Ante el ejercicio de la mirada surgen cuestiones inevitables. ¿Desde dónde se mira? ¿Quién mira? ¿De qué manera nuestros sentidos perciben la realidad? En nuestro período histórico estamos expuestos a un flujo incesante de reproducción de imágenes, lo que nos exige una mirada crítica, interpretaciones que nos posibiliten ir más allá de la mera apariencia. Sea la era de la Pantalla Global, o la Sociedad del Espectáculo, como han tildado Lipovetsky y Debord, es cierto que estamos inmersos en la época de la cultura mediática. Nuestras perspectivas y acciones corresponden con lo que vemos y como vemos, nuestras relaciones con la realidad coinciden con nuestros puntos de vista. Si aceptamos que nuestras percepciones actúan de acuerdo con aspectos intencionales, comprendiendo que la naturaleza perceptiva contiene en sí misma una indisociable carga cultural, se hace imposible aislar la mirada. De este modo, una supuesta visión objetiva se muestra inverosímil. Aquí es importante recordar el papel selectivo de nuestra atención: ¿por qué vemos lo que vemos? y ¿qué estaría fuera de nuestro campo de visión? Cuestiones que interpelan el alcance de nuestras perspectivas.
En nuestra reflexión usaremos como instrumento la fotografía hecha por el activista José Palazón en octubre del 2014 en Melilla, frontera de España con Marruecos (reinterpretada en la ilustración que acompaña al artículo, obra de Carlos Santiago). Publicada inicialmente en el eldiario.es el 22 de octubre del 2014, la foto se ha tornado viral, circulando intensamente en las redes sociales y en diversos medios de comunicación. La fotografía nos muestra un campo de golf verde con gigantes palmeras, una pareja de jugadores blancos vestidos con ropas deportivas practicando este deporte, mientras al fondo se ve una enorme valla de protección con una docena de hombres negros colgados en lo alto. Más allá del cercado, el paisaje se difumina y, en contraste con el verdor del campo, se nota el horizonte gris. La foto fue tomada desde el campo de golf que se encuentra junto a la barrera que limita el final de Melilla y de España, donde del otro lado está el Centro de Internamiento de Inmigrantes. La instantánea captura una situación recurrente en los días actuales: el intento de emigración de hombres y mujeres africanos en dirección a Europa.
Si la sociedad de consumo ha transformado los hechos históricos en mera mercancía espectacular, distanciándonos de la realidad y usurpando nuestra capacidad de reacción, como afirma Debord, ¿por qué esta imagen nos llama la atención? Es posible que esta fotografía nos revele algo que ya intuíamos pero que aún no se había hecho evidente. Es posible que esta fotografía nos mire, interpelando nuestra noción de Sujeto, como sugiere Didi-Huberman: lo que vemos se mueve entre la imagen y nuestros ojos, instalando un ir y venir incesante, una apertura en el espacio de nuestra certidumbre visible.
Es necesario tener en cuenta que la foto presenta el punto de vista de Europa, la cámara mira la situación desde el continente europeo. Así, la perspectiva del espectador asume el enfoque del Sujeto oficializado que observa el Otro ajeno. Una posición privilegiada del Sujeto en cuanto testigo universal que contempla el diferente. Como recuerda Spivak, históricamente la constitución del Otro de Europa asumió la “violencia epistémica” que consiste en la anulación de ese Otro en su más precaria Subjetividad. Según la autora india, en el proyecto colonial europeo el Otro no tiene derecho al habla (en nuestro caso, punto de vista), sólo le queda la posición subalterna de sombra silenciosa. De ese modo, encontramos en la foto de Palazón, un encuadre históricamente asociado al modelo universal de razón, progreso y civilización, ideales que todavía sirven como justificación al imperialismo europeo. Aquí el punto de vista que se impone es el de la dominación colonialista, actuando epistémicamente a través de técnicas análogas a las prácticas coercitivas a que están sometidos los inmigrantes ilegales, iniciando por la mencionada sustracción de la subjetividad diferente. Según el antropólogo brasileño Viveiros de Castro, el punto de vista no crea el objeto, sino el propio Sujeto. Ésta observación nos conduce a la necesidad de un desplazamiento perspectivista: hay que buscar líneas de fuga al pensamiento hegemónico. Para eso, mirar hacia la Historia quizás nos ayude.
Es sabido que el ser humano siempre se ha desplazado geográficamente a lo largo del tiempo, las motivaciones siempre han sido tan diversas cuanto los inmigrantes mismos. La búsqueda de alimento, el deseo de mejores condiciones y oportunidades de vida, la fuga de persecuciones religiosas o militares, y la expansión de mercado, son algunas causas frecuentes. En el caso particular de las migraciones desde África hacía Europa encontramos la lucha por supervivencia como su principal motor. Pero ¿por qué necesitan migrar desesperadamente tantos africanos en dirección a Europa?, ¿qué ha pasado para que la enorme mayoría de hombres y mujeres de todo un continente viva en el estado de profunda miseria? Trataremos de buscar algunas respuestas generales en la Historia.
