sentarse a tomar un café conmigo de tanto en tanto. Me permitió moverme por la ciudad deportiva y el estadio con total libertad de ver y escuchar lo que quisiera. Él se fió y, cuando me puso a prueba, comprobó que podía confiar porque no filtré nada de lo que me explicó. Fue un proceso de adquirir mutua confianza.

–Hablamos de un personaje que no ha concedido entrevistas desde que entrena al máximo nivel.

Estiarte podría parecer el hombre clave para convencer a Pep de que mi presencia allí no va a ser un incordio, pero buena parte de culpa la tiene David [Trueba]. «Es una pena que no hayamos metido una cámara aquí dentro y nos vayamos a quedar sin grabar lo grandes que han sido estos años en el Barça», le dijo Trueba a Guardiola en su momento. Cuando Pep está en Nueva York, le lanzo la propuesta a Estiarte y él se la transmite. Pep estaba relajado, no tenía la presión de los partidos y lo valora. No era lo que proponía Trueba, pero, por otro lado, no habría una cámara entre los jugadores. Eso le restaría esa agresividad que parecen tener las cámaras y la televisión.

–¿Te llamaron alguna vez para que filtraras algo?

–¿Desde fuera? Claro. Yo no puse un anuncio en el periódico explicando lo que iba a hacer, pero más o menos se sabía. Pep cumplió a rajatabla lo que prometió. Él no iba a entrometerse: ni siquiera quiso leer el borrador que preparé antes de editar la versión definitiva del libro. El día que me dio el ok, me dijo que fichaban a Thiago Alcántara. Esa era la prueba que me preparó: cuando llegué al hotel, pensé: «No se lo cuento ni a mi mujer». Como respeté el secreto, confió totalmente el resto del tiempo que pasé en Alemania.

–Alabas las estructuras internas del Bayern y su poderío económico, que se traduce en unas instalaciones y un marketing inmejorables. ¿No te sorprendió que un gigante así diera su visto bueno para que camparas a tus anchas por las entrañas del club? Me resulta inconcebible pensar en un proyecto equiparable al tuyo en el Barça o el Real Madrid.

–El año en Múnich me ha ayudado a reflexionar por qué en los grandes clubes españoles se ha llegado a esta situación de cerrazón, que, por otro lado, entiendo. Lo que ves en determinados periódicos de varios países es para alucinar. Hay periódicos deportivos que viven de inventarse directamente las cosas. Ocurre en bastantes países del mundo. Eso hay que decirlo porque parece que todo el periodismo es noble y no es así.

–No hablamos solo de deportes.

–Por supuesto que no, aunque ahora esté pensando casi exclusivamente en ejemplos recogidos en la información deportiva. Soy crítico con clubes y deportistas, pero desde una base. No me apunto a que las redacciones se inventen las cosas. Ocurre en Barcelona y ocurre en Madrid. También en Alemania e Inglaterra. Hay medios que se estructuran directamente en torno a la mentira. Entiendo que el Barça y el Madrid tengan que protegerse.

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–La diferencia es que esos medios a los que aludes, en España no se autocatalogan como sensacionalistas y en Alemania e Inglaterra sí lo hacen.

–Sí, y, sin la menor duda, aquí hay más proliferación de ese tipo de prácticas nocivas para el periodismo. El problema es que cuando el sujeto pasivo –el club– se cierra tanto, esa incomunicación acaba siendo negativa para el propio club y, por supuesto, para sus jugadores. Una de las ventajas de la experiencia con el Bayern es la seguridad en sí mismo que demuestra Guardiola cuando me dice «escribe todo lo que tú veas». Yo creo que Pep pensó: «Este tipo verá cosas malas y varios defectos, pero probablemente más cosas positivas. Por lo tanto, en el balance general saldremos ganando». Finalmente, es lo que ocurre. Él pierde partidos. La caga contra el Madrid (y es una catástrofe). Tiene conflictos con algunos jugadores. Esa es la parte negativa.

–Sus altibajos en la relación con Mario Mandzukic te sirven como hilo argumental para enlazar varios capítulos de Herr Pep.

