En esta sociedad en la que vivimos, llena de clichés de todo tipo, viciada por opiniones, golpeada por políticos y empresarios, asfixiada por la pobreza y jaleada por librepensadores de todo a cien, encontramos, además, la prohibición. Desde pequeños siempre nos encontramos con un ‘stop’ en nuestras vidas. El “no hagas esto” o “no cojas lo otro” marca a fuego el resto de nuestra existencia. Con los años, el adverbio de negación va más allá porque aparece en estudios, trabajos, amistades, parejas, familia, etc…
La prohibición azota duro en la línea de flotación de cada persona, que no es otra que la economía (si llegas cómodamente a final de mes igual no te interesa lo que vas a leer). El bolsillo te prohíbe cosas como viajes, cenas en restaurantes, compra de coches o casas, regalos, etc, pero siempre estará aquel que se las ingeniará para sacar adelante su pobre economía y adaptarse a su circunstancia vital. Aun así, ya tienes que regatear a tu propio estatus para no caer en el abismo prohibitivo. Siguiendo este hilo argumental, los bancos son los siguientes en impedir un avance vital. “No te doy el crédito”, “no te aplazo la letra del piso”, “no te permito tu cuenta en negativo”, no, no, no…
En el ámbito personal también llega la maldita palabra freno. Te prohíbo que fumes, que te drogues, que bebas, que corras con el coche, que comas dulces, mariscos, jamón porque todo es malo. ¿Cuántas veces han escuchado esto? Luego está la personalidad de cada uno para romper de cuajo con todo lo prohibido, pero nuevamente vuelve a aparecer el traído adverbio negativo.
No hay tanta libertad de movimiento en el trabajo. Siempre hay un jefe o jefa dispuesto a denegar. Vacaciones, días libres o aumento de sueldo podrían ser los más recurridos pero en el día a día es cuando más se da la negativa, a veces imperativa. ¿Quién no ha escuchado “esto se hace así porque yo lo digo y punto”? o ¿”esto está mal hecho cuando sabes que está bien ya que otros compañeros lo hacen igual y no les dicen nada”? Y no queda otra que aguantar la prohibición porque hay que pagar facturas, alimentación, vida, también prohibitivas (otra vez el maldito parné). Cuando los tambores hablan, las leyes callan.
El airbag vital es necesario, sí, ¿pero hasta qué punto? ¿Cómo romper esa cadena que nos ata a cada paso que damos? La sublevación o rebeldía son indignas e impropias del siglo que vivimos por lo que la autoconfianza en uno mismo es el único arma para combatir tanto yugo existencial. Con esta afirmación no acabo de descubrir nada nuevo, pero sí abro la puerta a respuestas que destruyan tanta prohibición. La inteligencia del ser humano es ilimitada (a la par que peligrosa) para cercenar la palabra ‘stop’. Ya sea de forma legal o ilegal hay métodos para girar la tortilla hacia el lado que nos interesa y que los tapones que encontramos a diario los podamos descorchar, o al menos agujerear para que respiren.
Otro de los vetos que nos acechan es el que sufren las mal llamadas personas discapacitadas. Padecen prohibiciones continuas por parte de la administración y de empresas. El pasado fin de semana tuve la suerte de asistir a una representación musical de jóvenes con síndrome de down, asperger y sordos y les puedo asegurar que esos adolescentes son tan capaces o más que usted de hacer lo que se propongan. Ahora está en manos de los políticos que esos chavales puedan encontrar su sitio en la sociedad. Y sobre todo, dejen de tildarlos de discapacitados porque tanto ellos como cualquier persona que tenga una minusvalía física o psíquica puede dar lecciones de vida a cualquiera, sobre todo a los gobernantes (que en esos casos sí se las dan de ciegos, sordos o tarados mentales) desestimando cualquier grito de integración social de este colectivo. Ahora que llegan las elecciones podrán escudarse en promesas que acabarán en la papelera o que hay jóvenes con discapacidades trabajando en instituciones públicas o privadas, pero desgraciadamente son muy pocos los afortunados. De nada sirve la oratoria si no se predica con el ejemplo. Por este motivo, y por los otros expuestos anteriormente, lanzo mi quejido más profundo hecho palabra: Te prohíbo prohibir.