Podemosilustracion

Ilustración: Untaltoni

Cuando ciertos autores hablaban del “desierto institucional” para señalar la distancia entre la sociedad y la clase política, lo hacían escudando sus nombres en el anonimato para no ser tachados de locos o insensatos. Era esta una crítica que venía de la oposición al franquismo, un sistema en el cual la sociedad no disponía de herramientas de expresión institucional y se encontraba por tanto subordinada a las decisiones de un ente externo que trabajaba por el bien común.

Durante la Transición, estos problemas continuaron en la primera línea de la ciencia política y actualmente continúa siendo otro de los vértices de la crítica a nuestro sistema democrático. Sin embargo, todo parecía que iba a cambiar después del auge de Podemos, una historia que todos conocemos a la perfección porque el catalizador simbólico del asalto al poder de Pablo Iglesias y compañía lo llevamos teniendo en la televisión de manera masiva desde los tiempos de El gato al agua.

Desertificando el 15-M

Pero también es necesario saber que, cuando Iglesias hablaba de “tomar las instituciones para ponerlas al servicio de la ciudadanía”, al mismo tiempo barría retaguardia para cerrar las filas de su partido y defenestrar de la cúpula a los que opinaban que era la sociedad, y no ellos, la que debía decidir el futuro del proyecto político de Podemos.

A pocas horas de las Elecciones Generales, tenemos un partido hecho y derecho que ha sabido ampliar y desertificar la distancia adecuadamente entre la burbuja política y su electorado. Pablejón, simbiosis resultante entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, ha sabido capitalizar el descontento y sacar provecho político de todos aquellos que abarrotaron Sol el 15 de mayo de hace cuatro años.

La rabia se termina al morir el perro.

La política se hace en los laboratorios

La política se hace en los laboratorios. Se hace cotejando, experimentando, midiendo. Se elabora debatiendo, escribiendo, observando. Se asienta en la televisión, en los blogs, en los tabloides. Y se impulsa defenestrando, mintiendo, manipulando. Todo, evidentemente, en base a análisis cuantitativos y cualitativos destinados, exclusivamente, a capitalizar descontentos y canalizar situaciones de protesta.

Los mismos que hace dos años observaban con fascinación a Pablo Iglesias dejar K.O. a Federico Jiménez Losantos, aquellos que un poco después vislumbraron un haz de luz democrática por el auge de Podemos, hoy se encuentran preguntándose por qué su cúpula desayuna en el Palace, por qué se reúne con altos cargos de medios de comunicación, por qué su lenguaje se ha suavizado hasta lidiar con la fragilidad del culo de un bebé y porque, en definitiva, aquello por lo que votaron en las Europeas ha sufrido una erosión que ni la nariz de la Esteban.

El cielo no se toma ya por asalto, si no llamando a la puerta y con educación y por eso Iglesias fue al debate a cuatro (¿o fue por parejas?) con la seguridad y la calma de aquel que guarda en la manga la certeza de que tiene razón, sabiéndose con un pie en el congreso –donde tiene un asiento con coletero reservado— y buscando echarse al bolsillo, a ver si caía, a un porcentaje de share bajo su relajada careta de gestor supremo del Estado del Bienestar.

¿Augurar una metamorfosis futura de Pablejón en Pedro Sánchez sigue siendo cosa de estilita lanzaheces? No encuentro otra forma de comprobarlo que comprobándolo. ¡Voten a Podemos!

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