–No se pueden ocultar esas realidades. O la tensión permanente con el médico. Por otro lado, también es verdad lo positivo, empezando por el crecimiento de Lahm a raíz de su cambio de posición de lateral a mediocentro. ¿Y el Bayern cómo sale de todo esto? Si uno se fija solamente en el problema con Mandzukic, el conflicto con el médico y los problemas del presidente [Uli Hoeness] que le hacen acabar en prisión, pensará que la imagen del club ha salido perjudicada. Pero para todo aquel que se lea las 400 páginas del libro, si es ecuánime, la sensación que se debe llevar de la entidad es positiva. Por tanto, ¿el Bayern queda mal o queda bien? Lógicamente, y no por voluntad del autor, en el balance pesa más lo bueno que lo malo. Eso es una cierta lección para comprender que la cerrazón de los clubes –por mucho fundamento que tenga– les acaba perjudicando.

–Los que nos hemos criado con TV3 tenemos muy asimilado el concepto de ‘entorno’ cuando se habla del FC Barcelona. El Bayern también tiene una potente opinión pública alrededor del juego del equipo… producida por los mismos directivos, todos ellos exjugadores. En cambio, en el Barça, las críticas siempre han llegado de forma mucho más sibilina. Sammer, que es quien ficha a Guardiola, critica un sistema de juego ante los medios. Eso sería impensable en Barcelona, donde Rosell, el presidente, se refería a Pep, siempre a sus espaldas, como el «Dalai Lama».

–Aclaremos: creo que el entorno del Barça no existe. Cuando Cruyff se inventa el término lo hace para señalar de forma indirecta a unos periodistas determinados. Eso es lo que quería decir y no lo hizo con nombres y apellidos porque Johann siempre fue un tío muy hábil. Pero no se refería a la peña barcelonista de la Vall d’Aran o a un exdirectivo que anduviera medrando por el club. Los mismos periódicos y periodistas a los que Cruyff señalaba a principios de los años 90 siguen estando ahí, escribiendo la misma bazofia. Esos artículos de los que hablo tienen los mismos objetivos que entonces. Trasladar eso al Bayern es kafkiano. No ha lugar. En Múnich podemos separar a los medios generalistas o corrientes de los sensacionalistas –encabezados por el Bild. Unos enfocan al Bayern de un modo más serio y otros, de un modo más morboso. Pero eso lo sabes: va en la etiqueta.

–Marca o Sport nunca se calificarían a sí mismos como sensacionalistas.

–No. En Alemania, como sí lo hacen, le explican, sin reparos, al lector qué puede esperar de cada cabecera. O un análisis sesudo del partido o saber dónde ha ido a parar el chicle que tiró fulanito en el entrenamiento. Beckenbauer, Ballack, Matthäus, Hamman… Los exjugadores opinan con mayor o menor certeza sobre la actualidad del equipo. Si se gana todo es bueno y si se empata en Donetsk o se pierde en Oporto, todo se ha hecho mal, pero yo no percibo esas opiniones bajo el concepto de ‘entorno’. Desde aquí decimos que es ‘entorno’, desde allí no existe.

–Cuando desarrollaste tu carrera como deportista, entre los 70 y los 80, ¿te sentías bien tratado como atleta por los medios? Tú ya trabajabas en periódicos durante aquella época, estabas en los dos lados.

–Los periódicos de aquella época eran muy críticos con el deportista; pero ojo al matiz: como deportista me he sentido razonablemente criticado. A nadie le gusta que le critiquen cuando lee una noticia poco favorable. Eso me ha pasado, pero sabía que, supiera mucho o supiera poco, al menos el periodista que la firmaba estaba allí, iba a las competiciones y veía con sus propios ojos lo que sucedía. Los periodistas que cubrían información de atletismo estaban en los Juegos Olímpicos de Moscú y en el Campeonato de España, y en el Campeonato provincial de clubes y en algún mitin importante. Tenían base para escribir de forma crítica. Venían a algunos entrenamientos antes de las competiciones y preguntaban cómo estaban las cosas. En aquellos años se le daba más espacio a deportes como el atletismo.

La diferencia con la actualidad es muy notable. ¿Cuántos periodistas se acreditarán para el próximo Campeonato de España de atletismo? ¿Cuánto espacio se le dará al evento? En la mayor parte de los casos, poco; y se juzgará por los resultados de las carreras y concursos que se hayan visto por televisión. Si alguien bate un récord de España se dirá que es un resultado fantástico y si no se bate se dirá que el atletismo español sigue en el pozo. Muy pocos –alguna excepción, afortunadamente, hay– habrán pisado una pista de entrenamiento para saber qué ha pasado en los meses previos.

