Fotografías: Fabricio Triviño

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Sofía Ellar es una cantautora que está saliendo del cascarón, poco a poco pero sin pausa. Su ritmo está marcado por canciones propias, llenas de sentimiento y elegancia. Su agenda comienza a estar plagada de citas ineludibles, conciertos y festivales por toda España. Ella sonríe con ganas y transmite esa sensación positiva a sus casi 66.000 seguidores de Instagram, la plataforma que le ha dado a conocer al mundo.

Hispano-británica, esta joven de 22 años decidió cambiar los números y los asientos contables de la carrera de ADE por un papel y una guitarra. La apuesta no le está saliendo nada mal. Su futuro está lleno de objetivos; para empezar, sacar su primer disco por medio del crowdfunding. Hace tiempo que la conocen más como Sofía Ellar que por su nombre real. Sin embargo, ella nunca pierde esa proximidad. Es cercana en las distancias cortas y tiene una fuerte inclinación por la estética hippie, como atestiguan las dos plumas que cuelgan de su despeinado cabello.

–¿Quién es Sofía Ellar y cuál es su historia?

–Empezamos por ahí [se queda unos minutos reflexionando con una sonrisa]. El nombre artístico nace hace un poquito más de un año cuando me gradúo después de cuatro años de estudiar Administración de Empresas. Tenía que hacer una tesis de fin de carrera y pensé: ¿Por qué no lo hago de mi proyecto musical que es lo que toda la vida he querido hacer? Después de cuatro años muy duros de empresariales, pasándolo fatal en las matemáticas y con los números, que nunca han sido mi cosa, haciendo trabajos que no me gustaban, decidí hacer una tesis sobre mi proyecto musical. Pero, claro, tenía que buscar un nombre.  Al final, pensando y repensando salió Ellar. Suena glamuroso. Ya me imagino en sueños “next Grammy goes for Sofia Ellar” [Ríe con ganas y sus ojos brillan de emoción]. Tuve que moverme para registrar el nombre, hacer un análisis de la industria musical, de los competidores, cómo son las tendencias de hoy en día, cómo se está modernizando y digitalizando todo el sector.

Al final, te das cuenta de que te lo puedes montar por tu cuenta si quieres dedicarte a la música. Es difícil porque las discográficas tienen a sus grandes artistas y ese modelo sigue funcionando. Si entras en ese círculo te puede ir muy bien porque esos sellos te dan mucha exposición, tienen un equipo y una organización que es bestial pero, por otra parte, te das cuenta de que los contratos que hoy en día están planteando son completamente leoninos y el artista gana poco. Sofía Ellar es una tesis que se edita en papel y, al final, la teoría es una cosa y la práctica otra. Yo redacté un modelo de negocio, pero ese camino, poniéndolo en práctica, no ha funcionado. He dejado que vaya surgiendo todo de manera orgánica. Yo estaba empeñada con escribir y cantar sólo en inglés. Luego resulta que haciendo ensayo y error te das cuenta de que tengo un público totalmente español. Al final la tesis se ha quedado en papel y el proyecto ha sido casi lo opuesto.

–¿Cómo ha sido el viaje desde que comenzaste a publicar pedacitos de tus composiciones en Instagram a llenar terrazas y tocar en festivales y salas por toda España?

–La verdad es que a veces es frustrante porque hay épocas donde tienes un subidón de la pera, donde no paras, no das abasto y necesitas ayuda. Soy la empresaria de mi propio proyecto.

–Haces de todo.

–A veces me entran ataques. Hay ocasiones en las que tienes una barbaridad de llamadas. Llega el verano y todo el mundo quiere montar conciertos y llenar terrazas, te llaman para actuar en la Fashion Week, etc. Pero luego tienes un par de meses flojos y te preguntas qué ha pasado. Mientras tanto, yo lo que intento hacer es ser constante con las redes sociales, publicar todos los días, siempre mostrando mi lado más genuino. No me gusta disfrazarme de nada o dar una imagen impostada. Yo soy muy sencilla y eso es lo que intento trasmitir. Es verdad que te vas profesionalizando poco a poco. Además, hay una productora audiovisual que está creyendo en mí y no está pidiendo nada a cambio. Somos un grupo de jóvenes que se han juntado: ellos por un lado me graban y montan vídeos yo les doy la exposición mediática.

–Waves On, ¿no?

–Sí. Al final es como si los chicos de Waves On fueran mis músicos, están muy involucrados en el proyecto. Me producen, me graban, me hacen los montajes de los vídeos, etc. Carlos González, el ingeniero de sonido de Waves On, es mi salvavidas porque es músico, me graba, me produce… Carlos es para todo. Formamos un equipo donde todos estamos poniendo nuestro granito de arena, nuestra buena fe, empeño, ganas, esfuerzo, trabajo y paciencia.

