Paseando por el Facebook descubrí un evento convocado con meses de antelación que ya tenía decenas de miles de asistentes confirmados. Los freaks de Regreso al futuro (Back to the Future) se citaban en Hill Valley (ciudad ficticia, pero situada en California, USA) el 21 de octubre de 2015 para contemplar la llegada al futuro de Marty McFly a los mandos del DeLorean. El futuro ya está aquí y la nostalgia ochentera se dispara sin remedio.

Los cachorros criados en el siglo XXI deben preguntarse hoy por qué nos flipa tanto Regreso al futuro. Si, total, es una peli cutre al lado de Iron Man o Transformers.

No es solo la añoranza ochentera lo que nos hace rememorar las andanzas de McFly como si fueran propias. Se trata de la morriña de un tiempo que se ha esfumado para no volver. Regreso al futuro se estrenó en el ecuador de los felices 80. Homer Simpson exclama en el capítulo de los Solfamidas: «Era 1985 y había que hacer una canción muy de mediadios de los 80». Eso consiguió en versión fílmica Robert Zemeckis, director y coguionista de la trilogía. La obra que destapó al cineasta que luego se pasearía por la alfombra roja con Forrest Gump o Náufrago bajo el brazo es la quintaesencia de los taquillazos ochenteros. Vibrante, por momentos, como Indiana Jones, con escenas de acción donde no hay muertos ni sangre ni rasguños. Como mucho, la cara manchada de McFly tras estampar el DeLorean en un cobertizo. Tiene una banda sonora fantástica, mezcla de épica y Chuck Berry. Cuenta con un generoso pellizco de ciencia-ficción (se estrenó un año después de El retorno del jedi). Nos hace reír con su humor blanco, imprescindible para que la programen un domingo a las cuatro de la tarde y encandile a abuelos, padres y críos. En Regreso al futuro se podía juguetear con la posibilidad de que un chaval viajara al pasado y enamorara a su propia madre sin escandalizar mentalidades mormonas: no había ni un pedo ni un chiste guarro en todo el metraje.

Quizás, si decimos que tuvo el santo paraguas de Steven Spielberg en la producción, todo lo apuntado se explica por sí solo.

Regreso al futuro huele a showtime californiano. Calza deportivas Nike blancas y luce chaleco de quaterback. Sabe a hamburguesa con queso. Suena a riff salvaje de guitarra eléctrica. Y nos anuncia que en el futuro (ahora presente) los coches y los skates pueden volar. Y ya hay Skype y Facetime y conexión a internet en la nevera y pizzas que se agigantan en el microondas en apenas dos segundos; pero ni el fax ni los colores chillones han pasado de moda. Todo son ventajas.

1985 fue el momento de gloria del American way of life. 1955 –la fecha del primer viaje de McFly y Doc Brown (Christopher Lloyd)–, la génesis de la supremacía cultural de los yanquis. 2015, el 21 de octubre concretamente, debía ser la confirmación de ese sueño. Ayer, hoy y siempre. Sin embargo, a este lado del charco, la imagen donde queríamos reflejarnos se desfigura a marchas forzadas. Muchos de los que en 1985 soñaban con ser McFly con cinco, diez o quince años, hoy hacen malabarismos para pagar la hipoteca con 35, 40 ó 45. Cuando se dieron cuenta del engaño, acudieron a su concesionario más cercano en busca de un DeLorean, pero las unidades se habían agotado: salía más barato fabricar utilitarios asiáticos.

Los que descubrimos al personaje de Michael J. Fox en los 90, cuando ya empezaba la tortura del parkinson para el actor canadiense, hicimos su mundo nuestro a posteriori pensando, tal vez, que la felicidad dura para siempre. Esa burbuja nos estalló en plena universidad, sin tiempo para saltar en el tiempo hacia el sol de Hill Valley. Que nuestro jardín de las delicias sea de cartón piedra es un dato que obviaremos hasta la eternidad.

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