Los amores que ahogan a los amantes y la vida que los disuelve son igualmente breves, aunque cabe la posibilidad, si la pasión se ejercita, de que “seja infinito en quanto dure” . Así lo decía Vinicius de Moraes, y con esa frase se abre esta novela que Armando Suárez Cobián (Cuba, 1957) ha concebido como una suite de relatos de amor que muestran el camino para resarcirse de esa brevedad lesiva. El guía en esta suerte de Arte Amatoria será el propio narrador, devoto de la mujer y de sus consecuencias, del amor, de la amistad, y de todo cuanto suponga la afirmación del gozo como modo de estar en el mundo. Como “guía” lo define también Mario Bellatin e insiste en encarecer el libro para quien quiera “observar este milagro ―el surgimiento del amor― del que pocos advierte su carácter sagrado”.

–Otro cubano, Alejo Carpentier, hablaba de lo que en América se mostraba naturalmente como lo “real maravilloso”. ¿Es tu obra una puesta al día de ese mismo planteamiento?

–No es lo real maravilloso, sino lo maravilloso de la vida, la realidad. Lo que más he escrito durante toda mi vida es poesía, pero hubo un período en mi vida en la que hubo un suicidio y la muerte de mi hermano. Te lo voy a explicar. Yo acaba de escribir un libro de poesía que se llama Nueva York no eres tú, era el 24 de marzo de 1992. Fui invitado por la Universidad de Columbia para dar una conferencia sobre la poesía de los 80 en Cuba. Pero ese libro tiene unos antecedentes: conocí a una muchacha, hermana de grandes amigos,y quedamos para vernos en un lugar donde se bailaba música cubana. Entonces apareció su hermano y me dijo: “Paula se suicidó anoche”. Me fui a casa, le escribí una carta a Paula, y ésa es la única libreta-diario que he perdido en mi vida, se desapareció. Luego estuve diez años sin escribir, ni un poema. Cuando mi hermano favorito murió, en el 2003, empecé a escribir poesía y decidí llamar el libro como aquel que había perdido, Nueva York no eres tú, del cual logré recuperar como cinco poemas. Empecé a trabajar en la película Che (de Steven Soderbergh) en 2007, me puse a trabajar como un loco, estuve en muchos proyectos de cine, y decidí que cuando terminara la película me iba a regalar una beca, me dije: “Ese libro tengo que escribirlo”, lo tenía en la cabeza. Y escribí este libro, que tenía que haber sido publicado en 2011, pero la editorial de Miami que iba a publicarlo se fue a la porra. Y me alegro de que no saliera, porque luego me puse a trabajar sobre el libro con una cierta distancia. Y entonces lo publiqué aquí en Barcelona, con LINKGUA, una editorial pequeña que ha publicado buenos libros.

Para mí es una novela, no un libro de relatos. Es la historia de este personaje a través de otros seis personajes diferentes. Hay personajes masculinos y femeninos con los que él interactúa, es como que así se define el personaje. Y el libro mantiene una coherencia, hay momentos en algunos relatos que se mencionan los anteriores, por eso para mí es una novela. Cada uno puede leer cuentos independientes, pero si lo lees con continuidad ves que hay cierta interacción.

El personaje rompe con el cliché del latin lover al que estamos acostumbrados. En su lugar encontramos un amante que asume su fragilidad frente a la mujer, porque siempre está supeditado a la mujer.

–La idea es la de un personaje que tiene devoción por las mujeres. Hay partes más líricas, y partes que pueden ser más fuertes en términos eróticos, pero en definitiva es un tipo que tiene esa veneración por las mujeres. Cada historia, si te das cuenta, termina por circunstancias, no por decisión del personaje, te da la idea de que todo es posible, como la vida misma, donde las cosas pueden obtener una continuidad. Esa veneración le hace rendir culto a lo femenino, valorándolo, endiosándolo.

Por cierto, el muestrario de mujeres es muy variopinto. Todas son muy potentes, de fuerte carácter, y no sólo mujeres latinas, sino de cualquier parte del mundo.