–¿España perdió la oportunidad de generar cultura deportiva tras los Juegos Olímpicos de Barcelona?

–Sí fue un gran momento para generar esa cultura deportiva y no se hizo lo suficiente. Hasta Barcelona’92 éramos prehistóricos en todos los conceptos deportivos. A partir de ese momento, nos modernizamos tanto en técnica como en estética. Había elementos suficientes –y éxitos– para haber creado una gran cultura deportiva. Lo que había lo hemos destruido. Hoy somos un país inculto deportivamente.

–Tenemos elecciones municipales dentro de un mes. Barcelona en Comú, la candidatura que encabeza Ada Colau al Ayuntamiento de la ciudad, y otras formaciones políticas quieren darle la vuelta al modelo urbanístico, turístico y cultural implantado tras los Juegos. Llevas desde 1992 fuera de Barcelona, ¿te parece tan grave el cambio que denuncian?

–[Suspira] He estado recientemente en Barcelona: sí, es una ciudad de turistas. Esa es la sensación que me llevo. Estoy fuera desde hace 25 años. Me fui la misma noche que apagamos la llama olímpica. No tengo elementos suficientes para saber por qué ha sucedido eso. Ha pasado un mundo desde entonces. Los resultados los veo: hoy vas por determinados lugares de Barcelona y solo ves turistas.

–¿Durante el año en Múnich hablaste de este tema con Guardiola o Estiarte?

–No. ¿Sabes qué pasa? En la vida de un equipo de fútbol, un año pasa volando. No da tiempo para nada. Hay gente que me pregunta si he hablado con Pep de esto o aquello… y no da tiempo. Siempre hay un problema que resolver o un rival que analizar. Eso es muy absorbente. Una de las conclusiones que más me han chocado de este año es ver lo rápido que pasa la vida de un equipo de fútbol. Es difícil crear un poso reflexivo.

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–¿La obsesión con la que vive el fútbol Guardiola es lo que provoca que su ciclo en el Barça haya durado solo cuatro años? ¿Sin Mourinho y con más paz institucional podría haber aguantado más tiempo?

–Sin Mourinho y con otro presidente, no creo que Pep hubiese alargado más su ciclo. El desgaste habría sido muy similar. Pero él no habla de su obsesión por todo lo que rodea al fútbol. Es intrínseca a su carácter. No especula con su energía, Pep no es capaz de ahorrarla. Es de una manera muy unívoca y no tiene posibilidad de frenar o cambiar de forma de ser. Guardiola es entrega y obsesión absolutas. Además, es muy consciente de que si va a menor intensidad, fallará. Eso lo cree firmemente: si no da el máximo, no llegará a donde debe llegar. Por tanto, Pep siempre irá a tope y, lógicamente, se desgastará. Estiarte y él siempre se plantean la misma pregunta: ¿preferimos tiempo o intensidad?

–Para un periodista, el tiempo lo es todo. ¿Este libro lo demuestra?

–¿El tiempo lo es todo? ¿En qué sentido?

–Tener tiempo para elegir un tema, producirlo, desarrollarlo y luego escribirlo es algo que se echa en falta en la prensa actual.

–Pues no he tenido mucho tiempo para escribir Herr Pep. La sensación que me deja el libro es el vértigo que te da el disponer de poco tiempo para reflexionar. Ya terminada la temporada pasada, quedé con Pep para hacer balance. Esa charla me sirvió como cierre para el libro. Él me preguntó cómo llevaba el libro, porque como os he dicho no quiso leer el borrador. Le contesté que, de haber podido, hubiese empezado a escribirlo a partir de aquella conversación. Hasta entonces tuve que redactar todo el contenido casi cronológicamente porque la editorial me exigía entregas cada tres meses. Había poco lugar para la improvisación en ese ejercicio casi kafkiano de escribir cosas que habían sucedido dos meses atrás y que ya no tenían valor ni vigencia. ¡Se ha lesionado fulano y han perdido dos partidos y tú estás escribiendo que, precisamente fulano, está siendo el mejor de un Bayern que no deja de ganar! No podía empezarlo a finales de mayo porque se iba a publicar en agosto. De haber tenido tiempo tras la experiencia, no sé cómo habría empezado Herr Pep.

–Quizás te hubieras cargado la estructura cronológica.