–Hay una cosa que me sorprende: ¿por qué Instagram para lanzar tu carrera? Una puede llegar a pensar que Instagram es más para fotógrafos, artistas o modelos y no tanto para la música, que podría tener un nicho más grande en otras plataformas como Youtube o SoundCloud.

–Empecé subiendo cositas a SoundCloud. ¡Hasta versiones que tenía con mi madre de Andrés Suárez! Ahora ya tengo el canal de YouTube y poco a poco estamos subiendo cosas ahí. Pero antes descubrí Instagram por algún amigo mío que es modelo. Lo que me diferencia de una persona que viva de las fotos que cuelga es que yo me centro en subir los vídeos de mis canciones. Además, intento ser lo más natural posible. De ese tipo de cosas te das cuenta a través de hacer ensayo y error. Probando. Por ejemplo, lo que te estaba contando antes del inglés y el español. Yo estaba empeñada en cantar en inglés y, de repente, un día se me ocurrió sacar del baúl de los recuerdos una de mis primeras letras en español, subir un trozo y de repente…

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 –Éxito total.

–Éxito total. De todas formas, no me quiero cerrar las puertas al inglés porque yo nací en Londres y me encanta escribir en los dos idiomas.

–De hecho mezclas los dos idiomas en una misma canción, como en Boots and Cats.  

–Claro y no quiero decidir entre el español y el inglés. ¿Por qué tienes que decidir? ¿Quién te dice que tienes que hacer A o B? Cuando me sale en inglés pues en inglés y el día que pueda hacerlo en francés pues bendito sea. De momento, estoy trabajando en grabar un álbum, que es lo que me falta de cara a meterme en Spotify. Quiero hacer una campaña de crowdfunding porque me parece que es un proceso distinto, novedoso y emprendedor. Una manera original de involucrar a todos tus seguidores y hacerlos parte de un proyecto.

–¿Cuándo es el momento en el que te das cuenta que la música va en serio?

–Aunque he estado perdida mucho tiempo, desde que me gradué con aquel proyecto me di cuenta de que tenía que apostar por las canciones. Llevo desde pequeña con este sueño, desde que veía el programa de Bertín Osborne Lluvia de estrellas.

 –Creo que todos de pequeños hemos querido ir a ese programa.

–¡Por favor mamá llévame a Lluvia de estrellas! Y mi madre, “no hija, no. Tú a tus carreras, a tus cosas». A ver si se le pasa la tontería a la niña… Pero a la niña no se le pasó la tontería. Decidí apostar por la música porque lo que no quiero es llegar a los 30 años pensando que se me ha pasado el arroz, que tuve mi momento, que no lo hice y que ahora estoy amargada con el “y si…”. Ese “y si” creo que nos mata a todos por dentro. Si hay que hacer las cosas hay que coger el tren en el momento y el momento es ahora.

–¿Crees que es más fácil dedicarse al mundo de la música ahora que la industria ha roto con las discográficas tradicionales gracias a las redes sociales?

–Eso es un poco lo que estoy intentando hacer. No porque piense que el modelo tradicional no es bueno porque, desde luego, ha funcionado toda la vida. Los jóvenes tenemos herramientas hoy en día para promocionarnos y para que quien decida si tú vales o no sea el público -que es de quien vas a vivir–. Al final te enorgullece mucho más como artista seguir ese camino artesanal. Cuando escucha esos trocitos de canciones la gente te escribe mensajes de apoyo que lees cuando te levantas por la mañana. Vives de ese intercambio de sensaciones, que te nutre en todos los sentidos. A lo mejor mi carrera no es longeva, a lo mejor de repente la pifio a medio camino porque la vida del artista es muy complicada. Dar un pelotazo es muy fácil pero luego mantenerte en el tiempo es complicado. De momento estamos ahí, intentando mantener los pies en la tierra, la cabeza donde hay que tenerla. Hay que ir pasito a pasito.

¿No tenías miedo a estar expuesta a las críticas? 

–Lo tengo. Muchas veces me meto en la cama y pienso que me da pavor, que me da vergüenza ir a sitios a los que he ido toda la vida. Dejar de ser yo, con mi gin-tonic, con mi vino, con mis amigas y mis risas. [Se queda reflexionando] A veces piensas: ¿qué estaré haciendo con mi vida?, ¿dónde me estaré metiendo? Cuanto más consigas por ti misma, más críticas tendrás. Que hablen de ti aunque sea para mal, como dice irónicamente el dicho. Eso se compensa con los mensajes tan cariñosos que la gente te escribe todas las mañanas. No te haces a la idea de lo que llenan mensajes como “Sofía, tú alegras mis días, mis mañanas, en los días grises me haces sacar una sonrisa y, mis días buenos, me los mejoras”. Al final se involucra la gente tanto contigo que, hay veces, que ya no soy sólo cantante.