–Es que Nueva York es eso, la metrópolis, Nueva York es todas las ciudades. Para mí nadie es Nueva York, todos somos Nueva York: en la ciudad hay 180 grupos étnicos, te podrás imaginar eso, es brutal. A nivel de cotidianidad es inevitable la interacción con gente de todas partes, y por eso el personaje tiene intereses con estas mujeres. Tal vez de manera inconsciente fueron elegidas de diferentes nacionalidades. Incluso en Sofía, de quien no se define la nacionalidad, se dice que “regresa a su país”.

Qué curioso, has dicho algo similar a tu personaje, que varias veces repite “yo soy más de intuición”. ¿Cuánto hay ahí de Suárez Cobián?

–Sí, si te pones a pensar en el capítulo “Para Aymé, con amor y escualidez”, ella le dice a él: “¿Cuánto hay de verdad en esas historias?”; él dice: “Uno se convierte en sus propias ficciones”. Yo creo con intuición, y creo que la intuición es la razón de lo divino, que se nos anticipa. La intuición es la inteligencia de la sensibilidad obviamente por eso antecede a la razón. Uno hace cosas y ni siquiera se da cuenta de por qué, y ahí está la intuición (que se entrena, también).

El lector se encuentra siempre con una incapacidad del personaje para mantener el amor, siempre sabemos que el amor se va a acabar, en cada nueva historia.

–De verdad, yo casi toda mi vida he vivido así, en este momento. Yo no tengo una idea definida de futuro, yo pienso que el futuro es esto, ahora. Pero cuando yo perdí a mi hermano se redefinió mi sentido del tiempo, mi interacción con otras personas, y muchas se fueron con él, personas de las que me di cuenta que no tenía sentido tenerlas en mi vida. Y con respecto al tiempo, me marcó de manera brutal. Hay momentos en que el protagonista dice algo así como “A su edad el tiempo todavía es invisible”. Cuando uno es joven se considera inmortal, y luego va teniendo conciencia de ese final. La muerte de mi hermano radicalizó en mí esa idea de lo efímero, lo frágiles que somos.

Es la estética del desencanto.

–Pero él sigue creyendo que sí es posible el amor. En cada relación hay una idea optimista con respecto al amor. Hay un momento incluso en que hay un estado de sublimación, para mí el amor es un estado de superación, por eso también puede rayar en lo ridículo. Pero hay una idea de optimismo, de que es posible amar, y eso se repite.

Me encuentro con una frase colorista, casi de aliento folklórico, cuando dices: “Llevo mi pañuelo rojo. Soy hijo de Changó”.

–La religión afrocubana, que es conocida más bien por la santería, la regla de Oche, la religión yoruba. Viene de la época colonial, cuando la trata de esclavos. La mayoría de los que llegaron a Cuba eran de la zona de Nigeria, de religión yoruba. En Cuba los trataron de convertir al catolicismo, y los esclavos visualizaban en los iconos católicos a sus dioses. Curiosamente algunos tienen una ambivalencia, como el caso de Changó. En la religión católica es Sta. Bárbara, vestida en blanco y rojo, con una espada; en la religión yoruba es un guerrero, y tiene un hacha bipenne y también viste de rojo y blanco. Casualmente ese guerrero fue criado como una niña, porque nadie podía saber que estaba en la tierra de misión específica, y lo crió Yemayá, que es la madre de todos los santos, los que en la religión yoruba se llaman orishas. Changó representa la masculinidad, es el dios de la guerra, es el rey, el dueño de los tambores, un dios poderoso, el rey de reyes. Yo creo en eso, crecí guiado por eso, yo soy hijo de Changó. Cuando murió mi hermano, se hizo una ceremonia en la que se le pregunta al espíritu del fallecido, y éste habla y dice adónde va a ir su santo. Cuando él murió su Changó se fue conmigo, y eso fue antes de que yo me iniciara en la religión.

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Habéis configurado una diáspora importante los cubanos, pero no tengo claro qué huella habéis dejado en los EEUU, es algo difícil de dimensionar. En Nueva York, por ejemplo, ¿qué impacto ha tenido la cultura cubana?