–Es una opción, pero queda en el terreno de la especulación. Nunca lo sabremos. Cuando sale el libro, lo presentó en Girona Josep Maria Fonalleras, que me dio unas visiones de Herr Pep que yo no había advertido: «Visto desde fuera, chico, a mí me ha parecido una novela. Es un héroe que se va al extranjero, tiene aventuras y desventuras y tú las vas narrando». A mí me sorprendió porque no me considero capacitado para escribir una novela. Simplemente, fui a Múnich, vi lo que ocurría y traté de reflejarlo de la manera más fiel posible en este libro.

–Tampoco está tan lejos de las crónicas parisinas que escribía Gaziel en la prensa catalana a principios del siglo XX. ¿Tuviste alguna referencia a la hora de abordar el proyecto?

–Eso es verdad, pero yo encaré este proyecto como un folio en blanco. La necesidad de las entregas te marcaba la rutina de escritura. La conclusión que saco del comentario de Fonalleras es que, si él tuvo la impresión de estar ante una novela de temática deportiva, la apuesta por la escritura cronológica ha sido positiva.

–Para darle más romanticismo al héroe que has retratado: ¿te imaginas a Guardiola entrenando a un equipo como el Brescia en unos años, dando un salto al vacío como cuando se fue del Barça a ese modesto club del Calcio en sus tiempos de jugador?

–No lo descartaría.

–Sus críticos le acusan de ir a caballo ganador.

–Es un entrenador montado en el triunfo del Barça. Sí, le van a buscar siempre los mejores clubes y elegirá destino entre un ramillete selecto. Es lógico. No tengo ni idea de qué va a hacer en el futuro. Diría más, él tampoco.

–Los que le pronostican el futuro le dan una temporada más en Múnich para saltar luego del Bayern a un grande de la Premier, un campeonato que también le atrae bastante.

–Esa es mi sensación, pero solo eso. Nada más. Él es hermético en estos temas. Si la semana que viene voy a Múnich, él me dirá: «Nen, el viernes jugamos contra el Colonia». ¡Y no le sacas de ahí! No porque quiera guardarse su secreto. Ya tengo suficiente confianza con él como para saber ciertas cosas, pero él no quiere ver más allá del partido que se juega en tres días. No sé si por higiene mental suya o por manera de ser. Cuando termina la temporada es cuando decide si continúa o no, si renueva o se marcha. Mi sensación es que en España ya cumplió ciclo en el Barça; que en el Bayern puede renovar y estar cuatro o cinco años, pero no 40; que en función de cómo termine con el Bayern decidiría si se toma un año sabático o no… Después, ¿qué le queda? No le veo en la liga bielorrusa. Le veo en Inglaterra, por conocer otra cultura y darle a sus hijos otra pincelada diferente en su educación. Ahora, ¿le veo en un club pequeño al final de su carrera intentando estar a mitad de la tabla en vez de disputando la final de la Copa de Europa? No sería descabellado. Luego veremos si lo hace.

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–A veces da la sensación de que su carrera como entrenador no se alargará más allá de los 50. Ahora tiene 44 y su desgaste físico es evidente por culpa de esa pasión con la que narras que vive el fútbol. ¿Podría trabajar a partir de esa edad en algún asunto alejado de este deporte?

–Me cuesta mucho ver a Pep fuera del fútbol.

–Es una persona con muchas inquietudes.

–Pep es un misterio en su futuro profesional. Cuando digo esto me refiero a que una cosa es tener inquietudes y otra muy distinta, dedicarse a ellas. Me cuesta mucho verle fuera de su hábitat natural, el que forman el chandal, las botas, el césped y el banquillo. Esa es su máxima expresión: gestionando un equipo menos armónico e histórico que el Barça, donde todos hablaban el mismo lenguaje al ser hijos de la Masia, el mismo sitio donde tú creciste como futbolista. Ahora tiene que entrenar en seis idiomas diferentes y transmitir el concepto que quiere aplicar a personas que no se han criado en el mismo ecosistema que él. Ahora es cuando es más maestro de sí mismo. ¿Director deportivo? Me cuesta mucho verle sentado en un despacho. ¿Presidente del Barça? Con americana y corbata, vale; pero sin celebrar los goles… ¡Pero si en el banquillo hace ‘barbaridades’! No se puede contener: ha abrazado hasta a un linier. Luego se da cuenta de que no puede hacer eso y se contiene. Eso sí: que me cueste verlo en esos puestos no quiere decir que no vaya a estar más adelante.

