Stephen Frears, cineasta británico, dijo una vez que el periodismo se ocupa de los hombres en un instante muy corto de sus vidas. Sobre pilares retóricos así se sustenta la creencia en que los hechos, y nada más que los hechos, constituyen la preocupación de los periodistas; o deberían constituirla. El periodismo no ha de interpretar, no ha de responder al porqué, sino remitirse al qué: cómo, dónde, quién. A lo largo de esta semana he discurrido mucho acerca de ésta y otras cuestiones, como me ocurre a menudo desde que terminé la carrera de Periodismo y salí de la facultad con unas alforjas que, luego lo supe bien, eran eximias. ABC, el decano de los grandes periódicos españoles, tituló así su portada del pasado sábado: “ASÍ VIVE EL POPULISMO”. Debajo, una foto de Yanis Varoufakis, ministro de finanzas de Grecia, junto a su mujer, Dana Stratou, en lo que parece ser la terraza de su domicilio frente a la Acrópolis de Atenas. El antetítulo rezaba así: “El reportaje de la polémica”, completado por un subtítulo interesante: “El ministro griego reside en un piso burgués al pie de la Acrópolis y disfruta de otra vivienda en una isla”.

No sé ni por dónde empezar. Bien es cierto que, últimamente, ABC parece abonado a portadas llenas de luz y color; portadas que algún malpensado, y seguro que entre ustedes hay alguno, confiésenlo, bribonzuelos, -no se lo diré a Torcuato Luca de Tena, lo prometo- pudiera confundir con las de La Razón, pongamos por caso. Portadas esotéricas, por utilizar algún adjetivo comodín. La portada del sábado, en particular, ha puesto goteando mis colmillos. Para empezar, la imagen capital que llena todo el espacio no es de ABC, sino de Paris Match, revista francesa que podríamos comparar con la española Interviú trazando algún osado paralelismo. En la portada de ABC no hay pie de foto o etiqueta que especifique de dónde sale “el reportaje de la polémica”; pero no quedan ahí los latrocinios deontológicos. La sinécdoque brutal, bárbara, soez casi, del titular de apertura de un sábado, nada menos, es para cincelarla en mármol y colgarla del mismo Partenón que se ve al fondo en la fotografía: «Así vive el populismo». Impasible el ademán.

Seguro que el que tuvo la idea estaría hasta orgulloso: «Menudo lince estoy hecho», se sonreiría, aguardando las palmadas reconfortantes de sus compañeros en la redacción. Y la foto, claro. Varoufakis y su esposa, abrazándose todo risueños, restregando en sucio amor capitalista esas camisas y vestidos comprados seguramente en la Rue Saint-Honoré de París con el dinero de los griegos, esos pobres infelices. ¡Y qué me dicen de ese “burgués”! El adjetivo es maravilloso, no me lo negarán. Uno espera encontrárselo en algún panfletillo sindicalista, en uno de esos folios grapados a mano que repartían en la universidad con nombres tan rimbombantes como El Militante y que tan bien me venían a veces para limpiar las litronas que venían algo sucias del kiosco; pero, ¡en ABC! Que la resurrección retórica y discursiva de la palabra-símbolo más importante de todos esos movimientos empeñados en dividir a los hombres y las mujeres según el dinero que tengan, venga, precisamente, del periódico de los monárquicos españoles, no deja de volverse paradójico objeto de estudio al pormenor.

ABC ofrece un muestrario extraordinario de lo que no debe hacer el periodismo con tan sólo una fotografía y un titular. Es potente el artefacto falaz construido por esa portada: la sinécdoque es casi lo de menos. ABC no dice así vive un populista, reflejando, como decía Frears, la circunstancia coyuntural de un hombre. Ni tan siquiera infringe un poquito ese aserto, diciendo así viven unos cuantos populistas en Grecia, lo cual ya sería grave, pero menos que ese ostentoso y ridículo así vive el populismo: construcción gramatical que, encima (por si le faltara algo) otorga cualidades antropomórficas a un concepto abstracto. Lo peor de esta portada no es, en suma, todo esto, sino lo que sugiere. Detrás de la foto, y detrás del así vive el populismo, y detrás del Partenón soleado y la sonrisa profident de Varoufakis y lo rubio que tiene el pelo su mujer, palpita la cuestión ideológica: ¡Mirad, unos comunistas que viven como reyes!

Esa es la infracción más terrible de ABC, quienes se arrogan el rol de jueces en un debate que al periodismo, sencillamente, ni le va ni le viene. El periodismo no debe discernir entre lo bueno y lo malo de lo que ocurre en el mundo; el periodismo no es Dios, no es trascedente, ni etéreo. El periodismo transcribe: expone lo que ha pasado. No lo que va a pasar. Ni si lo que ha pasado es bueno o no. Ni si ser comunista es hacer voto de pobreza, o no. ABC no ha de determinar hasta dónde puede llegar el bienestar material de un prócer comunista: esa es una cuestión ideológica, política si se quiere. Yo no voy a entrar, puesto que me importa bien poco cómo viva Varoufakis ni tengo por costumbre interesarme en la propiedad ajena, y esa discusión no es el objeto de esta pieza.

El periodismo, sin más, queda muerto y crucificado con esta portada patética que contribuye a distorsionar el debate libre sin aludir siquiera a facto alguno: no sabemos si la casa de Varoufakis está comprada con dinero A o B; si es el fruto de algún cohecho; si está levantada sobre las ruinas del templo de Atenea Niké, o si, en fin, su propia existencia supone la alteración de las leyes o determina alguna situación anómala que justifique su relevancia pública. El what para ABC aquí es, simplemente, indigno de la profesión periodística.

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