–Déjame decirte: yo soy mejor persona en Nueva York. Como es una ciudad tan poderosa, tan fuerte, Nueva York es como una situación límite, y las situaciones límite siempre te redefinen, te hacen mejor, o te convierten en un miserable. Yo he pasado por niveles de realidad fortísimos. Llegué invitado por una universidad muy prestigiosa con una visa de intercambio cultural, y lo hice desde México (me fui de Cuba en el año 91, primero de octubre) donde había estado dando conferencias en universidades. En Nueva York tenía una visa que no me permitía trabajar, pero empecé a acariciar la idea de quedarme allí. La ciudad me asustaba, pero no tanto la ciudad sino la idea de que tal vez iba a estar veinte años sin ver a mi madre. O más. No era igual que ahora. En el 95 a mi madre le dio un infarto, y no me querían dar visa. Lo pude arreglar a través de una amiga colombiana, abogada de Wall Street, y que era amiga de Roberto Robaina, el canciller.

Más tarde sí pude ir todos los años a ver a mi madre. Y cuando mi hermano estaba enfermo me dieron una visa especial de tres meses para cuidarlo (antes tuvieron que averiguar si había hecho declaraciones políticas, etc.). Yo lavé carros en Nueva York 12 horas diarias, a 50 dólares, con un cubano que nos pagaba con lo que sacaba de propinas; he dormido en la 42, en Times Square, con 39 de fiebre, un lugar peligrosísimo. Esas son las situaciones límite de las que hablaba, que redefinieron mi vida. Tú eres quien eres donde quiera que vayas; ahora, las circunstancias te hacen más o menos visible, te muestran en plenitud. ¿Qué he aportado en Nueva York? He aportado modestamente parte de esa identidad, de esa idiosincrasia, interactuando con otros amigos como yo he asimilado Nueva York, y en ese intercambio cotidiano estoy con gente de todas partes, colombianos, israelíes, etc. yo aprendo de ellos, y ellos aprenden de mí. Y pienso que la gente que haya leído la poesía mía puede ver a Cuba ahí, aunque como decía Borges, “Si vas al desierto no menciones los camellos”, y yo no estoy hablando de Cuba todo el tiempo.

Pero habéis tenido que dejar una huella, habéis irrumpido en un paisaje con una fuerza intelectual y cultural de primer orden. 

–Te voy a decir algo curioso. Hay dos grandes diásporas cubanas: obviamente Miami es la más poderosa, y Nueva Jersey. En Nueva York no hay muchos cubanos. Yo pienso que a veces se sobreestima la posible influencia de los cubanos. A veces Cuba es invisible si no es en Miami, o por determinada gente de izquierdas preocupada por la política. Se tiene una visión de Cuba muy turística, muy superficial. Y a veces las izquierdas cometen el error del infantilismo de sacralizar. Yo me defino de izquierdas, no soporto a la gente de Miami o Nueva Jersey, por eso vivo en Nueva York.

Es sintomático que en la novela mencionas a Miami sólo una vez, y lo haces así: “Miami es un horror. No lo soporto”.

–Así, breve, para no darle mucha importancia, sutil. En todo caso yo me definiría como un tipo de izquierda, o centro izquierda, lo más abierto posible, lo más flexible, que es como creo que debe ser un político. Yo crecí demasiado politizado, y en Nueva York no quise involucrarme en política.

La influencia cubana en Nueva York es fundamentalmente en la música, también ciertos artistas plásticos que han dejado huella. La literatura, por ser justamente en español, tiene menos posibilidades de influir, no trasciende mucho los grupos latinos (sin ser ghettos; y para mí Miami es un ghetto). Martí, el más cubano de todos, decía: “Patria es humanidad”, y es quien más ha definido lo que es la identidad nuestra. Yo soy un ser universal. Obviamente mi identidad es visible en todo lo que hago, pero nuestra influencia no es muy visible en Nueva York. Y llevo 22 años en Nueva York.

Pero hablemos de escritores, ¿existe algún grupo representativo de la nueva literatura latina en EEUU?