El siglo XV corresponde a un período de grande expansión colonialista europea, impulsada principalmente por España y Portugal en busca de materias primas y de nuevas rutas de navegación que potenciaran sus economías. Contando con poderosas fuerzas militares, los países ibéricos conquistaron el territorio de América Latina y algunas regiones de África y Asia. Estas ocupaciones pronto implicaron la necesidad de una gran cantidad de mano de obra para ejercer los trabajos en la agricultura y en la extracción de recursos naturales. Para tales funciones, nada más adecuado a los ojos del colonizador europeo que emplear el trabajo esclavo. La esclavitud, en su mayoría de cautivos subsaharianos, tuvo un efecto devastador sobre el posterior desarrollo de las colonias africanas.
Ya en las primeras décadas del siglo XIX, la mayor parte de colonias americanas habían declarado independencia. Eso significó una nueva etapa histórica, con el desplazamiento de la colonización europea hacia Asia y África. Este nuevo período de colonización corresponde a diferentes factores, principalmente al impulso industrializador que en ésta época se encontraba en pleno vigor. Como afirman Villares y Bahamonde, el imperialismo surge como consecuencia del desarrollo del capitalismo y de su necesidad intrínseca de buscar nuevos mercados a los que exportar sus mercancías y en los que colocar sus excedentes de capital. A través del intenso proceso de intercambio de mercancías entre países y de las inversiones exteriores, surge la integración de la economía global, que también resultará en el establecimiento de relaciones de dependencia de unos países a otros.
La rivalidad entre las principales potencias europeas impulsó el apetito por la conquista de nuevos territorios, de modo que la política imperialista también se manifestó como un importante instrumento de demostración de poder. A consecuencia de la disputa por los territorios africanos, surge la necesidad de la división del continente entre los países europeos, finalmente decretada en la Conferencia de Berlín de 1884. La repartición oficializó la instalación de militares y gobiernos favorables a los intereses de las metrópolis, así como el enorme “saqueo” de materias prima en las colonias. Además de motivaciones políticas y económicas, este proceso imperialista también reflejaba la convicción de que el mundo se dividía entre razas superiores e inferiores, creencia derivada del darwinismo social. Frente a esta “jerarquía de razas”, los colonizadores se veían en una misión civilizadora, justificación y estímulo importante para la dominación.
Según Villares y Bahamonde, la situación de África precolonial no correspondía a la imagen de junglas habitadas por tribus salvajes sin organización política, por el contrario, antes de la llegada europea había verdaderos estados en actividad. Años más tarde, ya en el siglo XX, los africanos se rebelaron y, después de luchas sangrientas, conquistaron la independencia política. Pero esto no significó una soberanía al nivel económico, ya que el período colonial dejó una enorme deuda que imposibilitó la creación de un mercado interno africano. Además, el capitalismo globalizado sigue explotando la posición desigual de los países africanos a través de la presencia de multinacionales que operan con exenciones fiscales, el soborno a los gobiernos y la acción truculenta de las mafias, entre otros factores.
Los registros de inmigración en España son preocupantes: según el Instituto Nacional de Estadística, el número de inmigrantes con entrada irregular en el primer trimestre de 2014 en la Unión Europea fue de 22.498, destacando la frontera de Ceuta y Melilla y el aeropuerto de Madrid como lugares de alto volumen de entrada. De acuerdo con Europa Press, la inmigración irregular en España subió un 130 por ciento en el primer trimestre del 2014, situando a España como el segundo país de la Unión Europea donde se registró mayor incremento. Entre enero de 2010 y octubre de 2014, el Ministerio de Exteriores ejecutó la expulsión de un total de 9.410 inmigrantes en 257 vuelos internacionales de deportación. Los vuelos a Ceuta y Melilla para expulsar por tierra al Norte de África no están incluidos en esta estadística. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), cifra en 3.419 el número de inmigrantes muertos en el Mediterráneo en 2014. Durante el año pasado, fueron 207.000 las personas que intentaron atravesar el mar que separa África de Europa, triplicando la cifra de 2011.
La fotografía de Palazón nos revela una frontera, su mirada hacía los hombres colgados entre un mundo y otro evidencia la crueldad de las políticas europeas de gestión de la alteridad. Esta imagen se presenta como un icono de la política dominante actual. Aquí, el Otro aparece como una masa indefinida, son mensajeros de un mundo ajeno al que no queremos recordar, su presencia es una amenaza, traen malas noticias y malos recuerdos, mejor aislarlos en un cordón sanitario. La memoria histórica nos enseña que hay diferentes lados del mundo, pero en una época globalizada, pese a las diferencias del color de la vegetación y la altura de la valla, solo hay una tierra. Los problemas globales conciernen a quien habita el planeta: es imposible escapar de la historia.
Urge que nos enfrentemos con una verdad desagradable: el confort de las naciones europeas está construido sobre la sangre derramada en el pasado y presente de los países colonizados. Que los movimientos migratorios nos ayuden a desplazar nuestras miradas y modos de hacer, de pensar, de resolver los problemas del mundo.