–Hay dos momentos en tu libro que demuestran que el fútbol aún le puede ganar la partida al negocio. Uno es cuando Guardiola se alegra de que la pretemporada del Bayern se haga en el Trentino y no en Asia o América. Otro, cuando explica que él disfruta mucho más entrenando a chavales del filial o del juvenil que a jugadores curtidos en la élite.

–Es así: Guardiola sube constantemente a juveniles a los entrenamientos del primer equipo y disfruta con ellos. Ahora es el turno de Gaudino, por ejemplo. La palabra disfrutar hay que cogerla con pinzas. Se disfruta moldeando a Gaudino mientras se pone en forma a un equipo que tiene que ganar títulos. Eso es lo gordo del asunto, aunque es evidente que la formación le encanta. Pep se ha enamorado del Bayern, de Múnich y del fútbol alemán por ese tipo de detalles: desde la formación que asumen los clubes como trabajo importante a la pasión que vuelcan los aficionados para animar al equipo. La sensación es que la Bundesliga no puede competir en glamour con España o Inglaterra, pero gana en esas pequeñas cosas que le dan mucha autenticidad al fútbol que se juega en Alemania.

–Los políticos más neoliberales de España llevan años proclamando que debemos copiar el sistema económico de los alemanes. Nadie en cambio se ha planteado sanear el fútbol español a imagen del alemán. Aquí todo va al revés: desde el reparto de los derechos televisivos hasta la paciencia que se tiene con los entrenadores. Klopp va a acabar la temporada en el Borussia Dortmund después de tenerlo colista durante varias jornadas.

–La organización de la Bundesliga está pensada claramente para el aficionado, empezando por el precio de las entradas y los horarios. La gran bronca de los aficionados con la competición es el horario del partido de Segunda que se juega los lunes a las 20 horas porque la hinchada visitante no puede desplazarse. El resto es perfecto. Los horarios de Primera están establecidos de tal forma que los hinchas visitantes –para los que se les guarda un 10 por ciento de las entradas– puedan ir y volver en el mismo día. Un aficionado del Borussia Dortmund puede ir a Múnich y entrar en el Allianz por 25 euros. Por contra, los derechos de televisión son más reducidos porque los horarios se solapan, no como aquí que cada dos horas hay un partido diferente. Ojo: la batalla ha comenzado porque la Bundesliga quiere incrementar ingresos y para ello debe alterar esta armonía. Ya se han visto pancartas en las gradas rechazando «el modelo de la Premier League». Los ingresos alemanes por los derechos televisivos son ridículos comparados con los españoles. El campeón gana 30 millones al año cuando el perdedor de la Premier se embolsa el doble. No querría alargarme, pero invita a la reflexión pensar cómo los equipos alemanes son capaces de llegar a finales de Champions con ingresos mucho más bajos que clubes ingleses que ganando 70 millones por temporada acaban descendiendo.

–Eso daría para otro libro. Para acabar, queremos darte una lista de nombres para que los definas brevemente. Aunque con el primero, quizás necesites explayarte un poco: Manel Estiarte.

–Manel Estiarte… Creo que Manel es un tipo singular y único. No conozco a nadie como él. Ha sido el más grande: le llamaban el Maradona del agua. Sin embargo, ha sabido reconvertirse. Ya lo hizo como jugador cuando pasó a ser un hombre de equipo, como explica en su libro. Dejó de ser pichichi y empezó a ganar títulos. Luego ha sabido convertirse en la sombra de otro grande como es Pep, sin importarle no tener protagonismo.

–Aunque hablemos de dos deportes distintos, como deportista, Estiarte fue mucho más grande que Guardiola.

–Sin duda. Ahí están los seis Juegos Olímpicos en los que participó, para empezar. Es uno de los grandes deportistas de la Historia. En una lista de cien leyendas del deporte mundial, él estaría ahí. Sus dos grandes procesos de perder brillo individual en favor del bien colectivo son sus dos mayores éxitos.

–Vamos al salto de altura: Javier Sotomayor.

–Un saltador poco repetible. [Silencio] Pero no diré mucho más.

–Phillip Lahm.

–Un jugador inteligentísimo. Una bellísima persona. Y un capitán como debe ser un capitán: es decir, un tío sensible, pero duro. Me parece un jugador completísimo, de los más completos dentro y fuera del campo que he conocido nunca.