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Hasta consejera del amor.

–Sí, sí. Me levanto por las mañanas y tengo muchos e-mails y privados que contesto encantadísima. Me gusta, en la medida en la que tengo el tiempo posible, poder dedicárselo a la gente.

–¿Qué tal llevas todo el fenómeno fan? Por tus redes sociales tienes muchísimos seguidores y muy fieles además. 

–Cuando estás detrás de una pantalla, eres una figura virtual. No eres consciente. Ves el comentario y te ríes. A veces mi madre me dice “oye, te ha escrito X que cuándo os casáis” y nos reímos en casa. En la vida real cuando vas a un sitio y te reconocen o das un concierto, se saben tus canciones, 200 personas las están cantando como locas y cuando te bajas del escenario te piden fotos como yo se las pediría a Brad Pitt, eso sobrecoge. Te impresiona en el momento en que tienes el contacto real con la gente. Cuando tú estás detrás de una pantalla no eres realmente consciente de que son 64.000 personas las que están siguiéndote [cuando se terminó de editar la entrevista tenía 65,8K]. Tú ves el numerito “64K» en una pantalla, ¿pero te imaginas en un concierto todos reunidos, siguiéndome todos los días y viendo lo que hago? Qué miedo.

–Es un gran hermano.

–Totalmente.

–Vamos a echar la vista un poco atrás, ¿cuándo empezaste con la música?

–Yo nací en Londres y desde que era bien pequeña, creo que antes de hablar incluso, ya cantaba. Me tiene mi abuela grabada de enana cantando Cachito, cachito mío. A mi hermano y a mis padres les tenía fritos con el teatrillo que les montaba todos los domingos. Mi primera canción la escribí con trece años a partir de la poesía que empecé a escribir de niña. Cuando tenía 11 años le pedí a mi profesora de lengua… ¿Se llamaba Miss Maisy? [Se gira y pregunta a su madre que se encuentra en el sofá de al lado. Asiente] Le pedí a Miss Maisy un cuaderno extra para escribir poemas. Era una friki que leía poemas. Luego me metieron en clase de guitarra y me gustaba cantar. Junté los poemas, la guitarra y la voz y salió esta mezcla. No soy guitarrista profesional, tengo los cuatro acordes que me sirven de apoyo al componer pero esos fundamentos básicos son la esencia de todo. A ellos he vuelto despúes de probar con la música electrónica y pasármelo que te mueres.

–¿Qué te inspira? 

–Me inspira todo. A veces un momento malo de “¡ay!, hoy estoy más tristona y me apetece escribir”. Alguna película que haya podido ver, estar en el metro e imaginarme qué vidas tienes la gente. Yo siempre voy con mi cuaderno. De hecho, lo voy a sacar para que lo veas [rebusca en su bolsa y saca un cuaderno]. Siempre voy con él porque nunca sabes lo que te va a inspirar o lo que se te va a ocurrir. A veces veo a alguien que me transmite mucho o ves las noticias y luego lo llevas a tu terreno. Tengo otro cuaderno que es para los sueños. Lo tengo en la mesilla de noche y, en ocasiones, me despierto, cojo y escribo como medio borrachilla a las cuatro de la mañana. Lo mismo me pasa con el móvil y las notas de voz. Me levanto a las tres de la mañana con una melodía en la cabeza y dormidísima lo grabo. Luego voy construyendo y mezclando.

–¿Se podría decir que la música sirve para exorcizar los demonios? 

–Desde luego. Yo, por ejemplo, una cosa que he hecho siempre es expresarme bastante mal a nivel oral y, sin embargo, a nivel escrito fenomenal. Hacía una trastada, me castigaban y era incapaz de pedirles perdón a mis padres a la cara, pero les metía una notita debajo de la mesa disculpándome. No me salía nunca verbalmente pero por escrito sí. El lápiz y el papel han sido siempre mi manera de expresarme.

–Muchas veces te inspiran las historias que te cuentan tus amigos, pero ¿se puede escribir sobre sensaciones que no se han teniendo?

–Sí.

¿ Y conseguir que sean creíbles?

–Sí, porque al final es como ser actor y meterte en un papel. Te dan tu roll para que te busques la vida y lo interpretes. Y después de hacer eso, te sale un personaje completamente distinto y tú tienes que saber estar a la altura. Al final, el reto que tenemos todos los artistas es poder meternos en la piel de otras personas, de tener empatía y poder extraer todo eso que me estás contando para expresarlo. Yo me nutro de esas historias ajenas, son como mis musas. Lo escribiré a mi manera y, a lo mejor, luego sale una cosa que no tiene nada que ver con lo que me has contado. Al final, captas más la esencia que la experiencia.