–Eso podría ser posible. Lo que sucede es que, a veces, los grupos latinos se convierten en ghettos. Te voy a poner un ejemplo: hay un gran poeta cubano, un tipo al que yo quiero mucho, se llama Omar Pérez López. Estaba en Iowa, vino a Nueva York a hacer una lectura, y fuimos a un lugar que es fundamentalmente de los puertorriqueños. Él hace una performance en la que recita con una caja a la vez que va diciendo textos, como si fuera rap (aunque no es rap). Antes de él leyeron un par de tipos, que hicieron esto que llamo bolinquinquin, o sea, algo que no tiene ninguna trascendencia en Nueva York, sino en el contexto de ellos mismos. All West Side, a mí eso no me interesa. Yo vivo en Roma, la Roma actual.

Pero sí hay algunos que para tener resonancia han tenido que pasarse al inglés.

–Sí, Junot Díaz escribe en inglés, pero es que él estudió en los EEUU.

Se les reprocha a los americanos que apenas traduzcan, que vivan también ellos en su propio ghetto.

–No, pero te digo, en EEUU se publica mucho. Tú vas a una librería de Barnes & Noble, verás que hay mucha literatura, buena literatura de todo el mundo traducida al inglés.

No es lo que yo tengo entendido.

–Sí, pero hay muchos autores publicados: latinoamericanos, franceses, alemanes, polacos…, te lo digo porque lo tengo muy contrastado.

Hablemos de cine, algo que es parte principal de tu experiencia. Encuentro mucha referencia al cine en tus relatos, incluso detecto un tempo muy cinematográfico en tu forma de narrar.

–Yo pienso que uno cree más en lo que ve que en lo que escucha. Es algo en mí que está asimilado, también tengo una cultura cinematográfica tengo que confesarlo. Yo incluso estudié cine, me gradué como editor de cine con Nelson Rodríguez, que era el mejor editor de los clásicos cubanos (Memorias, etc.). Nunca ejercí como editor, pero con el tiempo me doy cuenta de que es posible que tenga influencia en lo que escribo, incluso en mi poesía, que es visual.

He trabajado mucho en cine. El año pasado dirigí un documental que incluso abrió el festival de cine independiente de Roma de este año, y fui invitado como jurado. He trabajado en cine también como asesor de dialecto, como actor (actué en la película Che, de Steven Soderbergh, donde también fui asesor de dialecto de Benicio del Toro, Demián Bichir, Rodrigo Santoro). También trabajé con Julian Schnabel [en Antes que anochezca] donde fui coach de Javier Bardem, y sobre todo, de Olivier Martínez. Olivier Martínez apenas hablaba inglés, y tenía que hablar inglés con acento cubano, y eso que era francés. Trabajé también con Olivier en una película que se rodó en Sevilla, Semana Santa [en inglés Angel of Death], basada en un trhiller de un escritor inglés, que la dirigió Pepe Danquart, que tiene un Óscar por un corto que hizo [Schwarzfahrer]. Trabajé también A mexicano, una película que ganó un premio en el festival de Tribeca. Fui protagonista de un mediometraje de una película que hizo un americano, con un guión que escribió para mí, Themes for a rosary. Y acabo de hacer una película con una directora francesa, Up there in San Francisco, donde soy protagónico como actor. Hice otra llamada Trief (Deriva). He hecho proyectos así: grandes como Che, y películas independientes. Tengo una experiencia de cine bastante buena, diría, porque he trabajado en proyectos interesantes.

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Poesía, cine y narrativa, pero ¿en qué estás centrado actualmente?

–Ahora estoy escribiendo un libro que está casi terminado, no es una novela, yo no sé ni qué es. Te lo diré, grosso modo. Es un libro que es un compendio de cosas porque, cuando mi hermano enfermó, yo llevaba un diario, pero es casi más lo que él hablaba (yo lo grababa con cassettes, sin que él lo supiera). El título que tengo es El diario del otro, donde está el diario mezclado con cartas que él me escribía a los EEUU, y cartas que yo le hice, o sea, fragmentos de nuestras vidas. Tengo aparte un proceso de novela, que tiene como 80 páginas ya; tengo libros de poesía nuevos, inéditos, uno se llama El cuaderno de Olatz (un nombre vasco, que significa Virgen del árbol, o del arbusto) y el otro La muerte y sus ojos. Te confieso que en los últimos tres años estoy superfértil, muy fértil.