–Joan Manel Serrat.

–Es la banda sonora de tu juventud. Cuando escuchas Mediterráneo todavía te sientes un poquitín joven. Cuando escuchas Paraules d’Amor piensas en tus primeros besos.

–Jordi Pujol.

–Una decepción profunda.

–¿Tuviste mucha relación con él mientras organizabais los Juegos?

–No. Con quien trabajaba activamente era con [Pasqual] Maragall, un tipo al que quiero mucho. Con Pujol solo hablé una vez. Mis pensamientos políticos estaban muy lejos de los suyos, pero me parecía un político muy importante y que aportaba cosas muy buenas. De ahí la gran decepción.

–Ramon Besa.

–Al igual que me pasa con Manel, Ramon es un gran amigo y a los amigos cuesta valorarlos. Para mí, Ramon sigue siendo el becario del Avui que subía a la redacción de El Correo Catalán a buscar los resultados de Segunda División todos los domingos por la noche. Ramon es muy buena persona y ha sabido explicar el fútbol probablemente como nadie. No encontraría una crónica mejor que la suya. Quizás alguien las escriba mejor, no digo que no, pero a mí nadie me explica mejor un partido de fútbol que Ramon Besa.

–Paco González y Pepe Domingo Castaño.

–A Pepe no le conozco. A Paco me lo he encontrado varias veces en El partido de las 12 y siempre ha sido muy cariñoso conmigo. Le conozco desde hace muy poco, solo dos años.

–Fue sustanciosa la entrevista que junto a Jordi Basté le hiciste a Paco González en el programa de El Món de Rac 1 que se grabó en Madrid.

–Bueno, la entrevista se la hizo Basté realmente.

–Pero hubo preguntas muy interesantes que lanzasteis los catalanes que vivís en Madrid. Traer un programa líder como el suyo a Madrid en pleno proceso independentista parece una forma muy buena de ampliar el campo de visión.

–Fue muy interesante hacer ese programa aquí. Desde Barcelona es inevitable que se tenga esa concepción etérea de Madrid, con sus ministerios y políticos, como ese epicentro del poder, que no tiene nada que ver con la personalidad real de la ciudadanía madrileña. Son dos cosas totalmente diferentes.

–¿Qué piensas del RCD Espanyol?

–[Piensa varios segundos antes de contestar]. Alfons Soteras, uno de mis maestros, había sido jugador del Espanyol. Yo no le tengo una gran simpatía al club, pero sí a muchas personas que han formado parte del Espanyol. He tenido y tengo buenos amigos dentro, hay muy buena gente en la entidad. Por el club, debo reconocerlo, no tengo una gran simpatía; aunque tampoco me cae antipático.

–Madrid. La ciudad.

–Un gran lugar que hizo bueno el tópico de la ciudad que te acoge muy bien. Iba a decir «he vivido», como le pasó a Pep en Múnich recientemente: se montó un Cristo de la hostia porque conjugó en pasado el verbo por error. Madrid tiene un punto agresivo y duro por el tráfico, el ruido y su vorágine; pero, por otro lado, es una ciudad abierta, de habitantes muy afables. Llevo muchos años empadronado aquí, es la ciudad donde han crecido mis hijos.

–Panenka, Líbero, Perarnau Magazine –tu vuelta al periodismo, aunque sea simbólicamente–…

–Revistas que dan luz a proyectos donde se intenta hacer un periodismo diferente. Es gente que se revela ante la situación que vive el periodismo deportivo en este país. Son revistas marginales porque la batalla está perdida. Seamos honestos: han ganado ellos. Una vez reconocida la victoria de su estilo, sus barras de medir cuantitativas, su griterío, sus morbos y sus porquerías, tú sigues siendo una aldea pequeña que resiste, haciendo lo que debes hacer.

–¿Te peleas mucho por este asunto cuando vas a la COPE?

–No. Para mí el periodismo se ha acabado. En la COPE me lo paso muy bien hablando de historias lejanas en el tiempo y fábulas del deporte. No piso las tertulias de actualidad. No quiero tener recorrido en este periodismo. La profesión que me queda por desarrollar es la de escritor, que es hacer de periodista de otra manera. Me apetece mucho más ese espacio porque allí no sientes los males que aquejan al periodismo.

Fotografías: Javier Copado

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