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–Mezclado con tus experiencias. 

–Claro, por supuesto.

¿Cuál es el proceso a la hora de componer?, ¿te impones una rutina? 

–Hay etapas en las que estoy on fire. Me pasa mucho con Carlos, mi salvavidas. Quedamos a grabar o a ensayar porque tenemos concierto al día siguiente y me dice que, hasta que no nos salgan todas perfectas, no nos levantamos. Pasa media hora y suelo decirle: “Carlos, me da igual lo que me digas voy a escribir porque me lo está pidiendo el cuerpo”. Hay una canción que se llama Fire of fame, que empezó porque él fuma cigarros y me dijo “Sofía, pásame el magic tool of fire», para referirse al mechero. Y empezamos a hacer el tonto repitiendo “firefirefire” y, al final, salió una melodía. No tengo una métrica o un horario fijo para levantarme todos los días a la misma hora y ponerme a componer, pero no vale sólo con pensar en estar inspirado, también tienes que trabajar, hay que ver también cómo trabajan otros músicos, empaparte de otros mecanismos, escuchar muchos tipos de música distintos para no caer en la monotonía… Escuchar canciones, músicas, sugerencias de Spotify. Al final, el subconsciente pilla esas influencias y te salen canciones. Hoy en día es muy difícil hacer una canción que no tenga que ver con ninguna otra.

–¿Cómo son las horas previas a un concierto?, ¿alguna superstición antes de salir al escenario?

–Estoy insufrible. En el momento en que pongo el pie encima del escenario, es una gozada, yo me suelto, me desinhibo, soy como soy. Si me tengo que quitar los zapatos porque me molestan, me los quito. Si tengo que hacer un chiste porque no se está escuchando, lo hago. En el escenario pasan cosas, hay imprevistos. Una vez la música dejó de sonar en un festival delante de 400 personas. Para salir del paso, me puse a contar una historia de cómo había conocido a uno de los que cantaban ahí porque hace cuatro años se me pinchó una rueda y él me ayudo.

–¿Qué canción te hubiera encantado componer?

Uno de mis cantautores preferidos es Silvio Rodríguez porque me lo han puesto en casa desde bien pequeña y tiene unas letras que son complicadas, difíciles y no se entienden. Hay una entrevista en la que le preguntan a Bob Dylan por qué «the answer, my friend, is blowing in the wind«, y él contesta que porque sí, que por qué tiene que explicarlo. Me gusta mucho la letra de Silvio de Mi unicornio azul, que es una canción muy especial y, que al final, te puede llegar a hacer llorar. O El gato que está triste y azul. Son canciones que te sacan muchísimos sentimientos, hacen que se te ponga la piel de gallina. Algo tristón, es más fácil que te pueda emocionar pero cuando escribes sobre algo que es tan irónico pero que crea tantas sensaciones y sentimientos es increíble.

Hablando de gatos, ¿qué papel juega Dorian en todo esto? 

Es el rey de Instagram. Últimamente está insufrible, no sabemos por qué. Yo creo que, como no tengo mucho tiempo, lo está notando y no creas que le está haciendo mucha gracia. Siempre he sido amante de los animales y en mi casa hemos tenido de todo, hasta un caimán. Los gatos han sido mi debilidad. A Dorian lo encontré en la calle hace tres años y, aunque es verdad que antes yo me metí un poco en un proceso de ayudar a los animales que no tenían casa y encontrarles un hogar, cuando tropecé a Dorian fue como un flechazo. Este sí que es para mí, me lo quedo. Es un gato gracioso y liante.

–“Allá en el norte donde se cumplen los sueños”, cantas en el Rayo verde. ¿Qué sueños tienes a corto y largo plazo? 

–Mi sueño, como el de cualquier artista que está empezando, es poder vivir de la música. Hay gente que se confunde y te dice “qué suerte, te estás haciendo famosa”. Ojo, no te equivoques. Al revés, es lo que rehúyo. Para mí el plan perfecto sería poder vivir de mi música, llenar mil sitios y luego tener una capa invisible y hacer mi vida normal. La fama es una de las cosas que vienen con la música y, de hecho, es uno de los aspectos negativos. Mi sueño es que el público haga suyas las sensaciones que yo he podido sentir al escribir mis canciones, que la gente se lleve las canciones a su terreno. Al final es lo que luego te hace empatizar con esa música. Me veo como esa niña sentada en el banco como en Rock’n’rolles de chiquillos.

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