¿Te sientes más cómodo en uno u otro género?

–Yo sobre todo soy poeta, pero últimamente tengo muchas ganas de escribir prosa, y una no me anula la otra. Aquí, en Barcelona, por ejemplo he escrito varios poemas de una manera curiosa, mi cabeza está volando.

Tu libro viene avalado por Mario Bellatin, un escritor que aquí, en Barcelona, tiene una cohorte de incondicionales.

–Es un escritor de culto, uno de mis grandes amigos en la vida. Un tipo que me respeta mucho, y yo lo respeto a él. Lo quiero. Es un tipo extraño, pero es un tipo entrañable. yo conocí a Mario en el año 1986. Vino a la Habana, al primer curso que hizo García Márquez de Cómo contar una historia, cuando se creó la Escuela Internacional de Cine, en San Antonio de los Baños. Él había publicado una novela pequeña que se llamaba Mujeres de sal, y lo conocí porque fue recomendado por un poeta peruano que era amigo nuestro. Yo estuve casado con Reina María Rodríguez, una poetisa cubana (acaba de ganar el Pablo Neruda) que me cambió la vida, como Nueva York, y aunque nos separamos, seguíamos teniendo buena relación. Mario fue a su casa, y allí nos conocimos. Vino por tres meses, y se quedó dos años. Establecimos una amistad muy hermosa.

Un peruano que vive en México, y que mantiene una relación problemática con la literatura peruana.

–Tiene una relación con lo peruano rara, eso es cierto. Bueno, ahí fue cuando se forjó nuestra amistad, estuvimos años sin vernos y por amigos nos enterábamos que estábamos en Nueva York, o en París, y nunca nos encontramos, y en el año 98, en un viaje que hice a Ciudad de México, me pasó algo extraordinario: me encuentro con Oswaldo Sánchez, que es un poeta y crítico de arte cubano, y le dije “Me hace falta conectarme con Mario”, y él me dice “No, yo he perdido el contacto con él”. Y ese día se encontró con Mario en la calle… ¡en Ciudad de México! Y me dice: “Me acabo de encontrar con Mario, viene a buscarte”. Y nos reencontramos, y a partir de ahí nunca más perdimos el contacto. Le mandé el libro y él me dijo que le había gustado mucho. Y me escribió esa nota [un elogio brillante que se lee en la contraportada]. Con Mario Bellatin tengo esa relación de una excelente amistad, muy bonita amistad.

En el libro, como en esta conversación, La Habana va y viene, ¿ha llegado a salir de ti La Habana?

–La Habana es mi lugar secreto, en cualquier parte, incluso en Nueva York. Está en un lugar de mi que yo desconozco, es metafórica. La Habana se visibiliza en mí sin yo pensar en eso. Y obviamente lo que yo escribo está permeado de eso. Curiosamente, no extraño La Habana, me estresa incluso cuando voy cada año, pero está en mí, como lo está Nueva York. Como puede estar Barcelona, porque ésta es una ciudad que adoro. Viví aquí en el 97, y me resultó una ciudad amable, y mi relación con las ciudades es como con las personas, intuitiva, me gusta o no me gusta.

Pero La Habana va a cambiar, y Cuba, y los cubanos, después de este inesperado acuerdo con EEUU.

–Fue increíble. Una amiga me escribe y me dice que tengo un mensaje por FB. Yo dije, bueno, voy a leer El País (que lo leo todos los días, lo confieso; mis otras fuentes son The New York Times y CNN), y entonces dije, wow, cambió la historia, cambiaron todos estos años, pienso, de manera radical. Pienso que esto puede traer como consecuencia toda una serie de cambios que pueden afectar a los cubanos, incluso pienso que se puede eliminar la Ley de Ajuste Cubano, porque Cuba ha estado tratando de que suceda. Que establezcan relaciones diplomáticas puede mejorar muchas cosas para los que vivimos en el exilio (aunque yo no haya pedido asilo político, técnicamente soy un exiliado, no puedo regresar a Cuba). ¿Que esto puede traer el levantamiento del embargo? Obvio, yo pienso que una cosa traerá la otra.

¿Qué modelo de evolución puede seguir ahora Cuba? Desde luego, algunos modelos, como el de la URSS, no parecen los más recomendables.

–Cuba es impredecible. Antes del año 93, si te agarraban con 25 cts. de dólar te metían en la cárcel por cuatro años. En ese año se legaliza el dólar, ¿sabes cuántas personas estuvieron presas por andar traficando en dólares? Los bandazos en Cuba son muy radicales, y son impredecibles. Es verdad que Raúl Castro ha abierto la posibilidad a que la gente tenga pequeños negocios, yo creo que lo que quiere es crear una especie de modelo chino, tener un control férreo de la cuestión política y permitir ciertas libertades económicas, lo cual casi siempre entra en contradicción, porque el dinero es poder, y se compran influencias. En Cuba hay mucha corrupción, un nivel fortísimo, y todo esto puede que agudice ese nivel de corrupción. Y sí, en Cuba puede suceder ahora cualquier cosa, no se puede ser certero. Lo que sí está claro es que esto va a traer muchos cambios. Incluso el tema del embargo es metafórico, Cuba negocia con los EEUU, ¿tú sabías eso, no? Cuba compra trigo y otras cosas y se los paga cash. Cuando la caída del bloque socialista, más del 80 % de la economía cubana dependía de él, entonces aparecieron enfermedades como la vitaminosis, la lepra, leptospirosis… una locura. Las compañías españolas, canadienses, mexicanas, fueron las que insuflaron un poco de dinero para que esa economía se levantara, para ir saliendo del período especial.

Las deudas que tienen con esas compañías son gigantescas, Cuba les debe muchísimo dinero. ¿Sabes qué sucedió con muchas de esas compañías? Que de pronto decidieron irse de Cuba, porque dijeron: “Si tú le pagas a este tipo, que es tu enemigo, 100 $ millones en efectivo por una transacción, y a nosotros nos estás debiendo, que te ayudamos a salir del hueco, es un poquito tricky”. Si quitan el embargo, pienso que eso sea opresivo y que no haya resistencia, que el sistema no pueda asimilar la invasión económica y cultural que puede implicitar eso. A Cuba viajan alrededor de 80 mil norteamericanos de manera ilegal cada año; si levantan todas esas limitaciones, imagínate todo lo que va a entrar en ese país. Eso puede ser muy desastroso, con consecuencias sociales muy fuertes, pero a la vez es inevitable, como que tú críes a un niño dentro de la casa: tiene que salir en algún momento a la calle.

Y políticamente, ¿algo va a cambiar? 

–No lo sé, y no lo creo, por ahora. Yo creo que van a querer mantener algo parecido al sistema chino, esa idea socialista, dogmática (lamentablemente copiamos lo peor del inmovilismo soviético, y eso fue lo que jodió a ese país, como los venezolanos copiaron el desastre cubano. No tienen ni papel sanitario). En Cuba tú no puedes estar seguro de nada. Yo siempre repito un dicho: “Seguro está preso. A Seguro lo agarró la seguridad cubana” (Seguro era un nombre muy común antes). En Cuba no hay nada seguro. No es una sociedad civil, vamos a ser serios. Lo primero que hizo Raúl Castro cuando agarró el poder fue poner a generales de su confianza en puestos de ministros, es un país que ha sido militarizado.

Leo en tu libro: “Tengo que salir y ver la vida, tengo que ser fiel a mis ojos y a su necesidad de llenarse con todo lo que tocan, y a lo que provocan en mí esas visiones” ¿He aquí una definición de tu vida?

–Mi vocación vital es ésa, vivir. No hay nada más hermoso que la vida, la vida es más hermosa que nosotros mismos. Nada puede ser más paradisíaco ni más trascendente que la intrascendente cotidianidad. Cada día de mi vida es un día extraordinario, un día de muerte y un día de vida, un cumpleaños. Hay un momento en que mi protagonista dice que no hay nada que lo propulsione más a vivir que la belleza, la consumación de la belleza. Y estar vivo es bellísimo.

Fotografías: Saundi Wilson, Matam Hakimi y J. C. Alom

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